Por: Carlos Echazú Cortéz
El debate sobre si hubo o no golpe de Estado en Bolivia, debe dar paso a otros debates, puesto que las masacres cometidas por el gobierno no dejan ya duda sobre la esencia de lo que ha ocurrido. Quien quiera negar que se ha producido un golpe debe simplemente ignorar a los muertos y sus dolientes (todo el pueblo boliviano) y creer la patraña del gobierno en torno a que “se mataron entre ellos”, lo que lo descalifica como intérprete de los acontecimientos políticos y sociales y lo convierte en un simple vocero propagandístico de un gobierno de facto.
El debate debe ahora centrarse sobre lo que está detrás del golpe. ¿Quiénes son los golpistas y qué pretenden? No se trata de identificarlos como personas, puesto que están ahí, todos los vemos. De lo que se trata es de discernir su carácter y sus propósitos. Al respecto se ha dicho que es un golpe que pretende simplemente restaurar el neoliberalismo.
Deseo poner en duda esta interpretación. Considero que lo que está detrás de este golpe no es la simple restauración del neoliberalismo, un sistema que de hecho está en crisis. ¿Quién puede dudarlo, luego de apreciar los movimientos sociales en Chile, Colombia y Ecuador? Los grupos oligárquicos y sus manifestaciones políticas en Bolivia se dan cuenta de eso. Bolivia ya ha vivido lo que hoy viven los pueblos hermanos del continente donde el neoliberalismo se mantuvo vigente. Sus movimientos sociales, si bien han experimentado una derrota política con el golpe, están lejos de haber sido eliminados. En estos 13 años, se han empoderado, con experiencia, nivel organizativo, conciencia de sus derechos y, sobre todo, con la noción de que es posible un gobierno popular y anti imperialista que erradique la pobreza y promueva la industrialización. Las oligarquías ya no podrían vendernos el discurso de que “las inversiones extranjeras estimularán nuestras exportaciones (exportar o morir) que a su vez generarán crecimiento económico lo que por efecto de rebalse llegará a las masas populares”. Ese modelo ya ha fracasado.
Tampoco en el ámbito económico internacional esta visión es preponderante. Hoy el centro imperialista norteamericano comienza a cuestionar un sistema con mercados abiertos. La guerra comercial con China atestigua este cambio de perspectiva.
Por otro lado, es necesario considerar que la gran guerra es -a estas alturas- algo inevitable, por una razón muy simple: De continuar la tendencia del sistema económico internacional, la China desplazará tarde o temprano a Estados Unidos como la potencia económica dominante y, entonces considérese que nunca en la historia de la humanidad ha acontecido un desplazamiento del poder hegemónico mundial, sin una gran guerra. Por eso, lo más probable es que Estados Unidos desate la guerra antes que la China lo desplace.
Por todas estas apreciaciones (formuladas de modo muy básico, porque es necesario que las amplias masas populares lo comprendan, más allá de los tecnicismos y profundizaciones que puedan elaborar los intelectuales de la izquierda latinoamericana) es necesario comprender que el neoliberalismo -por lo menos así como lo hemos conocido- no retornará.
En este marco, debemos comprender que lo que viene es el fascismo, por dos razones fundamentales. La primera es que las expresiones pseudo democráticas que promueven el neoliberalismo de las oligarquías han fracasado. Ya no pueden vendernos la visión de un futuro prometedor. Por otro lado, es necesario preguntarse ¿Cuándo emerge el fascismo? Lo hace cuando las luchas sociales de los movimientos populares han avanzado tanto que amenazan con arrebatarles el poder a las oligarquías nacionales e internacionales. Entonces aparece la expresión violenta de las oligarquías y esa expresión no es otra que el fascismo.
En Bolivia esas expresiones han estado latentes desde hace décadas atrás con la unión juvenil cruceñista, grupos paramilitares racistas que actuaron ya en su tiempo con las dictaduras militares, y que luego promovieron el separatismo. Sin embargo, ya no son elementos aislados de la sociedad. En el Golpe de Estado llevado adelante contra el gobierno de Evo Morales, se han constituido en realidad en el elemento protagónico, pues se han multiplicado en varias regiones del país, con la denominada resistencia k’ochala en Cochabamba y otros grupos en Potosí y en Sucre, donde llevaron a cabo los saqueos e incendios de los Tribunales Departamentales Electorales así como a casas de dirigentes masistas. Fueron esos grupos los que, en la etapa final del golpe, se trasladaron a la ciudad de La Paz para dar la estocada final, cuando se produjo el motín policial.
Pero bien, más allá de los grupos paramilitares, está el sustento social del fascismo en una clase media que “se ha liberado” de la presión que sentía de parte de un gobierno que le exhortaba a descolonizarse y abandonar sus prejuicios racistas. Hoy vuelve a ser la misma de siempre, con sus prejuicios de superioridad con los que nació. Además se ha potenciado numéricamente, puesto que el Proceso de Cambio ha llevado a más de dos millones de personas a la clase media, sacándolas de la pobreza. Obviamente, los nuevos clasemedieros, tienen origen indígena, pero compiten con los blancoides en sus actitudes racistas, pues ese comportamiento los hace sentir en su nueva identidad. Este ha sido uno de los factores determinantes en el golpe que atestiguó acerca de una reconfiguración del poder social. Esta clase media racista ya es mayoritaria en las ciudades. Por eso es que el conflicto, en determinados momentos, se mostró como un conflicto campo-ciudad. El hecho es que han descubierto un nuevo factor de poder que no lo habían experimentado antes. Pueden movilizarse más rápido que las clases sociales populares puesto que están concentradas en las ciudades. Por su parte, las clases populares, fundamentalmente indígenas y campesinas, están dispersas en el campo y su movilización toma más tiempo, ya que la clase obrera en Bolivia, siempre pequeña, es fundamentalmente minera, por lo que no se halla en las ciudades, sino en distritos mineros rurales. Lo importante de todo esto es que las tendencias fascistas que han existido siempre, hoy se bañan en el sustento social que les provee la clase media.
Otro componente del fascismo ha sido el caudillo, su líder. La derecha boliviana ha sufrido hasta el momento de la ausencia de un líder que los aglutinara. Hoy tiene ese líder en Camacho, un elemento surgido de la unión juvenil cruceñista que adoptó un rol protagónico en el golpe. La policía se le subordinó en los momentos finales de la toma del poder, una vez que levantaron su motín para plegarse a los golpistas. Logró la subordinación además de todos los actores de la derecha con la amenaza gansteril, hecha pública en su cabildo en Santa Cruz, en la que advirtió que los traidores al movimiento serían anotados en una lista, tal cual lo hacía Pablo Escobar. Por eso es que, cuando se configuró el gobierno de Añez, aparecieron como ministros en carteras claves, verdaderos desconocidos en la escena política boliviana, pero vinculados a Camacho, ya sea como abogados de éste o simplemente allegados. Por estas razones, el verdadero gobernante, detrás de Añez, es Camacho.
La configuración del nuevo esquema político muestra también la esencia fascista de los nuevos detentadores del poder. No pueden salir a la palestra como lo que en realidad son, porque el escenario político internacional todavía no está maduro para tragarse un régimen abiertamente fascista, por eso pretenden alinearse a las formalidades democráticas. Pero ya han advertido que revisarán el patrón electoral, que implica la exclusión de comunidades indígenas, porque saben que allá tiene el MAS su principal caudal electoral. Esta revisión del padrón electoral implicará en los hechos una restricción severa del voto universal. Así también, llevan adelante una persecución sañuda contra toda la dirigencia del MAS para que no quede en esta tienda política líderes con el renombre necesario para enfrentar las elecciones con una posibilidad de éxito. Por otro lado, otros partidos de derecha experimentan también la presión para agruparse alrededor de Camacho, con el argumento de traición a la “unidad del pueblo”.
El manejo de la información, se lleva adelante con la premisa de Goebbels, según la cuál, la mentira repetida mil veces, se convierte en verdad. Por eso es que la acusación de fraude en las elecciones del 20 de octubre, orquestada por todos sus medios de comunicación, se posicionó en la opinión pública simplemente porque fue repetida hasta el cansancio, sin que se mostrara una sola prueba del “monumental fraude” que decían se había producido. En esta misma orientación se combaten las fuentes alternativas de información. Por eso es que, una vez en el gobierno, su ministra de comunicación advirtió que los medios de comunicación que se dediquen a la sedición, serían “sometidos a la ley”, al más puro estilo de las dictaduras militares de los setentas. En este marco, Telesur ha sido ya eliminada de la grilla las empresas que brindan el servicio de Televisión por cable. De este modo, avanza el totalitarismo mediático.
La represión política, característica básica del fascismo, no ha sido simplemente una “necesidad del momento” en la etapa del golpe de Estado. Por el contrario, tiende a institucionalizarse. A eso se debe la creación del Centro Especial Antiterrorista (CEAT), una Unidad de la Policía destinada específicamente a la persecución y represión política.
Por otro lado, el gobierno de Añez ha dado el control de algunas empresas públicas a hombres de la empresa privada, ligados también a Camacho. El caso más evidente al respecto, es el de Boliviana de Aviación, ahora controlada por gente de Amazonas. De este modo, la empresa privada que compite con la empresa pública en el rubro del transporte aéreo, dirige y controla a su competidora estatal dibujándose lo que en el tiempo de la Alemania nazi fue la simbiosis de la empresa privada con el aparato estatal.
Todas estas características son expresiones del fascismo que asoma detrás de la pretendida “recuperación de la democracia”, que está siendo subestimada por los que piensan que el Golpe de Estado pretende simplemente reinstaurar el neoliberalismo. Obviamente se trata de tendencias, pero se debe recordar que esas tendencias fueron subestimadas en la década del 30 del siglo pasado, cuando el fascismo emergía paulatinamente.
La respuesta de las fuerzas progresistas, populares y anti imperialistas de Bolivia y el continente debería consistir en la conformación de un gran Frente Antifascista que asuma, inicialmente la tarea de denunciar el resurgimiento del fascismo, así como de combatir sus expresiones en todos los ámbitos.
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