El mandatario peruano debiera tener en cuenta que si en el terreno de la confrontación política dejas de avanzar, en realidad no te detienes, retrocedes. Y es que, como lo ha confirmado la vida, los vacíos no existen. El espacio que dejas de cubrir, lo llena de inmediato el enemigo, de un modo tal que el avance que antes conseguiste, queda esfumado.
Y esto es particularmente importante señalarlo ahora, porque lo que está en juego no es un trofeo deportivo ni una medalla de honor, sino el interés de un pueblo que viene luchando desde hace décadas por construir una sociedad mejor, y que buscó afirmar ese rumbo en los comicios pasados de junio del 2011, precisamente votando por la opción de Gana Perú, que Humala representa.
El debate acerca de si el gobierno del Presidente Humala “sigue siendo de izquierda” o si “ya viró a la derecha” es – lo hemos dicho- en buena medida artificial. Y carece de sustento, porque el hoy mandatario peruano jamás dijo que era de izquierda. No se proclamó revolucionario, socialista, ni marxista. Se autodefinió -desde un inicio- como un militar nacionalista identificado con los intereses del país y enfrentado -por eso mismo- a la oligarquía entreguista y a la Mafia de turno. Desde esa óptica -y no de otra- es que ahora hay que pedirle cuentas.
Hubo quienes, desde posiciones “radicales” se ilusionaron con su victoria. Y no faltaron los que, en el extremo, se proclamaron vencedores, cuando Ollanta ganó. Y es que se creyeron propietarios de una victoria que no les perteneció nunca y que, en todo caso, fue -en su momento- el triunfo categórico de un pueblo resuelto a recuperar el destino nacional. La vida enseñó a los ilusos que las victorias no vienen prestadas. Para que sean nuestras en su real dimensión, debemos conquistarlas con nuestro propio sacrificio.
A pocos meses de iniciada la gestión gubernativa, quedó roto el encanto. El gobierno de Humala no sería “de izquierda”, aunque tampoco podría ser catalogado como “reaccionario”, “derechista” y, aun menos, “fascista” como le gusta decir a ciertas expresiones del infantilismo radical. Puede llegar a ser un gobierno progresista y transformador.
A poco de iniciado el año 2012,sin embargo, tres elementos puestos en el escenario confirman la idea de que la nueva administración está bajando la guardia en temas fundamentales y que eso abre la perspectiva para un cuadro preocupante. Veamos las cosas tales como son:
La destitución de Ricardo Soberón el Jefe de DEVIDA, recientemente anunciada, sí constituye un retroceso. Y su reemplazo por Carmen Masías, no es garantía de continuidad de gestión. En lo absoluto.
El desenlace en la materia no tiene más explicación que el resultado de las presiones yanquis, que aquí se mostraron desde las posiciones de la embajadora USA cuando Soberón asumió el puesto en el sector. La nueva directora de DEVIDA ha anunciado ya que “combatirá el consumo de droga”, lo que es importante, pero no ha dicho que combatirá el narcotráfico, que es lo más importante.
En la materia, Soberón se alejó radicalmente de la cartilla de la DEA. Fue consciente que la aplicación de ella, y el cumplimiento de sus “directivas”, incrementó el consumo de la droga, colocó a nuestro país en el primer puesto en el ranking del Narcotráfico e incluso en el primer puesto en la siembra de coca para ese propósito. La DEA, por su parte, rechazó la designación de Soberón. Y hoy, bate palmas por su reemplazo planteado como una “exigencia básica” por la derecha más corrupta. El “mérito” en este cambio según parece, radica en el Primer Ministro del nuevo Gabinete que es, ciertamente un conservador y un pro norteamericano en toda la línea. Representa no a quienes ganaron las elecciones, sino a quienes las perdieron.
En el Perú, la embajadora USA, Rosa M. Likins se ha dado el lujo de confirmar el beneplácito de Washington. Con desparpajo sin límite, ha dado su visto bueno a la sucesora de Soberón asegurando que “la doctora Masías es una colaboradora bien conocida por nuestro gobierno, es una profesional de destacada trayectoria en el campo y tiene un compromiso muy profundo en el tema” ¿Algo más?
El segundo elemento tiene que ver con la lucha contra la corrupción. Objetivamente, han recuperado su libertad, o han liberalizado su régimen penitenciario trocando su lugar en Penales de minima seguridad con sus propios domicilios, muchos de los corruptos procesados como consecuencia de delitos de ese orden: Rómulo León Alegría, Ponce Feijóo y Tomasio; por ejemplo. Pero también otros -como Rondón o el propio Huamán Azcurra- vinculados a crímenes de Lesa Humanidad.
Y esto ha ocurrido en el marco de una odiosa campaña chantajista impulsada por diversos medios en manos de la Mafia y sus allegados, para los que la tarea fundamental es sacralizar a los Comandos Chavín de Huantar, que liberaron la residencia del embajador nipón capturada por el MRTA en diciembre de 1997 y denigrar hasta el extremo todo aquello que parezca progresista, avanzado o de izquierda, desde la alcaldesa de Lima Susana Villarán -a la que sueñan revocar- hasta Lori Berenson y Lautaro Mellado, dos extranjeros que cumplieron sus condenas en el Perú y pidieron permiso para pasar las fiestas de fin de año con sus familiares en sus países de origen. El sólo hecho que se hubiese accedido a tal pedido, fue considerado por el Maleátegui de turno y su ululante coro, como “colusión con el terrorismo”.
De por medio está, ciertamente, una clara lucha ideológica. La derecha busca afirmar lo que cree como el “pensamiento guía” de la sociedad peruana. Y no está dispuesta a permitir que nadie ponga en tela de juicio su verdad: son “héroes”, los que ella califica como tales. Y “extremistas” o “terroristas” todos aquellos que se atreven a disentir de su modelo de dominación. Para unos, todo; y para otros, la ley, como podría decirse parodiando a don Ramón Castilla.
Y el tercer elemento está signado por el sospechoso incremento de la inseguridad ciudadana. Y es que el accionar delictivo en el país, ha llegado a extremos inusitados.
Los organizadores del Rally Dakar -que hoy tiene como escenario las carreteras peruanas- vinieron en ruta desde Buenos Aires. Subieron fatigosamente las altas cumbres, atravesaron la Cordillera, llegaron a Santiago de Chile, viajaron por el desierto de Atacama, sufriendo las inclemencias del viento y de la lluvia; pero nada les pasó. Llegaron a la frontera del Perú y apenas ingresaron a nuestro territorio, fueron saqueados por una presunta banda delictiva que les robó muchas de sus pertenencias. ¿Podría graficarse mejor la inseguridad ciudadana en el Perú ante los ojos del mundo?. Aunque los ladrones -en un insólito arranque de honradez- devolvieron finalmente las 30 mochilas robadas con todos los objetos sustraídos, el golpe para el efecto publicitario fue demoledor: nadie tiene seguridad en el Perú. Ni en Lima, tampoco, porque los ciudadanos tienen que defenderse a balazos de los asaltos callejeros y argüir que lo hicieron “en defensa propia” para estar libres. Y es que en el Perú hay un Presidente “de izquierda” y en Lima una alcaldesa a la que “hay que revocar”. ¿Está clara la puntería?
Hace algunos días un puesto policial en la convulsa zona de Jaén fue atacada criminalmente. Los agresores, robaron municiones y armas, pero no contentos con ello, mataron al Jefe del puesto y a los dos subordinados que estaban con él. Además, a una joven mujer y a un niño. Los crímenes se consumaron con la mayor insanía. Y permitieron, por cierto que algunos medios vincularan la acción con el “terrorismo” y a la localidad -Bagua, Cajamarca- con la zona en la que hoy se cuestiona el proyecto minero de La Conga. Aunque finalmente quede claro que este crimen fue un acto atribuible a la delincuencia común, se dirá a grades voces que allí tampoco hay seguridad ciudadana. Por eso, hasta el proyecto Conga está en peligro.
Drogas, corrupción y seguridad ciudadana son las tres puntas de una misma banderilla. La que se quiere colocar sobre el lomo del Perú para desacreditar a sus gobernantes. Humala tiene la posibilidad de responder con acierto. Como lo ha dicho, el tema es corregir y avanzar. Para hacerlo, deberá, en primer lugar, confiar en el pueblo. Y en segundo -aunque también podría el primero- no confiar ni en los yanquis, ni en sus sirvientes. Son los agoreros del desastre.
Comentario