Hay que empezar a hablar en todos los espacios con un solo lenguaje, con una sola intención, con un propósito común compartido: Acabar la Guerra, para que no haya mas jóvenes y niños viviendo en medio del terror que alimentan los dueños del capital y de las vidas ajenas. La educación debe ocuparse del cuidado del alma, del cuidado de sí, del cuidado del otro y de que el diálogo busque explicaciones sobre sí mismo, tanto del modo actual de vida, como del que se ha llevado en el pasado; es decir, que sirva de base para tomar conciencia de lo que representa un ser humano, propósito profundamente útil sobre todo en el marco del interminable y cruel conflicto armado Colombiano, que compromete a tres generaciones, que han sido derrotadas militarmente. La primera generación bordea y supera los cincuenta años de edad, nació con el eco de triunfantes revoluciones, con mayo del 68, con los focos iniciales de la insurrección y con las consignas de amor y paz, que ondeaban en las banderas de los derechos civiles y políticos. La segunda generación transita entre las orillas de los veinte a los treinta años, nació con el ocaso de las dictaduras del Cono Sur, con los gritos ahogados por derechos económicos y sociales y en medio del esplendor del narcotráfico y las motosierras en manos de paramilitares, que empezaban a controlar el Estado. Y la tercera generación, la conforma la niñez que empieza a relevar a las otras dos en las filas de la guerra cambiando sus juguetes por fusiles o muriendo de hambre e indiferencia en las calles, nació en el régimen del odio y la seguridad Uribista, entre la manipulación mediática y la mezcla de lo legal con lo ilegal, entre la degradación de los derechos por el mercado y el reconocimiento de las diferencias. La guerra en Colombia en estos cincuenta años, se metió en el alma, en el cuerpo, en la mirada y en las sensaciones de las tres generaciones de Padres/Madres, Hijos/as, Nietos/as, que han vivido adentro de un conflicto cuya intensidad es intermitente, se incrementa unas veces y disminuye otras pero sigue ahí, vigilante, al acecho, implacable. Son tres generaciones derrotadas militarmente que guardan recuerdos de muerte, dolor y desolación, pero a las que también les sobra dignidad. Que repasan venganzas, miedos y frustraciones, pero que también saben reconocer a los agenciadores de la muerte. Tres generaciones que saben que el país perdió el norte de su condición humana. Hay quienes parecen acostumbrados a sobrevivir; hay quienes se acomodaron al asalto a los bienes públicos y la corrupción; otros son en cambio una poderosa minoría que derrota económica y políticamente al país y se alienta el ambiente de guerra. ¿Qué hubiera sido de las riquezas colectivas de cincuenta años sin guerra: petróleo, gas, esmeraldas, oro, carbón, la tierra cultivable, la industria nacional, los ferrocarriles, los puertos, las vías, los tributos? ¿Que hubiera sido de la democracia, con oposición política, con real participación popular, libre del terror del Estado? Son tres generaciones derrotadas militarmente, sometidas al temor y al miedo. Que han vivido desde hace cincuenta años, en el país mas violento del mundo o a veces el segundo. Con el implacable record inmoral, ilegal e ilegítimo del mayor numero de desterrados. Con cientos de miles de gentes humildes caídos en la guerra. Son tres generaciones que saben de la escalofriante practica de las desapariciones forzadas contra ellos mismos, sus hijos y sus nietos, -superiores a las ocurridas en Chile y Argentina en las dictaduras militares patrocinadas por Estados Unidos-. Son tres generaciones que miran avergonzadas ante el mundo el modo como el gobierno le presenta sus balances de Democracia y buen gobierno con crecientes estadísticas de muerte basadas en enemigos dados de baja –jóvenes, niños, campesinos, excluidos-, es decir en colombianos/as asesinados/as. Saben que es el país con mayor numero de militares en prisión por crímenes de guerra y mayor impunidad; y el que tiene el mayor numero de presos de conciencia en condiciones infrahumanas; que es el país donde matar es cosa de menor factura de simple deseo; que es el país con las guerrillas mas antiguas y experimentadas del mundo y; que es el país con los ejércitos paramilitares mas deshumanizados y perversos del planeta. Saben que es el único país del mundo que para sostener viva la guerra ha usado todas las técnicas impensables para producir barbarie y terror: masacres, asesinatos, genocidio político; descuartizamientos, hornos crematorios, motosierras, mutilaciones, torturas, cárceles de infamia, bombardeos indiscriminados, minas antipersonas, trampas, violaciones sexuales, cacerías humanas, caza-recompensas, mercenarios, manipulación mediática, operaciones sicológicas, perros de presa, extradición, ejecuciones extrajudiciales. Las tres generaciones saben de los miles y miles de lisiados, mutilados, locos y enfermos por la guerra que deambulan por un país a la deriva, fracturado, dividido, que gasta millones para provocar una muerte y centavos para garantizar una vida. Un país en el que el gobierno premia el espionaje, la mentira, la perfidia; pone de ejemplo a los traidores, a los astutos, a lo que engañan para provocar la muerte del número que completa la contabilidad de guerra; que acomoda cifras y usa en su provecho una retórica de derechos humanos, con desprecio y sin sentido como fórmula de legitimación de los mercados. Colombia sabe de la tragedia en que vive o en la que a veces apenas sobrevive, no ha tenido la oportunidad de vivir de otra manera, en un lugar sin guerra, con respeto por la vida, donde sus gobernantes sean los defensores de la vida y no los representantes de la muerte. Cincuenta años de guerra han impedido el cuidado de sí y del otro con amor propio. Pero ninguna guerra es eterna. Ya no cabe mas sangre, los ríos llevan cuerpos en sus entrañas, las selvas huelen a napalm, las calles están contaminadas de odio y de venganza. Este hastío hoy acerca las voces disidentes, une la esperanza de los derrotados en la contienda militar que nunca dieron. Las voces tienden a juntarse reclaman el fin de la guerra, para acabar la tiranía y la arrogancia del capital que todo lo controla y probar a vivir de otra manera. Tres generaciones viviendo la guerra son razones suficientes para abandonar el cálculo político, la pasión por la muerte y dejar renacer esperanzas por la vida. Por estos días las tres generaciones tienden a alinearse como los astros, para ir en contravía, para alzarse en movilizaciones y luchas sociales hasta acabar la guerra. Ir en contravía implica hablar de paz como lo vienen señalando diversas organizaciones sociales -Congreso de los Pueblos, Marcha Patriótica, Colombianos y Colombianas por la paz, sectores políticos, académicos, eclesiales, sindicales, victimas-. La paz es un derecho incluido en la Constitución colombiana de 1991, originado en la Asamblea Nacional Constituyente, donde el Constituyente fue el Pueblo, no el Congreso, ni el Gobierno. La Paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento. Un derecho del que es titular cada uno/a de los Colombianos/as y un deber cuyo principal responsable es el Estado. La paz no es un asunto privado del gobierno, no tiene dueños, ni autoridades supremas, no depende de la voluntad del soberano. A la sociedad le asiste legal y legítimamente el derecho para buscarla y alcanzarla. Al Estado por mandato constitucional y compromiso ético le corresponde elevar la vida al nivel de interés superior. Defender la vida por encima de las instituciones y del interés particular, suspender la fe en la causa de la guerra. A la sociedad le corresponde dar el paso adelante para evitar una cuarta generación alimentada con la sangre y las cicatrices de la barbarie. Desde adentro de las tres generaciones saldrán las movilizaciones por la vida, luchas civiles para derrotar a la guerra por la vía de la paz como derecho y la recuperación de la verdad sin dilaciones, como instrumento de diálogo. Hay que empezar a hablar en todos los espacios con un solo lenguaje, con una sola intención, con un propósito común compartido: Acabar la Guerra, para que no haya mas jóvenes y niños viviendo en medio del terror que alimentan los dueños del capital y de las vidas ajenas. Acabar la guerra y construir paz, requiere decir la verdad, ser sinceros con nosotros mismos y con los otros, en el hablar y en el hacer, jugar a no ganar, a no sacar provecho propio, a no pretender la inmortalidad, a mirarse a la cara. Tres generaciones de colombianos/as han sido derrotadas militarmente por la guerra, pero su dignidad alcanza para reclamar diálogos, para de una vez por todas dejar de morir todos los días, para impedir que los poderosos compren y vendan vidas humanas, y para regresar al sitio original a las palabras, los conceptos y los significados y llamar otra vez las cosas por su nombre. Las tres generaciones se aprestan a emprender una lucha en contravía con capacidad para acabar la guerra, y empezar a educarse en la paz, cuidando el alma, cuidando de sí y del otro, haciendo y diciendo la verdad hasta que la vida en Colombia sea realmente protegida y la paz una realidad. (*) Manuel Humberto Restrepo Domínguez es profesor de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Director de la Maestria en Derechos Humanos, y del Observatorio de Derechos Humanos.
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