Por: Rafael Bautista Segales
Bolivia, antes de Evo, durante su gobierno y aún después del golpe de estado, es un universo complejo para ser entendido sin haber vivido allí. Por eso recurrimos a Rafael Bautista, filósofo indígena boliviano, que hace un análisis profundo de la realidad política de su país. Les dejamos su palabra y pensamiento, que fue originalmente publicado como un panel que se llamó “Pensar el mundo desde Bolivia,” y que puede ser escuchado aquí. Por razones de espacio, transcribimos una edición de la ponencia.
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Lo que puedo decir acerca del proceso boliviano lo expuse en un trabajo del 2018 que se llamó ” Cómo se produce una revolución de colores”?. Ahí estoy mostrando lo que está pasando en el proceso boliviano y por qué iba a fracasar, por qué íbamos a tener una declinación del proceso boliviano. Lo que no sabíamos era qué tan profunda fue la horadación que se hizo al espíritu popular, para que no se replique la insurgencia popular de octubre del 2013.
Por lo general, y esto es una autocrítica que tenemos que hacernos como izquierda latinoamericana, el izquierdismo siempre jura y perjura de que basta una revuelta popular para escribir y afirmar que el socialismo está a la vuelta de la esquina. Sin embargo, han habido insurgencias populares que han terminado en gobiernos que nunca han estado a la altura de lo que el pueblo había producido como hecho revolucionario.
Esto siempre ha llevado a una especie de ortodoxia que Marx (después retoma eso Franz Hinkelammert) lo denomina: “el termidor de la revolución.” Es decir, una revolución empieza con una base profundamente democrática, pero esa base democrática—lo que Dussel llamaría “la potencia”, o sea el poder originario—tiene que determinarse, no puede quedar en la indeterminación. El problema es cuando se determina, es decir, cuando asume una fisonomía determinada, cuando ingresan los profesionales de la política, cuando se ingresa a la forma de gobierno, aparecen quienes horadan esa base democrática popular y empiezan a hacer encajar esa insurgencia dentro de cánones ya establecidos, teóricos, que supuestamente son los que afirman el tránsito inmediato al socialismo.
Y eso es lo que ha fracasado en el siglo XX. Eso es lo que ha pasado en Bolivia porque el sujeto plurinacional que hizo posible el estado plurinacional, lo indígena de este país, perfiló un horizonte que no podía ser reducido ni diluído en el horizonte socialista del siglo XX. Tenía que haberse trascendido ese horizonte, cuyas expectativas son las mismas del capitalismo: el desarrollo y el progreso como motores de una economía del crecimiento.
Eso es el capitalismo, es una economía del crecimiento. El socialismo cuando persigue los mismos indicadores del crecimiento como criterios únicos de evaluación económica, cae en replicar los mitos modernos del desarrollo y del progreso, y eso le conduce a no producir socialismo, sino a replicar la posibilidad de que el capitalismo se renueve.
Entonces el horizonte del sujeto plurinacional, estaba perfilando en el llamado Vivir Bien, un nuevo paradigma desde el cual se nos presentaba la necesidad de pensar un nuevo tipo de economía, desde nuevos criterios de evaluación económica —ya no el crecimiento del PIB, etc., sino otro tipo de indicadores que hagan posible la desestructuración de la lógica capitalista— y la actualización de criterios económicos que hicieran posible lo que aquí ya se estaba hablando como economía comunitaria.
Para producir una nueva economía hay dos cosas que la izquierda aquí en Bolivia tampoco somatizó. Primero, la economía capitalista necesita de un marco jurídico que lo haga posible y que lo legitime, y ese marco jurídico es el derecho liberal. Todos nuestros estados están encajonados en el marco liberal que hace imposible cualquier transformación de la economía, porque esa economía está sostenida sobre ese marco liberal que es pertinente única y exclusivamente para desarrollar una economía del capital, del mercado. Es decir, todo el marco jurídico liberal está pensado para amparar, proteger y desarrollar la lógica del capital.
Por eso Marx dice, no vemos las relaciones económicas sino a partir de su espejo, que son las relaciones jurídicas. Esas relaciones jurídicas la izquierda nunca las ha criticado, las ha mantenido. Por eso son gobierno, entran al gobierno, y como dejan incólume el marco liberal del estado, de derecho liberal, del estado-nación, entonces no hallan cómo transformar ese estado porque se someten ellos mismos a un marco que consideran natural. Es decir, hasta la izquierda considera el derecho liberal como derecho natural y el derecho liberal fue impuesto precisamente para desarrollar el capital.
Aquí no se hizo ningún cambio en el marco jurídico. Es más, los abogados, o como aquí decimos los estudiantes de derecho y los de derecho, son los más derechistas porque subjetivan muy bien el derecho moderno liberal, y son los que en la Asamblea Constituyente les decían a los mismos líderes indígenas que lo que ellos querían era imposible ¿Por qué? Porque era “ilegal”. Porque era “inconstitucional”.
Si estábamos cambiando la constitución, estábamos generando un nuevo marco constitucional, estábamos en un ámbito anterior al ámbito de la ley, estábamos en la base misma de la ley, que es el marco normativo constitucional, que es la carta de nacimiento de un nuevo estado. Ahí tenía que haberse pensado un nuevo marco jurídico. Ese marco jurídico aquí lo denominamos como el derecho comunitario, que ya no parte de las robinsonadas del derecho liberal, ya no parte del individuo en tanto individuo. Parte de la comunidad, parte de la Naturaleza como sujeto de derechos y que los derechos humanos se deducen de los derechos de la Madre Tierra. Eso no se hizo, por lo tanto, se pretendió hacer socialismo por el mismo marco jurídico normativo liberal que después de los 80 ahora es neoliberal, o sea es peor, el marco jurídico que ahora se lo denomina como el “lawfare”.
Entonces, con eso pretendieron hacer socialismo la izquierda del gobierno del MAS, y los resultados fueron el desencantamiento paulatino, no solamente de las bases indígenas, de sectores populares, hasta de sectores juveniles. Ustedes se acordarán el episodio del TIPNIS, cómo el gobierno que era el abanderado de la defensa de los derechos de la Madre Tierra, de pronto quería, bajo la lógica del desarrollo a toda costa, prácticamente partir un parque nacional—que además era un parque territorio indígena reconocido por el propio estado nacional—quería partirlo en dos para que se extienda la frontera agrícola. Y eso iba a ocasionar desequilibrios ecosistémicos en esa región, y de esa región dependen las lluvias, la producción de precipitaciones pluviales en los llanos de nuestro país.
En ese lugar hay petróleo pero va a salir más caro porque arriesgando ese ecosistema íbamos a comprometer el futuro de agua potable, de precipitaciones pluviales en los llanos de Bolivia, o sea en todo el sector de la Chiquitanía, de los llanos, de los pastizales, del pantanal, etc. Ahí empezó una suerte de desencantamiento.
La segunda cuestión: para producir una revolución se necesita producir al sujeto que impulse y desarrolle esa revolución, eso significaba la revolución democrático-cultural. El “proceso de cambio” suena demasiado vacío si es que no se introduce este elemento, porque estamos queriendo intentar acá revolucionar a la propia revolución. Es decir, ya no adoptar un concepto que universaliza de revolución, sino proponer un nuevo concepto de revolución desde nuestra propia realidad.
Eso significaba para nosotros que revolución era restaurar la forma de vida —actualizarla en estos tiempos, frente a todo lo que estamos padeciendo, como el cambio climático, etc.— desde el horizonte de vida que nos habían legado nuestros pueblos y nuestras culturas. Es decir, la sustancia profundamente comunitaria como horizonte de vida, como horizonte político. Entonces la revolución democrático cultural significaba una revolución cultural, es decir, una revolución dentro de los patrones culturales, una revolución que interpele definitiva y decididamente a esta clasificación social de un país colonial como Bolivia, que no es solamente una clasificación social —la que sostiene al oligarca en la cumbre de la pirámide y al pueblo llano en la base— sino es una clasificación racializada.
Por eso acá también se perdió de vista desde el ámbito gubernamental que el racismo no es una discriminación más. Aquí se abrió el Viceministerio de Descolonización como un apéndice del Ministerio de Cultura. El Ministerio de Cultura en nuestro país es un ministerio de tercera, ni siquiera es un ministerio de segunda. Pues imagínense dónde arrinconaron al Viceministerio de Descolonización.
Porque entendieron que el racismo es una discriminación como la discriminación a los gays, como la discriminación a la mujer, cuando no se dan cuenta los izquierdistas que detrás de la acumulación originaria que habla Marx en el Capital, el paso lógico de dinero al capital, había una previa acumulación, pre-originaria que es el sacrificio de 100 millones de indios y de afros en el Nuevo Mundo.
Eso ha producido una clasificación antropológica que es el mito fundacional del mundo moderno para hacer aparecer que lo blanco es sinónimo de humanidad y todo lo que no es blanco, es susceptible de barbarie. Por lo tanto, es lo que tiene que “desarrollarse,” lo que tiene que “superarse,” lo que tiene que dejar de ser lo que es, para aspirar a hacer lo que no es. Es el desprecio de uno mismo para admitir en uno mismo que la única posibilidad de hacer algo en este mundo es ser como el dominador. Es decir, el racismo en última instancia es una clasificación antropológica que ha biologizado las diferencias culturales, nos ha hecho parecer que las diferencias culturales no son culturales, son biológicas, son genéticas. Y la ciencia moderna está preñada de ese racismo congénito desde la biología con Darwin hasta las ciencias sociales con el Darwinismo social, etcétera.
Es decir, toda la ciencia moderna y la filosofía está plagada y preñada de los prejuicios modernos que han hecho del racismo su mito fundacional para legitimar única y exclusivamente el mundo moderno como el único posible, como el único deseable. Y a nuestros mundos de la vida los han hecho mostrar como si fuesen imposibles, como si fuesen algo del pasado.
Uno de los autores que son clave para entender la literatura argentina (como yo soy escritor, mucho me he vinculado a la literatura), Ezequiel Martínez Estrada, es uno de los más grandes escritores argentinos, amigo personal del Che Guevara, es más, el primer embajador de Argentina en la Cuba revolucionaria. En su libro Radiografía de la pampa, él mismo, siendo de izquierda revolucionaria, dice que el indio no tiene futuro, que del indio no se puede esperar nada. Dice en Radiografía de la pampa, el indio es pasado intransitivo, pretérito intransitivo, es decir, no tiene ninguna posibilidad de ser actualidad. Imagínense que Domingo Faustino Sarmiento piense eso, ya, le perdona porque es un facho de derecha, pero que Ezequiel Martínez Estrada piense eso, uno de los maestros de generaciones de escritores de izquierda, piense eso, eso nos muestra que la izquierda en Latinoamérica también es profundamente racista.
En el 2006 aquí se reunieron en la vicepresidencia líderes de pueblos indígenas de Latinoamérica y ellos dijeron: la izquierda Latinoamericana no tiene identidad. Eso fue lapidario. Pero hay quienes que poco a poco fueron desplazando al sujeto plurinacional de las decisiones estatales, con sujeto sustitutivo, que lo encarnó el vicepresidente García Linera. Mientras él andaba en su círculo académico por todos los países de Latinoamérica promoviendo el proceso de cambio boliviano, aquí en Bolivia, él estaba desplazando definitivamente al sujeto plurinacional, y él se pone como sujeto sustitutivo, raptando el poder de decisión.
Es decir, desde que acabó la Asamblea Constituyente, y en plena Asamblea Constituyente, este sector lo que acá se llama el círculo q´ara, el círculo blancoide que rodeaba al Evo, desplazó al sujeto plurinacional e impuso una agenda. Esa era una agenda que estaba raptando la revolución democrático-popular, como una nueva aventura socialista de la izquierda del siglo XX. O sea, ni siquiera una izquierda actualizada, en la panorámica de un mundo en transición civilizatoria. Esa izquierda seguía con los prejuicios del siglo XX del mundo bipolar, y ni siquiera habían transitado el mundo unipolar, peor al mundo tripolar que estamos viviendo ahora.
Por eso no tenían lectura geopolítica, no sabían qué era una revolución de colores, no sabían qué era un golpe blando, no sabían qué eran las guerras de quinta generación. Por eso tenían que haber transformado estructuralmente al ejército y a la policía, y no lo hicieron. Es más, los suboficiales del ejército le presentaron al compañero Evo un proyecto de descolonización de las fuerzas armadas, y el mismo presidente archivó esa propuesta. Creyeron que, coaptando el poder político a la manera del centralismo estalinista, podrían eventualmente comprar a quien y quienes quisieran, y de ese modo imponer su proyecto político, haciéndonos creer que era el único posible.
Entonces, poco a poco, los líderes indígenas fueron limpiados del gobierno y los únicos que empezaron a tomar las decisiones fueron los invitados de este sector blancoide, de una izquierda desactualizada y anacrónica, que creía que estaba viviendo el ‘52. O sea, lo que hizo este gobierno que, déjenme decirlo, es el mejor gobierno que ha tenido Bolivia en toda su historia, eso sin lugar a dudas, ha producido la mayor inversión pública en carreteras, escuelas, hospitales, en todo. Nadie va a poder decir que el compañero Evo entró a robar, eso es una leyenda urbana que se ha inventado la derecha para desprestigiar su imagen. El problema es que eso que hicieron, que no está mal, que está muy bien, era algo que se podía esperar de un gobierno nacionalista y revolucionario de 1952. Ahora, una izquierda actualizada tendría que haber producido una transformación estructural del estado, no simplemente hacer funcionar bien este estado liberal.
El mismo canciller Choquehuanca lo admitió, alguna vez nos dijo en una conferencia pública: lo que estamos haciendo nosotros, decía, estamos administrando muy bien el estado neoliberal, nada más. Cuando no se tiene perspectiva y no se tiene un horizonte clarificador, el político se remite a lo que hay, nada más, se convierte en reformista. Por quedarse en el poder empieza a pactar con grupos de poder. Y aquí hay que recordar a René Zavaleta Mercado, él decía: la oligarquía tiene un juramento de superioridad que nunca va a negociar, puede negociar cualquier cosa menos el juramento de superioridad sobre el indio. Jamás va a consentir que el indio se considere su igual.
Por eso han aguantado al Evo, por quedarse en el poder, por seguir haciendo lo que llamamos el obrismo, por seguir generando infraestructura, por seguir trabajando, por generar un estado soberano, etcétera. La cúpula empezó a pactar con los grupos de poder oligárquicos de acá y les empezó a mimar, incluso al ejército y a la policía, y miren cómo les han pagado.
Es decir, el pueblo salió en defensa del Evo, pero ese pueblo que salió en defensa del Evo, no fue el sujeto al cual el gobierno dio las mayores preferencias. Imagínense, aún el pueblo —que tampoco se vio reflejado en una transformación económica, favoreciendo a los sectores más marginados— ellos salieron en defensa del Evo y del gobierno del MAS. ¿Quiénes le hicieron el golpe de estado al Evo? Los sectores que él mismo mimó demasiado en toda su gestión.
Por eso yo a veces me ponía molesto cuando en Argentina los recibían toda la izquierda, la CLACSO, la FLACSO, todos los aplaudían. Básicamente les estaba diciendo, señoras y señores, nuestras ideas no están mal, están funcionando en Bolivia. Y fíjense lo que ha pasado por seguir insistiendo en los dogmas que la izquierda del siglo XX vio como fracasos históricos. Nuestro proceso que muchos llaman el más genuino de Latinoamérica en los últimos tiempos, se destruyó. Esto es motivo para que no solamente en Bolivia sino en Latinoamérica se repiense el asunto de cuál es el horizonte más genuino y verdadero que podrían proponerse, incluso los socialistas.
Entonces, el horizonte que se propusieron los del gobierno, es el mismo horizonte que la izquierda nunca criticó a lo largo del siglo XX, y que es el sostén cultural y civilizatorio del capitalismo, es decir, la modernidad. Por eso han fracasado y ahora vuelven a intentar y agarran el discurso indigenista solamente de modo demagógico, de modo declarativo, pero en el fondo no creen en eso.
Por eso el desencantamiento horadó la legitimidad del gobierno poco a poco. Mientras más el gobierno iba perdiendo el discurso, iba perdiendo el horizonte del Vivir Bien, de la descolonización, del estado plurinacional, su legitimidad iba decreciendo, paulatinamente la gente iba desencantándose. ¿Y a dónde iba esa legitimación? Al empoderamiento de la derecha.
Por eso, aquí se estaba preparando una revolución de colores y el gobierno no se daba cuenta. No se daba cuenta que cuanto más abandonaba el horizonte indígena popular, más le daba argumentos a la derecha para que el fascismo retorne a Bolivia. Estaban demasiado ensoberbecidos, creían demasiado en su infalibilidad y creyeron que comprando a los militares y a los policías tenían asegurado el poder, y miren lo que ha pasado. Cuanto más el gobierno perdía legitimidad, cedía esa legitimidad y la transfería, muy a su pesar, a la derecha que se estaba empoderando paulatinamente. El racismo congénito de una sociedad colonizada como la boliviana empezó a ebullir.
La clase media siempre ha sido la base del reclutamiento de la oligarquía, el fascismo es una ideología pensada para clases subalternizadas que ven como único horizonte de vida el ascenso social, a toda costa. En sociedades como la nuestra, ese ascenso social es racializado también: el blanqueamiento cultural es una opción de vida que lo asume el subalternizado. Como dice Frantz Fanon, tiene piel negra, pero ahora usa máscaras blancas.
Entonces, poco a poco, el gobierno del MAS mientras fue cediendo hasta discursivamente las potencias originarias del horizonte plurinacional, estaba cediendo y transfiriendo esa legitimidad a la derecha. De pronto mientras la derecha estaba empoderándose y estaba creciendo como democrática, el pueblo iba vaciándose de ese espíritu revolucionario y espíritu vocal, y en vez de que el gobierno de nuevo haga la unción democrática al pueblo, las últimas alocuciones del Evo y del Álvaro fueron profundamente y decepcionantemente tecnocráticas. Es decir, para ellos la política ya había dejado de existir y lo único que les viene en sus discursos era la aplicación de transferencias de tecnología para impulsar el desarrollo económico nacional, sin política. Por eso estaban apuntando básicamente a una implantación tecnológica importada que iba a costar mucho a Bolivia, pero que en el fondo era la suplantación definitiva, de cualquier desarrollo.
Por ejemplo en el agro, paulatinamente el gobierno fue poniendo financiamiento a opciones de industrialización del campo, pero no daba ningún tipo de créditos ni tampoco le interesaba ya promover la cultura campesina comunitaria familiar. Y porque hasta los propios dirigentes campesinos, empezaron a ver con buenos ojos la introducción de semillas transgénicas, porque impulsa el desarrollo en términos agroindustriales. ¿Y qué hay de la producción comunitaria campesina? ¿Qué de este marco tecnológico abandonado y nunca actualizado de experiencias que perviven pero en las peores condiciones?
Por ejemplo, los suka kollus que se llaman acá, son una forma de sembradío en el altiplano que genera una muy buena cantidad de humectación al medio ambiente, que hace posible producciones extraordinarias. Eso hay como experiencia y se realiza en la actualidad pero sin ningún patrocinio estatal.
Pero cuando se trataba de experiencias de tecnificar el agro, en los términos agroindustriales, eso sí el gobierno del Evo apostaba a eso, invertía. ¿En favor de quién iba a todo eso? De los sectores oligárquicos de la CAO, de la Corporación Agrícola del Oriente, que básicamente son los magnates que manejan la producción de soya a nivel nacional, y que está metida por componente accionario hasta Monsanto, por que son capitales brasileños que se mezclan con capitales bolivianos, y por detrás está Monsanto. Eso nos muestra cómo cuando desaparece esa cuestión que aquí denominamos lo sagrado de la política, el horizonte indígena popular, esa restauración de la forma de vida de nuestros ancestros, lo único que le queda al político es el mero cálculo crítico de la mantención del poder, y en eso degeneró el asunto acá en Bolivia.
En las dos últimas elecciones la gente estaba tan desencantada porque estaba viendo cómo se iba proponiendo al dedo a diputados, senadores, ministros, etcétera, que nunca habían peleado por estas cosas, nunca habían dado la cara por ellos. Es más, muchos de ellos estaban en contra del proceso y, sin embargo, aparecieron como diputados, como senadores, como ministros, viceministros, de la última gestión del compañero Evo. Mucha gente cuando vio la asonada fascista, de la clase media racista-urbana en este país, tampoco salió en defensa de algo que decía: está perdido esto.
El problema fue el pueblo llano, como decimos los de abajo, los que sí entendieron que en política la persona no es solamente la persona, sino lo que representa la persona. Ellos se veían a sí mismos reflejados en el Evo, por eso ellos fueron los que salieron después del golpe y se hicieron masacrar en Sacaba, en Potosí… Ellos fueron los que dieron el pecho. Y la clase media, la población urbana no salió porque uno, el desencantamiento; segundo, la inflamación de un fasicsmo travestido de formas democráticas cuando nada más era la escenografía autóctona de una revolución de colores, aquí le llaman la “revolución de las pititas”. Entonces previo a esto ya sabíamos que esto iba a acabar mal, los artículos que escribimos el año pasado, sobre, por ejemplo, “La solución por el desastre” ya hablamos que aquí la cosa iba a ser un baño de sangre demasiado costoso, y que ya no podía ser analizado desde una visión política solamente. Aquí estaba en juego otra cosa.
Rafael Bautista Segales escribió trece libros sobre filosofía, teoría política, epistemología, geopolítica, cuento y poesía. Dirige el programa televisivo “La Bitácora”. Sus análisis son publicados en Rebelión, ALAINET, Argenpress, Bolpress, etc.
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