Por: Juan Pablo Rivero Cortés
Los bolivianos fuimos a urnas este 18 de octubre con una premisa: recuperar la democracia, y con un temor: que la violencia se apodere de nuevo del país. Gracias a la conciencia del pueblo, la premisa se cumplió con creces y con una masiva e innegable voluntad que no dio pie a la violencia.
Este triunfo del pueblo, sin embargo, no debe hacernos olvidar que algo estuvo fraguándose en algunas esferas, en un intento desesperado por torcer –otra vez– ilegalmente, el curso de la historia. Hasta la medianoche el Tribunal Supremo Electoral, afín al gobierno de facto de Jeanine Áñez y su aliado Carlos Mesa, tuvo secuestrados los resultados a boca de urna y apenas dejó filtrar un avance ínfimo de los oficiales. Ya sabían, por muchas horas que la victoria de Luis Arce (MAS) era aplastante ¿cuál era su intención?, ¿qué posible salida estaban barajando?
A las 12:00, no pudieron resistir más la presión popular e internacional que no estaban dispuestas a esperar el tiempo que pidió el TSE (¡hasta dos días!) para dar los resultados oficiales. Poco antes, además, ya se habían filtrado las proyecciones a boca de urna que ya en la madrugada boliviana oficializaron algunas redes de televisión: 52,4 % para Arce, según la encuestadora Ciesmori y 53 %, para la Fundación Jubileo, en ambos casos con una ventaja de más de 20 puntos porcentuales sobre el segundo, Carlos Mesa de (CC).
Ya no había vuelta atrás. Bolivia volvió a confiar masivamente desde las urnas en el instrumento político de los movimientos sociales, que esta vez tiene la dura misión de retomar la Revolución Democrática y Cultural iniciada en 2006 por Evo Morales; recuperar la democracia duramente socavada en 11 meses de gobierno de facto; enfrentar la pandemia de la COVID-19 y, sobre todo, devolver al país a los sitiales de vanguardia en crecimiento económico y social, que tuvo en los últimos años.
Más de 13 años de logros y transformaciones que lograron una sociedad más justa y un Estado sólido y soberano están ahora en serio riesgo tras el último año en el que un gobierno ilegítimo y neoliberal deja a la nación al borde de la ruina económica debido a la incapacidad de las autoridades y numerosos escándalos de corrupción; en una profunda crisis sanitaria y social por la pésima gestión de pandemia; y con una sociedad debilitada por el irrespeto de las garantías básicas, la persecución y estigmatización política y racial, a la que colaboraron no pocos medios de comunicación hegemónicos y con intereses ultraconservadores.
Hoy los 11 millones de bolivianos necesitamos un gobierno de reconciliación, pero también de gestión para recuperar lo logrado hasta 2019 y seguir en la misma senda. La Revolución Democrática y Cultural viene en su versión 2.0. Evo Morales, su líder histórico, que siempre tendrá un lugar preponderante pasó la batuta a Luis Arce, el artífice del “milagro económico boliviano”, elogiado y estudiado en otros países. Junto a él, estará David Choquehuanca, dirigente indígena, reconocido por su larga y exitosa gestión de canciller y por haber reimpulsado la cosmovisión andina dentro y fuera de Bolivia.
Una de las canciones más lindas del masismo dice: “Katari la rebelión, Evo la revolución”. Ahora deberíamos aumentarle: “Lucho y David la reconstrucción”. Ambos mostraron ya su carácter conciliador en la campaña y en su primera declaración tras conocer los resultados, Lucho señaló: “recuperamos la democracia y la esperanza, (…), vamos a gobernar para todos los bolivianos y sin odios”. David también va por esa línea. En la campaña fue muy autocrítico con los errores del Proceso de Cambio en el pasado y prometió corregir estas fallas. “Trabajemos unidos y de corazón para reconstruir un nuevo país donde volvamos a mirarnos con respeto”, tuiteó el futuro vicepresidente.
Queda claro, no obstante, que no hay que confundir un periodo de reconciliación con uno de impunidad y desmemoria. En Bolivia se cometieron delitos y se violaron derechos humanos; los culpables deberán enfrentar a la justicia con todas las garantías. Por lo demás, el pueblo merece conocer la verdad de la crisis política de 2019: la contundente reafirmación de confianza al MAS, es una reafirmación, también, de que no hubo fraude en los comicios de aquel año, en los que Evo Morales ganó en primera vuelta y fue obligado a renunciar en el marco de un golpe de Estado cuyos vericuetos están aún por esclarecer.
No son pocos los retos para Lucho y David: crisis económica de proporciones, en primer plano; pero es más grande aún la oportunidad de reunificación de los bolivianos y surge más fuerte que nunca la esperanza… aquel sentimiento que voló por todo lo alto en los casi tres lustros de progresismo que vivió Bolivia: una siembra cuyos frutos volveremos a cosechar.
Juan Pablo Rivero Cortés, periodista digital especializado en redes sociales, fue parte del Equipo Presidencial de Redes Sociales del expresidente Evo Morales. Actualmente colabora con varios medios alternativos de Bolivia.
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