Por: Milena Annecchiarico
En los últimos años fue emergiendo una nueva conciencia acerca de las identidades argentinas: múltiples, multilocalizadas, politizadas, disputadas, subjetivas. Es el caso de los y las afrodescendientes. Históricamente invisibilizades por los cánones hegemónicos de nacionalidad centrados en el mito del “crisol de razas” y construidos sobre discursos y prácticas de negación y exclusión, les afrodescendientes hoy son sujetos de derecho reconocidos por las políticas públicas, actores sociales protagonistas no solamente de la historia, sino del presente y del porvenir de esta nación latinoamericana.
En 2010, ya hace 10 años, se celebraron los 200 años de la Revolución de Mayo de 1810. De manera significativa e inédita en unos festejos oficiales, se realizaron representaciones y escenificaciones de la época que ubicaron el protagonismo de la población esclavizada y libre afrodescendiente en las guerras de independencia, así como en la sociedad argentina de ayer y de hoy. Pero, sobre todo, estuvieron presentes agrupaciones afroargentinas reunidas bajo el lema “Argentina también es afro”: descendientes de la diáspora africana desde la época de la esclavitud hasta nuestros días, se hicieron presentes para reafirmar un histórico reclamo: visibilización, inclusión, no discriminación. No es todo. Ese mismo año, el censo de población incluyó por primera vez la variable de adscripción identitaria para la población afrodescendiente. Así, 150.000 personas indicaron esa pertenencia, la gran mayoría de nacionalidad argentina. Si bien 150.000 sea el número arrojado por el censo, la prueba piloto realizada unos años antes para testear la pregunta sobre afrodescendencia, había revelado cerca de 2.000.000 de afrodescendientes, un número que, según las organizaciones afro, es mucho más cercano al real. Pese a ello, el censo de 2010 representa seguramente un hito en la historia reciente de las movilizaciones afroargentinas y de las políticas públicas de reconocimiento iniciadas luego de los años 2000. Ese resultado, provisorio y limitado, permite desafiar y revertir los dos principales motivos, o falacias, sobre las que se basa la discriminación hacia esta población: su inexistencia (“no hay afroargentinos”) y su extranjerización (“los que se ven, son extranjeros”).
En el país, así como en la región latinoamericana, las coyunturas políticas de los Gobiernos progresistas de esos años posibilitaron la construcción de una agenda política de ampliación de derechos e inclusión para los sectores más desfavorecidos, especialmente la población afrodescendiente, viabilizando cambios de paradigmas más profundos. A partir de entonces, Argentina empieza a trabajar para el reconocimiento de su diversidad cultural a través de políticas públicas con enfoque étnico también para la población afrodescendiente. De manera significativa, con la Ley 26.852, sancionada el 24 de abril de 2013, se instituye el día 8 de noviembre como “Día Nacional de los Afroargentinos/as y de la cultura afro” en conmemoración a María Remedios del Valle, luchadora afroargentina de las guerras de independencia, nombrada Madre de la Patria por Manuel Belgrano.
A diez años de esa histórica marcha y de aquel primer revelamiento estadístico, me parece necesario preguntarnos a qué punto estamos en materia de ampliación de derechos y lucha antirracista, así como en la deconstrucción del imaginario hegemónico respecto de las identidades. A su vez, es importante dar cuenta de qué futuros se están construyendo o imaginando a partir del contexto actual de pandemia que pone de manifiesto el carácter urgente de pensar otras normalidades para el post – pandemia, especialmente en temas de desigualdades sociales y racismo. En este espacio de reflexión me encuentro trabajando.
Recientemente se realizó un encuentro virtual organizado por el INADI con la Embajadora de la República Argentina ante la Santa Sede en Vaticano, María Fernanda Silva, en diálogo con Victoria Donda, directora del INADI, y Federico Pita, activista y politólogo afroargentino. Maria Fernanda Silva, diplomática de carrera de larga trayectoria nombrada embajadora al comienzo de la pandemia, no solamente es la primera mujer que ocupa ese cargo en el Vaticano. Ella es la primera persona afrodescendiente argentina que forma parte del servicio diplomático en el exterior. En otras palabras, se trata de la primera mujer negra que representa la Argentina en el exterior. Voy a detenerme en algunos disparadores de aquella charla para articular estas breves reflexiones.
Primero, existe una cierta imagen de identidad nacional argentina “poco latinoamericana” y más bien “europea”. Para ser más precisos, esta idea emerge y se consolida en la ciudad de Buenos Aires, una ciudad puerto que al parecer siempre miró más hacia afuera que hacia adentro. Esta idea-imagen se basa en la elección de ciertos “antepasados dignos” y la exclusión de “otros” por parte de la hegemonía histórica nacional, que avala y reproduce incesantemente el “mito de origen”: las fuertes conexiones con los inmigrantes italianos, españoles y europeos en general, y la exclusión simbólica y física de los otrora indios, negros y gauchos.
Hace pocos días vi el primer capítulo de una nueva serie de Netflix sobre la comida callejera en Latinoamérica, que comienza recitando exactamente estas palabras, pronunciadas por una experta de comidas argentinas: “Buenos Aires, tan cerca de Europa y tan lejos de América Latina…”. Esta idea acerca de la especificidad porteña como ciudad blanca y europea, tan arraigada dentro y fuera del país, no es un dato de la historia, de la genética, ni de la cultura. Es una construcción ideológica que basa sus supuestos en una larga historia de exclusión, de violencias y de falacias.
En otras palabras, es el racismo estructural que permea los imaginarios sociales acerca de la argentinidad y las instituciones del Estado, como advierte María Fernanda Silva. Ahora bien, Maria Fernanda Silva es hija de la diáspora africana, es argentina. Así como negra y mujer es la Madre de la Patria Maria Remedios del Valle. La designación de María Fernanda Silva tiene seguramente una carga simbólica muy poderosa que, sumado a muchos grandes y pequeños cambios sociopolíticos, va hacia la dirección de deconstruir esa idea de argentinidad blanca.
Respecto del racismo estructural, las instituciones se prepararon históricamente para reproducir las asimetrías atravesada por factores étnicos, de género, de color de piel, de pertenencias identitarias específicas. Por ejemplo, para que personas blancas, especialmente hombres y de clase alta, tuvieran lugares de prestigio y de poder. Maria Fernanda Silva habla de su experiencia como diplomática. Dice que ella no verá otra persona afroargentina entrar en el servicio diplomático del exterior, porque no dan los tiempos propios de la carrera diplomática y hoy no hay otros afroargentinos o afroargentinas ingresando. Una situación similar la podemos fácilmente encontrar en prácticamente todos los ámbitos de la vida institucional del país, incluyendo a la academia. Y lo peor es que, las personas que trabajan en esas instituciones por lo general no lo piensan, no se lo plantean porque está pensado para que así sea. Por otro lado, el racismo estructural también hace que la población afrodescendiente, negra, morena, morocha, esté sobrerrepresentada en otros ámbitos: el de la desigualdad, el de las cárceles, el de los barrios humildes. Esta es una constante para toda Latinoamérica.
La pandemia que estamos viviendo, agrava las desigualdades sociales presentes en los países, las pone más aún más de manifiesto. El racismo no deja de operar con su poder de muerte, como es de público conocimiento. Por eso, la Embajadora también advierte que esta pandemia, esta circunstancia excepcional, no invisibilice las otras pandemias, que no son la excepción.
Frente a esta situación, la responsabilidad para su transformación es de todes, también del Estado. Pensar en el post-pandemia es una oportunidad para revertir esas normalidades de exclusión. Pero, el riesgo que los estados y las sociedades se vuelvan mas excluyentes, mas xenofóbicas, existe y está a la vista. Cerrando con las palabras de Maria Fernanda Silva en diálogo con el INADI, el principal desafío es que seamos capaces de construir una nueva normalidad centrada en la justicia social, en la garantía de derechos, reposicionando la identidad argentina en Latinoamérica.
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