Por: Jon E. Illescas/
Reseña de Cristianismo de Liberación. Perspectivas marxistas y ecosocialistas, de Michael Löwy/
En marzo de 1871, Karl Marx, por aquel entonces ocupado en defender La Comuna de París desde su posición de dirigente de la Internacional, tuvo tiempo de proseguir sus estudios históricos robándole tiempo a la noche, es decir, a su vida. Así, en una carta íntima dirigida a Engels, que no vio la luz hasta mucho después gracias al trabajo de Riazánov al frente del Instituto Marx-Engels de Moscú, tratando el tema del atraso del movimiento obrero en América Latina respecto al europeo, le escribió a su querido amigo:
La religión cristiana ha servido, y todavía sirve, de ideología justificadora de la dominación de los poderosos. El cristianismo ha sido en América Latina una religión funcional al sistema. Sus ritos, templos y obras han contribuido a canalizar la insatisfacción popular hacia un más allá totalmente desconectado del mundo presente, por lo cual el cristianismo ha frenado la protesta popular frente a un sistema injusto y opresor.
Bien, nada nuevo, dirán ustedes. No en vano, ya en 1844, en un artículo sobre la Filosofía del derecho de Hegel, Marx había escrito aquel lema que se quedó grabado para todos los comunistas como estribillo de una canción inmortal cuando aseguró que “La religión es el opio del pueblo”. Sin embargo, el problema radica en que pocos conocen el resto de la letra:
La miseria religiosa es, a la vez, la expresión de la miseria real y una protesta contra esa miseria. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, así como el espíritu de un mundo sin espíritu. [Ahora sí el estribillo] Es el opio del pueblo.
Interesante, no solo opio sino protesta. Sin embargo, algunos marxistas tienen todavía un problema mayor que enfrentar y es que la primera cita con la que abrí el texto sobre la religión como funcional a un sistema opresor y como freno para las protestas en Latinoamérica no es de Marx. ¿Disculpe? ¿Nos ha engañado desde el principio? ¡Mentiroso!, ¡trilero!, dirán ustedes. ¡Utilizando el nombre del gran Karl en vano! Disculpe el engaño, pero fue breve y por una buena causa. Verá, resulta que la cita es de… ¿Engels?, ¿Lenin? ¿Gramsci? ¿quizás del comunista peruano Mariátegui? No, ¡de los obispos! Repito: de los obispos católicos. En concreto, del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM).[1]
Pues bien, para entender esta frase y la complejidad de lo que con acierto Michael Löwy, el autor del libro que nos ocupa (marxista y ateo, por cierto), denomina el “cristianismo de liberación”, nada mejor que leer su nuevo volumen recientemente publicado en El Viejo Topo: Cristianismo de liberación. Perspectivas marxistas y ecosocialistas (2019). Esta obra expone de un modo riguroso los puntos de intersección y el diálogo que el cristianismo de izquierdas (principalmente católico pero también protestante) ha tenido con el marxismo y el socialismo a lo largo de la historia. Insignes nombres visitan sus páginas, desde Ernst Blochhasta Frei Betto, desde Walter Benjamin hasta Gustavo Gutiérrez, desde Mariátegui (ahora sí) hasta el MST brasileño, la Revolución sandinista o el Papa. ¿El Papa? ¡Por Dios y por los Santos! ¿Es que nos estamos volviendo locos?
Bueno, relájese y recuerde la primera cita querido camarada, el mundo es más complejo de lo que a primera vista pudiera parecer. La dialéctica marxista no es maniquea sino dialógica. Necesitamos estudiar la realidad para poder cambiarla y no basta con decir “la religión es el opio del pueblo” porque ni siquiera Marx, ateo militante, dijo tal cosa. Tampoco Engels, Kautsky ni Rosa Luxemburg, también ateos, afirmaron tal gilipollez, si me permite la malsonante pero tan cotidiana palabra. Ellos establecieron conexiones entre los primeros cristianos y el movimiento comunista moderno. ¿Y qué decir de Gramsci que estudió la fortaleza de la Iglesia a través de los diferentes modos de producción para inspirarse en la reforma moral e intelectual que el movimiento comunista debería enarbolar para construir una nueva hegemonía?
Afirmar que la religión es el opio del pueblo, así a lo bestia, o que los religiosos son poco menos que menores mentales de edad, es autorretratarse como un zoquete encantado de conocerse tras haber leído en oblicuo y no haber entendido nada (con esa perspectiva rara vez se entiende). Lanzar a los cuatro vientos tales aseveraciones es delatar que ese alguien es un comunista muy poco instruido. Justo lo contrario a lo que debe aspirar un buen comunista, por muy ateo y materialista que sea. Este libro de Löwy es un buen principio para que los marxistas nos alfabeticemos en el indudable potencial que tienen algunas formas de religión para cambiar el mundo y no solo para frenarlo (algo por todos conocido, desde iletrados adolescentes con acné enganchados al Fornite hasta los propios obispos católicos).En este libro, su reconocido autor se apoya en el cristianismo de liberación y en el fructífero papel que han tenido en los procesos revolucionarios en diversos países latinoamericanos y en el movimiento obrero europeo. Por esta razón, el PCE y el PCI tuvieron desde los años cincuenta del pasado siglo una acertada política hacia el mundo cristiano de izquierdas. Lo que les hizo difundir el programa comunista, la crítica marxista al capitalismo y el materialismo histórico entre importantes e infrecuentados sectores donde su mensaje podía caer en tierra fértil y florecer.
El libro del intelectual franco-brasileño está organizado en cinco partes. En la primera, el autor analiza las relaciones entre religión, economía y política. En la segunda, la temática continúa con las aportaciones específicas de autores como Ernst Bloch, José Carlos Mariátegui y Walter Benjamin. En la tercera y cuarta (realmente inspiradora y vibrante por los acontecimientos históricos de liberación que describe), se centra en la experiencia latinoamericana de diálogo entre el cristianismo de liberación y las organizaciones revolucionarias de izquierda en la región. La última parte de la obra es un compendio de trabajos sobre el diálogo entre cristianismo de liberación y ecosocialismo. En este sentido, sus páginas se despiden con una interesantísima entrevista a Löwy realizada por Rafael Díaz-Salazar, referente gramsciano internacional y experto en sociología de las religiones que, con sus preguntas y las respuestas del marxista francés, ponen el broche ilustrado a un libro necesario para la izquierda.
No cometamos el error de reclamar la autoría de la rueda cuando hay tanto producido y reflexionado antes que nosotros. Los marxistas no podemos ser ni pequeñoburgueses intolerantes y dogmáticos con el hecho religioso (habría que recordar lo que predicaba entre sus camaradas Ho Chi Minh respecto a ser respetuosos con las creencias de los campesinos o lo que afirmaba Lenin respecto a incluir a los creyentes en el partido) ni anarquistas de adoquines que afirmen que “no hay mejor Iglesia que la que arde”.
Al contrario, los comunistas utilizamos el fuego interior que arde con el material inflamable de las injusticias de la sociedad de clases actual para construir un mañana mejor desde lo mejor del pasado y el presente, aprendiendo a diferenciar la paja de la aguja. Porque la aguja, pese a su tamaño, puede cortar y cortarnos. Como afirmó un tal Jesús de Nazaret: antes entra por su cabeza un camello que un rico al Reino de los Cielos. No seamos menos que esos sufridos jorobados. Nuestro reino y cielo se llaman socialismo y se construye en este mundo. El camino será largo, sufrido y tendremos que atravesar más de un desierto. Así que más vale que estemos acompañados de todos los que queramos recorrerlo con lucidez, pasión, entrega y compañerismo.
Todos podremos aprender como camaradas, compañeros, hermanos. ¿Acaso no deberían ser sinónimas esas hermosas palabras? ¿O la lengua de los revolucionarios será tan parca, obtusa y empobrecida?¿No debemos ser lo mejor del pasado fortalecidos y propulsados como un cohete hacia a un mañana luminoso a partir de los pretendidos desechos del presente? No en vano, todos los citados (camaradas, compañeros, hermanos) han decidido asistir a una fiesta que tiene una puerta de entrada bien estrecha. No la hagamos más o moriremos aplastados. Desde el camarada ateo marxista-leninista hasta el creyente que también lucha por el socialismo o el cura de izquierdas del barrio, todos podemos unir fuerzas. Löwy nos da muchas razones para ensanchar la puerta de la esperanza simplemente analizando las experiencias revolucionarias donde marxismo y cristianismo se han dado la mano. Confrontémoslas, abramos la mente y los corazones. Aprendamos de ellas. Dejemos que sean otros los nuevos inquisidores.
Jon E. Illescas es doctor en Sociología y autor del libro Educación tóxica. El imperio de las pantallas y la música dominante en niños y adolescentes (El Viejo Topo, 2019) además de director y presentador del programa Tu YouTuber Marxista .Artículo finalizado el 19 de noviembre de 2020.
Nota:
[1] Löwy, 2019, pp. 200/201.
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