Por: Jhonny Peralta Espinoza
Hoy la derecha en nuestra región expresa un desprecio por lo democrático y recurre a los golpes de Estado parlamentarios (Honduras, Paraguay, Brasil), o los golpes militares (Venezuela, Bolivia).
Todo porque desde una visión autoritaria y neoliberal ya no soporta que una parte del excedente económico se invierta en política social; pero también son los pueblos que manifiestan una fatiga ante la ineficacia de una forma de gobierno cada vez más cuestionada, mediante manifestaciones masivas que son reprimidas con la violencia estatal, manifestaciones que buscan la resolución a la crisis de representación y las injusticias sociales; este desaliento del pueblo y aquel desprecio de las oligarquías por las vías democráticas tienen también como causa el agotamiento de la política y de su capacidad de acción y solución a los problemas que la derecha y los pueblos afrontan de diferente manera.
Después de un año de lucha contra la dictadura y la reconquista de la democracia, debemos tomar consciencia que la democracia no es una conquista, sino un frente de batalla, y que en su fragilidad si no se renueva puede morir, como ocurrió en noviembre del 2019 cuando la derecha aplastó la democracia sin un mínimo de resistencia popular. De lo que estamos hablando, es que debe merecer la pena luchar por la democracia porque permite una vida en común, la misma que debe materializarse en una salud y educación de calidad; más derechos políticos, económicos, sociales y culturales; políticas que benefician a las mujeres y jóvenes; y, continuar con la lucha contra la desigualdad.
Entonces, si no luchamos por estas y otras reivindicaciones, quebramos esa sensación de pertenecer al proyecto compartido con riesgos de que la democracia agonice; por el contrario, si hacemos de la democracia un frente de batalla, en las actuales circunstancias no es suficiente tener un gobierno basado en una fuerte presencia popular, porque el singular entusiasmo que hemos vivido después de la victoria electoral, puede durar hasta las subnacionales, poco a poco se diluya en una inercia. Por tanto, los movimientos sociales están obligados a hacer más política y lograr progresivamente que las reivindicaciones políticas, sociales, económicas y culturales no tengan solamente una solución técnica, por parte de una élite de profesionales, sino que los movimientos sociales desde la organización y participación tengan en sus manos la construcción de su destino, a partir de la lucha política, que no es una lucha más entre otras, sino que se expresa en la lucha de contrarios, de antagonistas, de clases como tal y como lo está planteando la derecha oligárquica desde el 10 de noviembre del 2019.
La designación del gabinete, con rostros nuevos, es una buena señal siempre que el conocimiento que cargan sobre sus hombros producto de la derrota de noviembre, les sirva como responsabilidad para no cometer los errores que se dieron en el pasado. Hay que tomar en cuenta que la derecha “aprovechara” el eslabón más débil de la cadena, que en esta coyuntura mediata es la crisis en sus varias facetas para impulsar la política del desgate y derribo; por tanto, el gobierno del MAS tendrá un doble reto: la crisis con sus diversos rostros y sus soluciones, y las acciones para contrarrestar las conspiraciones de la derecha.
En medio de esta coyuntura, si el MAS quiere producir algo que realmente marque diferencias en política, ya no es suficiente con tener un gobierno basado directamente en una fuerte presencia de los movimiento sociales, es decir si queremos afirmar que el poder reside en los movimientos sociales, ese poder no puede reducirse a una expresión electoralista. El proceso de cambio de ahora en adelante será un producto circunstancial de un conjunto de relaciones que se dan en el contexto de una cultura, de una sociedad, de un momento histórico concreto; y, en ese contexto marcado por las crisis y las conspiraciones el proceso de cambio tendrá experiencias, producto de sus decisiones políticas, y serán esas experiencias las que determinarán cómo se construirá el proceso de cambio.
En síntesis, el proceso de cambio está obligado a tener y construir una existencia diferente con la anterior gestión, sencillamente porque debe confrontarse con esos retos: solucionar las crisis y desarticular las conspiraciones de la derecha; y para cumplir eficazmente con estos retos será necesario que la victorias electorales democráticas se transformen en acciones políticas que tienen que ver con la construcción del poder popular indígena (racialización del Estado, control social de los movimientos sociales de la gestión estatal, autonomías indígenas, construcción de la primera generación de cuadros políticos) y con la reconducción y profundización del proceso de cambio, dos aspectos que provocarán que el proceso de cambio renueve su sentido. Solo así, de esa fusión entre poder popular indígena y reconducción y profundización del proceso de cambio, el MAS podrá crear un movimiento político que será la suma de prácticas políticas, discursos ideológicos, acciones culturales, elementos simbólicos, etc., que abrirían las puertas a una definitiva liberación de nuestros pueblos.
Jhonny Peralta Espinoza, exmilitante Fuerzas Armadas de Liberación Zárate Willka
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