Por Pablo Stefanoni
La victoria del Movimiento al Socialismo (MAS) con más de 55% de los votos habilitó una serie de interpretaciones sobre lo que realmente ocurrió en Bolivia desde la caída de Evo Morales en noviembre de 2019. ¿Qué pasó entonces? ¿Qué explica el fracaso del «gobierno de transición» y, más en general, anti-MAS? ¿Por qué Luis Arce pudo ganar con un porcentaje tan alto?
Las elecciones bolivianas del 18 de octubre provocaron un vuelco político: después de su caída en 2019, el Movimiento al Socialismo (MAS) se impuso de manera plebiscitaria con 55,11% de los votos y 26 puntos de diferencia sobre el segundo, el ex-presidente Carlos Mesa. Los resultados alimentaron diversos análisis sobre lo ocurrido, en medio de la sorpresa general por la magnitud de la victoria de Luis Arce Catacora. Luego del abandono del poder en desbandada, que incluyó el exilio del presidente Evo Morales, del vicepresidente Álvaro García Linera y de varios ministros –otros se refugiaron en la embajada mexicana en La Paz–, el MAS comenzó un proceso de recomposición desde las bases y desde su propia bancada parlamentaria, que siguió controlando dos tercios del Congreso y mostró incluso una autonomía relativa frente a Morales, refugiado en Argentina. En paralelo, el gobierno de Jeanine Áñez mostraba sus dificultades para gobernar, en medio del «cisne negro» de la pandemia de covid-19. Finalmente, el «voto oculto» en favor del MAS se impuso sobre el «voto útil» favorable a Mesa y provocó un giro de 180 grados en la política boliviana.
En esta entrevista, el periodista y analista político Pablo Ortiz, encargado de reportajes especiales en el diario El Deber de Santa Cruz de la Sierra, analiza los resultados y la nueva coyuntura, tanto a escala nacional como cruceña.
Para comenzar, la pregunta ineludible es cómo se explican los resultados del 18 de octubre y, sobre todo, el margen de triunfo del MAS.
Lo primero que salta a la vista es que la propuesta de gobierno y de Estado del MAS no estaba tan agotada como muchos creían. Probablemente lo que estaba agotado era el largo liderazgo de Evo Morales y su intención de quedarse en el poder más allá de lo que diga la Constitución. Es probable que los bolivianos hayan desarrollado durante todo este tiempo un apoyo a la institucionalidad y a las leyes más fuerte del que podía preverse, y esto sobrepasa incluso la probable popularidad que conserva Morales. La búsqueda de un mayor respeto a las reglas del juego democrático parece haber influido en la votación y en lo que pasó en 2019. En una de esas, la gente estaba más cansada de la imagen de Morales que de su gobierno, o de su proyecto estatal. Es probable que la diferencia de unos ocho puntos en favor de Arce respecto de Morales en 2019 se explique en gran medida por votantes del MAS que el año pasado decidieron votar por el candidato de origen coreano Chi Hyun Chung, quien atrajo mucho voto evangélico en los nichos de votación del MAS y obtuvo casi 9%. Pero la cuestión de todos modos es algo más compleja: si miramos la votación del MAS en 2020, se ve que creció en todo el occidente del país respecto de 2019, incluso en municipios donde le fue relativamente mal a Arce en relación con el cómputo nacional, como Potosí o la ciudad de La Paz. Incluso en el municipio de Santa Cruz de la Sierra, donde el MAS prácticamente fue expulsado del área urbana y perdió las circunscripciones uninominales que antes ganaba, hay una mejora en la votación respecto de 2019. Esto significa que gente que dejó de votar al MAS el año pasado volvió a elegirlo en cierta proporción, y eso le dio mayor legitimidad y mayor fuerza a Luis Arce Catacora, incluso en relación con el personaje de Evo Morales. La pregunta es si eso será suficiente para blindarlo respecto de la porción enorme de poder que aún conserva el ex-presidente, quien demostró que no está jubilado y que aún conserva mucha popularidad a su regreso de Argentina. Veremos qué tipo de poder construye a su vez Arce y qué posibilidades tiene de aguantar los empujones de un caudillo –porque Evo Morales es un caudillo– que no se quedará quieto.
Algunos explican también parte de este repunte a partir de la figura de David Choquehuanca como referente de origen aymara que cuenta con cierta base en el Altiplano. El nuevo vicepresidente jugó un papel casi silencioso durante toda la campaña, pero con intervenciones puntuales que me parece que fueron claves para definir el voto de algunos indecisos, sobre todo el intento de diferenciar el nuevo gobierno del de Morales, de aceptar los errores de las pasadas gestiones y prometer un recambio incluso generacional. Y a eso se sumó algo que hizo Arce en los actos de cierre de campaña: prometer que solo se quedará en el poder los cinco años de su mandato. Después de un gobierno que duró 14 años y a la vista de la crisis política del año pasado, esto no es un detalle menor.
Pero para entender los resultados hay que ver también qué pasó con la oposición. No es que la oposición lo haya perdido todo. Más bien, si comparamos esta elección con las de 2009 y 2014, el bloque anti-MAS logró un hito: evitar los dos tercios del MAS en el Congreso para obligarlo a negociar ciertas cosas, como nombramientos judiciales, el defensor del pueblo, etc. También la oposición tendrá una fuerza regional bastante grande, dada su concentración del voto en el oriente boliviano, en lo que se conocía como la «media luna»,[1] quizás hoy una media luna menguante. Eso dibuja la polarización que tendrá que enfrentar el nuevo gobierno. El MAS ya no podrá ser hegemónico como en el pasado reciente.
El problema es que la expectativa del gobierno de Jeanine Áñez era, esta vez, que sin el aparato del Estado el MAS estaba condenado a salir de la escena, y leyó mal lo que representaba en términos de bloque étnico-social.
No creo que haya sido una mala lectura solo del gobierno de transición, fue también una muy mala lectura de todo el bloque anti-MAS. Durante las movilizaciones de 2019 la gente comenzó a convencerse a sí misma de que los masistas eran pocos y de que fuera del gobierno ya no tendrían la menor fuerza, y se siguió pensando eso. El problema era que no había ningún dato empírico para sostener esa apuesta. De hecho, ya en medio de la pandemia, diferentes sectores sociales –cercanos al MAS– pararon el país contra la decisión de postergar las elecciones y el gobierno no tenía la fuerza coercitiva ni siquiera para llevar oxígeno desde el oriente al occidente; no obstante, seguían con el discurso de que los movilizados eran unos pocos miles y de que 70% de los bolivianos condenaba al MAS.
Para mí, la postergación de las elecciones fue una medida muy razonable, en medio de la pandemia de coronavirus; estaba muy bien que el Tribunal Supremo Electoral tomara en sus manos su condición de poder del Estado y cambiara la fecha. Lo que no estuvo bien fue no consultar a los poderes fácticos: ahí había un poder institucional controlado por el gobierno de Áñez, un poder remanente y debilitado encarnado en la Asamblea Legislativa Plurinacional, en manos del MAS, y unas fuerzas sociales que reclamaban su espacio de poder, como los campesinos, sectores de la ciudad de El Alto, la Central Obrera Boliviana, en definitiva, sectores populares con fuerza de movilización. El gobierno de Áñez vio diluirse su capacidad de gestión durante la pandemia, e incluso su capacidad discursiva se vio duramente mellada. Existía la sensación de un desgobierno absoluto. Los sectores movilizados tenían la sospecha de que lo que quería el gobierno era que no hubiera elecciones, ya que estas podrían habilitar el regreso del MAS al poder, como finalmente ocurrió. Otra vez, como sucedió muchas veces en Bolivia, los poderes fácticos entraron en colisión con los poderes constituidos. Pero, sobre todo en espacios urbanos y en las redes sociales, se seguía insistiendo, y muchos en efecto lo creían, que los masistas eran poquitos y que ganarles era posible incluso casi sin hacer campaña.
Eso parece haber afectado a Mesa y a Comunidad Ciudadana…
Si uno mira la campaña de Carlos Mesa, esta se basó casi únicamente en decir «vótenme a mí, yo soy el único que puede ganarle al MAS». Algo parecido pasó en 2005 cuando Jorge «Tuto» Quiroga buscó transformar la primera vuelta en una especie de balotaje (una figura que no existía aún en la Constitución). El problema fue que, en efecto, eso fue lo que ocurrió, pero el que ganó de manera plebiscitaria fue Evo Morales, con casi 54% de los votos. Lo mismo ocurrió esta vez. Se trató de forzar la polarización, pero sin tomar en cuenta que esta siempre favoreció al MAS. Además, Arce Catacora fue el único candidato que puso la crisis económica en el centro de su discurso, aprovechando su experiencia de 12 años al frente del Ministerio de Economía. La marca de la campaña de Arce –a diferencia de Comunidad Ciudadana y Creemos– fue la crisis y el discurso de «nosotros como los únicos que podemos sacar a Bolivia de la crisis». Es interesante, como indicio de lo que podría suceder, que cuando se le preguntaba a la gente en las encuestas cuál de los candidatos podía resolver mejor la crisis económica, Arce encabezaba las respuestas con mucha ventaja respecto de Mesa y Luis Fernando Camacho. El segundo era «Tuto» Quiroga, que también tenía un discurso anticrisis, desde la derecha, pero sin estructura política –de hecho, terminó por declinar su candidatura–. Los propios políticos hicieron desaparecer la pandemia de la agenda pública, y lo que aparecía como preocupación número uno del electorado era la crisis económica. Y en ese terreno Arce tenía el discurso adecuado para ganar las elecciones.
En segundo lugar, la buena estrategia de Camacho le impidió seguir el destino de Oscar Ortiz –el candidato cruceño en 2019–, cuyo caudal electoral terminó casi pulverizado por el voto útil en favor de Mesa, que lo dejó por debajo del 5%. Camacho también cayó hasta el 6%, pero luego, con el cambio de fecha y una campaña muy corta que lo benefició, pudo recomponerse. Ya no se hablaba solo de Arce y Mesa sino también de Camacho; de hecho, con un show bastante pirotécnico, el dirigente cruceño logró ser parte de la elección. Es cierto que quedó en 14%, pero logró un voto territorial muy importante en Santa Cruz (45%) y tiene la posibilidad de ser la cabeza de la oposición gracias a su capacidad de movilización. No sabemos si Mesa puede convocar gente; Camacho, sí. Y además, puede ir acumulando poder con las próximas elecciones subnacionales, en las que podría ser candidato a gobernador o alcalde de Santa Cruz. No hay que olvidar que la Alcaldía de Santa Cruz de la Sierra tiene uno de los mayores presupuestos de Bolivia.
Camacho surge como presidente del Comité Cívico de Santa Cruz [2] y asume un papel nacional en la crisis y las protestas de 2019. En un momento apareció como un outsider también en el liderazgo cruceño, frente a la dirigencia más tradicional, con un discurso conservador, y luego de manera bastante oportunista pareció abrazar la Biblia y la religión. ¿Cómo sintetizaría su perfil?
Yo creo que su primera característica es, en efecto, la del outsider: él encarna la disrupción de lo establecido. Así empezó en el Comité Cívico como vicepresidente; era el que tomaba la voz de los jóvenes más radicalizados, a punto tal de entrar pateando la puerta y obligar a convocar a un paro cívico contra Evo Morales que los líderes del Comité de ese momento no querían impulsar. Hay que recordar que los gremios empresariales cruceños se entendieron muy bien con Morales, sobre todo después de 2010. Camacho volvió a posicionar al Comité como la principal cabeza de la oposición regional contra el gobierno del MAS. Desde ahí llegó a ocupar su presidencia y fue midiendo cada paso hasta que encontró su momento y lideró las protestas de los 21 días contra la reelección de Morales, terminando con el desfile triunfal en La Paz, desde una camioneta policial, tras la renuncia del presidente, con vítores sobre todo en la zona sur paceña. Mientras la consigna fue deshacerse de Morales, Camacho fue un líder apto en el nivel nacional. El discurso religioso se fue metiendo de manera más o menos espontánea: en el masivo cabildo del 4 de octubre de 2019, un pastor evangélico subió al palco a hacer una plegaria y la gente lo siguió. A partir de eso, la Biblia y los rezos se trasformaron en la identidad de combate de Camacho, y se mantienen hasta ahora. Y así fue construyendo una amalgama entre el outsider y el conservador en clave religiosa en línea con otros fenómenos en la región. Pero eso se acaba, uno no puede ser outsider toda la vida. Camacho ya es parte del sistema político: tendrá parlamentarios y va a participar en las próximas elecciones regionales. Veremos qué es lo que pasa y cuál va a ser su desarrollo tanto programático como partidario. Camacho creció al galope del discurso populista antiestablishment por un lado, y por el otro, con una retórica que enfatiza que él es el «verdadero representante» de Santa Cruz, que va a llevar el «modelo cruceño»[3] al espacio nacional. Pero ahora va a tener que ponerle contenido a ese discurso de «yo soy Santa Cruz» y tendrá que romper prejuicios del resto del país hacia los cruceños, tanto políticos como identitarios. No hay que olvidar que hasta el momento no ha surgido el por muchos ansiado «postmasismo». En su favor tiene un cuaderno en blanco para llenarlo de contenido durante cinco años y la posibilidad de construir poder regional. Su riesgo es no encontrar un modelo alternativo al del MAS que convenza al país.
Es interesante que Camacho haya buscado en las elecciones repetir su alianza con Marco Pumari, ex-presidente del Comité Cívico Potosinista, que en noviembre del año pasado le permitió construir puentes entre Santa Cruz y la Bolivia andina. Sin embargo, lo que funcionó para masificar las movilizaciones fue un fracaso en el plano electoral: menos de 1% en La Paz y menos de 3% en Potosí, pese a tener a Pumari como candidato a vice.
Efectivamente, eso funcionó en noviembre, pero al momento de votar los habitantes del occidente boliviano no lo harían por un cruceño. Hay aún mucha resistencia a la posibilidad de que un cruceño vuelva a dirigir el Estado. No olvidemos que en los 200 años de historia de Bolivia solo hubo tres presidentes cruceños[4] y, en general, no fueron elegidos en las urnas, salvo en el segundo mandato del general Hugo Banzer, pese al creciente peso económico y demográfico de Santa Cruz.
¿Cree que Camacho podría apostar a un conflicto de tipo «catalán», que tensione el estatus de Santa Cruz en Bolivia?
No lo creo, por dos motivos. La única vez que un discurso que proponía revisar la relación de la región con la nación boliviana se refrendó en elecciones fue en 2006, con el grupo Nación Camba, y no logró ni un solo representante; su votación fue absolutamente marginal. Eso habla del poco arraigo popular que tendría una idea de separarse del país. No es algo que de frente dé resultados. No sé por detrás, pero en el plano electoral el asunto aún es vergonzante. Por otro lado, durante todo el gobierno del MAS, justamente por ese mote de separatismo y regionalismo esgrimido contra la oposición cruceña, se terminó creando un vínculo mayor con lo nacional. Si miramos por ejemplo las movilizaciones, se ven muchas más banderas bolivianas que antes, no solamente cruceñas, o se canta el himno nacional. Es decir, se trata de demostrar que los cruceños somos parte del país; sigue habiendo gente con actitudes racistas y que no se considera parte de Bolivia, sin duda, pero son sectores muy minoritarios.
No sé si la polarización va a exacerbar este tipo de cosas, pero no parece tener masa crítica de momento. Tampoco las protestas que sucedieron después de las elecciones y que denuncian «fraude» son tan masivas como las del año pasado, ni tienen la misma energía. No hay una idea generalizada de que haya habido fraude y no hay una disposición institucional para denunciar alteraciones en la votación. La cuestión es que en Santa Cruz está también en disputa el poder local. Por primera vez veremos una situación en la que tendremos tres partidos (Demócratas, Creemos y Santa Cruz Somos Todos) luchando por la «ideología cruceñista», esta ideología regionalista y muy identitaria que ha dominado la región durante las últimas dos décadas. En anteriores elecciones, había una especie de loteamiento del voto cruceñista en el que unos se ocupaban de la gobernación, los otros de la Alcaldía de Santa Cruz, y no competían entre sí. Existían alianzas no escritas dentro de la competencia política regional. Pero hoy esos tres nichos se van a enfrentar por el poder local con el MAS, llamémoslo así, como un observador oportunista. El MAS podría aprovecharse de estas divisiones. No olvidemos que en casi todas las elecciones este partido estuvo encima de 30% de los votos en la región; en la última llegó a 36%.
Volviendo al MAS, podemos observar cierta mística que había perdido en 2019 cuando la campaña fue demasiado gris y burocrática, basada en el uso de la infraestructura estatal. ¿Cuánto pesó eso en los resultados?
La del año pasado fue una campaña de derroche. Llegaba Evo Morales con su avión, pero también con un montón de ómnibus con gente, etc. Las tarimas ya eran casi para espectáculos públicos. Era un MAS «aburguesado», podríamos decir, con unas alianzas que entraban en tensión con los orígenes de esa fuerza, incluso en sus candidaturas. Alguna vez el vicepresidente Álvaro García Linera había hablado de «incluir a los derrotados» para construir hegemonía, y en un momento parecía como si los derrotados hubieran copado las candidaturas, sobre todo del oriente boliviano. En la última elección, el MAS se sintió muy inseguro en los centros de las ciudades e hizo la campaña en los márgenes, recuperó la mística, y en lugar de tarimas con oradores que hablaban durante horas, Arce Catacora organizó caminatas por los barrios más alejados de las ciudades. No se acercó, por si acaso, a los centros urbanos ni a las zonas ricas. Y eso lo combinaba con algunas charlas en universidades en una impronta más académica, para convencer a los sectores medios más permeables. Fue una campaña bastante inteligente. Convenció al voto fidelizado, pero también a un buen porcentaje de voto clasemediero que el MAS había venido perdiendo. Choquehuanca, el candidato preferido por varias organizaciones de base, no habría podido hacer esto; el ex-canciller no habla el mismo lenguaje, es más místico. Arce es alguien de izquierda, pero macroeconómicamente se caracterizó por su prudencia fiscal, y este doble juego le permitió traspasar el 50%.
Es interesante el carácter popular de su campaña, que fue hecha casi al margen de los medios de comunicación. Salvo en la última etapa, Arce y Choquehuanca decidieron no estar en los medios, era muy difícil acceder a ellos. Y, al mismo tiempo, hicieron una campaña muy joven, con una imagen gráfica muy renovada; una especie de MAS 2.0, sin las caras más emblemáticas que gobernaron en los últimos 14 años. Veremos si esto se mantiene. Bolivia no es un país donde sobren los cuadros para gobernar. Y eso no solo vale para el MAS: el gobierno de Áñez tuvo entre sus grandes problemas la falta de cuadros administrativos y eso explica en parte su fracaso en la gestión. Algo parecido le va a pasar a Arce al momento de renovar y deberá echar mano a lo que ya conoce. En todo caso, es posible ver que en la Asamblea Legislativa la bancada del MAS tendrá menos «invitados» de clases medias y más representantes de organizaciones sociales, incluso gente desplazada en los últimos años de gobierno de Evo Morales. Es un MAS más complejo, que ya no podrá ser digitado como antes por el ex-presidente. Si hay un sentido común que se instaló en esta década y media fue «nunca más sin indios», y eso explica mucho de lo ocurrido este año, incluyendo los resultados electorales.
Pero ahora surgen varias preguntas. Por primera vez en muchos años, habrá una separación entre el presidente del Estado y el presidente del partido, en un sistema con partido dominante. En Bolivia hay un partido que ganó en 300 de los 339 municipios que tiene el país y ese partido está presidido por Morales. Manejar ese partido, hacerlo aún más fuerte, da mucho poder. ¿El poder fáctico del ex-presidente entrará en colisión con el poder constituido de Arce? Veremos cómo se van develando estos interrogantes.
Notas:
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Región agroindustrial y ganadera compuesta por los departamentos de Santa Cruz, Beni y Pando, a los que se sumaron Tarija y Chuquisaca. Este arco geográfico llevó adelante, en los primeros años 2000, las luchas por la autonomía regional contra el Estado centralizado y se enfrentó al gobierno de Evo Morales con diversos tipos de medidas de fuerza, como paros cívicos, cabildos y tomas de instituciones, con un punto crítico en 2008.
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Los comités cívicos agrupan a las «fuerzas vivas» en cada uno de los nueve departamentos del país y organizan las demandas regionales. El de Santa Cruz es el más importante, y si bien incluye a numerosos sectores (empresariales, sindicales, colegios profesionales, universidades, juntas vecinales, etc.), tienen hegemonía los sectores empresariales.
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Suele utilizarse esta expresión para destacar el modelo basado en el «emprendedorismo» privado frente al estatismo de la Bolivia andina.
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Fueron José Miguel de Velasco Lozano, a mediados del siglo xix, Germán Busch, héroe de la Guerra del Chaco, en la década de 1930, y Hugo Banzer en la década de 1970 y de 1990 (primero como cabeza de la dictadura militar y después como autoridad constitucional).
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