Por: Carlos Echazú Cortéz
Un adagio muy conocido, según el cual «hay silencios que dicen más que mil palabras», resulta muy preciso para caracterizar la conducta de las derechas en Bolivia en el debate sobre el golpe de Estado de noviembre de 2019. En su desesperación por tratar de ocultar lo obvio, pretenden ridiculizar la caracterización de golpe de Estado sosteniendo que, «si fue así ¿por qué los militares no tomaron el poder?», ¿por qué continuó funcionando la asamblea legislativa?», «¿por qué la misma Áñez condujo las elecciones que le devolvieron el poder al Movimiento Al Socialismo (MAS)?». Las respuestas a esas preguntas, en forma correlativa, son las siguientes: primero, no fue un golpe de Estado militar, sino un golpe de nuevo tipo, denominado eufemísticamente «golpe suave», calcado de los manuales de estrategia del Departamento de Estado; segundo, según la estrategia del «golpe suave», se presenta la subversión como una «revolución ciudadana» que lucha por la democracia contra una «atroz dictadura populista». Siendo así, no podían cerrar el Parlamento, puesto que su verdadera esencia sería develada, por tanto tenían que mantenerlo pero anulando su real funcionamiento, y así lo hicieron los primeros meses del gobierno de facto; tercero, los golpistas se creyeron su propio tonto invento en torno a que el 70% de la población estaba contra el MAS, así que esperaban ganarle en una segunda vuelta. La realidad les cayó encima de sus cabezas como un enorme bloque de cemento. Cuando despertaron de su modorra ya era tarde para intentar regatearle nuevamente el triunfo al MAS.
Ahora bien, en toda esta discusión hay algo que la derecha ni por casualidad quiere mencionar y su silencio en este aspecto es muy revelador. Consiguientemente cabe preguntarles; si no fue golpe de Estado, ¿por qué se cometieron las masacres en Sacaba y Senkata? Las matanzas constituyen un rasgo común en todos los golpes de Estado, puesto que el fenómeno, independientemente de su modalidad, implica una alteración en la correlación de fuerzas de una sociedad. Por eso Banzer cometió masacres cuando tomó el poder; lo mismo hizo Natusch Busch y también García Meza. ¿Por qué tuvieron que masacrar a gente humilde si lo que hicieron fue «liberar» a un pueblo de una «atroz dictadura»? Obviamente, plateadas las cosas así son tan ilustrativas que lo único que atina la derecha es meter la cabeza en un hueco y pretender que nada ocurrió.
A continuación, las cosas caen por su peso y los silencios de la derecha vuelven a delatarlos. Consolidado el triunfo electoral popular, se reclama por justicia y entonces se exige investigación de lo ocurrido en Sacaba y Senkata y castigo a los responsables. La respuesta de la derecha es por demás ilustrativa de su esencia hipócrita. «También se debe investigar al o los muertos en Montero», dicen en coro. Pero, ¿porqué se acuerdan de los muertos en Montero, justo cuando se pide justicia por lo ocurrido en Sacaba y Senkata?, ¿qué hicieron durante el año de gobierno de la autoproclamada que no investigaron esas muertes? Ese silencio durante un año, sobre los muertos en Montero, revela que les importa un bledo lo ocurrido allá y solo lo utilizan ahora para pretender neutralizar la exigencia de investigación y justicia por lo ocurrido en Sacaba y Senkata. Ciertamente, habrá que investigar todo lo ocurrido, en todas partes, pero no se silencien las diferencias obvias. En un caso, hubo lamentables muertes por enfrentamientos entre manifestantes de uno y otro lado. En los otros casos, las fuerzas militares y policiales abrieron fuego sobre población civil. Las cantidades de víctimas deben también implicar un criterio de priorización en las investigaciones.
Por otro lado, las características de un régimen de facto son temas que llevan a la derecha a guardar silencio. 1500 presos, detenidos de forma ilegal, haciendo abuso de la figura de detención preventiva, la mayoría de ellos con causas fraguadas, no tienen ninguna comparación con lo que ellos llaman «perseguidos políticos», en cuyos casos hay procesos penales abiertos. ¿Qué dice la derecha sobre la detención inaudita de Patricia Hermosa y el sometimiento a condiciones que la llevaron a perder su bebé?, ¿qué dice la derecha sobre el caso de Abyen Huaranca, el enfermero que fue detenido y torturado por el solo hecho de haber auxiliado a heridos en Senkata?, ¿qué dice la derecha sobre las torturas a las que fue sometido Alex Ferrier, exgobernador del Beni, que hizo públicas una vez obtuvo su libertad? Siendo solo ejemplos de lo que han experimentado los detenidos políticos, son pruebas más que evidentes del carácter de facto del gobierno de Áñez. Solo silencio puede guardar la derecha en torno a estos horrores. Y su silencio es más que ilustrativo sobre el carácter del régimen de facto y el golpe de Estado que lo encumbró en el poder.
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