Por: Cristóbal León Campos
La validación por el Congreso estadounidense del triunfo en la elección presidencial de Joe Biden sobre Donald Trump, aconteció en medio de una serie de expresiones violentas que demuestran la decadencia del imperio y el acercamiento del fin de un ciclo de dominación capitalista, la ruptura de las formas convencionales observada en la manifestación y toma del Capitolio por grupos neofascistas partidarios del mandatario saliente, es en sí, la desvalorización moral de la democracia liberal que por siglos se ha pregonado como la única y verdadera.
Trump viene a ser la representación burda del ocaso apresurado del imperio reflejado en las prácticas que justamente Estados Unidos promueve en el mundo para poner o quitar gobiernos según sus intereses, el intento de autogolpe, aunque torpe, se suma a la pérdida de hegemonía global y a la crisis sanitaria-económica que golpea las “entrañas del monstruo” como lo definiera José Martí.
El discurso de supremacía blanca que durante su mandato caracterizó a Trump, aceleró la proliferación abierta de hordas racistas-fascistas que ya se habían manifestado en diferentes momentos, como por ejemplo, durante las protestas del movimiento Black Lives Matter, las muestras de agresividad desbordadas y en muchos sentidos hasta toleradas por la policía estadounidense, se suman al descontrol político que continuamente mostró la administración aún vigente hasta el próximo 20 de enero cuando Biden tome posesión del gobierno. La farsa histórica de la que habló Carlos Marx se repitió, pero ahora en Washington, frente al mundo que como si se tratará de una serie televisiva fue siguiendo los acontecimientos hasta la rectificación del presidente exhortando a sus seguidores a mantener la paz después de que él fuera quien convocará al no reconocimiento de su derrota, y, posteriormente, una vez ratificado el resultado electoral dijera que habrá una “transición en orden”.
Trump se marchará derrotado y desprestigiado en su totalidad, aunque aún habrá que ver su injerencia futura en la política republicana, que ha sido relegada también del Senado al llevarse los demócratas la mayoría representativa en esa institución, sin embargo, lo más relevante es que en el fondo de esta disputa, se pudo ver de manera palpable la lucha interburguesa por el control del imperio y el domino de los monopolios que le posibilitan ejercer sus políticas injerencistas en América Latina y el mundo. Al fin, como también advirtiera Martí; “no augura, sino certifica, el que observa cómo en los Estados Unidos, en vez de apretarse las causas de unión, se aflojan; en vez de resolverse los problemas de la humanidad, se reproducen”.
Los más importante está aún porvenir, el nuevo periodo de gobierno del imperio afrontará su aguda crisis social interna y la pérdida de su hegemonía global, el avance de otras potencias como China y Rusia, así como, el fortalecimiento de proyectos sociales y socialistas como los de Cuba y Venezuela que han superado las afrontas y agresiones ejercidas por ambas fracciones políticas estadounidenses, será la vara que mida el fin de una era que deseamos no regrese jamás por todo el daño causado a la humanidad. Biden buscará retomar las formas acostumbradas y rehacer el poder imperialista, pues, aunque decadente, el imperio sigue existiendo y nuevamente en el pueblo estadounidense y del mundo estará la posibilidad de cerrar para siempre este ciclo y comenzar uno nuevo, sin imperio lacerantes por el bien de la humanidad.
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