Por: Sofía Guggiari
Cada época sintomatiza su moral opresora: en ésta, las mujeres, lesbianas y trans siguen siendo juzgadas, señaladas y parodiadas cuando se habla de su capacidad de disfrutar de la sexualidad. Una historia de representaciones, mitos, supuestos epistemológicos, desde la Grecia antigua al psicoanálisis del siglo XX. Teorías, prácticas y discursos que parecen destinados a enloquecer a cualquiera.
No hace falta irnos al siglo XVIII para escuchar discursos sobre la patologización y estigmatización del placer sexual en las feminidades. Basta con estar atentxs en alguna conversación en la calle, alguna frase en charlas con amigxs o familiares. Ni hablar en el consultorio de cualquier psicoanalista o de la tapa que una revista le dedicó a la ex presidenta hace 9 años. Vivenciarla con el propio cuerpo, con otrxs o en soledad. De frígidas a ninfómanas. Pasivas o de naturaleza hipersexual. En el sexo envidiosas, infantiles, intensas o problemáticas.
La sexualidad de las mujeres y cuerpos vulvo portantes, fue a lo largo de la historia de la filosofía, la medicina, las ciencias humanas occidentales, un fantasma enigmático. El campo de producción de conocimiento androcéntrico le dedicó estudios, investigaciones, congresos, seminarios, a todo lo que rodeaba la pregunta de ¿Cómo disfrutan sexualmente las mujeres? Quizás hubiera bastado, con tan solo preguntarle a ellas.
El clítoris, un órgano totalmente borrado como indicador de placer, siempre comparado con el pene: un pene castrado o diminuto; el útero como causa de la histeria, la histeria como enfermedad estrella de las que no se satisfacían “correctamente”.
Grecia antigua y sexualidad
Hipócrates -siglo 400 A.C.- el padre del pensamiento médico occidental, pensaba a la histeria como la enfermedad de los desplazamientos de útero atribuidos a la abstinencia sexual, falta de hijos, vejez. ¡Entonces a buscarse un varón para curarse! Posteriormente en la Edad Media, en la que la histeria se asocia con la brujería, las prácticas sexuales no suscritas al maridaje, era herejía, ya que estaba relacionada con el pacto sexual que las feminidades habían hecho con el diablo.
En relación a la posesión demoníaca en su vertiente mística; el placer en las feminidades era pensado, muchas veces, como un fenómeno extrahumano y sobrenatural. Inalcanzable, por fuera de la lógica de lo racional. Orgamos provocados por masturbaciones entre alucionaciones divinas. ¿Qué las hace gozar tanto, si acaso están solas? Ya vemos en la producción de líneas de sentido, la relación entre feminidad y placer con una problemática, delito y locura.
Psicoanálisis y placer clitoridiano
Con estos a prioris históricos y filosóficos, el psicoanálisis en sus inicios (y en sus desarrollos posteriores también) basó su teoría de una sexualidad femenina normal, en base a la suposición que el clítoris era la igualación al pene, pero mutilado/castrado.
La madurez psicosexual de la mujer implicaba el pasaje de las sensaciones sexuales del clítoris a la vagina. La pérdida del placer clitoriadeano era condición necesaria para la entrada a una feminidad normal adulta. El eje principal rector en la fase fálica (última fase del desarrollo psicosexual de los sujetos) era la reproducción. Esto es clave para entender que este pasaje era variable de diagnóstico, así como la envidia del pene. Toda práctica sexual, de cualquier sujeto, no regida por la reproducción, era considerada una desviación de la norma (histeria, perversión, homosexualidad).
Con Lacan tenemos la separación del concepto falo con lo real del pene. Es un significante de la falta estructural, y por lo tanto hay maneras de inscripción en el inconsciente de él. El falo, nombre del significante, es el regidor principal de la psiquis y la sexualidad.
En Ideas directrices para un congreso sobre la sexualidad femenina (1960) -díganme si ese nombre ya no dan ganas de pegar alaridos como unas buenas histéricas- Lacan en el apartado nombrado como “La oscuridad sobre el órgano vaginal”, insiste en oponer “el goce clitoriadiano” a la “satisfacción vaginal”. Marcando la diferencia y distancia que hay entre goce y satisfacción, por su relación con el falo como organizador psicosexual. Y sigue sosteniendo las hipótesis principales sobre el tema.
El psicoanálisis tiene un lugar preponderante en el campo del pensamiento y el análisis de la subjetividad humana, es por esto la insistencia en la necesidad de repensar estas cuestiones. Muchas de las críticas de los feminismos hacia estas lecturas únicas tenían que ver con que, no solo se presentaban como análisis descriptivos de época o del estado de las cosas; sino que ante todo eran prescriptivos: indicadores clínicos.
La sexualidad en las feminidades siempre considerada, habitada, explorada, vivenciada y sentida “para un otro” (varón cis-hetero, familia heteronormada). Proscribiendo el placer de la sexualidad. Una suerte de tutelaje erótico. Placeres legalizados o sentires y excitaciones penadas.
La investigación con el propio cuerpo, así como la satisfacción sexual del clítoris, por ejemplo, o como de cualquier zona erógena (senos, ano, el pene inclusive) o práctica que no tenga el fin de la reproducción, o incluso el no deseo de relación sexual, quedó bajo sospecha de locura, infantilismo, perversión.
¿Y hoy?
¿Qué relación hay entre estos discursos y la erótica actual? ¿Se sigue inscribiendo este bagaje teórico, filosófico, médico sobre la sexualidad en las prácticas eróticas y sexuales hoy en día de las mujeres y los cuerpos con vulva? ¿Cómo opera actualmente esta castración simbólica del placer sexual, por siglos, en las subjetividades?
Somos testigxs de las transformaciones de los ideales y mandatos de género en relación a la sexualidad; pienso entonces, hay que seguir insistiendo en la dimensión de la exploración, investigación, el juego, el disfrute, no como nuevos mandatos, si no como contraofensivas éticas y eróticas a la patologización de nuestros placeres.
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