Por: Carlos Meneses Reyes
La captura del narco paramilitar Otoniel (Daniel Antonio Úsuga David) ha generado toda clase se suspicacias. Se ha formado una idea generalizada que todo obedeció a un montaje de la inteligencia militar, basándose en un juicio negativo acerca de la credibilidad que genera el gobierno del sub-presidente Duque, entre otras situaciones creadas, por el absurdo esfuerzo de lanzar una campaña dizque contra las falsas noticias que al gobierno afectan, sembrando, a la vez, una noticia falsa, para contrarrestarlas. Simula lo de ciberataques a sus páginas oficiales para paliar o neutralizar la oleada de conceptos, apreciaciones y documentales, contra la violencia oficial de las fuerzas armadas, no solo en lo referente a la represión a la protesta social durante el desarrollo del Paro Nacional; como a todas las manifestaciones de rechazo del movimiento popular a las políticas de contra insurgencia, que traen consigo incrementar la guerra y el espiral de los múltiples conflictos que asolan a la nación colombiana.
En el plano de la llamada “lucha contra las drogas”, ante su fracaso real, se acude a la mentira y el engaño. Una aplicación de entramado contradictorio, entrecruzado en ideas y opiniones que dejan mal librado al ejecutivo nacional, por el recelo, sospecha y desconfianza que generan tan particular forma de presentación de la “captura” de un capo, aliado del régimen narco paramilitar, en un Narco Estado imperante.
A la figura presidencial de sub y marioneta, de hilos de influencia en su actuar gubernamental; se agrega la escena de la mentira, como un acto propio de un comportamiento de ingenuidad e inmadurez, haciendo aparecer siempre lo que desea y quiere como quiere que sea, en manifestación contraria a la verdad, al ocultar la realidad. Sobre ello es abrumador el contenido de análisis sobre la calificación de la gestión gubernamental y su secta partidaria, como la caracterización de un ideario infundado. Pero esto no incide en la concepción del imaginario popular, por cuanto más bien estimula las ficciones en las respuestas de creatividad popular, por la consideración que las ficciones, aunque falsas, no se consideran mentiras y que presagia una debida atención al analista de la situación para no caer en su redacción en esos avernos.
El malogrado uso de la comunicación, cuando busca engañar con las palabras; unido al de las actuaciones, fingiendo algo contrario a lo que es en realidad; refleja el contenido de una dictadura mediática, como instrumental utilizado en lo contra insurgente en Colombia. No hay noticia valida, ni redacción alguna que refleje ajuste a las realidades.
De las familias rojas
Los grupos paramilitares son baluartes del régimen narco para estatal colombiano. No existe una política contra insurgente que no avale el uso de ese instrumento ilegal y consecuencia de ello, en vez de representar eficacia ha convergido en un atractivo juego con la corrupción y el relajo moral por parte de la oficialidad de las fuerzas armadas.
El caso de Otoniel resulta emblemático. En desarrollo del prolongado conflicto armado interno en Colombia, el trabajo de inteligencia militar del ejército al interior de las organizaciones guerrilleras con las que se enfrenta ha sido múltiple y variado. Si Otoniel entró a las filas del Ejército Popular de Liberación (EPL), desde los 19 años- tal lo difunden los medios- lo hizo junto con sus hermanos y miembros de la familia. Su caso es de infiltrado del ejército en esa organización guerrillera desde ab initio. Al darse la desmovilización del EPL en 1990, se unió a las bandas paramilitares bajo las órdenes de los narcotraficantes Don Mario y Carlos Castaño. Por lo indiscutible del vínculo paramilitar con las fuerzas armadas colombianas; resulta deducible que Daniel Antonio Úsuga David, conocido como Otoniel, conservó el mismo alias, tanto en las nóminas del ejército, como en el EPL. Tan significativo, como representativo, puesto que él constituyo la cabeza de una familia de facinerosos, como quiera que en su prontuario resulta la vinculación de sus hermanos, primos y una hermana, actualmente registrada y con antecedentes al respecto. No lo incluyo en el parangón de “núcleo familiar”; que como es sabido incidieron en la formación y consolidación del Ejército de Liberación Nacional (ELN). Ni semejanza; puesto que el ejercicio de los llamados “núcleos familiares” del ELN, resulto un inexpugnable recurso insurgente que impedía el acceso o infiltración de la contra insurgencia. En esa consideración de análisis, destaca la iniciativa de jefes o tronco de familia campesinos; por lo general de tradición católica y de sanas costumbres. En ensayos sobre el desempeño generacional surtido en un conflicto armado tan prolongado en el tiempo, dedico un aparte a la conformación de “familias rojas”, sobre todo en el campo, con el aliciente de la formación ideológica, de una concepción marxista-leninista y revolucionaria; como también de influencia de la Teología de la Liberación cristiana. Huelga reconocer que esa dinámica de concepción ideológica ha mermado; en el sentido que los cuadros revolucionarios obedecían a una formación política de “primero armarse ideológicamente y luego tomar el fusil”. El llamado cambio ideológico interno, bajo la concepción de un “hombre nuevo”. Al parecer, hoy no opera una cualificación dialéctica al respecto, como si la inmediatez de una participación en el movimiento insurgente signado por el atroz, grave y terrible efecto del negocio del narcotrafico en todos los niveles de la sociedad colombiana y la acelerada disminución de la población campesina. La juventud campesina sucumbe, tanto como la de “los chicos plásticos” de las ciudades. Y en el caso de los tales Úsuga, jama corresponden a una familia roja del campo colombiano.
De campañas y fracasos
Adjudican la captura de Otoniel al resultado de la denominada operación Agamenón.
En la Iliada aparece el pasaje de Agamenón y Menelao, expulsados del trono de Micenas. Esos dos hermanos errantes volvieron a conquistar el trono, extendiendo sus dominios. Homero relata que Agamenón se casó con Clitmenestra, y Menelao con Helena y ambos inician la guerra de Troya. De manera que los “ilustrados” de la inteligencia militar del ejército Made in usa, atribuyen a la campaña de un imbatible, la suerte de una creación a imagen y semejanza de ellos. Lo cierto fue que la campaña Agamenón, luego de 7 años de iniciada, con un costo de millón y medio de dólares al mes, no dio resultado. Para el 23 de febrero de 2.021, el buró del generalato corrupto, manipulador de bienes y hacienda del Estado, sin ningún órgano de control, ponen en ejecución la operación Osiris: un dios egipcio mártir, cuyo cuerpo fue desmembrado; traído de los cabellos por los representantes de la espada, que maltratan la literatura y letras clásicas; siendo que Osiris fue vuelto a la vida convirtiéndose en jefe supremo de conquistas.
La mediática dictatorial, atribuye que la Operación Agamenón fue la operación de las fuerzas armadas de Colombia, más grande de la historia, tendiente a desmantelar a la banda de “los Urabeños”( ojo: no confundir con la de los “Uribeños”, que es parte de otro, por no decir del mismo cuento). Banda, que aun con la aplicación de la campaña inicial de búsqueda, logró convertirse en el cartel del Golfo y también engranar con el narco para militarismo de las Autodefensas Gaitanistas (AGC); cual imperios mafiosos dirigido por un elemento desde la clandestinidad y al que le atribuyen la presencia en 220 municipios y más de 3.500 hombres armados. Alucinante, por demás. Dizque tardaron más de 7 años, tras la pista de Otoniel. No se requiere conocer de manejos de estructuras y redes de apoyo, máxime si el colaboracionismo para estatal va de la mano con lo ilegal. La tal operación Osiris se reduce a una decisión tomada desde un escritorio en Bogotá, en consonancia o acorde con los dictados de las fuerzas de invasión USA, cual consejeros de almohada al generalato. Refuerzan que controlaron ocho anillos de seguridad del capo, ubicado en el Nudo de Paramillo, en zona rural del municipio de Necoclí, Urabá; con la pulcritud que no se presentaron enfrentamientos y la participación de 500 soldados, en una región cercada de 24 kilómetros cuadrados; más 150 funcionarios de inteligencia desplegados en zonas pobladas y veredas, sin que fueran avistadas. Las reacciones en las redes sociales al embuste de la captura, no se dejaron esperar, resaltando la forma en que estaba vestido el capturado, hasta con botas no enlodadas y vistosa sudadera; sumado al cambuche donde descansaba el prófugo; la toma de fotografías con y de agentes “encubiertos”; la inconsecuencia de un hilo de relato oficial generador de toda clase de recelo y sospecha y la enigmática sonrisa, como aislado del mundo; en ocasión grave que le rodea. El sí concentrado en sus propios pensamientos; o como dice la expresión popular: “sabiendo cómo va el agua al molino”.
Fue tal la embestida de opinión, que en forma tardía los manipuladores de la información destacan que un día antes, mientras los oficiales rodeaban uno de los anillos de seguridad del objetivo, un francotirador le quitó la vida al intendente Edwin Blanco. La parafernalia de los honores no se hizo esperar; así como los registros de ataques al ejercito, supuestamente por hombres del Golfo, enmarcados en la sorna de las respuestas, como represalias, por los “golpes” asestados…
La maltrecha imagen de hazmerreír del sub-presidente, caló al afirmar que la caída de Otoniel era superior o comparable a la de Pablo Escobar. Olvida que en en el imaginario colombiano está esculpido que Pablo Escobar resulta un pigmeo, ante la actual clase política, con reconocido cacique pluma blanca y secta partidaria en el poder.
En menos de seis meses han pasado por Colombia, cual centuriones y virreyes, escuderos de paga malvada, pillos, truhanes y ladrones, generadores de engaños y la inquietante pregunta ¿a qué han venido?, tiene sus respuestas en todos estos aconteceres. Desfilaron por la degradada casa presidencial el jefe del comando sur de EEUU; el jefe del Departamento de Estado; el jefe de la CIA. Explicable, por cuanto que Colombia está invadida por tropas norteamericanas, con presencia en todas las instalaciones, cual bases militares, a lo largo y ancho del país, controladas por las misiones de acompañamiento o asesoría Usa y en particular las que están en la frontera con la República Bolivariana de Venezuela. Siendo que el principal factor de exportación y de ingresos de divisas en Colombia es la cocaína, sus usufructuarios son los banqueros, los importadores y dueños de tierras y ganados y el desgarrador efecto de los beneficios a esas mafias, de la aplicación de los Tratados de Libre Comercio Internacionales. He ahí la existencia de un ejército al servicio de esa oligarquía caduca colombiana.
Por la no extradición de Otoniel
Son muchas las voces que claman porque Otoniel no sea extraditado a hacia los EEUU. No se trata de una prueba de fuego, como resaltar que la extradición de nacionales colombianos, para que no sean juzgados por los jueces naturales, resulta la mayor bofetada asestada a la soberanía jurídica de un Estado que pregona ser independiente. Contra Otoniel existen 6 sentencias condenatorias en firme. Enfrenta, al menos, 122 órdenes de captura. Debe pagar en Colombia el máximo de la pena de 40 años de prisión. Los delitos por los que se le condena y procesa son superiores al referente de 5 kilogramos de cocaína enviada a los Estados Unidos. Un envió de este sujeto determina que los bienes incautados sean entregados a la DEA y no a las víctimas. Sin excepción, toda la información, pruebas, evidencias de vínculos con la clase politiquera y el militarismo colombiano caerán en el olvido y se burlará las evidencias que se logren con declaraciones y exposiciones de grave contenido y efecto que como tal posee. La complejidad jurídica de la extradición como medida a aplicarse, requiere de la intervención del gobierno y de la Corte Suprema de Justicia. La determinante de responsabilidad y carga histórica recae sobre la institucionalidad judicial. En USA las Fiscalías y cortes de decisión son propensas a inclinarse sobre la negociabilidad de penas; cambios de personalidad e identidad y no retorno. Sobre el prurito de alegatos de la defensa de los implicados que sus vidas corren peligro al regresar a Colombia, conceden el beneficio del no retorno y se produce la impunidad cantada a favor de sujetos como Otoniel. El promedio de penas aplicada a los narcos paramilitares colombianos en USA no pasa de diez años de prisión. Luego viene el goce y disfrute de las astronómicas fortunas acumuladas. La Corte colombiana debe sopesar que el delito de narcotráfico es un delito leve frente a las graves acusaciones de violación de los derechos humanos implicados a Otoniel.
Se dan los presupuestos en un juicio de valor, para decidir que no sea extraditado. Además, cárceles de máxima seguridad existen en Colombia. Es la oportunidad para que la burla de los conmilones preparadores de todo el montaje de su “captura” fracase y se revindique la procedencia de la Verdad, cerrando al menos con dignidad nacional, este pasaje oscuro del conflicto armado interno en Colombia.
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