Por: José Ernesto Nováez Guerrero
En el hipotético prólogo que el Che Guevara hiciera a sus Apuntes críticos a la Economía Política en el año 1965, titulado «La necesidad de este libro», el guerrillero sostiene que los cambios determinados por la NEP en la estructura económica y social del Estado soviético han marcado con su signo toda una etapa de su desarrollo.
Esto lo lleva a lanzar una sentencia que, vista desde la actualidad, resulta premonitoria:
« (…) la superestructura capitalista fue influenciando cada vez en forma más marcada las relaciones de producción y los conflictos provocados por la hibridación que significó la NEP se está resolviendo hoy a favor de la superestructura; se está regresando al capitalismo.»
Veintiséis años después de que el Che redactara estas líneas, el 25 de diciembre de 1991, quedaba oficialmente disuelta la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), el formidable Estado euroasiático que, por primera vez en la historia humana, había emprendido el incierto camino de construir una sociedad nueva, que no se basara en la lucha de clases y en la desigualdad. Una nación que había pasado en poco tiempo de ser una monarquía rural y decadente a ser una potencia industrial de primer orden, vencedora de la máquina bélica más temible de la primera mitad del siglo XX, el fascismo alemán.
El colapso definitivo de la URSS estuvo precedido del colapso del campo socialista y significó la crisis de un paradigma civilizatorio alternativo al del capitalismo y que se reflejó con mucha fuerza en la crisis espiritual e intelectual de la última década del siglo pasado, donde incluso algún ideólogo trasnochado del imperialismo llegó a hablar del fin de la historia.
En el 30 aniversario de una fecha tan triste para el movimiento revolucionario, conviene volver una más sobre el derrumbe para continuar extrayendo experiencias para el futuro.
La Revolución de Octubre, la URSS y el socialismo
La Revolución Socialista de Octubre triunfa en un país de dimensiones colosales donde, durante varias décadas, se habían ido creando condiciones de efervescencia revolucionaria, acentuadas por la ineptitud, corrupción y despotismo del viejo régimen, agotado ya en todas sus posibilidades de desarrollo e incapaz por tanto de reinventarse.
Su triunfo es el punto más alto de una oleada revolucionaria europea y mundial que guarda estrecha relación con la profunda crisis humana, moral y económica que representó para los poderes establecidos la carnicería absurda de la Primera Guerra Mundial.
Como apunta Eric Hobsbawnn esta guerra representa «(…) el derrumbe de la civilización (occidental) del siglo XIX.» Un trauma colectivo para la sociedad europea y para el mundo colonial subordinado a ella. Proveniente de la Belle Époque, la burguesía europea no estaba preparada para un conflicto de estas dimensiones. Nunca una guerra entre potencias europeas se había librado hasta el total agotamiento de los contendientes, con un despliegue tal de maquinaria homicida y con concentraciones tan grandes de combatientes.
Las masas trabajadoras, que fueron quienes pusieron la mayor parte de los muertos y cargaron con el costo de la guerra sobre sus espaldas, resintieron con estoicismo este esfuerzo estéril.
Y de su descontento surgieron las condiciones que alimentaron el fuego de la revolución que se desató en 1917.
El Poder Soviético se convierte entonces, en esta etapa, en la expresión tanto de las aspiraciones de los oprimidos en el imperio de los zares como de otras partes del mundo. Los líderes bolcheviques se veían a sí mismos y a lo que estaban haciendo como la avanzada de la revolución mundial. Esta dimensión internacional e internacionalista explica por qué dieron el paso de tomar el poder en un país tan atrasado como era la Rusia de la época y por qué los ejércitos soviéticos avanzaron en 1920 sobre la Polonia de Pilsudski, luego de derrotar militarmente sus ejércitos en territorio ucraniano. También explica la III Internacional y su red de alianzas con los jóvenes partidos comunistas emergidos después de la Revolución de Octubre en numerosos países.
La esperanza de Lenin y los restantes líderes bolcheviques era la de contribuir al triunfo de la revolución en Alemania, un poderoso estado industrial con una ubicación estratégica en el corazón de Europa y donde la derrota del militarismo imperial había creado una situación de efervescencia que tuvo su expresión en la efímera República soviética de Bavaria entre 1918–1919 y numerosos alzamientos en otras regiones. También las hubo en otras partes de Europa.
En esos primeros años la Revolución mundial parecía posible. La máxima prioridad, entonces, era garantizar la supervivencia a cualquier costo del Poder soviético, para evitar que con su derrota se consagrara el triunfo de la reacción.
Esto explica, en parte, la heroica resistencia de los años de la Guerra Civil, en contra de más de una docena de ejércitos enemigos, en un país devastado por la guerra, con índices de producción ínfimos, en medio del hambre, el frío y la incertidumbre. No resistían solo por el socialismo en Rusia sino por una nueva época para el mundo.
Esta convicción alimentaba también la dureza de algunas decisiones que, si bien garantizaron la victoria, sembraron el germen de futuros problemas para el Partido, ya que en el afán de ganar unidad se fue sacrificando la pluralidad y riqueza de la vida interna que había caracterizado la organización bolchevique. Esta tendencia, que en vida de Lenin parecía reversible, se fue convirtiendo luego en norma en la medida en que Stalin y la burocracia fueron haciéndose con el poder en el aparato del Estado y del Partido.
Desde el principio el Poder soviético tomó un conjunto de medidas que daban respuesta a las necesidades más urgentes del pueblo. El propio ordenamiento inicial del aparato estatal, el poner en el centro a los soviets, que eran estructuras democráticas derivadas de la experiencia comunal rusa, expresa la existencia de una voluntad en el liderazgo de la Revolución por hacer al pueblo protagonista en el proceso de transformación social. Incluso a nivel simbólico se sustituyó el título de Ministro por el de Comisario, por considerarse que quien ocupaba esa plaza había sido comisionado por el pueblo para esa tarea. Y los principales puestos del Estado eran, en principio, revocables por el pueblo y el soviet como órgano de expresión de esta voluntad colectiva.
¿Qué pasó entonces para que esta voluntad política no se concretara en una nueva forma de participación popular y el aparato administrativo terminara secuestrado por una burocracia que pretendía gobernar en nombre del pueblo, cuando en verdad gobernaba en su lugar?
El primer elemento que atentó contra esta voluntad del Poder soviético fueron las propias condiciones en que este hubo de desenvolverse: un país devastado por la guerra, con una agricultura deficiente, fábricas prácticamente cerradas y una inflación galopante, todo lo cual se agravaba con la hostilidad permanente de las grandes potencias, que tuvo su primera expresión en la ofensiva del imperialismo alemán y luego de las potencias vencedoras de la guerra y sus aliados internos, parte del viejo régimen.
Sumado a esto existía el problema cultural, que en Rusia adquiría infinitud de expresiones. Desde el analfabetismo y servilismo impuesto durante siglos al campesinado pobre hasta la escasa instrucción pública. Una expresión muy concreta de este problema se daba en la carencia crónica de especialistas que pudieran ocuparse de echar a andar los procesos productivos en los diversos rubros de la economía.
Por último, el frente revolucionario era muy heterogéneo y convivían en su seno fuerzas de diversa naturaleza y formación. Esto hacía que el proceso de toma de decisiones en los órganos colegiados fuera muchas veces agotador, sino imposible, y que se trasladaran a estos viejas rencillas del pasado, intereses políticos de grupo y tendencias sectarias que fragmentaban y dificultaban el ejercicio político en un momento de imperativos permanentes.
La inmensidad de estos retos y condiciones, sumado a la urgencia de reformar el aparato estatal y hacerlo funcionar para que diera respuesta a las numerosas amenazas que surgían de todas partes, como hongos después de la lluvia, favoreció el fortalecimiento de una tendencia autoritaria y centralizadora en la toma de decisiones.
Lenin, que era el espíritu animador del Partido, lo concibió como un conjunto de pasos extraordinarios para garantizar la victoria. Al igual que las medidas del denominado Comunismo de Guerra y la férrea política de Terror Rojo con que se combatió el Terror Blanco.
Nacer donde nació y en las condiciones en que lo hizo constituyeron escollos formidables para la experiencia soviética. La temprana muerte de Lenin, en 1924, fue uno aún mayor. En uno de sus últimos artículos, (Más vale poco y bueno), apuntaba a la necesidad de reformar la Inspección Obrera y Campesina disminuyendo el número de sus empleados y aumentando la proporción de obreros y campesinos que la integraban.
Stalin y el estalinismo
La victoria soviética en la Guerra Civil se logró a costa de un inmenso sacrificio humano y material. La unión entre proletariado urbano y campesinos sobre la cual descansaba la estructura de poder clasista del Estado soviético se encontraba profundamente debilitada. El núcleo proletario que había hecho la revolución en Petrogrado y Moscú estaba diezmado y esto comprometía aún más la posición política del gobierno. El campesinado, por su parte, comenzaba a mostrar síntomas de descontento y la productividad había decrecido de forma drástica.
En su Informe sobre la gestión Política del Comité Central del Partido Comunista (bolchevique) de Rusia, pronunciado el 8 de marzo de 1921, en el marco del X Congreso del partido, Lenin encara el problema. Considera que el campesinado le ha dado un cheque en blanco al poder soviético durante los años del conflicto, pero que ya estaba ansioso por cobrarlo. Las ciudades no podían abastecer al campo de los productos que este demandaba. La solución que Lenin da al problema se sintetiza en lo que se denominó como Nueva Política Económica. En esencia este conjunto de medidas buscaban desatar las fuerzas productivas internas dando cierto margen de libertad operativa a las relaciones capitalistas.
Lenin concebía todo un sistema de control y contramedidas que de alguna forma cercaran y que, poco a poco, fueran superando estas relaciones privadas de producción en el campo. Así preveía un proceso de colectivización voluntario a través del cual el campesinado ruso fuera descubriendo las ventajas de la producción colectiva y la superioridad de la producción tecnificada.
En la práctica la NEP acabó degenerando en el surgimiento de los denominados nepman, poderosos hombres de negocio que llegaron en un momento incluso a hacer peligrar la legitimidad del poder soviético.
Ya veíamos en la cita del inicio como el Che señalaba en la NEP el problema fundamental que afectaba la totalidad del funcionamiento del Estado soviético. Estas políticas, aplicadas sin control y sin la clara visión de Lenin, degeneraron en un fortalecimiento de las relaciones capitalistas y lo que es peor aún, en un fortalecimiento de la conciencia pequeñoburguesa que encontró sus adalides principales en la burocracia que ocupaba los diferentes niveles de dirección en el aparato estatal.
El ascenso político de Stalin significó el triunfo de estas tendencias por encima de otras más radicales e internacionalistas, como la de la denominada Oposición de Izquierda. Esta plataforma, cuya figura principal era Lev Trotsky, a pesar de ciertas limitaciones e inconsecuencias, defendía un programa mucho más coherente con la línea original del bolchevismo que la política amorfa y cambiante de la línea oportunista de Stalin. Poco a poco, en un sistema sucesivo de alianzas y bruscos cambios políticos, Stalin fue apropiándose de toda la estructura. La ardua labor política como secretario general del partido, puesto meramente organizativo, le permitió ir creando un entramado burocrático subordinado a él que votaba según se le indicara en los espacios de decisión partidista.
Esa fina labor de orfebre le permitió a Stalin vencer a adversarios que lo superaban en muchos otros planos. Y con el triunfo del georgiano, paradójicamente, se verificó el triunfo de la reacción pequeñoburguesa y el espíritu gran ruso en el corazón del partido. La Rusia soviética abandonó su perspectiva internacionalista y se volcó a la construcción del «socialismo en un solo país».
Comenzó también un proceso de justificación ideológica tendiente a hacer pasar por logros o leyes del socialismo lo que no eran más que relaciones capitalistas no superadas.
También se consagró el triunfo de la burocracia como estrato gobernante. Se dejó de gobernar con el pueblo y se pasó a gobernar en su lugar. La burocracia concentró y normalizó un sistema de privilegios que, como señalara Trotsky en su análisis de los años treinta, la distanciaba cada vez más del conjunto de los que dirigía.
El estalinismo, entonces, no fueron solo su manifestaciones más evidentes como el culto a la personalidad, el brutal ejercicio del poder, el clima coactivo ideológico en torno a cualquier forma de producción espiritual, sino que fue, por un lado, el triunfo de la reacción y su justificación ideológica en la forma de un marxismo-leninismo castrado y, por el otro, la aniquilación de cualquier forma de participación popular efectiva en el ejercicio del poder estatal. Funcionaba como unos espejuelos oscuros que impedían ver las relaciones capitalistas y cómo iban minando a aquellos que dirigían.
A pesar de la crítica que se hizo en el XX Congreso del PCUS a las formas más exteriores del estalinismo, el fallo principal estuvo en considerarlo como una tendencia asociada solo a la figura de Iósif Stalin. La única forma de superarlo era comprenderlo como un conjunto de prácticas, relaciones y concepciones enraizadas en la estructura del poder estatal soviético.
El resultado fue un proceso de abandono progresivo de conceptos centrales de la visión marxista del mundo. Sin las categorías adecuadas resulta imposible comprender y superar un determinado orden de cosas. La Unión Soviética posterior a Stalin siguió ciega ante los problemas fundamentales que la aquejaban y, poco a poco, se fue convirtiendo en una potencia conservadora, más preocupada en su beneficio e intereses que en la magna tarea que sus fundadores le habían encomendado.
De Jruschov a Gorbachov es posible rastrear una línea de progresivos abandonos ideológicos y políticos que prepararon y aceleraron la decadencia de la etapa final de la URSS. El populismo de Gorbachov y los restantes miembros de su gobierno, la inconsistencia y oportunismo con que se aplicaron políticas como la Perestroika y la Glásnost que, si bien respondían a problemáticas concretas de la sociedad soviética, implicaban un gran cuidado, la incapacidad del propio aparato del Partido y el Estado para evitar el suicidio forzoso, la inacción de la masa del pueblo la mayor parte del proceso y la forma en que este fue manipulado por oportunistas como Yeltsin para que actuase en contra de sus propios intereses, son prueba del grado de descomposición que había alcanzado toda la estructura.
Aquel 25 de diciembre de 1991 se firmaba el acta de defunción de un cadáver ya desmembrado y putrefacto. La poderosa Unión Soviética cayó víctima de sus propias inconsecuencias. Si bien es cierto que hubo intereses extranjeros vinculados al proceso del derrumbe, estos solo aprovecharon y dinamizaron tendencias que ya estaban. La premonitoria sentencia del Che se hizo realidad con una fuerza catastrófica.
P.D: Los logros de la URSS
En sus más de siete décadas de existencia, y a pesar de las contradicciones y limitaciones que hemos mencionado con anterioridad, la Unión Soviética representó una esperanza para numerosos pueblos en diversas latitudes del mundo y obtuvo importantes logros científicos, económicos y sociales.
Los investigadores Roger Keeran y Thomas Kenny, en su libro Socialismo traicionado. Tras el colapso de la Unión Soviética 1917–1991 hacen un resumen sumamente valioso de los logros de la URSS, que transcribimos en extenso:
«Esa nación no solo eliminó la explotación de clases del antiguo orden, sino que además terminó con la inflación, el desempleo, la discriminación racial y estableció la igualdad entre las etnias y las nacionalidades; acabó con la pobreza extrema, la desigualdad flagrante de riquezas e ingresos; estableció el derecho universal a la educación y la igualdad de oportunidades. En 50 años, el país transitó de una producción industrial que era de solo el 12% comparada con la de Estados Unidos hasta llegar al 80% y una producción agrícola del 85% equiparada con la de los norteamericanos. A pesar de que el consumo per cápita de los soviéticos se mantuvo más bajo que el de los Estados Unidos, no ha habido una sociedad que haya incrementado el nivel de vida y de consumo tan rápidamente en tan corto período de tiempo y para todo su pueblo. El empleo estaba garantizado. La educación gratuita a disposición de todos, desde el preescolar hasta los niveles secundarios (educación general, técnica y vocacional), las universidades y las escuelas en horario extralaboral. Además de la matrícula gratuita, los estudiantes recibían estipendios. El servicio de salud también lo era y para todos; disponían de cerca del doble de médicos por persona en relación con los Estados Unidos. Los trabajadores tenían todas las garantías laborales, además de seguro salarial y social para casos de accidentes o enfermedades. A mediados de la década del setenta los trabajadores alcanzaban un promedio de 21,2 días de vacaciones (un mes cada año) y los sanatorios, los lugares de descanso o los planes vacacionales para los niños eran subsidiados o gratuitos. Los sindicatos tenían el poder de vetar las expulsiones del trabajo e interpelar a los administradores y gerentes. El Estado regulaba los precios y subsidiaba el costo de la canasta básica alimentaria y de la renta de la vivienda. Esta constituía solo el 2% o el 3% del presupuesto familiar; el agua, la electricidad, el gas y la calefacción, entre el 4% y el 5%. No había segregación habitacional por ingresos. Con excepción de algunos barrios que eran reservados para altos funcionarios, en todos los demás lugares los directores de fábricas y plantas, las enfermeras, los profesores, los bedeles… vivían como vecinos.»
Aunque muchos de los logros enumerados acá tienen diversos matices, lo cierto es que la sociedad soviética, con sus múltiples contradicciones y limitaciones, era aun así más justa que las sociedades que la sucedieron, donde la lógica del mercado dinamitó todas las conquistas sociales y dejó a la clase trabajadora inerme ante los desmanes del neoliberalismo.
Keeran y Kenny apuntan también la prioridad que el gobierno soviético dio al desarrollo cultural e intelectual del pueblo. Las políticas públicas garantizaron precios razonables para las publicaciones periódicas, lo libros y los eventos culturales, con lo cual se garantizaba un acceso masivo a estos servicios.
Según la UNESCO el ciudadano soviético leía más libros y veía más filmes que cualquier otro en el mundo. Este esfuerzo gigantesco contribuyó a acortar las brechas culturales y tecnológicas existentes en un país donde confluían más de un centenar de nacionalidades distintas.
La grandeza de la Unión Soviética no reside solo en las cifras macro de sus logros sociales, sino también en haber demostrado que era posible el surgimiento y consolidación de un proyecto de organización social que adversara al del gran capital transnacional. Sus contradicciones y limitaciones son el resultado de las condiciones en que hubo de concretarse, las limitaciones culturales y políticas de fondo, la estrecha concepción del marxismo y el socialismo que acabó imponiéndose y los vicios del capitalismo que no pudieron o supieron ver, combatir y superar.
También es la demostración de que para construir y sostener el socialismo no basta con expropiar a la clase poseedora de los medios de producción, como creía cierta concepción un tanto ingenua, y de que los logros del socialismo no son irreversibles ni están ganados de una vez y para siempre.
A pesar de estas limitaciones, la URSS se irguió por más de setenta años como un faro de esperanza para los pueblos oprimidos del mundo. Venció al fascismo, apoyó el movimiento libertario del denominado tercer mundo, apoyó a Cuba cuando muchos la dejaron sola, consiguió la paridad militar con la mayor potencia imperialista de la historia, puso el primer humano en el espacio… De sus errores debemos aprender todos los que bregamos por un mundo mejor. La URSS fue pionera y en sus aciertos y errores va el germen de un mundo nuevo.
Que este treinta aniversario de la desaparición de la Unión Soviética sea un momento para la reflexión, la reorganización y la ofensiva en contra de la barbarie sistemática del capitalismo. Hoy, como hace más de 170 años, es igual de cierta la sentencia de que no tenemos más que nuestras cadenas que perder y todo un mundo por ganar.
Fuente: https://medium.com/la-tiza/a-30-a%C3%B1os-del-derrumbe-sovi%C3%A9tico-balances-y-reflexiones-4f3aca491b58
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