Por Jack F. Matlock | 22/02/2022 | Mundo
Fuentes: ACURA
Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Nota de Rebelión: publicamos la traducción de este artículo del exembajador estadounidense Jack F. Matlock porque, a pesar de que no compartimos su visión positiva de las relaciones internacionales estadounidenses, consideramos que aporta información muy valiosa para entender lo que subyace en la actual crisis en Ucrania.
Nos enfrentamos hoy a una crisis evitable que era previsible e incluso se predijo, se precipitó deliberadamente, pero que se resuelve fácilmente con sentido común.
Cada día se nos dice que la guerra puede ser inminente en Ucrania. Se nos dice que se están concentrando tropas rusas en las fronteras ucranianas y que podrían atacar en cualquier momento. Se ha aconsejado a los ciudadanos estadounidenses salir de Ucrania y se está evacuando al personal de la Embajada de Estados Unidos. Mientras tanto, el presidente ucraniano aconseja que no cunda el pánico y deja claro que él no considera inminente una invasión rusa. Vladimir Putin, el presidente ruso, ha negado tener intención alguna de invadir Ucrania. Lo que pide es que se deje de añadir nuevos miembros a la OTAN y que, en particular, se asegure a Rusia que Ucrania y Georgia nunca serán miembros. El presidente Biden se ha negado a ofrecer esa garantía, aunque ha dejado clara su voluntad de seguir discutiendo cuestiones de estabilidad estratégica en Europa. El gobierno ucraniano, por su parte, ha dejado claro que no tiene intención de implementar el acuerdo al que se llegó en 2015 de reunificar las provincias de Donbás en Ucrania con un amplio grado de autonomía local, un acuerdo entre Rusia, Francia y Alemania, y que respaldó Estados Unidos.
Puede que me equivoque, que me equivoque trágicamente, pero no puedo evitar la sospecha de que estamos ante una elaborada farsa, groseramente magnificada por destacados elementos de los medios de comunicación estadounidenses para servir a un fin político interno. El gobierno Biden, que se enfrenta a una inflación en alza, a los estragos de Omicron, a la culpa (en su mayor parte injusta) por la retirada de Afganistán, además de a no haber conseguido todo el apoyo de su propio partido a la legislación Build Back Better, se tambalea bajo unos índices de aprobación que disminuyen justo cuando se prepara para las elecciones al Congreso de este año. Dado que parecen cada vez menos probables unas “victorias” claras respecto a los males internos, ¿por qué no fabricar una haciendo creer que impidió la invasión de Ucrania al “hacer frente a Vladimir Putin”? En realidad, parece más probable que los objetivos del presidente Putin sean los que este dice que son y los que lleva diciendo desde su discurso en Múnich en 2007. Para simplificar y parafrasear, los resumiría de la siguiente manera: “Trátenos con al menos un mínimo de respeto. No le amenazamos ni a usted ni a sus aliados, ¿por qué nos niega la seguridad que usted insiste en tener para sí mismo?”.
En 1991, cuando se derrumbó la Unión Soviética, muchos observadores, ignorando los acontecimientos que se desarrollaron rápidamente y que marcaron el final de la década de 1980 y el comienzo de la de 1990, lo consideraron el fin de la Guerra Fría. Se equivocaban. La Guerra Fría había terminado al menos dos años antes. Terminó por medio de una negociación y fue en interés de todas las partes. El presidente George H.W. Bush esperaba que Gorbachov lograra mantener a la mayoría de las doce repúblicas no bálticas en una Federación voluntaria. El 1 de agosto de 1991 Bush pronunció un discurso en el Parlamento de Ucrania (el Verkhovna Rada) en el que respaldó los planes de Gorbachov de una Federación voluntaria y previno contra el “nacionalismo suicida”. Esta expresión se inspiraba en los ataques del líder georgiano Zviad Gamsakurdia a las minorías de la Georgia soviética. Por razones que explicaré en otro lugar, se aplican a la actual Ucrania. En resumen son estas: a pesar de la creencia generalizada tanto entre la “masa” de Estados Unidos como entre la mayoría del público ruso, Estados Unidos no apoyó, y mucho menos provocó, la desintegración de la Unión Soviética. Apoyamos totalmente la independencia de Estonia, Letonia y Lituania, y uno de las últimas cosas que hizo el Parlamento soviético fue legalizar su reivindicación de independencia. Y, por cierto, a pesar de lo que a menudo se teme, Vladimir Putin nunca ha amenazado con reabsorber a los países bálticos o con reclamar ninguno de sus territorios, aunque ha criticado a algunos que negaban a las personas de etnia rusa plenos derechos de ciudadanía, un principio que la Unión Europea se compromete a hacer cumplir.
Pero veamos la primera de las afirmaciones del subtítulo…
¿Era evitable la crisis?
Pues bien, puesto que la principal exigencia del presidente Putin es que se garantice que la OTAN no aceptará más miembros y específicamente no aceptará a Ucrania ni a Georgia, obviamente no habría existido base alguna para la actual crisis si la Alianza no se hubiera expandido al acabar la Guerra Fría o si la expansión se hubiera producido en armonía con la construcción de una estructura de seguridad en Europa que incluyera a Rusia.
Quizá debamos analizar esta cuestión más en profundidad. ¿Cómo responden otros países ante alianzas militares extranjeras cerca de sus fronteras? Puesto que hablamos de política estadounidense, quizá deberíamos prestar atención a cómo ha reaccionado Estados Unidos a intentos de forasteros de establecer alianzas con países cercanos. ¿Alguien recuerda la Doctrina Monroe, una declaración de una esfera de influencia que comprendía todo un hemisferio? ¡E íbamos en serio! Cuando supimos que la Alemania del Kaiser trataba de contar con México como aliado durante la Primera Guerra Mundial, aquello fue un aliciente poderoso para la subsiguiente declaración de guerra contra Alemania. Más adelante, por supuesto, a lo largo de mi vida tuvimos la Crisis de los Misiles en Cuba, algo que recuerdo vívidamente puesto que entonces yo estaba en la Embajada de Estados Unidos en Moscú y traduje algunos de los mensajes de Khrushchev a Kennedy.
¿Deberíamos considerar acontecimientos como la Crisis de los Misiles en Cuba desde el punto de vista de algunos de los principios del derecho internacional o desde el punto de vista del comportamiento probable de los dirigentes de un país si se sienten amenazados? ¿Qué decía el derecho internacional en aquel momento acerca del uso de misiles nucleares en Cuba? Cuba era un Estado soberano y tenía derecho a buscar apoyo a su independencia en cualquier lugar que eligiera. Había sido amenazada por Estados Unidos, hubo incluso un intento de invasión utilizando a cubanos anticastristas. Pidió ayuda a la Unión Soviética. Como el líder soviético Nikita Khrushchev sabía que Estados Unidos había desplegado armas nucleares en Turquía, un aliado de Estados Unidos que, en efecto, hacía frontera con la Unión Soviética, decidió estacionar misiles nucleares en Cuba. ¿Cómo podía Estados Unidos poner legítimamente alguna objeción al hecho de que la Unión Soviética desplegara armas similares a las que se habían desplegado contra ella?
Obviamente, fue un error, ¡un gran error! (uno que recordaba a la observación de Talleyrand, “peor que un crimen…”). Nos guste o no, las relaciones internacionales no se establecen debatiendo, interpretando y aplicando los puntos más certeros del “derecho internacional” que, en cualquier caso, no es lo mismo que el derecho local, el derecho dentro de los países. Kennedy tuvo que reaccionar para eliminar la amenaza. El Estado Mayor Conjunto recomendó eliminar los misiles bombardeándolos. Afortunadamente, Kennedy lo evitó, declaró un bloqueo y exigió la retirada de los misiles.
Al cabo de una semana de intercambio de mensajes (yo traduje el más largo de Khrushchev), se acordó que Khrushchev quitaría los misiles nucleares de Cuba. Lo que no se anunció es que Kennedy también accedió a quitar los misiles estadounidenses de Turquía, pero que ese compromiso no se debía hacer público.
Por supuesto, los diplomáticos estadounidenses en la Embajada de Moscú estábamos encantados con este desenlace. Ni siquiera se nos informó del acuerdo referente a los misiles en Turquía. No sabíamos que habíamos estado cerca de un intercambio nuclear. Sabíamos que Estados Unidos tenía superioridad militar en el Caribe y hubiéramos aplaudido si las Fuerzas Aéreas Estadounidenses hubieran bombardeado esos emplazamientos. Nos equivocábamos. En reuniones posteriores con diplomáticos y altos cargos soviéticos supimos que si se hubieran bombardeado esos emplazamientos, los altos cargos que había en el lugar podrían haber lanzado los misiles sin órdenes de Moscú. Podíamos haber perdido Miami, y, después, ¿qué? Tampoco sabíamos que un submarino soviético estuvo a punto de lanzar un torpedo con armas nucleares contra el destructor que le impedía emerger.
La situación se salvó por los pelos. Es bastante peligroso verse envuelto en enfrentamientos militares con países que tienen armas nucleares. No hace falta estar titulado en Derecho Internacional para entenderlo. Solo hace falta tener sentido común.
De acuerdo, era predecible. ¿Se predijo?
“El error estratégico más grave desde que acabó la Guerra Fría”
Mis palabras, y mi voz, no fueron las únicas. En 1997, cuando se planteó la cuestión de añadir más miembros a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), se me pidió testificar ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado. Hice la siguiente declaración en las observaciones preliminares: “Considero equivocada la recomendación del gobierno de incorporar nuevos miembros a la OTAN en este momento. Si el Senado de Estados Unidos lo aprobara, puede pasar a la historia como el error estratégico más grave cometido desde que acabó la Guerra Fría. Lejos de mejorar la seguridad de Estados Unidos, de sus Aliados y de las naciones que desean entrar en la Alianza, podría fomentar un concatenación de acontecimientos que podría generar la amenaza más grave para la seguridad de esta nación desde que colapsó la Unión Soviética”.
La razón que yo mencionaba era la presencia de un arsenal nuclear en la Federación Rusa cuya eficacia general era igual, si no superior a la del arsenal de Estados Unidos. Si se utilizaba realmente cualquiera de nuestros arsenales [ruso o estadounidense] en una guerra caliente, era capaz de acabar con la posibilidad de la civilización en la Tierra e incluso causar, posiblemente, la extinción de la raza humana y de gran parte de la vida en el planeta. Aunque Estados Unidos y la Unión Soviética habían firmado acuerdos de control de armamento durante los gobiernos de Reagan y del primer Bush, las negociaciones respecto a nuevas reducciones se estancaron durante el gobierno Clinton. Ni siquiera se trató de negociar la retirada de armas nucleares de corto alcance de Europa.
Esta no fue la única razón que mencioné para incluir en vez de excluir a Rusia de la seguridad europea. Lo expliqué de la siguiente manera: “El plan para aumentar la cantidad de miembros de la OTAN no tiene en cuenta la situación internacional real al acabar la Guerra Fría y sigue una lógica que solo tenía sentido durante la Guerra Fría. La división de Europa acabó antes de que se pensara en incorporar nuevos miembros a la OTAN. Nadie amenaza con volver a dividir Europa. Por lo tanto, es absurdo afirmar, como han hecho algunas personas, que es necesario aceptar a nuevos miembros en la OTAN para evitar una futura división de Europa; si la OTAN va a ser el principal instrumento para unificar el continente, entonces lógicamente la única forma de hacerlo es ampliándola para incluir a todos los países europeos. Pero este no parece ser el objetivo del gobierno [estadounidense] y, aunque lo fuera, la forma de lograrlo no es aceptando gradualmente nuevos miembros”.
A continuación añadí: “Todos los supuestos objetivos de la ampliación de la OTAN son loables. Por supuesto, los países de Europa Central y Oriental forman parte de Europa desde el punto de vista cultural y se les debe garantizar un lugar en las instituciones europeas. Por supuesto, hemos apostado por el desarrollo de la democracia y por economías estables en esos países. Pero el hecho de pertenecer a la OTAN no es la única manera de conseguir estos fines. Ni siquiera es la mejor manera en ausencia de una amenaza de seguridad clara e identificable”.
De hecho, la decisión de expandir la OTAN gradualmente suponía un cambio total de las políticas estadounidenses que habían llevado al final de la Guerra Fría y a la liberación de Europa del Este. El presidente George H.W. Bush había proclamado el objetivo de una “Europa entera y libre”. El presidente soviético Gorbachov había hablado de “nuestro hogar común europeo”, había dado la bienvenida a los representantes de los gobiernos de Europa del Este que se habían deshecho de sus gobernantes comunistas y había ordenado la reducción radical de las fuerzas militares soviéticas explicando que para que un país esté seguro, debe haber seguridad para todos. El primer presidente Bush también garantizó a Gorbachov, cuando se reunieron en Malta en diciembre de 1989, que si se permitía a los países de Europa del Este elegir su futura orientación por medio de procesos democráticos, Estados Unidos no se “aprovecharía” de ese proceso (obviamente, incorporar a la OTAN a países que entonces estaban en el Pacto de Varsovia sería “aprovecharse”). Al año siguiente, se garantizó a Gorbachov, aunque no en un tratado formal, que si se permitía a una Alemania unificada permanecer en la OTAN, no habría ningún movimiento de la jurisdicción de la OTAN hacia el este, “ni una pulgada”.
Estos comentarios se le hicieron al presidente Gorbachev antes de que se disolviera la Unión Soviética. Cuando lo hizo, la Federación Rusa tenía menos de la mitad de la población de la Unión Soviética y un aparato militar desmoralizado y sumido en una confusión total. Aunque no había razón alguna para ampliar la OTAN después de que la Unión Soviética reconociera y respetara la independencia de los países de Europa del Este, había aún menos razones para temer a la Federación Rusa como una amenaza.
¿Se precipitó deliberadamente?
Durante el gobierno de George W. Bush (2001-2009) se siguió incorporando países de Europa del Este a la OTAN, pero eso no fue lo único que provocó la oposición rusa. Al mismo tiempo, Estados Unidos empezó a retirarse de los tratados de control de armas que durante un tiempo habían atenuado una carrera de armamentos irracional y peligrosa, y que fueron los acuerdos básicos para poner fin a la Guerra Fría. La decisión más relevante fue la de retirarse del Tratado sobre Misiles Antibalísticos (Tratado ABM), que había sido el tratado fundamental de la serie de acuerdos que detuvieron durante un tiempo la carrera de armamento nuclear. Después de los atentados terroristas contra el World Trade Center de Nueva York y el Pentágono en el norte de Virginia, el presidente Putin fue el primer dirigente extranjero que llamó al presidente Bush y le ofreció su apoyo. Cumplió su palabra facilitando el ataque al régimen talibán de Afganistán, que había albergado a Osama ben Laden, el líder de Al Qaeda que había inspirado los atentados. En aquel momento estaba claro que Putin aspiraba a una asociación de seguridad con Estados Unidos. Los terroristas yihadistas que tenían a Estados Unidos en su punto de mira también tenían a Rusia. Con todo, Estados Unidos siguió ignorando los intereses rusos (y también los de sus aliados) al invadir Irak, un acto de agresión al que se opusieron no solo Rusia, sino también Francia y Alemania.
Mientras el presidente Putin sacaba a Rusia de la bancarrota que se había producido a finales de la década de 1990, estabilizaba la economía, pagaba las deudas externas de Rusia, reducía la actividad del crimen organizado e incluso empezaba a construir un nido financiero para capear futuras tormentas financieras, era objeto de lo que él consideraba un insulto tras otro a su idea de la dignidad y seguridad de Rusia. En un discurso pronunciado en Múnich en 2007 enumeró estos insultos. El Secretario de Defensa estadounidense Robert Gates respondió que no necesitábamos una nueva Guerra Fría. Por supuesto, era muy cierto, pero ni él ni sus superiores ni sus sucesores parecieron tomar en serio la advertencia de Putin. En la campaña como candidato a las elecciones presidenciales de 2008 el entonces senador Joseph Biden prometió ¡“hacer frente a Putin”! ¿Eh? ¡Qué demontre le había hecho Putin a él o a Estados Unidos?
Aunque en un principio el presidente Obama prometió cambiar de política, de hecho su gobierno siguió ignorando las principales preocupaciones de Rusia y redobló los anteriores esfuerzos estadounidenses para sacar a las antiguas repúblicas soviéticas de la influencia rusa e incluso para fomentar un “cambio de régimen” en la propia Rusia. El presidente ruso y la mayoría de la población rusa consideraron las acciones estadounidenses en Siria y Ucrania ataques indirectos contra ellos.
El presidente Assad de Siria era un dictador brutal, pero el único baluarte eficaz contra el Estado Islámico, un movimiento que había prosperado en Irak tras la invasión estadounidense y se había extendido a Siria. La ayuda militar a una supuesta “oposición democrática” cayó rápidamente en las manos de yihadistas ¡aliados de la misma organización Al-Qaeda que había organizado los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos! Pero la amenaza para la cercana Rusia era mucho mayor ya que muchos yihadistas eran oriundos de zonas de la antigua Unión Soviética, incluida la propia Rusia. Siria también es un vecino cercano de Rusia; se consideró que Estados Unidos fortalecía a los enemigos tanto de Estados Unidos como de Rusia con su equivocado intento de decapitar al gobierno sirio.
Por lo que se refiere a Ucrania, la intromisión de Estados Unidos en su política interna fue profunda, hasta el punto de parecer elegir a un primer ministro. De hecho, también apoyó un golpe de Estado ilegal que cambió el gobierno ucraniano en 2014, un procedimiento que normalmente no se considera compatible con el estado de derecho o la gobernanza democrática. La violencia que todavía está a punto de estallar en Ucrania empezó en el oeste “pro-occidental”, no en Donbas, donde fue una reacción a lo que se consideraba una amenaza de violencia contra las personas ucranianas de origen étnico ruso.
Durante el segundo mandato del presidente Obama su retórica se volvió más personal y se sumó a un cada vez más altisonante coro en los medios de comunicación estadounidenses y británicos que vilipendiaba al presidente ruso. Obama habló de unas sanciones económicas contra los rusos como “coste” del “mal comportamiento” de Putin en Ucrania, olvidando convenientemente que la acción de Putin había sido popular en Rusia y que se podía acusar de forma creíble al propio predecesor de Obama de ser un criminal de guerra. Obama empezó entonces a proferir insultos contra la nación rusa en su conjunto con acusaciones como que “no hace nada que nadie quiera”, ignorando interesadamente el hecho de que la única forma que teníamos en aquel momento de llevar a astronautas estadounidenses a la estación espacial internacional era con cohetes rusos y que su gobierno estaba haciendo todo lo posible para impedir que Irán y Turquía compraran misiles antiaéreos rusos.
Estoy seguro de que alguien dirá: “¿Y qué? Reagan calificó a la Unión Soviética de imperio del mal, pero entonces negoció el final de la Guerra Fría”. ¡Es cierto! Reagan condenó al antiguo imperio soviético y a continuación reconoció a Gorbachov el mérito de haberlo cambiado, pero nunca castigó públicamente a los dirigentes soviéticos como persona. Los trató con respeto personal y como iguales, incluso invitó al ministro de Asuntos Exteriores Gromyko a cenas formales que normalmente estaban reservadas a jefes de Estado o de Gobierno. Sus primeras palabras en reuniones privadas solían ser algo así como: “Tenemos en nuestras manos la paz del mundo. Debemos actuar con responsabilidad para que el mundo pueda vivir en paz”.
Las cosas fueron a peor durante los cuatro años de la presidencia de Donald Trump. Como se le había acusado, sin pruebas, de ser un títere de Rusia, Trump se aseguró de apoyar cada medida antirrusa que surgía al tiempo que halagaba a Putin calificándolo de gran líder. Las expulsiones recíprocas de diplomáticos que había empezado Estados Unidos al final de la presidencia de Obama siguieron en un nefasto círculo vicioso que ha provocado una presencia diplomática tan mínima que durante meses Estados Unidos no contó con personal suficiente en Moscú para expedir visados a los rusos para visitar Estados Unidos.
Como muchos otros acontecimientos recientes, el estrangulamiento mutuo de las misiones diplomáticas revierte uno de los logros de los que estamos más orgullosos de la diplomacia estadounidense en los últimos años de la Guerra Fría, cuando trabajamos diligentemente y con éxito para abrir la cerrada sociedad de la Unión Soviética, para tirar el telón de acero que separaba “Oriente” y “Occidente”. Lo logramos con la cooperación de un líder soviético que entendió que su país necesitaba desesperadamente unirse al mundo.
De acuerdo, a las pruebas me remito de que la crisis de hoy “se precipitó deliberadamente”. Pero, de ser así, ¿cómo puedo decir que…
…se resuelve fácilmente con sentido común?
La respuesta es breve porque puede serlo. Lo que pide el presidente Putin, acabar con la expansión de la OTAN y crear una estructura de seguridad en Europa que garantice la seguridad de Rusia junto con la de los demás, es sumamente razonable. No exige la salida de ningún miembro de la OTAN ni amenaza a ninguno. Según cualquier criterio pragmático y de sentido común, a Estados Unidos le interesa promover la paz, no el conflicto. Tratar de sacar a Ucrania de la influencia rusa (el objetivo declarado de quienes hicieron campaña a favor de las “revoluciones de colores”) fue una misión estúpida además de peligrosa. ¿Tan pronto hemos olvidado lo aprendido de la crisis de los misiles en Cuba?
En estos momentos, afirmar que aprobar las demandas de Putin va en el interés objetivo de Estados Unidos no significa que sea fácil hacerlo. Los líderes tanto del partido demócrata como del republicano han desarrollado una postura tan rusófoba (una cuestión que requiere un artículo aparte) que se necesitará una gran habilidad política para navegar por las traicioneras aguas políticas y lograr un desenlace razonable.
El presidente Biden ha dejado claro que Estados Unidos no intervendrá con sus propias tropas si Rusia invade Ucrania. Entonces, ¿por qué trasladarlas a Europa del Este? ¿Solo para demostrar a los halcones del Congreso que se mantiene firme? ¿Para qué? Nadie amenaza a Polonia o Bulgaria, excepto las oleadas de personas refugiadas que huyen de Siria, Afganistán y las zonas secas de la sabana africana. Entonces, ¿qué se supone que hace la 82 División Aerotransportada?
Pues bien, como he sugerido anteriormente, puede que esto no sea más que una costosa farsa. Quizá las subsiguientes negociaciones entre los gobiernos de Biden y Putin encuentren una manera de satisfacer las preocupaciones rusas. En ese caso, puede que la farsa haya cumplido su objetivo. Y quizá entonces nuestros congresistas empiecen a ocuparse de los cada vez mayores problemas que tenemos en casa en lugar de empeorarlos.
Se puede soñar, ¿no?
Jack F. Matlock fue embajador de Estados Unidos en la URSS (1987-1991). Es miembro de la junta directiva de ACURA y escribe desde Singer Island, Florida.
Fuente: https://usrussiaaccord.org/acura-viewpoint-jack-f-matlock-jr-todays-crisis-over-ukraine/
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora
Fuente: Rebelión
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