Introducción de Mercedes Jabardo Velasco a la antología “Feminismos negros”.
Introducción al libro “Feminismos negros. Una antología”, editado por Traficantes de Sueños. El miércoles 23 de enero en Traficantes de Sueños y el jueves 24 en la Universidad Autónoma de Madrid, discutiremos sobre feminismos negros con Mercedes Jabardo, editora del volumen y Juan Carlos Gimeno, profesor de Antropología. El grito de empoderamiento de las feministas negras transformó el feminismo en general con una batería de críticas concretas que apuntaban a la posición de las feministas blancas en temas tales como el capitalismo, el colonialismo, la migración, la familia y la sexualidad. Repasaremos sus principales aportaciones a la luz de luchas actuales, como la de las trabajadoras domésticas, las migrantes o la prostitutas donde se cruza clase, género y procedencia.
Tiene el feminismo negro los rasgos de los movimientos que han de construir su programa de lucha y de emancipación desde diversas y superpuestas estructuras de dominación. A veces, incluso confl ictivas. Hablar de género y de «raza» como elementos de desigualdad es en cierto sentido reduccionista si no se enmarca en las condiciones en las que ambos criterios emergieron como vehículos de la opresión. El movimiento feminista negro surgió en la confluencia (y tensión) entre dos movimientos, el abolicionismo y el sufragismo, en una difícil intersección. Aun teniendo una presencia relevante en ambos, la combinación de racismo y sexismo terminó excluyendo a las mujeres negras de los dos. Esto no paralizó su impulso emancipador, bien al contrario.
Las feministas negras fueron, desde el principio, extraordinariamente lúcidas a la hora de posicionarse, y fuertes a la hora de establecer alianzas. Con los hombres de su propia «raza» en las antiguas comunidades de esclavos, con las mujeres blancas en la lucha por el sufragio femenino y, sobre todo, con todas las mujeres negras cuando el racismo contaminó el movimiento sufragista estadounidense y cuando la emancipación incorporó las diferencias de género a las comunidades negras.
Lo que desde el feminismo postmoderno se ha traducido como teoría de la interseccionalidad está en la base genealógica del feminismo negro afroamericano. Se remonta al discurso «Acaso no soy una mujer» de Sojourner Truth en la Convención de los Derechos de la Mujer en Akron de 1852, y a la explosión de escritos de mujeres negras en la década de 1890, en la que además de los textos de Ida Wells, se produjeron obras como A Voice from the South by a Black Women from the South de Anna Julia Couper (1982) y posteriormente A Couloured Women in a White World de Mary Church Terrell (1940).
Pioneras del feminismo negro
Escoger entre las cientos de voces rescatadas de este periodo a dos de ellas no era una tarea fácil. Sin embargo, Ida Wells y Sojourner Truth son sin duda dos de las más significativas. Lo son porque tanto desde posiciones teóricas ―en el caso de Wells― como desde el coraje y la lucidez de una mujer iletrada ―como Sojourner Truth―, sentaron las bases de lo que sería el pensamiento del feminismo negro, la clara alianza entre la reflexión teórica y las estrategias de movilización. También porque son reflejo de la forma colectiva de generar pensamiento del feminismo negro. A diferencia del feminismo blanco, que tiene su momento fundacional en la Ilustración y reproduce la racionalidad del pensamiento ilustrado, el feminismo negro surge en un contexto esclavista. Desde aquí, se pretende romper con la construcción individual del pensamiento filosófico ilustrado, apostando por la inclusión de distintos saberes, lógicas, actrices sociales.
Si tuviéramos que hacer referencia a un «texto» fundacional del feminismo negro sería el discurso «Acaso no soy una mujer» de Sojourner Truth en la Convención de los Derechos de la Mujer en Akron de 1852. Encontramos en él algunos de los rasgos que permiten entender el carácter contrahegemónico de este movimiento. En primer lugar, la oralidad del relato frente a la racionalidad de la escritura de los textos fundacionales del feminismo blanco. La oralidad, y también la oratoria aprendida y practicada en los púlpitos de las iglesias. Ambas, herramientas de resistencia de los grupos subalternos. En segundo lugar, el propio carácter de la oradora: Sojourner Truth fue la primera de una importante saga de intelectuales negras que, sin el apoyo de una obra escrita, han conectado con los intereses y las luchas de las mujeres negras. En tercer lugar, por ser un texto creado desde la colonialidad. Desde ahí, con un lenguaje propio que no se ve refl ejado en el espejo impuesto, Sojourner Truth deconstruye la categoría (hegemónica) de mujer ―una categoría desde la que se la niega― reivindicando su propia identidad en tanto que mujer. La intersección de la «raza» con el género, que desde el sistema hegemónico construye a las mujeres negras como no-mujeres, re-aparece en el discurso de Sojourner en términos inclusivos. Detrás de su «¿Acaso no soy una mujer?», detrás de las luchas de otras ex esclavas como Harriet Jacobs, aparece un anhelo que pugna por re-signifi car el término mujer. Su aspiración era ser libres, no sólo de la opresión racista, sino también de la dominación sexista.
Las aportaciones de Sojourner Truth al movimiento sufragista (invisibilizadas por el feminismo blanco) y al pensamiento feminista negro (rescatadas en los años ochenta) han sido ampliamente difundidas (incluso en castellano) en las últimas décadas. Nos enorgullece que este texto fundacional abra esta antología.
En la década de 1890, cuando aparecen las obras de referencia de las primeras académicas negras, la distancia entre las mujeres negras y las mujeres blancas, que se había hecho visible dentro del movimiento sufragista, era todavía más profunda. La abolición de la esclavitud, que la comunidad negra recibió con esperanza, solo transformó la superfi cie de la sociedad de castas que dividía a las personas entre amos y esclavos. Pronto, la discriminación racista sustituyó a la esclavitud como «moderno» criterio de desigualdad. En 1894, ya se habían establecido la privación del voto de las personas negras en el Sur, el sistema jurídico segregacionista y la vigencia de la ley Lynch.4 Incluso algunas sufragistas asumieron planteamientos eugenistas y la ideología de la domesticidad.5 Las palabras de Belle Kerney, recogidas por Ángela Davis son un fiel reflejo del clima que se respiraba:
La concesión del voto a las mujeres aseguraría una inmediata y duradera supremacía blanca alcanzada de manera lícita, ya que ha sido confi rmado, por autoridades inapelables, que «en todos los Estados sureños, salvo en uno, hay más mujeres educadas que la suma de todos los votantes analfabetos blancos y negros, nativos y extranjeros».
Así se presentaba el sufragio femenino blanco como el medio más adecuado para alcanzar la supremacía racial. Dejando de lado aspectos tales como la solidaridad, la lucha por los derechos de las mujeres o la igualdad política, el incipiente movimiento feminista quedó convertido en un mero baluarte de la superioridad racial de las personas blancas. El movimiento sufragista quedó fatalmente impregnado de racismo, lo cual no solo abriría una brecha insalvable en el feminismo norteamericano (feminismo blanco versus feminismo negro) sino que se convertiría en un instrumento (más) en el proceso de objetivación de la mujer negra. Al asumir para sí mismas el papel de «guardianas y protectoras naturales del hogar», al reivindicar el voto femenino desde su rol como madres de futuros ciudadanos, las mujeres blancas excluían del voto, y de la categoría de madre y por ende de mujer, a las mujeres negras.
El primer club de mujeres negras se organizó en respuesta a la desenfrenada ola de linchamientos y al abuso sexual indiscriminado del que eran objeto. Ida B. Wells fue una de sus fundadoras; ambas cuestiones eran a un tiempo objeto de sus investigaciones y motor de sus reivindicaciones. Tanto Wells como Anna Julia Cooper, otra socióloga afroamericana, desde posiciones sociales diferentes, se inspiraron conscientemente en sus experiencias vitales como mujeres afroamericanas para desarrollar una conciencia sistemática de la sociedad y de las relaciones sociales. No son, en este sentido, muy diferentes de otros pensadores que han surgido entre los subalternos.
Ida Wells, una reputada intelectual, periodista y activista negra, orientó sus energías a la lucha contra los linchamientos sistemáticos a los que se sometía a la población negra después de constatar que las víctimas de los mismos no habían sido culpables de los crímenes que les imputaban (la mayoría de las veces, un acto de violación). A esta conclusión llegó de forma dramáticamente fortuita, cuando tres de sus amigos más íntimos fueron linchados acusados de este delito. Esta circunstancia la empujó a investigar de forma sistemática todos los actos de linchamiento cometidos en el Sur, utilizando una metodología que solo recientemente ha tenido reconocimiento científi co. Utilizó las únicas fuentes que existían, las del opresor, para desde ellas descubrir cuestiones subyacentes a la dominación. Partiendo de los relatos de los linchamientos escritos en periódicos de blancos, analizó las fuentes secundarias del Chicago Tribune e hizo trabajo de campo justo después de los linchamientos. Elaboró y publicó estadísticas demoledoras. Así mostró que entre 1880 y 1891 en torno a 100 negros fueron linchados. En el año 1892, año en el que mataron a sus amigos, otros 160 hombres fueron linchados, la mayoría por asesinato (58) y por violación (46). Denunció que los linchamientos se utilizaban para frenar el posible ascenso social de la población negra en el Sur. Señalando las lógicas desde las que se denunciaba como violación cualquier contacto (a veces meramente verbal) entre un hombre negro y una mujer blanca, Wells introdujo uno de los temas que sería central en el feminismo negro: la forma en la que la intersección entre «raza» y género construye de forma desigual la sexualidad de la población blanca y de la población negra. Lo hizo subrayando los mecanismos a través de los cuales se demonizan las relaciones raciales entre hombres negros y mujeres blancas ― usando el término de violación para cualquier tipo de contacto o acercamiento entre unos y otras― y la forma en la que se naturaliza cualquier forma de agresión sexual (violación) de hombres blancos a mujeres negras.
Así lo retoma Ángela Davis:
El histórico lazo que une a las mujeres negras ―las cuales han sufrido sistemáticamente el abuso y la violación de los hombres blancos― con los hombres negros ―quienes han sido mutilados y asesinados a causa de la manipulación racista de la acusación de violación― apenas ha comenzado a ser reconocido a un nivel significativo. Generalmente, siempre que las mujeres negras se han enfrentado a la violación, han expuesto, al mismo tiempo, los montajes que lanzan la acusación de violador como arma letal del racismo contra los hombres de su comunidad.
La alianza racial entre hombres y mujeres negras crecía en paralelo a la gran brecha que se abrió en el movimiento sufragista. Los clubs de mujeres negras fueron excluidos; e incluso en las grandes marchas por el sufragio femenino, las líderes (blancas) del movimiento asumieron la política segregacionista instando a las mujeres negras a caminar de forma separada. Esta vivencia constante del racismo incluso entre las intelectuales negras de los grupos más acomodados sirvió, también desde el principio, como nexo de unión con las mujeres negras de clase trabajadora, creando un vínculo interclasista que ha diferenciado al feminismo negro del feminismo blanco de origen burgués. Y que además está en la base de esa conciencia de hermandad [sisterhood] que reclaman para sí las teóricas del feminismo negro.
Bases conceptuales del feminismo negro
Mientras el feminismo moderno / ilustrado se desarrolló a partir de Simone de Beauvoir y su afi rmación «No se nace mujer. Se llega a serlo», los discursos de género en el feminismo negro parten de una negación, de una exclusión, de un interrogante, el que retoma bell hooks de Sojourner Truth en uno de los primeros textos del pensamiento feminista negro: «¿Acaso no soy una mujer?».
No es un título escogido al azar. La interrogación que retoma bell hooks es la expresión de un sentimiento colectivo que responde de forma irónica a las teorías feministas del género surgidas de la tesis de Simone de Beauvoir, unas teorías que sirvieron para comprender que la identidad colectiva y personal es reconstruida socialmente de manera precaria y constante.10 Desde el feminismo negro la identidad de la mujer es simultáneamente reclamada y reconstruida. Frente a los ejercicios «constructivistas» del feminismo blanco, el feminismo negro parte de una no-categoría (no-mujer). La única estrategia posible desde la negación es un ejercicio de de-construcción. Destruir la negación desde donde se ha excluido de la categoría de mujeres a las mujeres negras, para avanzar, re-pensarse y reconstruirse desde otras categorías. Re-conocer las imágenes de no-mujer como estrategias de hegemonía. Dotarse de las herramientas adecuadas para reflejarla y para superarla, unas herramientas que como dice Audre Lorde no podrán ser las herramientas del amo: «Las herramientas del amo nunca desmontan la casa del amo. Quizá nos permitan obtener una victoria pasajera siguiendo sus reglas del juego, pero nunca nos valdrán para efectuar un auténtico cambio». Para dejar de ser constituidas como objetos y pensarse como sujetos, tuvieron que tomar la palabra, recuperar la voz y generar un nuevo discurso. En definitiva, crear una nueva epistemología.
[1] The Combahee River Collective, «A Black Feminist Statement», en Hull, Bell Scott y Smith (eds.), All the Women Are White, All the Blacks Are Men, But Some of Us Are Brave, Nueva York, Feminist Press, 1982.
Reich dice
Está bien padre el reportaje, muchas gracias! me ayudó mucho para un investigación. Te cité y todo =)