por Rafael Cid/
El escándalo Bárcenas-PP tiene más caras ocultas que El Tenorio representaciones. Me limitaré a una de ellas, la que estimo
estratégica en el proceso que su estallido ha puesto en marcha. Sin entrar a considerar la naturaleza de lo publicado, que como de costumbre en este tipo de operaciones de Estado está confeccionado con una buena parte de verdad y otra de presunción, que es la que dinamiza el conjunto. De momento, lo que pide una honesta interpretación de la realidad es admitir que lo trascendido mediáticamente ha logrado la catarsis deseada. Todo el mundo está clamando contra la corrupción, y de esa legítima exigencia parece desprenderse una demanda social inapelable para acabar con tales prácticas sin miramientos. Demanda, solicitud, exigencia o imperativo moral que, al partir de la evidencia de que todo el arco político está pringado, impele a buscar soluciones de excepción. Rebobinemos.
Como todo el mundo sabe, el caso Bárcenas, con su espoleta de los sobresueldos cebada hacia la cúpula del Partido Popular de Mariano Rajoy, inicialmente fue “una exclusiva” de diario El Mundo, órgano de la derecha española más pertinaz. Fue el periódico de Pedro J. Ramírez, últimamente tertuliano estrella de la progresista cadena de televisión La Sexta, quien en primera instancia lanzó la bomba. Sobre las razones de esta aparente contradicción, caben múltiples cábalas. Una de ellas, que el rotativo sirviera a los intereses de la ex presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, descabalgada del poder por razones personales poco convincentes. Se trataría de contrarrestar con un misil de advertencia hacia lo más alto de Génova 13, la jibarización del séquito neoliberal en los órganos del partido, en franco retroceso tras la impopularidad cosechada por sus seguidores en el Ayuntamiento y el gobierno regional a causa de la desastrosa gestión de casos como el ático marbellí del presidente Ignacio González, la cólera ciudadana por las privatización de los servicios públicos sanitarios, la bochornosa tragedia del complejo Arena o la revelación de la “doble militancia” de Güemes, el ex consejero de sanidad de la CAM que tras abandonar su cargo fichó por una de las firmas del sector a la que había favorecido.
Pero esta prospectiva resulta a todas luces insuficiente para entender lo que está pasando ante nuestros ojos. Demasiado pollo para tan escaso arroz. Hay que buscar con más diligencia. Ante casos de jugadas a varias bandas, casi siempre, como afirma el dicho judío, el secreto mejor guardado suele estar bajo el foco de la lámpara. Aquí es dónde cambia el escenario y entra en liza el rotativo El País, adversario ideológico, profesional y competencia de El Mundo. Si el audaz Pedro J. tiró la primera piedra en el caso Bárcenas, fue el medio del arrogante Juan Luis Cebrían quien puso toda la carne en el asador dando al escándalo de corrupción en el partido del gobierno la dimensión necesaria para que el asunto se desbordara haciendo saltar todas las alarmas. Con el título a toda portada de “Los papeles secretos de Bárcenas”, y la divulgación de la supuesta contabilidad oculta del Partido Popular junto con una llamada a su “fortuna secreta”, el autotitulado “periódico global en español” convirtió lo que era un tema de calado en un auténtico obús a la línea de flotación del equipo de Mariano Rajoy y del propio Ejecutivo. Con los restos de su prestigio aún activos entre la izquierda institucional y su condición de periódico de referencia, el notición de El País logró que el terremoto que se abatía sobre el PP tuviera cobertura de primera en los medios informativos más influyentes del mundo. Así, entre El Mundo y El País, es decir entre derecha e izquierda, en el curso de una semana habían puesto contra las cuerdas al partido que sustenta al gobierno de la cuarta economía europea. La Marca España no podía tener peor estandarte en el concierto internacional.
Sin embargo, un análisis más detallado del contexto en que se desencadenan los hechos y su cabal monitorización arrojan sombras sobre la transparencia del proceso y, sobre todo, señalan daños colaterales conjurados gracias a su oportuna deflagración a dos bandas. La primera y más importante es que el estallido del caso Bárcenas-PP solapó rápida, total y eficazmente el caso Nóos-Casa Real, en el preciso momento en que era imputado en la trama el secretario de las Infantas y ex tesorero de la sociedad latrocinadora “sin animo de lucro”, Carlos Garcia Revenga. El scoop al alimón de El Mundo y El País salvó al Rey Juan Carlos de encabezar las portadas de la prensa mundial, y de que sus editorialistas desentrañaran a sus audiencias el curioso caso de una democracia coronada que respalda a un propio tras ser imputado por un juez en un affaire de macroexpolio de dinero público continuado.
La otra circunstancia, que no por ser de menor entidad resulta subalterna, reside en el curioso hecho de que el relevo de El Mundo por El País en la explotación del caso Bárcenas se produjera a las 24 horas de que el diario que pasa por ser el referente ideológico de nuestra socialdemocracia hubiera divulgado una supuesta fotografiá del presidente venezolano Hugo Chávez en el hospital que resulto un timo. ¿Vasos comunicantes o Principio de Arquímedes? El diario que acaba de protagonizar uno de los casos de incompetencia y fraude informativo más llamativos de la historia, levantaba airoso al día siguiente el trofeo de campeador del periodismo de investigación con la fenomenal traca Bárcenas-PP.
Pero El País, siempre y en todo momento baluarte de los ideales de la transición coronada, no entraba en la ofensiva al Partido Popular de Mariano Rajoy sin pelos en la gatera. Los antecedentes más recientes de su cronograma registran una zona de alta tensión que los entendidos en los secretos de aquella casa vaticinaban como una oferta imposible de rechazar sin exponerse a males mayores. Nos referimos a esos obstinados tres editoriales, publicados sucesivamente los días 10,11 y 12 de diciembre de 2012, algo casi inédito en la historia del diario, donde con el título común de “La salida de la crisis”, el órgano de la oligarquía financiera empresarial más avezada conminaba al presidente del gobierno Mariano Rajoy a solicitar el rescate sin esperar un segundo más. Como se sabe, Rajoy no sólo contrarió el dictado de El País sino que incluso le desairó argumentando las razones que lo desaconsejaban en aquellos momentos, aliniándose así con la postura de Adolfo Suarez ante la presión de los generales y distanciándose de la de Zapatero ante la reforma-express de la Constitución y la imposición del territorio nacional como sede del escudo antimisiles de EEUU.
Con este cuadro clínico sobre la mesa de operaciones, logrado que el lógico clamor popular contra la corrupción acose al PP mientras permite a la oposición blanquearse como sobrevenido fiscalizador (contra la derecha se lucha mejor) y visto, en fin, que a pesar del Informe Everis cocinado por Zarzuela y el gran empresariado patrio no había sido posible el “pacto de Estado” postulado desde las alturas, parece lógico suponer que la relanzada demanda ciudadana de
transparencia propiciada por el caso Bárcenas-PP vomitará un gran acuerdo de todos las fuerzas políticas y sindicales contra la corrupción que resulte en la práctica equivalente a ese anhelado compromiso histórico. Y si además del estado de shock infringido, se tiene en cuenta que el 2013 será económica y socialmente “el año de la bestia”, porque la Administración ha adelantado la imputación de ingresos al 2012 para evitar desviaciones del déficit intolerables para Bruselas (por eso los voceros del gobierno hablan de buena perspectivas por cuenta corriente y balanza comercial), únicamente quedaría por descifrar quién será el tecnócrata cooptado para oficiar del Monti español una vez que el alud de la corrupción haya amortizado las figuras de Rajoy y Rubalcaba.
En democracia la estrategia de la tensión se planifica con tanques de papel.
Rafael Cid
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