Por Antonia Avalos Torres, Valentina Salinas Carvacho
El 12 de octubre nos remite a pensar Europa como una maquinaria de producción de dolor, desigualdad y exclusión que sigue generando violencia en las mujeres migrantes y racializadas que habitan el estado.
Desde niñas crecimos escuchando que nuestros colores de piel se utilizaban como insultos: negra curiche, india puta, por mencionar algunos. Como dice la folclorista afroperuana Victoria Santa Cruz, “me llamaron negra, y retrocedí”. Cuando retrocedíamos no comprendíamos el por qué, solo experimentábamos algo que en el futuro nos dirían: “se llama racismo”, palabra y sistema de dominación que marcó para siempre nuestras infancias y nuestras vidas por venir.
Por eso volver al 12 de octubre – año de rememoración del Genocidio de América – tiene una profundidad política tan grande. Hablar del 12 de octubre nos remite a pensar Europa como una maquinaria de producción de dolor, desigualdad y exclusión. Extractivismo de vidas y de la naturaleza. Viejas historias, nuevas formas de explotación, que no han desaparecido con el tiempo, sino que se han reactualizado, alimentando imaginarios supremacistas, racistas y xenófobos que legitiman a grupos de derecha y extrema derecha. Nos referimos a un momento histórico que perduró -en términos formales – más de tres siglos, pero cuyas raíces se mantienen y configuran el mapa social, geopolítico, cultural y económico de nuestro continente. Como bien lo señala Aníbal Quijano, gracias a la colonización de América Latina “los dominadores europeos “occidentales” y sus descendientes euro-norteamericanos, son todavía los principales beneficiarios. Y en cada caso, sobre todo, sus clases dominantes. Los explotados y dominados de América Latina y de África, son las principales víctimas”.
Hablar del 12 de octubre nos remite a pensar Europa como una maquinaria de producción de dolor, desigualdad y exclusión.
La colonización permitió el enriquecimiento de Europa, y con ello el desarrollo del Capitalismo histórico (tomando el concepto de Inmanuel Wallerstein) o la llamada acumulación incesante de capital que se origina a partir del siglo XV. Llevar a cabo esta empresa de despojo en América Latina implicó construir un sistema de clasificación entre humanos y no humanos, donde los primeros fueron representados por los europeos y los segundo por nuestras y nuestros ancestros indígenas y negros. Nos transformaron en mano de obra, esclavos, entes sin alma, mercancías, prostitutas, objetos de producción para la acumulación capitalista. Por eso Europa trajo a nuestras tierras la barbarie, no la civilización.
En la teoría política latinoamericana nombramos a estos fenómenos como “Colonialidad del poder” del ser y del saber. La colonialidad del poder “constituye un nuevo patrón de poder iniciado en 1492 que tendría dos modos fundamentales de estructurar las relaciones de dominación. Por una parte, a partir de la clasificación de conquistadores-conquistados teniendo como eje la “raza”, y, en segundo lugar, – siempre en interacción con ella- con base en una estructuración de tipo económica asentada en la “la articulación de todas las formas históricas de control del trabajo, de sus recursos y de sus productos, en torno del capital y del mercado mundial” (Quijano, 2014). Por su parte, la colonialidad del saber representa la superioridad epistémica, religiosa, la universalidad del pensamiento europeo, ficcionando sobre nuestra supuesta inferioridad, inmoralidad y salvajismo, negando los saberes de nuestros antepasados y cosmovisión del mundo. La colonialidad del saber se relaciona con la colonialidad del ser, porque no solo es el control del conocimiento, control de la subjetividad, superioridad racial, sino que se basa en la destrucción de la naturaleza, de los otros, con su visión de progreso y desarrollo, de producción extractivista y voracidad económica.
El proceso de despojo, sin duda, no fue pacífico: nuestras ancestras fueron violadas y torturadas para quitar de sus cuerpos y espíritus sus propios saberes. Y lo decimos con fuerza porque hemos encontrado los documentos en que ellas, las mujeres indígenas y negras, hablan. En los archivos judiciales de nuestros países de origen aparecen como denunciantes de “amancebamiento” y torturas. El discurso colonialista español le denomina a este brutal fenómeno “Encuentro de culturas”, “Día de la raza”, o mestizaje armónico. Los argumentos al respecto hablan de una supuesta voluntad de las mujeres indígenas de tener relaciones sexuales con los españoles, pero ¿qué voluntad o libertad de decisión puede ser posible cuando existe una relación de poder como la que hemos descrito?
Esas mujeres se enfrentaron a sistemas de dominación que se expandieron a costa de sus cuerpos: al Patriarcado heterosexual, Capitalismo y Colonialismo. El advenimiento del Patriarcado es la primera forma de explotación, desposesión y subordinación femenina. Es la destrucción de las diosas. Antes de él se celebraba a la naturaleza y los poderes de los cuerpos femeninos, dando paso a la exaltación de los hombres y después de los gobernantes masculinos. Pero en América Latina, la configuración del Patriarcado se organizó dentro del proceso de colonización, lo quiere decir, en palabras de María Lugones, que: “ninguna hembra colonizada es una mujer”. Nuestras ancestras tuvieron que enfrentar dobles y triples opresiones ¿A qué nos referimos con esto?
Según el enfoque interseccional, que surge desde los feminismos negros en EEUU, y que como latinoamericanas rescatamos, las mujeres enfrentamos distintos grados de opresión, el patriarcado no afecta por igual a todas. Vivimos determinadas discriminaciones y desventajas, debido a estructuras de opresión que se intersectan en nuestros cuerpos, como clase, raza, orientación sexual, cultura, religión. No queremos esencializar las opresiones, sino identificar la continuidad de las estructuras coloniales, que persisten tanto en hombres como mujeres, y lamentablemente también en las prácticas feministas europeas.
Hoy venimos del sur global a disputar la historia y el presente. Nos sabemos producto de esa colonización, violencia sexual y genocidio brutal de nuestras ancestras. En nuestros cuerpos se percibe la historia, el lugar del vencido. El racismo es el discurso que legitima y justifica el expolio, la explotación, la esclavitud y la violación sexual, porque ¿cómo vamos a ser respetadas si somos consideradas menos que humanas?
Hoy venimos nosotras las migras, las racializadas, las mestizas, las negras, las refugiadas, las expulsadas por las guerras y la pobreza, las “sin papeles”, construimos conciencia colectiva y pensamiento crítico, alimentado por una praxis insumisa y rebelde, frente a la Europa blanca, con su barbarie y maquinaria de violencia que nos discrimina y expulsa de los circuitos de participación política y de bienestar social.
Nuestro lugar de enunciación es desde la VIEJA, PERO VIVA Casa Palacio Pumarejo que se cae a pedazos, sostenida por la voluntad de los diversos colectivos que resisten brindando al Barrio, identidad, servicios, atención, alegría, redes solidarias, amor, alimentos de nuestros fogones, donde se cuece la esperanza feminista. A la espera desde hace años de que el Ayuntamiento inicie las obras de rehabilitación, que nos permita habitarla desde la dignidad y la belleza de tan hermoso edificio calificado como BIC.
No queremos esencializar las opresiones, sino identificar la continuidad de las estructuras coloniales, que persisten tanto en hombres como mujeres, y lamentablemente también en las prácticas feministas europeas.
Estamos hastiadas de que se hable de las migrantes, de la multiculturalidad, exotizando nuestros cuerpos por el color de piel. Aparecemos vinculadas a la naturaleza, a una condición lubrica, sensual. En este país no existe voluntad alguna de profundizar en el hecho colonial y en las consecuencias de esos procesos históricos en el presente. Del racismo, de la discriminación y los delitos de odio, de la violencia estructural que vivimos día a día por ser extranjeras. Hoy nuestras historias se inventan desde otro lugar, desde un espectáculo folclórico.
Pero nosotras sabemos quiénes somos y de dónde venimos. Nos levantamos como mujeres resistentes, conscientes y luchadoras. Nos levantamos desde los afectos en comunidad. Es la restitución de nuestro poder como mujeres oprimidas. Es la gestión de la vida, de los saberes en comunidad. En la cocina se preparan los alimentos, se crían nenes, se establecen alianzas, tenemos nuestro altarcito y la Memoria en los guisos y sabores de nuestras ancestras.
Del desacato y desobediencia de las mujeres, de las personas no binarias, de eso se trata nuestra Revolución. Cuestionarlo todo, las relaciones de poder, los conocimientos de la academia, del pensamiento dominante hegemónico, ofreciendo otras alternativas para el Buen Vivir, desde las prácticas cotidianas solidarias.
A pesar del impacto negativo que nos produce vivir en los márgenes y la ausencia de Derechos Humanos, nos sostenemos en nuestro activismo político. Seguimos desarrollando nuestra conciencia política, pensamiento crítico como personas migrantes. Somos capaces de interpelar a los poderes públicos, cuestionando la Historia oficial del Descubrimiento de América, porque no fue descubrimiento, fue el Mayor Genocidio de la historia moderna.
Por eso el 12 de octubre no tenemos nada que celebrar. Nos levantamos para cuestionarlo todo, rememorando quienes fueron nuestras ancestras y sus verdugos. Contra todas las violencias nos alzamos, poniendo las que sufrimos en primera línea, porque en nuestros cuerpos pesan las mayores opresiones de la historia.
No queremos volver al pasado, queremos traer a nuestras historias, diosas al presente. Reconstruir nuestros sentires, saberes, el diálogo, la serenidad de nuestros corazones, la contemplación de nuestro espíritu, el sentido de pertenencia con los otros/as más allá del consumo y del mercado. Porque sabemos que lo Comunitario siempre es un blindaje frente al poder, y lo seguirá siendo.
Antonia Avalos Torres y Valentina Salinas Carvacho. Parte del Colectivo de Mujeres migrantes Mujeres Supervivientes
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