Hugo Moldiz Mercado
El MAS ha celebrado este marzo sus 18 años de vida. En casi dos décadas, que no son nada frente a la naturaleza de lo que se quiere conquistar –la emancipación-, ésta organización política ya hizo historia. Cambio Bolivia. Sin embargo, tiene que corregir errores, hacer ajustes que después de todos estos años son necesarios y sobre todo ponerse a tono con el vertiginoso ritmo de su líder.
El Movimiento Al Socialismo (MAS) es la organización política que, superando al MNR –partido que lideró una revolución nacional en 1952-, hizo un cambio radical de época en Bolivia. Sin embargo, a 18 años de su fundación lo que ha conquistado es todavía poco frente al enorme desafío –como ha señalado el presidente Evo Morales el 28 de marzo en Santa Cruz-, de conquistar la definitiva independencia y soberanía plurinacional.
La historia hay que verla con ojos grandes. Hay que evitar tener una visión cortoplacista y extremadamente determinada por las alegrías y las desesperanzas de toda coyuntura, para más bien apreciar lo que se está haciendo y las tareas pendientes desde una perspectiva más larga. Al MAS, por tanto, hay que analizarlo en sus orígenes, en el contexto nacional e internacional que nació, pero también en el cuadro de relación de fuerzas vigente en Bolivia y América Latina.
La idea de su nacimiento se fue asentando en las organizaciones campesinas –CSUTCB y Bartolina Sissa- y las ahora llamadas Comunidades Interculturales a fines de la década de los 80, y de no haber sido la maniobra del desaparecido Movimiento Bolivia Libre (MBL), que capturó la organización campesina, el Instrumento Político habría ingresado a la escena política en 1992, al recordarse los 500 años de invasión europea.
Lo hizo finalmente en 1995 en Santa Cruz, en medio de 10 años de dura hegemonía de los partidos neoliberales en el Estado y las ciudades, de una clase obrera golpeada y en proceso de desestructuración ideológica y orgánica, así como de una izquierda tradicional minoritaria y testimonial. Nada era fácil para las ideas emancipadoras, abandonadas y ridiculizadas por el grueso de la intelectualidad progresista que se pasó al gonismo .
Los pequeños focos de resistencia política se dieron desde los intentos del Ejército Guerrillero Tupac Katari (EGTK) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) de prender la lucha armada, hasta participaciones electorales de una vieja izquierda que no encontraba el camino para levantarse de dos derrotas seguidas: el fracaso de la UDP y la caída del socialismo en Europa del Este.
Como el Estado y el campo político es una relación social, el neoliberalismo de la mano de los partidos de derecha, al que vergonzosamente se sumó el Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR), no encontró mayor obstáculo para desnacionalizar los recursos naturales, desmontar las empresas estatales, flexibilizar el trabajo, intentar subsumir de manera distinta a las comunidades campesinas, entregar el país al control político de los Estados Unidos y reforzar la colonialidad del poder.
Pero de la oscuridad surgió la luz. El movimiento indígena originario campesino fue avanzando a pasos acelerados en la construcción de su Instrumento Político, cuyo concepto partía de trascender, sin negar, la forma partido de organización, propia de la sociedad moderna, e incorporar como formas predominantes las lógicas comunitarias y de movimiento. A ese esfuerzo también se adhirieron intelectuales y grupos de militantes de izquierda, de los cuales unos terminaron abandonando sus filas por el prejuicio colonial de no aceptar la dirección indígena campesina, por la penetración de ciertas ideas políticas neoliberales y por un infantilismo radical que parte de la convicción de que las revoluciones antimperialistas, anticoloniales y socialistas se hacen de la noche a la mañana.
La emergencia del Instrumento Político, que luego adquiriría el nombre de Movimiento Al Socialismo (MAS) se hace, por tanto, a partir de una crítica radical a la modernidad: funde la lucha social y la lucha política, cuestiona la idea de que unos estén llamados a gobernar y otros a obedecer, se propone la recuperación de los recursos naturales, llama a recuperar la soberanía mellada a título de la lucha contra el narcotráfico, convoca a transformar el Estado, afirma que otro camino distinto al desarrollo capitalista es posible y se propone el objetivo de conquistar el poder para el pueblo.
El proceso ininterrumpido de avanzar hacia la materialización de esos y otros objetivos lo hace en paralelo: participa de las elecciones municipales de 1995 y de las siguientes de su misma naturaleza, así como en las elecciones generales de 1997 y 2002 –cuando está a menos de un punto del primero, el MNR- y finalmente en 2005 alcanza el triunfo electoral que jamás candidato y partido alguno lo hicieron en el pasado. Supera la barrera del 54% y en 2009 obtiene una victoria electoral en la primera elección dentro del Estado Plurinacional –que surgió del proceso constituyente- con un poco más del 64%.
Pero tampoco abandona la fuente de su fortaleza: la movilización político-social. Las asambleas en las comunidades y en los barrios se convierten en una escuela de formación política y de conciencia, al menos de manera clara en el período 1995 a 2008, donde la política se hace más allá de los centros institucionalizados del poder. Eso explica sus victorias políticas y militares sobre todos los intentos de la derecha nacional e internacional para terminar con el proceso.
Empero, esta fortaleza es mucho más difusa a partir de 2009 y se muestra más débil ahora. Una parte de la dirigencia y de la base creen haber tomado el cielo por asalto y van ingresando en un camino de particularismos y luchas faccionalistas que golpean la cohesión interna y afectan la imagen externa que se necesita para enfrentar tareas de mayor envergadura.
Es evidente que la forma creada –instrumento político asentado en los movimientos sociales- y los camino elegidos –la participación electoral para transformar el Estado y la democracia desde adentro, pero también la presión social para construir poder desde afuera/adentro-, han sido las correctas para inaugurar un cambio de época. De otra manera no hubiera sido posible disputar y conquistar el poder, para ahora intentar construir otro radicalmente distinto.
Sin embargo, a 7 años de haber tomado el gobierno y empezado a construir un nuevo tipo de Estado, los problemas salen a la superficie: penetración de militantes de los partidos viejos de derecha que en un alto porcentaje no asumen el proyecto emancipador que acompaña al MAS-IPSP desde su fundación, “infiltración” de ideas liberales y capitalistas en un sector de la militancia y la dirigencia, prácticas reñidas con la ética que representa el gigantesco objetivo de construir una sociedad poscapitalista, el retorno a intereses particulares y corporativos que hacen perder el sentido común y universal. Todo ese se traduce en presiones que si bien no cuestionan el proceso, al mismo tiempo impiden su expansión hacia sectores sociales.
Ahora bien, ese protagonismo social hubiera caído al vacío sin el liderazgo de Evo Morales. La inteligencia forjada en años de resistencia al neoliberalismo y a la injerencia imperial, su enorme capacidad de sacrificio para estar –aun antes de ser diputado y luego presidente- en varios lugares en un solo día, su inobjetable ética política y su habilidad en la conducción han sido la garantía de las victorias conquistadas y un factor de extraordinario contrapeso a los problemas que le ocasiona el MAS. Si el MAS no fuera un dolor de cabeza, que a veces lo es, y se reinventara todos los días a la luz del desafío histórico de las fuerzas revolucionarias –emancipar al ser humano y al planeta-, le daría a su líder mayor energía de la que ya tiene. Quizá sea muy difícil seguir el ritmo del jefe del Estado Plurinacional, pero Morales necesita de una mayor consistencia en sus filas para encarar la meta de la independencia y soberanía plenas de Bolivia, así como para aportar en la misma dirección a la América Latina en marcha.
El MAS enfrenta varios problemas. No hay receta para remontar lo mal que se están haciendo algunas cosas y para consolidar lo bueno que se hizo en tan poco tiempo. Bolivia ya no es la misma. Quizá sea interesante recuperar algunas ideas y prácticas que inspiraron su fundación, resignificadas en una coyuntura donde el pueblo no es oposición sino poder, pero también en medio de una contraofensiva imperial que busca sacar tajada tras la muerte del líder latinoamericano Hugo Chávez.
Entonces, varios son los desafíos.
Uno de ellos quizá es volver a ser organización política y no partido en su sentido clásico. Esto quiere decir, articular la forma movimiento con lo mejor de la forma partido. Es asentarse principalmente, aunque no únicamente, sobre la combinación articulada de movimientos sociales que recuperan su mirada universal y una vanguardia –de nuevo tipo- estructurada con los mejores hijos e hijas del pueblo. Estos se forman teóricamente en las escuelas y prácticamente en la lucha social y política.
Otro, es que el bloque indígena campesino originario haga el esfuerzo de incorporar a la clase obrera que se mira como tal y no como lo indígena que también es. Junto a eso, a sectores de clase media –tradicional y nueva- que tienen sus dudas sobre lo que está pasando, pero que tampoco quieren un retorno al pasado.
La cohesión ideológica se presenta como uno de sus mayores problemas y entonces como su mayor desafío. La dirigencia y la militancia deben hacer el esfuerzo de apegarse a la idea de que todo está dicho, para ir construyendo conocimiento todos los días. El Vivir Bien o del Socialismo Comunitario es una construcción cotidiana, en la que lo común es el elemento articulador.
El MAS ya hizo historia, como ha señalado Evo Morales en Santa Cruz. El desafío ahora es que continúe haciendo historia. La lucha por la emancipación no da lugar al descanso.
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