Por David Karvala. Hacia finales de febrero de este año, apareció en Internet un “Manifiesto antifascista europeo”, con varias adhesiones significativas [VVAA, 2013]. Éste me provocó reacciones diversas, tanto positivas como negativas.
Primero lo positivo.
El manifiesto señala el crecimiento de la extrema derecha como un grave peligro, ante el cual hace falta movilizarse. Explica, además, que la naturaleza internacional del fascismo actual implica que haría falta una mayor coordinación internacional entre los movimientos opuestos a la extrema derecha. Con todo esto, estoy totalmente de acuerdo.
Es más, como un activista de Unitat contra el feixisme i el racisme (UCFR) en Catalunya, que lleva varios años trabajando a favor de una lucha unitaria contra la extrema derecha, sólo puedo dar la bienvenida al hecho de que algunas personas que antes se mostraban reticentes, incluso hostiles, ante la idea de crear un movimiento dirigido contra el fascismo ahora firmen un manifiesto a favor. [Esteban Ibarra, de Movimiento Contra la Intolerancia, que lleva años trabajando en Madrid contra la extrema derecha, me comentó que los firmantes incluyen a personas que habían cuestionado la necesidad de este trabajo].
Sin embargo, el manifiesto me preocupó —de hecho me molestó— por varios motivos.
Hay que tener en cuenta los movimientos existentes
Ante todo, me sorprendió mucho que se plantease crear un “movimiento antifascista europeo” sin contar con —ni tan siquiera mencionar— los movimientos que llevan años trabajando el tema en Europa. Yo sólo mencionaré algunos ejemplos del antifascismo unitario; hay otros dentro del antifascismo ‘clásico’, o ‘radical’. En Alemania, hay una serie de movimientos ciudadanos contra las manifestaciones nazis; el primero de ellos, y el ejemplo más conocido, es Dresden Nazifrei, “Dresde Sin Nazis” que ha movilizado a decenas de miles de personas en los últimos años. En Gran Bretaña, hay una tradición larga y continuada de lucha amplia contra el fascismo desde mediados de los años 70; su plasmación actual, Unite Against Fascism (UAF), abarca a casi todo el conjunto de la izquierda y del movimiento obrero. En Grecia, el movimiento unitario contra el racismo y los ataques fascistas, KEERFA, convocó una movilización muy importante contra los neonazis de Amenecer Dorado, el pasado 19 de enero, con protestas dentro de Grecia y en otros muchos países del mundo. Y, por supuesto, en Catalunya tenemos UCFR, que incluye al movimiento sindical, vecinal, juvenil, así como a todos los partidos de izquierdas, un espectro amplísimo de los movimientos sociales…
Según mi información, los promotores del manifiesto no hablaron con ninguno de estos movimientos. Puedo afirmar que sus promotores dentro del Estado español, que conocen de sobra la existencia de UCFR, no se pusieron en contacto con ninguna de las personas que coordinamos este movimiento.
Estrategias fracasadas
El manifiesto declara: “¡Este movimiento antifascista europeo debe ser el heredero de las grandes tradiciones antifascistas de este continente!” Es evidente que los promotores del manifiesto no cuentan con las experiencias más recientes.
Es incluso más preocupante si se juzga el manifiesto a la luz de las estrategias aplicadas, con resultados terribles, en los años 20 y 30, durante la subida al poder de Hitler y Franco. [Aquí no cabe un análisis a fondo de esta cuestión; ya escribí largamente sobre ella en Karvala, 2009].
Muy brevemente, en Alemania en 1928-33, la izquierda radical se negó a colaborar con los sectores más moderados. El Partido Comunista Alemán (KPD) insistió en que, frente a los nazis, sólo trabajaría con los que aceptasen su propio programa revolucionario.
Bajo el Frente Popular, llevado a la práctica en Francia y en el Estado español en 1936, la unidad se basaba en un programa electoral que era, como mucho, reformista. Este programa rápidamente se convirtió en una camisa de fuerza, incluso en una cárcel, para la izquierda radical, que fue sometida a la ‘unidad’ mediante las armas.
Existió una posible alternativa a estas estrategias: el ‘frente único’ que propuso el revolucionario ruso, Trotski. Esto implicaba simplemente unir fuerzas para combatir el fascismo, sin adoptar un programa político. “¡Ninguna plataforma común…! ¡Ponerse de acuerdo únicamente sobre la manera de golpear, sobre quién y cuándo golpear!… [hace falta] un conjunto práctico de medidas… con el objetivo de luchar efectivamente contra el fascismo” [Trotski, 1931; mi énfasis].
Lo irónico es que esta idea fundamental, que se ha convertido en sentido común para la gente —de sensibilidades muy diversas, incluyendo a las muy alejadas del trotskismo— que participa en los movimientos unitarios contra el fascismo, parece que la desconocen los promotores del manifiesto, que se supone que son seguidores fieles y ortodoxos de las ideas de Trotski.
En el “Manifiesto antifascista europeo” leemos que “la lucha antifascista debe estar estrechamente ligada al combate cotidiano contra las políticas de austeridad y el sistema que las genera… para ser eficaz a largo plazo, el combate antifascista debe proponer una visión diferente de la sociedad”. Parece que, igual que hizo el KPD en 1928-33, los promotores del manifiesto proponen la unidad… bajo la condición de que todo el mundo acepte su programa anticapitalista. Porque, ¿qué más puede significar el “combate cotidiano contra… el sistema”, excepto la lucha contra el capitalismo?
Sin embargo, según algunos informes, Izquierda Unida y Syriza apoyan el manifiesto. Público incluso comenta que los promotores “no descartan que el PSOE acabe sumándose a esta iniciativa”. Estos partidos critican la austeridad (sobre todo cuando están en la oposición), pero distan mucho de ser revolucionarios. Un programa político aceptable para sus direcciones podría acabar reproduciendo los esquemas del frente popular; promesas que pueden sonar radicales, pero que acaban en papel mojado cuando los gobiernos de los que forman parte se rinden a las exigencias de los poderosos. Y luego lo más probable es que se exija ‘responsabilidad’ a la izquierda radical; es decir, que ésta también se doblegue.
En cualquier caso, si tomamos en serio el objetivo de “proponer una visión diferente de la sociedad”, y se quiere elaborar esta visión de manera democrática, supone que un “movimiento contra el fascismo” en realidad tendrá que dedicar mucho, mucho tiempo a discutir precisamente cuál debe ser esta visión. (Hay que destacar que incluso tras años de debate acerca del ‘reagrupamiento’, la izquierda anticapitalista aún no ha logrado unirse entorno a un programa conjunto). Claro está, que se podría ahorrar este tiempo recurriendo a una “visión” preparada de antemano por un par de personas, y sin demasiado debate, pero esto no parece una solución muy sana.
Pero insisto en que realmente no necesitamos nada de esto. Sólo necesitamos “un conjunto práctico de medidas… con el objetivo de luchar efectivamente contra el fascismo”.
La unidad en la práctica
Como comento arriba, la gente que participamos en UCFR hemos visto que es posible y productivo colaborar contra la extrema derecha, sin tener que ponernos de acuerdo en lo demás. Es lo mismo que ocurrió con los movimientos amplios y unitarios antiguerra en 2003. [Es decir, donde éstos existieron, como en Gran Bretaña, Grecia y Catalunya. No hubo movimientos de este tipo en, por ejemplo, Madrid o París; no puede ser una casualidad que estas ciudades hoy carezcan de movimientos amplios contra el fascismo.]
UCFR abarca desde el PSC y ERC, y los sindicatos mayoritarios, hasta la izquierda revolucionaria e independentista. Es obvio que no compartimos la misma “visión diferente de la sociedad”; ni siquiera tenemos una posición común ante las políticas de austeridad. Hemos visto en UCFR como estas diferencias pueden, a veces, provocar debates y tensiones, pero éstos son superables. Si se aplicara el modelo del manifiesto, las diferentes sensibilidades de UCFR no podríamos colaborar juntas. Se podría decir más o menos lo mismo de los demás movimientos amplios contra el fascismo a nivel europeo.
En realidad, en el manifiesto, se mezclan varias cosas muy diferentes. Para ser unitaria, la lucha contra el fascismo tiene que dirigirse específicamente contra la extrema derecha; no puede abarcarlo todo. Los demás problemas sociales provocados por el capitalismo, a los que el fascismo propone falsas soluciones, siguen existiendo y, efectivamente, hay que luchar sobre estos temas; para esto, también hacen falta otros movimientos. En una entrevista en el Público, uno de los impulsores del manifiesto declaró que “hay que combatir los CIE, la segregación de los inmigrantes en la sanidad pública, hacer comedores populares, parar los desahucios y contar con un tejido asociativo” [Público, 28/02/2013]. Ya existen movimientos contra los CIEs, a favor del acceso de todo el mundo a la sanidad y, por supuesto, la PAH contra los desahucios. [Y como apunta alguien en los comentarios al final de la versión web del artículo, Caritas ya organiza comedores populares, y francamente menos mal que lo hacen. Por cierto, la coordinadora catalana de entidades de acción social, Caritas incluido, hace tiempo que se adhirió a UCFR].
No tiene sentido duplicar el trabajo que ya se está haciendo. Ni tampoco se debe ni se puede condicionar la lucha contra el fascismo a una posición común sobre estos temas.
Y finalmente, más allá de la cuestión de las diversas luchas específicas, creo que hace falta una izquierda revolucionaria, capaz de ofrecer una alternativa global al sistema capitalista. Por eso yo milito en una organización revolucionaria anticapitalista; por eso abogo por la unificación de las fuerzas de la izquierda radical en un espacio lo más fuerte posible. Para la gente que queremos un cambio radical, un movimiento unitario contra el fascismo no sustituye a la izquierda anticapitalista; es y debe ser otra cosa.
¿Qué pasa en Madrid y París?
Los movimientos unitarios antes mencionados —UAF, UCFR, KEERFA, los bloqueos en Alemania— no son idénticos, pero tienen en común no sólo su naturaleza unitaria, sino también el hecho de tener claro que hace falta una oposición directa (que no significa necesariamente física) al fascismo.
Otros movimientos han adoptado una estrategia totalmente opuesta; argumentan que no hay que responder directamente el fascismo —con propaganda, movilizaciones, o lo que sea— sino que hay que trabajar en un sentido más general. Las típicas alternativas incluyen el trabajo por la convivencia; críticas genéricas a los discursos racistas, sin enfocarlas en los fascistas; e intentos de eliminar los problemas sociales que son el caldo de cultivo del fascismo. Como ya se ha comentado, gran parte de este trabajo está ya en marcha, y es muy positivo e importante… pero no basta para parar al fascismo. Lo vemos claramente en el caso de Francia.
El Front National (FN) de Le Pen llegó a ser una amenaza real en los años 80. SOS Racisme, formado en Francia en esa década, se negó a enfrentarse directamente al FN, prefiriendo trabajar otros temas [ver Dahan y Rabell, 2010]. El FN británico fue despedazado por la movilización unitaria (entonces, liderada por la Anti Nazi League) a principios de los años 80. El FN francés, en cambio, ahora es la tercera fuerza política del país.
A pesar de la retórica radical, una interpretación del Manifiesto es que se propone reproducir este mismo modelo de lucha ‘indirecta’ que ya ha fracasado en Francia. Y si no es este modelo, no tenemos ningún ejemplo práctico de lo que se propone.
La verdad es que es en Francia donde la corriente que promueve el Manifiesto tiene más fuerza y, a lo largo de todos estos años, no ha impulsado un movimiento unitario antifascista en este país. En el Estado español, se organizó un gran acto de presentación del Manifiesto en Madrid, donde los promotores también tienen cierta presencia. Pero en esa ciudad —que, por ejemplo, acogió el año pasado dos grandes manifestaciones nazis— tampoco se ha intentado aplicar la estrategia que se propone en el Manifiesto.
En resumen, tenemos, por un lado, una forma de trabajar que dio frutos en el pasado y está volviendo a demostrar su efectividad hoy. Por otro, una estrategia que ha fracasado en Francia, entre otros sitios; o bien una estrategia que no se concreta, y que se supone que no se ha probado en ninguna parte.
Yo apostaría por lo que funciona, e intentaría extenderlo, antes de probar algo diferente. Y si se piensa que existe una alternativa mejor, ¿por qué no empezar llevándola a la práctica en París o Madrid, para demostrar su efectividad, en vez de intentar utilizar Europa entera como un banco de pruebas?
Al fin y al cabo, necesitamos coordinarnos
Dicho todo esto, vuelvo a un comentario del principio: sí hace falta más coordinación entre los movimientos contra fascismo y racismo en Europa. El Manifiesto tiene el mérito de subrayar este punto.
Pero esta unidad debe partir de los movimientos actuales, y sumar más fuerzas, no actuar como si no existiera nada. Y a pesar de mi defensa del modelo del antifascismo unitario y directo, un espacio coordinado europeo tendría que incluir a movimientos mucho más diversos; a ser posible, debería abarcar tanto los movimientos antifascistas radicales ‘clásicos’ como los espacios más ‘moderados’ que trabajan contra el racismo y por la convivencia.
Decidir, antes incluso de compartir ideas entre los diferentes movimientos, que lo que hace falta a nivel europeo es “un movimiento social dotado de estructuras” no tiene sentido alguno. Según algunos informes, los promotores del Manifiesto ya se han configurado como el liderazgo del movimiento antifascista europeo que se proponen crear. Si esto es cierto, es un delirio.
En 2003, los movimientos unitarios contra la guerra lograron coordinarse muy bien en toda una seria de acciones masivas, sin haber establecido previamente estructura alguna. La decisión más importante —la de convocar la protesta masiva del 15 de febrero de 2003— se tomó en el marco de la asamblea de los movimientos sociales al final del Foro Social Europeo de Florencia. Durante los siguientes años, hubo reuniones puntuales en diferentes formatos y lugares, pero no se crearon estructuras formales. Si el trabajo práctico de los movimientos reales en las diferentes partes de Europa demuestra que en efecto hacen falta estructuras formales, más allá de reuniones de coordinación, entonces será en ese momento cuando éstas se pueden acordar entre todo el mundo.
La coordinación no se puede crear desde arriba, desde una dirección. Ahora mismo, la lucha contra el fascismo en Europa no requiere un liderazgo centralizado. Lo que necesita es más movimientos reales, en cada territorio, que planten cara a los fascistas. En la medida que se vayan creando movimientos unitarios —y sería muy positivo que se creasen en, por ejemplo, París y Madrid— éstos podrán ir coordinándose con los movimientos que ya existan.
La casa antifascista, como todas las casas, debe construirse desde la base, no desde el tejado.
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