Tres razones y un propósito orientarán el desarrollo del trabajo que se presenta a continuación. De partida seguramente todos coincidiremos que la complejidad, abigarramiento y condensación social latinoamericana [1] (y específicamente boliviana), no solo da lugar a un innumerable conjunto de contradicciones y antagonismos que generalmente se traducen como conflictos y disputas (algunas de las cuales se traducen en momentos de crisis y revueltas sociales), sino que también provocan un estado permanente de interpelación sobre el futuro y el destino de nuestros países, donde se plantean asuntos de fondo y disyuntivas como por ejemplo: desarrollismo extractivista o armonía con la naturaleza para Vivir Bien; neoliberalismo o descolonización; capitalismo salvaje o socialismo comunitario, etc.
Esta expresión del abigarramiento de las sociedades latinoamericanas, también ha despertado desafíos y una permanente inquietud (tanto en los movimientos y organizaciones sociales que buscan respuestas y soluciones a sus demandas, como a nivel intelectual), acerca de la alternativa o el modelo (al o de desarrollo) que debería seguirse para abordar y resolver los problemas y conflictos históricos y actuales que presentan nuestras sociedades, las cuáles además en la última década, hemos emprendido procesos de renovación, cambio y transformación, como consecuencia de la crisis y el agotamiento del modelo neoliberal que se había impuesto desde los años 80 del siglo pasado.
Una tercera fuente de origen a las inquietudes sobre el futuro de nuestras sociedades y por encontrar nuevas vías para resolver los problemas históricos y recientes, emerge de la dinámica misma de los procesos emprendidos por buena parte de los países latinoamericanos que, en la generalidad de los casos, tiene que ver con el mismo tipo de dilemas planteados más arriba.
Junto a estas tres razones que han promovido innumerables debates sobre los caminos y alternativas que deberían seguirse para continuar avanzando en cada uno de los procesos iniciados, y asumiendo aquel propósito planteado por José Carlos Mariátegui [2] por el cual un correcto abordaje y solución a los problemas comunes que nos aquejan, pasan por adoptar un tipo de socialismo acorde a nuestra realidad “que no sea calco y copia” (pero que adicionalmente tenga la virtud de rescatar las prácticas ancestrales de los pueblos indígenas que persisten a pesar del sistemático asedio (neo)colonial y occidental), se efectuará un esfuerzo por deconstruir y fundamentar el paradigma del Vivir Bien y el socialismo comunitario, entendiendo que los mismos constituyen la base y rescatan precisamente aquellas prácticas, los principios y valores de nuestros ancestros, así como el pensamiento y los postulados que responden a la dinámica propia de nuestra realidad.
Bajo esas premisas será posible entender con mayor claridad por qué por ejemplo el socialismo comunitario para Vivir Bien no se limita a superar la lucha de clases y plantea el establecimiento de una relación armoniosa con la naturaleza; o por qué no se limita a la lucha anticapitalista y antineoliberal, y proyecta la descolonización y el antiimperialismo. O que frente a los valores capitalistas, burgueses y neoliberales del individualismo, la competencia y la explotación salvaje de la fuerza de trabajo y la naturaleza, el paradigma del Vivir Bien y el socialismo comunitario plantean la lucha por alcanzar la igualdad, al mismo tiempo de recuperar las prácticas comunitarias y los principios de solidaridad, reciprocidad, intercambio y complementariedad de los pueblos indígenas. Que frente a la explotación clasista, el dominio imperialista y el sometimiento étnico cultural y neocolonial; se plantea la superación de las condiciones de explotación del hombre y la naturaleza, la liberación nacional del imperialismo, y la descolonización interna y externa. Es decir, que los postulados que sustentan el paradigma del Vivir Bien y el socialismo comunitario, no se basan exclusivamente en la lucha contra la explotación capitalista y la disputa de las clases sociales por la apropiación del excedente y de los recursos naturales disponibles (que corresponden al enfoque y la visión clásica del marxismo); sino que también aborda la lucha por la recuperación del comunitarismo y las prácticas de solidaridad de los pueblos indígenas, a pesar de la permanente y sistemática presión externa de la sociedad, el mercado y el capital.
De esa manera, el presente artículo efectuará un esfuerzo por desentrañar y analizar las fuerzas y las tendencias más sobresalientes en el proceso de construcción del paradigma del Vivir Bien y el socialismo comunitario, entendidas éstas como el impulso social y el tipo de pensamiento o las ideas que sustentan el accionar de diversos agentes sociales, para materializar aquello que podría denominarse como su destino nacional u horizonte de visibilidad, a decir de Michel Foucault.
El punto de partida histórico y las condiciones impuestas
Es un hecho incontrovertible que la persistencia del dominio capitalista y el (neo)colonialismo se explican porque el bienestar y la riqueza de los países capitalistas desarrollados, se subvenciona con la pobreza y el sometimiento de los países marginales. La única forma de garantizar la expansión de la economía y garantizar la obtención del lucro y la ganancia que constituyen el fin último del sistema capitalista, no es únicamente explotar la naturaleza y la fuerza de trabajo del hombre, sino acceder, someter y dominar al conjunto de los países y las economías del mundo, a fin de imponer su modelo y su lógica de explotación.
El origen de este planteamiento no es producto de la imaginación o de un esfuerzo intelectual desconectado de la realidad; sino que proviene de la forma cómo se fueron construyendo los acontecimientos y la propia historia.
De esa manera se explica por ejemplo que el dominio colonial español que se caracterizó por el saqueo y la apropiación de la riqueza explotada en las minas, la encomienda, la mita, la imposición de tributos, los obrajes, etc.; ha heredado a su vez el colonialismo interno que se traduce principalmente en el racismo, la discriminación, el patriarcalismo, el prebendalismo y otra serie de prácticas que aún persisten en el cotidiano desenvolvimiento de los pueblos latinoamericanos.
Nuestros países sometidos históricamente a la condición de semicolonias dependientes, han sido forzados a transferir riqueza primero, y posteriormente proveer de materias primas a las grandes industrias transnacionales, a costa de su soberanía y de su hambre. El imperialismo no es un adjetivo resultante de un esfuerzo intelectual, sino de aquel inicial crecimiento de la gran industria que provocó el agotamiento de mercados nacionales, para dar lugar al expansionismo y la internacionalización de la economía capitalista. Debe recordarse que aquella segunda ola de dominio neocolonial (que corresponde a la fase de expansión industrial del capitalismo y el periodo republicano de los países latinoamericanos), se caracterizó por el reordenamiento de la economía mundial en favor del imperialismo y de las grandes empresas transnacionales.
De esta fase, la más importante característica a destacar es la división internacional del trabajo y el sometimiento a la condición de meros proveedores de materias primas que se impone sobre los países llamados subdesarrollados, que terminan perdiendo la libertad y la soberanía nacionales, para ser sometidos a la condición de países dependientes y semicoloniales, a pesar de contar con Declaraciones y Proclamas de Independencia de las antiguas monarquías dominantes. Se trata del establecimiento de Estados aparentes, excluyentes y monoculturales organizados según la visión occidental desarrollista, pero sometidos a la condición de dependientes del interés imperialista que, como se puede deducir claramente, dan lugar y explican las luchas antiimperialistas de liberación nacional y descolonización externa que se han emprendido desde entonces.
Por otra parte, también resulta importante destacar que a su turno, la explotación capitalista y el dominio colonial que se impusieron sobre nuestras sociedades, no lograron hacer desaparecer (en una buena parte de los países de Latinoamérica), las formas comunitarias de organización social y productiva, donde prevalece una lógica diferente de producción y reproducción de la vida, cuyos principios son la solidaridad, el intercambio, la reciprocidad y una relación armoniosa con la naturaleza, que constituyen la base fundamental del nuevo paradigma alternativo al capitalismo y que los pueblos indígenas de Latinoamérica plantean como Vivir Bien, Suma Qamaña o Sumaj Kausay.
Por estas razones se explica el por qué a los países dependientes y subdesarrollados no solo les queda la alternativa de someterse a la condición de semicolonias del imperialismo, o luchar por la soberanía y la liberación nacional; sino también el de discutir y definir el tipo (modelo) de desarrollo que se empleará para la construcción del Estado nacional (como podremos apreciar más adelante).
En el caso de la condición (neo)colonial y a pesar de lo que pudiera pensarse de manera superficial, la descolonización no es (exclusiva ni principalmente) una tarea para deshacerse de taras y prácticas heredadas del pasado en diversas esferas, como si esta condición solo fuese un resabio y una herencia del pasado histórico que se ha quedado arraigado en múltiples prácticas individuales y colectivas, que se las entiende como una especie de resabio por superar. En realidad y quizás constituya lo más importante de este fenómeno que suele ser muy complejo y esquivo a la comprensión ciudadana, la descolonización consiste en romper la condición de país penetrado, ocupado y acosado, en diferentes niveles y grados, por el sistema imperialista predominante. Se trata por tanto de una tarea de liberación nacional, de recuperación de la soberanía y la dignidad nacional, que se traduce en la conformación de un Estado nacional independiente, pero ya no de los estados monárquicos de los siglos XVII y XVIII, sino del imperialismo capitalista predominante.
Para avanzar en este propósito, se han puesto en marcha diverso tipo de iniciativas y acciones para luchar contra este resabio que se expresa por medio de innumerables prácticas individuales, institucionales, organizativas y estatales. Se trata de una lucha contra el señorialismo, el prebendalismo, el machismo patriarcal, el patrimonialismo, el caudillismo, etc. Es decir, de una lucha para romper con prácticas tradicionales heredadas, para deshacerse y desembarazarse de aquellos simbolismos que corresponden a estructuras y conductas que el sistema reproduce, a pesar de su agotamiento y crisis.
Al respecto, evidentemente no se pueden descuidar las tareas que hacen al desmontaje del colonialismo interno, a la lucha contra el racismo y toda forma de discriminación, a trabajar en la educación y la construcción de nuevas prácticas y de una nueva forma de encarar y pensar el futuro de nuestros países, a la recuperación de aquellas prácticas y manifestaciones culturales e identitarias que nos permitirán construir la interculturalidad, la igualdad y el respeto por la diversidad y la diferencia. En fin, a deconstruir y reconstruir la identidad nacional y la nueva forma del sujeto (ser) nacional. Pero ello no es suficiente y aun siendo encomiable puede resultar estéril.
No hay que olvidar que no es posible separar el proceso de descolonización nacional de la lucha contra el imperialismo, porque al hacerlo no solo se truncarían los logros para alcanzar la igualdad entre todos los ciudadanos y superar las condiciones de explotación y sometimiento étnicocultural y clasista que han sido impuestos, sino que se condenaría al Estado y al conjunto de la sociedad, a permanecer en condición de semicolonia, resignando su libertad, su soberanía y su independencia nacionales, en favor de los intereses capitalistas y el modelo de desarrollo occidental que se encuentra en crisis.
Por esta razón, la descolonización y la liberación nacional del imperialismo son impensables sin una propuesta y un proyecto alternativos al sistema capitalista y neoliberal imperantes. No es posible hablar de liberación nacional y recuperar la soberanía económica y política, sino nos planteamos la construcción de un modelo alternativo al capitalismo salvaje, el extractivismo y la condición de productores de materias primas. Es decir, sino echamos a andar ya el paradigma del Vivir Bien en armonía con la naturaleza y la construcción del socialismo comunitario.
No basta superar la opresión clasista y étnico-cultural que se traduce en el colonialismo interno y da cuenta de las desigualdades y la explotación que aún sufren las mayorías populares dentro del país; debe emprenderse la lucha contra la opresión imperialista, debe encararse la lucha por la liberación nacional y la soberanía económica y política del Estado y la sociedad.
Encarar las tareas de la descolonización bajo la perspectiva de la liberación nacional (y no solo como descolonización interna), tiene dos virtudes importantes. Primero, que contribuye a otorgar un sentimiento y una conciencia de liberación a las clases y sectores populares, lo que les otorga la fuerza y el impulso necesario para profundizar los cambios y transformaciones, y emprender tareas de esa envergadura. De esa forma, no solo se favorecen condiciones para avanzar en el proceso de cambio, sino que al contar y compartir un mismo objetivo e identificar un enemigo común, las clases populares tienden a unirse y se movilizan aliadas. Al asumir en carne propia la explotación, el dominio y el sometimiento que ejerce el imperialismo y los intereses transnacionales sobre la soberanía nacional, los sectores populares tienden a aliarse y emprender una lucha conjunta.
En otras palabras, cuando los procesos revolucionarios y/o sus conductores (en tanto líderes y sujetos colectivos más esclarecidos) dejan pasar la oportunidad, o lo que es peor, alientan el faccionalismo de las clases para promover o consentir que los sectores sociales actúen por su cuenta, con liderazgos e intereses corporativos y egoístas que pugnan únicamente por resolver sus problemas más inmediatos y sectoriales; entonces no solo se pierde la ocasión de profundizar las transformaciones, sino que se convierten en artífices de la división, el conflicto, el enfrentamiento y la confrontación por intereses mezquinos y excluyentes. Aunque evidentemente no se puede negar la justeza que pudieran expresar sus demandas, resulta claro que se ha perdido el horizonte de transformaciones mayores, para reducir el proceso de cambio y transformación, a un escenario de apaga incendios de conflictos y demandas que, dependiendo de su violencia y radicalidad, inclusive pueden poner en jaque la propia gobernabilidad y la estabilidad democrática.
Segundo, al encarar de manera simultánea la resolución de las contradicciones internas y las tareas de liberación nacional, no solo se evita el riesgo de que las (nuevas) clases dominantes tiendan a realizarse plenamente y organizar la sociedad de acuerdo a sus intereses y, por tanto, mantener la condición dependiente y semicolonial del país frente al imperialismo y los intereses transnacionales; sino que se contribuye a establecer condiciones para que los sectores populares y las organizaciones revolucionarias avancen más allá, hacia el cumplimiento de la liberación nacional y el establecimiento de una sociedad socialista. Por esta razón se dice que los países dependientes y semicoloniales para liberarse deben cumplir simultáneamente la tarea de vencer y superar el dominio burgués nacional, y al mismo tiempo encarar la lucha por la liberación nacional contra el imperialismo y la descolonización.
Estas son las razones y el fundamento principal que sostienen la necesidad de no desvincular las tareas de la descolonización con la lucha contra el imperialismo, pero a condición de que ellas, al mismo tiempo y juntas, articulen la construcción y puesta en marcha del paradigma del Vivir Bien en armonía con la naturaleza, como instrumento de liberación nacional y construcción del socialismo comunitario. A pesar del riesgo de la redundancia, la descolonización interna es un desafío irrenunciable, pero será inútil y estéril si paralelamente no se aborda la lucha por la liberación nacional con base en los principios del Vivir Bien, que constituye al paradigma alternativo al capitalismo y el neoliberalismo.
El escenario de la planificación y el desarrollo
Un segundo escenario fundamental en el proceso de construcción de vías alternativas al capitalismo, se da en el ámbito de la planificación nacional.
En este ámbito, las preocupaciones fundamentales están centradas en la forma de cómo resolver los problemas de hambre, pobreza, desigualdad, el acceso a servicios, etc., que casi siempre va unida al tipo o modelo económico y productivo que se decide llevar adelante. Ello ha sucedido en situaciones donde el antiguo sistema neoliberal imperante ha sido sustituido y se plantean nuevas alternativas (de o al) desarrollo, como es el caso por ejemplo de Ecuador y Bolivia, que expresa y constitucionalmente han formulado el paradigma del Vivir Bien (Sumak Kausay y Suma Qamaña), como aquel horizonte de posibilidad y objetivo estratégico que emerge de las luchas y el mandato popular. Este desafío para diseñar y construir una nueva forma de concebir y planificar el desarrollo, así como de incorporar las tareas de transformación y cambio del antiguo modelo, también contrae diverso tipo de opciones y maneras para encarar y resolver aquellas deudas históricas y sociales heredadas.
De esa manera, siendo que la lucha contra la pobreza, el hambre (seguridad y soberanía alimentaria), la provisión de servicios básicos, etc., son objetivos irrenunciables y pendientes que no pueden ser dejados de lado; la pregunta principal tiene que ver con el método y la forma de conseguir erradicar estos males y no solamente combatirlos para reducir su incidencia. Surge el dilema entonces acerca del tipo o modelo de desarrollo que se requiere para afrontar y resolver adecuadamente los problemas nacionales. De esta forma se explica por qué por ejemplo los países dependientes y subdesarrollados se plantean la alternativa de someterse a la condición de semicolonias del imperialismo, o luchar por la soberanía y la liberación nacional; así como el de discutir y definir el tipo de desarrollo que se empleará para la construcción del Estado nacional. En virtud a ello se puede afirmar que no todos los tipos de desarrollo liberan, sino que inclusive dependiendo del modelo y el contenido del desarrollo que se adopte, bien puede favorecerse la condición colonial o semicolonial y la dependencia de un país.
Bajo dicha perspectiva, una agenda de desarrollo con enfoque capitalista y neoliberal como es la de los Objetivos del Milenio [3], no se plantea en ningún caso atacar las causas que originan la pobreza, el hambre, la falta de acceso a los servicios básicos, etc., sino únicamente para reducir su incidencia y aplacar los efectos que sufre la mayoría de la población. Una agenda de desarrollo de ese tipo, solo busca combatir los efectos perniciosos de la explotación del hombre y la naturaleza, pero nunca para resolver y erradicar las causas que los originan. En otras palabras, debería considerarse que al no atacar las causas que originan los males, en realidad lo que se hace es contribuir a perpetuar el sistema y la lógica de desarrollo extractivista que constituye su base de sustento.
Desde esa perspectiva, puede afirmarse que los objetivos del Milenio acordados en el marco de la ONU, constituyen el instrumento (sutil y perverso) que el sistema capitalista y neoliberal ha creado para perpetuar la lógica de desarrollo extractivista del capitalismo salvaje, porque si bien muestra una voluntad para mejorar y reducir la incidencia de los males que aquejan al mundo, en realidad anulan toda posibilidad de atacar y resolver las causas que los originan y, mucho menos, cambiar y transformar el sistema de explotación que da lugar al hambre, la pobreza y la desigualdad que supuestamente se combate.
Habrá resultado un esfuerzo descomunal equiparable al parto de los montes si, a título de superar las desigualdades y lograr el desarrollo, fortalecer la economía, luchar contra la pobreza y el hambre pero sin afectar las causas originadas en la explotación desmedida de la naturaleza y la fuerza de trabajo, y adoptando el modelo occidental capitalista de desarrollo; terminamos embargando el futuro de igualdad, libertad, independencia y soberanía nacionales que, ellos sí, constituyen los objetivos irrenunciables.
Persistir en la repetición y reproducción del antiguo modo de planificación y desarrollo, entrañaría adoptar una nueva contradicción entre el discurso anticapitalista y antiimperialista que se utiliza, al mismo tiempo de impulsar en la práctica el modelo que se basa en la idea de impulsar el crecimiento económico, pero sobre la base del extractivismo y la explotación de los recursos naturales, el impulso a las inversiones que nos harán cada vez más dependientes de los intereses transnacionales y la construcción de mega obras que favorecerán a las empresas capitalistas que se dice combatir, pero que además contribuirán a someter la soberanía nacional.
Encarar una opción del tipo mencionado anteriormente, donde lo que importa es expandir la economía del consumo y la explotación extractivista de los recursos naturales, importaría favorecer el proceso de extinción y genocidio de los pueblos y las culturas originarias que todavía persisten y continúan utilizando el sistema de intercambio, la solidaridad, la reciprocidad y la complementariedad, que al mismo tiempo de constituir la base fundamental de su economía y del modo de relacionarse e interactuar socialmente, también (y principalmente) son la base del paradigma alternativo del Vivir Bien en armonía con la naturaleza. Es decir, implicaría favorecer la destrucción y el exterminio del instrumento fundamental de la lucha contra el imperialismo y de la propuesta de alternativa civilizatoria al capitalismo salvaje y el neoliberalismo, que los pueblos oprimidos y dependientes todavía disponen.
En países como Bolivia donde no se ha logrado establecer y desarrollar una burguesía nacional y un sistema capitalista de corte industrial (que se entendía era la base para establecimiento de una sociedad de bienestar), parece como si hubiésemos asimilado tan profundamente aquella idea por la que al permanecer como proveedores de materias primas, íbamos a perpetuar la subordinación y dependencias tan características de nuestra pobreza y subdesarrollo, que hemos perdido de vista que aquella industrialización y sustitución de la matriz primario exportadora que tanto se desea, bien podría constituir la nueva y moderna forma de reforzar al capitalismo y los lazos de dependencia y subordinación al capital transnacional que debería constituir, ese sí, el eslabón de la cadena de opresión y colonialismo por romper. En otras palabras, parecería como si no existiese capacidad para imaginar proyectos de desarrollo alternativos al extractivismo y la industrialización a ultranza. Parecería como si estuviésemos condenados, una vez más, a reproducir aquella “paradoja señorial” a la que hacía referencia René Zavaleta Mercado, por la cual estamos destinados a retornar y repetir los antiguos y despreciados modos de hacer las cosas, como reflejo instintivo y mecánico de la condición colonial impuesta.
La disputa por los recursos naturales
Se trata de un antiguo escenario histórico pero que ha cobrado actualidad, en vista de que los países latinoamericanos, unos más que otros, desde siempre hemos sufrido la ambición de los países del norte, porque nos convirtieron en una especie de botín y fuente para cubrir sus necesidades de acumulación y/o enriquecimiento, casi siempre por medio de la extracción y explotación de los recursos minerales, hidrocarburiferos, forestales y de la fuerza de trabajo disponible.
En la actualidad y teniendo como telón de fondo el mismo tipo de recursos naturales como el agua, los bosques, los hidrocarburos y los minerales de diverso tipo, a los que se incluye la construcción de mega obras de infraestructura que facilitan la explotación de los mismos; solo ha variado el contenido de la disputa que actualmente adopta la denominación de medio ambiental, en vista de que más allá del propósito y los términos de la explotación y extracción de los recursos naturales, lo que se discute son los temas de la contaminación, los daños socio ambientales y la violación de los derechos de los pueblos y comunidades indígena originario campesinas, que se han constituido en una especie de última frontera contra la codicia capitalista extractiva y, al mismo tiempo, portadora y protagonista de la construcción del paradigma alternativo a ese capitalismo salvaje que no solo los amenaza, sino que pone en riesgo al conjunto de la humanidad y el equilibrio natural de la biodiversidad del mundo.
En este contexto se ha planteado un debate global que aunque surge como respuesta a la crisis climática y medio ambiental que se viene discutiendo desde hace algunas décadas a nivel de los foros mundiales, para los países latinoamericanos tiene además un fuerte contenido prospectivo acerca del tipo de sociedad a construir, en vista del surgimiento de procesos populares de cambio que han puesto sobre la mesa de discusión de nuestros pueblos, el futuro y la vocación económica y productiva que busca compatibilizarse con el discurso de la defensa de los derechos de la madre naturaleza, así como de la construcción del paradigma alternativo del Vivir Bien, frente al capitalismo decadente.
Esta disputa que pone en juego el tipo de acceso, uso, propiedad y forma de explotación de los recursos naturales, se expresa a través del posicionamiento medioambiental que se adopta.
Una de las vertientes de dicha discusión plantea que “el ambientalismo es una nueva forma de colonialismo(…)” [4]. Esta definición tan corta, pero al mismo tiempo tan precisa y de profunda significación; ciertamente entraña no solamente los nuevos desafíos que se plantean en el mundo moderno sobre la forma cómo debe encararse el desarrollo, la forma de relacionamiento del hombre con la naturaleza y las nuevas formas que adquiere la dominación y explotación capitalista, sino que también contiene los dilemas y encrucijadas a las que se enfrentan procesos de cambio y transformación como el de Bolivia, en un escenario en el que aún predominan visiones y enfoques neoliberales y proimperialistas.
El ambientalismo al que hace referencia la afirmación citada, no puede ser otra que la que corresponde a aquella lógica mercantil que propone la denominada economía verde. Es decir, hace referencia a un enfoque (método) para establecer una forma de relacionamiento con la naturaleza, que no es precisamente de armonía para Vivir Bien. En realidad el ambientalismo como nueva forma de colonialismo, corresponde al enfoque del desarrollismo extractivista que, arguyendo razones de un supuesto manejo responsable de los recursos naturales, pretende mantener la lógica de explotación y mercantilización de los mismos, en correspondencia a los intereses transnacionales capitalistas. Es más, el ambientalismo de la economía verde actúa hipócritamente, porque al mismo tiempo de preocuparse por impulsar campañas nacionales (e inclusive mundiales) para cambiar focos de luz, apagarla por unas horas, o dejar de utilizar envases y bolsas de plástico; se rasga las vestiduras cuando se trata de cumplir los controles ambientales sobre las inversiones o los proyectos de explotación que pretende llevar adelante, o cuando debe dar cumplimiento y garantizar el ejercicio del derecho de consulta y participación de los pueblos indígenas.
Este tipo de ambientalismo hipócrita, está estrechamente asociado al desarrollismo neoliberal y extractivista que impulsa y promueve el emprendimiento de mega obras de ingeniería hidráulica, de transporte, comunicaciones y de explotación de recursos naturales hidrocarburíferos y mineros. Fomenta el desarrollismo basado en la inversión de capitales transnacionales y la construcción de obras de envergadura elefanteásica, sobre la base del ofrecimiento de facilidades a la inversión, pero que implican reducir (o inclusive anular) las exigencias ambientales y conculcar los derechos socioambientales y de los pueblos indígenas. Es decir, que al mismo tiempo de adoptar como panacea el desarrollismo y la industrialización a ultranza, como supuesto paso indispensable para lograr el desarrollo y la viabilidad nacional, en realidad lo que hace es favorecer el extractivismo (vía el ofrecimiento de facilidades a la inversión) y, lo que es mucho peor, hipotecar la soberanía nacional y acrecentar los lazos de dependencia del capital transnacional.
Parece olvidarse que esta nueva “panacea del desarrollismo y la industrialización” corresponden a una tarea de aquel nacionalismo populista de los años 50 o del nacionalismo dictatorial de los años 70 y 80, que actualmente (dadas las circunstancias internacionales y el escenario mundial de la economía y las finanzas) tendría una muy dudosa ventaja económica sobre las supuestas ganancias y divisas que podría conseguirse, que puede ser claramente cuestionable y demostrable si se toma en cuenta los graves y profundos daños sociales, ambientales y políticos (dependencia de las transnacionales y pérdida de soberanía), que se pueden advertir cuando se emprenden este tipo de iniciativas.
Es claro que este tipo de ambientalismo se encuentra en la antípoda del posicionamiento global de los movimientos sociales y las organizaciones populares que han planteado la construcción de un nuevo paradigma alternativo al capitalismo basado en una relación armoniosa con la naturaleza para Vivir Bien, y han emprendido luchas por la defensa de la Madre Tierra (Pachamama) y los derechos de los pueblos indígenas.
A modo de conclusión
Según la tercera ley física de Newton, a toda acción le corresponde una reacción igual y de sentido contrario que contiene a su interior la misma fuerza y la misma potencia reactiva. Este principio aplicado a la realidad social, puede traducirse en el hecho de que los procesos de cambio y transformación contienen a su interior fuerzas reactivas (reaccionarias) que tienden a retornarlo al punto de inicio; es decir, devolverlo al estado conservador previo. Por eso se explica en muchos casos el retorno, la traición o la degeneración de los procesos de cambio a su condición original pre o contrarrevolucionaria. Por eso se dice que los procesos que no avanzan, se estancan y retroceden. Así, la revolución se hace contrarrevolución y la izquierda se reconstituye como la nueva derecha.
De esa forma, al adoptar vías desarrollistas y extractivistas a nombre de la necesidad de luchar contra la pobreza y reducir las desigualdades, o de cambiar la matriz productiva y el patrón de acumulación sin asegurar la soberanía nacional; lo que se hace no es cambiar el modelo establecido, sino reafirmarlo de un modo más contundente, pero a costa del pueblo y en contra de su voluntad, que suele ser usurpada por un grupo dirigencial y/o un sector social que raptan y sustituyen el liderazgo nacional, para imponer intereses antinacionales y sectarios, y apostar por el cálculo político, la conveniencia coyuntural o la componenda.
Debe reiterarse que la construcción de un nuevo poder y de una nueva hegemonía (aun cuando en principio suponga la sustitución de las viejas élites conservadoras y la emergencia de un nuevo protagonismo social en base a los sectores histórica y tradicionalmente excluidos como ha sucedido en el caso de Bolivia); contiene el germen de una nueva dominación, cuyo contenido no siempre es revolucionario, puesto que puede estar permeado por la persistencia y no destrucción de antiguos gérmenes coloniales, racistas o liberales, que han sido asimilados en el antiguo estado capitalista y neoliberal. El dominado espera ser el nuevo dominador.
Por estas razones, el desafío de todo proceso de transformación y cambio (si efectivamente se plantea ese horizonte) consiste en deshacerse y superar las relaciones sociales y de producción prevalecientes, lo que supone superar la lógica de explotación capitalista y neoliberal, el colonialismo y las prácticas de sometimiento y explotación que de ellas se derivan.
Las acciones de un proceso de ese tipo, no deberían limitarse al cumplimiento de las tareas democrático burguesas y nacionalistas que no fueron cumplidas durante todo el periodo histórico previo, sino que debería encarar al mismo tiempo las tareas de liberación nacional, para recuperar la soberanía económica y política (que no es lo mismo que la sola recuperación de los recursos naturales al patrimonio nacional, sino que implica capacidad de control y decisión sobre el tipo de producción y la economía). Es decir, que al mismo tiempo de realizar las tareas rezagadas correspondientes al Estado capitalista y monocultural que se busca superar, también debería emprenderse la lucha contra el imperialismo, para liberarse de las condiciones de dependencia económica y el sometimiento neocolonial, donde la recuperación de la identidad nacional está estrechamente relacionada con la recuperación de las prácticas culturales basadas en la solidaridad, la reciprocidad y la complementariedad que constituyen la base principal del paradigma alternativo del Vivir Bien en armonía con la naturaleza.
En fin, lo que se busca es sustituir aquella forma de organizar la vida social basada en la ley del valor y la competencia, por otra forma de vida basada en la armonía entre los hombres y con la naturaleza para Vivir Bien.
Notas:
[1] Para una mejor comprensión de lo señalado, se adopta aquí el concepto de “formación social abigarrada” que plantea René Zavaleta Mercado, “porque en ella no solo se han superpuesto las épocas económicas” sino donde lo múltiple y diverso conviven en “verdaderas densidades temporales mezcladas no obstante no solo entre sí del modo más variado, sino que también con el particularismo de cada región porque aquí cada valle es una patria, en un compuesto en el que cada pueblo viste, canta, come y produce de un modo particular y habla todas las lenguas y acentos diferentes sin que unos ni otros puedan llamarse por un instante la lengua universal de todos”. (Ver: René Zavaleta Mercado (comp.)., Las Masas en Noviembre. En: Bolivia, hoy. Ed. Siglo XXI; México, diciembre 1983).
[2] “…no queremos ciertamente que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser una creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano”. José Carlos Mariátegui., 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana. Impacto Cultural Editores AC. Perú, Abril 2010.
[3] No debe olvidarse que los compromisos mundiales de la Agenda del Milenio acordados en el seno de la ONU, fueron establecidos precisamente en el apogeo del neoliberalismo, a finales de los años 90, como un “esfuerzo” para reducir las enormes brechas y desigualdades que se habían evidenciado ya en esos años entre el cada vez más reducido y selecto grupo de ricos y la inmensa mayoría de pobres y excluidos que resultaban y continúan siendo producidos por el modelo neoliberal imperante.
[4] La afirmación corresponde al Presidente Evo Morales de Bolivia, que reproduce una declaración efectuada en visita realizada al Presidente Manuel Santos de Colombia, de fecha 16 de marzo de 2012.
Arturo D. Villanueva Imaña. Sociólogo, boliviano. Cochabamba, Bolivia
Comentario