Autor: Alfredo Jalife-Rahme
Más allá de la kafkiana presencia de Felipe Calderón en uno de sus cubículos –lo cual ha ultrajado a un sector de la opinión pública de México por carecer de la respetabilidad de credenciales académicas y axiológicas–, la legendaria Universidad Harvard se ha visto envuelta en escándalos nada didácticos, como su colaboración en el latrocinio millonario de dos de sus profesores, el economista Andrei Shleifer y el abogado Jonathan Hay, en la adopción del modelo del libre mercado en la post URSS (La CIA detrás de las catastróficas privatizaciones de Rusia, fustiga Putin”, Bajo la Lupa, 5/5/13).
Nial Ferguson –historiador británico y biógrafo de los banqueros Rothschild, hoy adscrito a Harvard– calentó los ánimos al espetar que la filosofía del gran economista británico John Maynard Keynes “fue moldeada por su homosexualidad (sic) y por no haber tenido hijos”, por lo que “no le interesaba el futuro” ( The Washington Times, 4/5/13), lo cual denota la degradación de los circuitos académicos anglosajones subyugados a la teología del neoliberalismo global.
Varios centros académicos de prestigio en Estados Unidos han sucumbido miserablemente al tsunami financierista del neoliberalismo global, que ha sacudido los cimientos axiológicos sobre los cuales fue fincado el mundo occidental, que parece haber perdido la demarcación territorial entre lo “público” y lo “privado”.
El controvertido médico holandés-británico Bernard de Mandeville publicó su célebre sátira “Fábula de las abejas: vicios privados, beneficios públicos” –estigmatizado por el ambiente moral de su época en Gran Bretaña– 71 años antes de la “mano invisible” (por cierto, obscenamente conspicua) del economista escocés Adam Smith: concepto esotérico del siglo XVIII en el que se funda insólitamente el capitalismo “ laisser-faire /laisser-passer” y su despliegue en la desregulada globalización financierista centralbanquista.
No es gratuito que el austriaco Friedrich Hayek, padre del neoliberalismo global que implementó ciegamente la dupla Thatcher-Reagan y que sigue reverberando sus estragos en los cuatro rincones del planeta, haya alabado la polémica obra de Bernard de Mandeville.
En Occidente existía una clara demarcación –que se ha extinguido en ciertos circuitos académicos que han abandonado lamentablemente la pureza de la desinteresada investigación– del “conflicto de intereses” entre lo “público” y lo “privado”, cuya brutal obliteración fue expuesta en 2010 en el imprescindible documental Inside job, de Charles Ferguson (narrado por Matt Damon y ganador del Oscar), que coloca en la picota al supuestamente inmarcesible mundo académico “por encima de toda sospecha” atrapado in fraganti de haber sido financiado por los crapulosos bancos cuyas políticas ensalzaron en sus “investigaciones” –que luego desembocaron en una de las mayores catástrofes financieras–, mediante las cuales engañaron a los inversionistas, a la opinión pública y, peor aún, a sus estudiantes.
En el clásico documental Inside job salen mancillados “ilustres académicos”, entre quienes resalta el muy influyente Martin S. Feldstein, profesor de Harvard (sic), quien formó parte del consejo de administración de la vilipendiada mega-aseguradora AIG (ver Bajo la Lupa, “Una élite secreta de 9 banqueros domina las finanzas globales, según NYT”; 7/9/11): rescatada por la Reserva Federal y el Tesoro (léase: los ahorros ciudadanos).
Henry Kissinger fue miembro del consejo directivo de AIG, implicada en las tratativas del pestilente cobro de seguros de las Torres Gemelas por el 11/S (Bajo la Lupa, 26/9/04, 22/12/04 y 22/6/05).
Es vapuleado cruelmente Frederic S. Mishkin: profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad de Columbia, ex miembro de la Reserva Federal y consejero de varias empresas de inversión que gozaron de su información cupular.
R. Glenn Hubbard, decano de la Escuela de Negocios de la Universidad Columbia, ex consejero económico de Baby Bush, hoy director de MetLife (que se quedó con la lucrativa Aseguradora Hidalgo, rematada por Zedillo), es expuesto en sus inescrupulosos vínculos financieros.
Sewell Chan, de The New York Times (30/12/10), arremete contra los “economistas académicos que sucumbieron a la seducción pecuniaria del modelo neoliberal, que defendieron a capa y espada pese a las evidencias contrarias”.
Sewell Chan señala que Darrell Duffie, profesor de negocios de la Universidad de Stanford, ocultó su membresía en el Consejo de Moody’s, la deshonrada calificadora que engaña a tirios y troyanos. ¿Se pueden ocultar tales membresías?
Laura D’Andrea Tyson, anterior consejera del ex presidente Clinton, profesora de la Escuela de Negocios de la Universidad de California en Berkeley, ocultó que fue directora (¡supersic!) del controvertido banco de inversiones Morgan Stanley (asiduo a la nota roja por sus incontables estafas). ¡Otra “membresía” cupular oculta!
Richard H. Clarida, anterior funcionario del Tesoro con Baby Bush y profesor de la Universidad Columbia, “omite (sic) ser el vicepresidente ejecutivo de Pimco”, la mayor tenedora de bonos en el mundo. ¡Otra omisión por comisión!
Se asienta el extravío de la línea de demarcación axiológica del “conflicto de intereses” entre lo “público” y lo “privado”.
Sewell Chan menciona que los “académicos economistas, particularmente aquellos activos en los debates políticos en Washington y Wall Street, confrontan un mayor escrutinio por sus actividades extracurriculares”.
El “efecto Inside job” llevó a que la Asociación Económica Estadunidense (AEA, por sus siglas en inglés), la mayor sociedad profesional de economistas en el mundo (17 mil miembros), fundada en 1885, haya considerado la adopción muy tardía de un “código de ética”.
Dale W. Jorgenson –anterior presidente de la AEA, profesor de Harvard, supervisor de la tesis de licenciatura de Ben Bernanke (actual gobernador de la Reserva Federal)– aduce que los “académicos economistas se han quedado rezagados detrás de otras especialidades en su transparencia, por lo que deben seguir el ejemplo de las ciencias biomédicas, donde el dinero del sector privado es sujeto a rigurosas reglas de divulgación”.
Resulta que la “economía” era anómalamente la única profesión carente de un “código de ética”.
Ben Casselman, de The Wall Street Journal (9/1/12), señala que “un poderoso grupo de académicos economistas adoptó reglas sobre conflictos de intereses en respuesta a las críticas de que su profesión no solamente fracasó en predecir la crisis financiera 2007/2008, sino que realmente pudo haber ayudado a crearla (¡supersic!)”. ¿Iatrogenia economicista o latrocinio con patrocinio financierista?
Según Timothy R. Homan (Bloomberg, 9/1/12), de ahora en adelante los “artículos académicos escritos por los economistas deberán esclarecer los lazos financieros del autor con las empresas o con los grupos de interés”.
Ninguna profesión puede estar exenta del escrutinio ciudadano en cualquier rincón del mundo, menos cuando sus recomendaciones y decisiones afectan en forma determinante al interés general.
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