Muchos colombianos nos regocijamos con la liberación de Josué Daniel Calvo y Pablo Emilio Moncayo, dos jóvenes colombianos que por falta de oportunidades optaron por llegar a las filas del ejército nacional en busca de una mejor vida.
La valentía del Profesor Moncayo – padre de Pablo Emilio- lo llevó a recorrer muchas veredas, corregimientos y municipios, esos lugares que carecen de justicia social olvidados por el gobierno. Pero son estos territorios los que están colmados de personas que tejen propuestas para sus pueblos, que rechazan las leyes que les arrebatan el territorio, que se oponen a la privatización de los recursos naturales y que se niegan a portar un fusil.
La lucha de las víctimas del secuestro, pero especialmente la del profesor Moncayo es una muestra de que en Colombia sí se puede buscar el diálogo por la vía pacífica. La liberación de su hijo y de los anteriores secuestrados es un logro de la sociedad civil, por eso reiteramos que sólo por el camino pacífico es posible alcanzar la verdadera libertad.
Asimismo, nos solidarizamos con la madre del mayor Julián Ernesto Guevara. La acompañamos en estos momentos de dolor despidiendo los restos mortales de su hijo que por culpa de una guerra injusta y de la falta de voluntad política fue abandonado en la selva donde encontró la muerte.
Repudiamos también la masacre cometida por grupos armados aún sin especificar contra trabajadores mineros en el sitio conocido como “Alto de Ovejas” en jurisdicción montañosa del municipio de Suárez, Cauca. Las primeras versiones hablan de ocho muertos pero ese número todavía está sin verificar. Lo cierto es que esa masacre se suma a la sistemática estrategia de terror que desplaza a las comunidades para abrir paso a los proyectos económicos del capital transnacional. Cabe recordar que cerca a Suárez se encuentra la hidroeléctrica la Salvajina, mega proyecto que en el pasado desplazó a más de 3.000 personas y dejó sin medios de subsistencia a los habitantes de la región.
Nos solidarizamos con los familiares de las víctimas. Sentimos el dolor que los embarga, sabemos que sus vidas son irremplazables y que no merecían morir por culpa de la codicia de quienes nos destrozan las esperanzas, nos roban los sueños, nos quitan la libertad. Quienes matan a la gente de hambre, nos quitan la salud y la educación y con sus estrategias de terror y propaganda intentan manipular hasta nuestro pensamiento.
También de quienes manejan la información y quitan la libertad de prensa en nuestro país. Los que se incomodan cuando se habla de la existencia del paramilitarismo, de los atropellos a los derechos humanos por parte de la seguridad democrática, del robo descarado de agro ingreso seguro, del terror de la parapolítica y del alto presupuesto que se gasta en la guerra.
Son los mismos que descaradamente promueven la reunión esta semana de 550 empresarios de todo el mundo en Cartagena, donde el mandatario colombiano Álvaro Uribe Vélez, se sienta para hablar de su “confianza inversionista”, y donde entrega al país como mercancía de vitrina.
Pero mientras el gobernante vende el país, los desempleos aumentan, se incrementa la pobreza y la indigencia en los pueblos y ciudades colombianas. Qué le paso con la mano firme y el corazón grande? (alguna vez tuvo el corazón grande?). Firmes y grandes son las cifras que aparecen en el informe de la ONU, donde Colombia aparece en el grupo de países con mayor nivel de desigualdad entre ricos y pobres.
Para el DANE, la venta de minutos de hombres y mujeres en las esquinas, de los jóvenes que venden helados en la calle, de los niños que ofrecen dulces en los semáforos, de los artistas que cantan en los buses en busca de una moneda y de los millones de personas que son esclavizados en las ciudades por las transnacionales, pareciera que son registrados como empleos independientes que representan ingresos suficientes para las familias de quienes los ejecutan.
Con cobardía esconden la realidad para quedar bien con el puñado de mercaderes de la dignidad que acaparan el capital. Por eso, contra esa injusticia hoy resisten muchos pueblos que se levantan a pesar del desarraigo y de la muerte. Comunidades que construyen sueños y esperanzas y que se solidarizan con las personas que sufren por la codicia y el olvido.
Esa misma solidaridad que recibió el profesor Moncayo en cada paso que dio es la misma solidaridad que hoy piden a gritos muchos colombianos que están siendo victimas de este sistema que cada día los oprime con sus leyes excluyentes. La misma solidaridad que requiere el pueblo Mapuche perseguido y enjuiciado sistemáticamente por el delito de defender y proteger la Madre Tierra. La que necesita Haití, ahora que su tragedia dejó de ser el circo mediático que promociona el falso altruismo. La que necesitamos todos los pueblos que creemos en la dignidad y por la cual debemos seguir luchando.
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