por Thierry Meyssan
¿Utilizó Siria o no gas sarín contra la oposición armada? Después de haber ocupado grandes espacios en las columnas de los periódicos, la pregunta ha encontrado una respuesta positiva, según París, Londres y Washington, que afirman que la línea roja ha sido cruzada. La guerra sería por lo tanto inminente. En realidad, ya es tarde para este juego mediático. A la luz del derecho internacional, Siria no es firmante de la Convención sobre las armas químicas y puede, por lo tanto, utilizarlas libremente. De nada vale inventar una historia en la que Damasco hizo supuestamente uso de armas químicas. De todas formas, la guerra está a punto de terminar.
La cuestión del uso de gas sarín por parte de las tropas regulares sirias ya parece un juego de tontos. Al ser interrogado sobre ese tema, el 23 de julio de 20012, el vocero del ministerio sirio de Relaciones Exteriores, Jihad Makdisi, declaraba que era posible que su país tuviese ese tipo de armas, para utilizarlo única y exclusivamente contra sus enemigos externos. Aquella declaración fue interpretada por la prensa de los países de la OTAN y del Consejo de Cooperación del Golfo como una amenaza contra los «rebeldes», en la medida en que Damasco afirma que estos son –como ya sucedió en Nicaragua– bandas de «Contras» entre los que se cuentan grandes cantidades de extranjeros. Pero la respuesta siria se refería claramente –y sin dejar espacio a la duda– a los países miembros de la OTAN y a Israel. El vocero sirio fue entonces extremadamente claro sobre el hecho que ningún arma de ese tipo sería utilizada contra «insurgentes» sirios.
Poco importa, la clara declaración de Jihad Makdisi era demasiado conveniente para una OTAN que, en 2003, no vaciló en inventar la existencia de «armas de destrucción masiva» en Irak. En dos ocasiones, el 20 de agosto y el 3 de diciembre de 2012, el presidente estadounidense Barack Obama advertía después a Siria sobre el uso de armas químicas. «Si empezáramos a ver cantidades de armas químicas circulando o utilizadas, eso modificaría mis cálculos y mi ecuación», declaró primeramente. Y después dijo: «Quiero ser absolutamente claro con Assad y con quienes están bajo su mando: el mundo está mirándoles, la utilización de armas químicas es y será considerada completamente inaceptable. Si cometen ustedes el trágico error de utilizar esas armas químicas, habrá consecuencias y ustedes responderán por ello.»
Los halcones liberales y los neoconservadores hacen entonces campaña a favor de una intervención militar occidental. Según dicen, Siria está viviendo una «primavera árabe» salvajemente reprimida por un «dictador». La comunidad internacional estaría por lo tanto en la obligación de intervenir, en nombre de toda una serie de grandes ideales. Nada dicen, claro está, sobre los años de preparación y el financiamiento que la OTAN y las monarquías del Consejo de Cooperación del Golfo han dedicado a esa «primavera árabe», para apoderarse de los recursos energéticos de Siria e imponer en ese país un régimen sionista-islamista. En un artículo publicado en el Washington Post, la profesora Anne-Marie Slaughter, ex directora de planificación del equipo de Hillary Clinton de 2009 a 2011, compara así la actitud supuestamente indolente de Obama en Siria con el caso de Ruanda [1].
En 2003, la prueba sobre las «armas de destrucción masiva» de Irak venía de un testigo inesperado. El jefe de la misión de inspectores de la ONU, Hans Blix, confirma oficialmente ante el Consejo de Seguridad que ese tipo de armas ya no existe en Irak desde 1991. Pero un tal Hussain al-Shahsristani –científico exiliado– ofrece un testimonio que da la razón al entonces secretario de Estado Colin Powell: Saddam Hussein tiene armas químicas, bacteriológicas y nucleares. Afirmaciones confirmadas desde Londres por el International Institute for Strategic Studies(IISS). Los hechos se encargarían de desmentir ambas declaraciones. Después de invadir, saquear y destruir Irak, Washington admitirá que… se equivocó… mientras que su falso testigo se convierte en primer ministro adjunto del Irak «liberado» y el IISS sigue destilando sus monsergas.
Esta vez son Francia y el Reino Unido quienes están a cargo del trabajo de intoxicación. Las dos potencias coloniales que se repartieron el Medio Oriente en 1916 ponen hoy todo su empeño en provocar una intervención militar occidental, a pesar de los 3 vetos rusos y chinos. El 27 de mayo, precisamente la víspera de una reunión crucial de los ministros europeos sobre la posible entrega de armas a los «rebeldes», el diario francésLe Monde publica un trabajo de Jean-Philippe Remy, quien dice haber sido testigo del uso de gas sarín en Damasco. El reportero francés trae muestras de sangre y de orina y las entrega a un laboratorio militar… también francés. Reacción inmediata del ministro francés de Relaciones Exteriores, Laurent Fabius, y –acto seguido– del gobierno británico, que denuncia un «crimen de guerra». Para terminar, según la Casa Blanca: «nuestra comunidad de inteligencia atestigua que el régimen de Assad ha utilizado armas químicas, incluyendo gas sarín, a pequeña escala contra la oposición en múltiples ocasiones durante el año pasado».
El problema es que, en realidad, no hay problema:
En primer lugar, el uso del gas sarín está prohibido desde 2007 por la Convención sobre las armas químicas, que no ha sido ratificada ni por Israel ni por Siria [2]. El hecho es que tanto Siria como Israel pueden fabricar, poseer e incluso utilizar legalmente ese tipo de armas sin cometer por ello un «crimen de guerra».
En segundo lugar, aunque París, Londres y Washington se desgañiten “confirmando” que las tropas regulares sirias usaron gas sarín, el hecho es que eso es más que muy poco probable. El caso que menciona el diario Le Monde no puede ser más sorprendente: el Ejército Árabe Sirio lo utilizó en Jobar, un barrio de Damasco, sin que el gas cruzara la calle y afectara a la población civil del resto de la capital. Los combatientes supuestamente afectados no mostraron convulsiones, lo cual indica una muy baja concentración de gas. Y al parecer se les dio tratamiento con atropina y otros de carácter local, como gotas en los ojos, lo cual es perfectamente inútil tratándose de un gas que penetra a través de la piel. En otras palabras, ante la realidad de los hechos, las pruebas franco-anglo-estadounidenses resultarán probablemente tan endebles como las que presentaron George W. Bush y Tony Blair para justificar la agresión contra Irak.
Y si el uso de gas sarín es una abominación tan grande que exige una intervención internacional, cabe preguntarse por qué las declaraciones de Carla del Ponte, miembro de la Comisión investigadora del Alto Comisionado de los Derechos Humanos, no suscitaron la misma reacción. El 5 de mayo de 2013, la señora Carla del Ponte declaraba a la televisión suiza que: «Durante nuestra investigacion –o sea que nuestro equipo investigador interroga en los países vecinos a las diversas víctimas y a los médicos en los hospitales de campaña en el terreno– lei la semana pasada en un informe que hay indicios concretos, aunque no estén probados aún de manera irrefutable, de que se ha utilizado gas sarin. Y de que lo han utilizado los opositores, o sea los rebeldes, no el gobierno.» Las palabras de la magistrada no hacían más que confirmar las declaraciones del propio Ejército Sirio Libre que, el 5 de diciembre de 2012, hacía públicos sus esfuerzos por dotarse de armas quimicas y amenazaba a los alauitas con utilizarlas contra ellos [3]. Pero no hubo reacción e incluso la propia Comisión a la cual pertenece la señora Carla del Ponte se apresuró a desmentir rotundamente sus declaraciones, a pedido de la Alta Comisionada, Navy Pillay. A falta de una orden política, las declaraciones de la ex fiscal helvética pasaron a considerarse una simple opinión personal.
Habiendo admitido el uso de gas sarín por el ejército regular, la Casa Blanca tiene ahora un pretexto para legalizar lo que ya venía haciendo desde el inicio del conflicto: entregar armas a los «Contras» [4]. Aprovechando la ocasión, el general Salim Idriss, comandante del Ejército Sirio Libre (ESL), hizo de inmediato un pedido de armamento antitanque y de cohetes antiaéreos. Ese material puede ser útil, pero no decisivo porque lo que su «ejército» necesita ahora son hombres, más que armas. Pero como las entregas estadounidenses se limitarían a armas ligeras y municiones, la guerra se está acabando. Washington ya no espera conquistar Siria sino tan sólo lograr que el ESL liquide al Frente al-Nusra. Los que creyeron sus promesas acabarán pagando los platos rotos. Turquía está paralizada por un levantamiento contra la política de la Hermandad Musulmana, representada por el primer ministro Erdogan, mientras Washington acaba de obligar al emir Hamad al-Thani a ceder el trono de Qatar a su hijo Tamim. El momento de la nueva reparticion del Medio Oriente, entre rusos y estadounidenses, está muy cerca.
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