Por: Sandra Russo
No le van a perdonar nunca muchas cosas, pero una de las más imperdonables es su potencia política. Eso que todavía los varones embutidos en instituciones patriarcales, y muchas de las mujeres de su entorno, creen que es un atributo exclusivamente masculino. Es el hit del imaginario macrista: el varón potente que se lleva todo por delante porque tiene con qué, y la mujer feliz con su huerta orgánica. A los varones potentes en ese imaginario les corresponden mujeres encantadoras. Es el arquetipo de pareja que abunda en la narrativa del siglo XIX.
Cristina es hoy la persona políticamente más potente de la Argentina. Y no hay modo de que puedan desarmar esa escena en la que su palabra cala hasta lo más profundo de millones. Ella explica complejidades y su énfasis pasional hace que la comprensión de su palabra también sea apasionada.
Los que complotaron para inhabilitarla a perpetuidad son los dueños de los aparatos de comunicación que segregan las palabras que repiten millones de personas amaestradas como loros, y son además los dueños del par de palabras definitivamente decisivas en la vida de todo el mundo: culpable o inocente. Parece suficiente para demoler la imagen pública de quien les moleste. Es ilegal, pero se han propuesto ser también los dueños de la culpabilidad y la inocencia de los otros. Con ella no pueden.
En la lid política, esa mujer los pica como boletos: su capacidad estratégica y sobre todo su enorme potencia como comunicadora hacen que Cristina los demuela una vez y otra vez. A lo largo de todos los años que llevan intentando destruirla personal y políticamente, ella, incluso con su rictus ajado, su enojo explosivo y su dolor visible, los ha sacado de quicio. El kirchnerismo no ha muerto pese a que su muerte fue cientos de veces tapa de Clarín: más bien, se fue deslizando hacia el centro del peronismo. Y como pasó con el peronismo durante esos 18 años, la proscripción no es un final sino una pausa, porque es imposible arrancar el deseo de justicia social de un pueblo que ya la ha conocido. La proscripción confirma que el poder real sabe que la opción peligrosa es ella.
Le guste a quien le guste, en el peronismo de hoy, es Cristina la que encarna la memoria reciente de un pueblo que ha comprobado en carne propia que se puede vivir mucho mejor.
Esa memoria es muy rica, es parte de la potencia de Cristina y también una clave de su propia comunicación: a contracorriente de todas las inercias comunicacionales de este tiempo distópico, ella se mueve entre dos variables que nadie puede arrebatarle: por un lado, la rigidez protectora de los números, que expresan la vida real a la que ella se refiere siempre; por el otro, la carga emocional de poner en juego esa memoria, porque gran parte de este pueblo la escucha con el estómago.
Y a eso, Cristina le agrega su potencia comunicadora, que pone en juego sus propias e intensas emociones, la ironía, la indignación, el dolor, la soledad, el quiebre que sobreviene cuando se acerca a la idea de que destruyeron sistemáticamente la enorme construcción que pusieron en marcha su compañero y ella. Cuando nos habla, Cristina no exagera, porque todos hemos sido testigos del costo terrible de su lucha: no ser nunca mascota del poder real. Ellos, en cambio, hasta en sus conversaciones privadas, prefieren la penumbra y cuando los agarra el sol se los ve plastificados y engomados en el aparataje de su coartada: ¿Qué fue la presidencia de Macri sino la mayor coartada de la historia reciente?
Para ellos, la política misma es una coartada. El poder real advirtió hace décadas que ya no era necesario comprar presidentes, si podían tener uno propio. Desde entonces en público hay una variada gama de especímenes que despliegan su modo de hacer política como coartada para convertir la vida pública argentina en un reality lleno de golpistas que vivan a la república.
El día de su condena –una condena redactada en Clarín hace años, la fecha lo confirmó– se destapó esta orgía de impunidad entre jueces y fiscales y servicios y Clarín y larretistas y un súbdito británico, que tardaremos un tiempo en dimensionar, por lo cloacal y ramificada.
Todavía su condena no había tenido tiempo de convertirse en la noticia del día, cuando ella dio otra noticia que conmocionó el mundo político argentino y lo sumió en la estupefacción: no será candidata en 2023.
Fue el mayor tembladeral de estanterías que se recuerde en mucho tiempo. La noticia del día que opacó la noticia de la condena. No se agotó en eso. Esa renuncia es, además, el primer paso de una visibilización regional y mundial de estas mafias que hace mucho vienen impidiendo que nuestros pueblos vivan mejor. Se dicen enemigos de Cristina, de Lula, de Correa, de Zelaya, de Maduro, de Petro, de Castillo, de cualquiera que no hayan puesto ellos. Pero son los enemigos de los pueblos.
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