Nuestra Lengua
Las vocaciones son misteriosas: ¿Por que aquel dibuja incansablemente en su cuaderno escolar, el otro hace barquitos o aviones de papel, el de mas allá construye canales y túneles en el jardín, o ciudades de arena en la playa, el otro forma equipos de futbolistas y capitanea bandas de exploradores o se encierra solo a resolver interminables rompecabezas? Nadie lo sabe a ciencia cierta; lo que sabemos es que esas inclinaciones y aficiones se convierten, con los anos, en oficios, profesiones y destinos. El misterio de la vocación poética no es menos sino más enigmático: comienza con un amor inusitado por las palabras, por su color, su sonido, su brillo y el abanico de significados que muestran cuando, al decirlas, pensamos en ellas y en lo que decimos. Este amor no tarda en convertirse en fascinación por el reverso del lenguaje, el silencio. Cada palabra, al mismo tiempo, dice y calla algo. Saberlo es lo que distingue al poeta de otros enamorados de la palabra, como los oradores o los que practican las artes sutiles de la conversación. A diferencia de esos maestros del lenguaje, al poeta lo conocemos tanto por sus palabras como por sus silencios. Desde el principio el poeta sabe, oscuramente, que el silencio es inseparable de la palabra: es su tumba y su matriz, la tierra que lo entierra y la tierra donde germina. Los hombres somos hijos de la palabra. Ella es nuestra creación; también es nuestra creadora: sin ella no seriamos hombres. A su vez la palabra es hija del silencio: nace de sus profundidades, aparece por un instante y regresa a sus abismos.
Lo que acabo de decir puede parecer demasiado abstracto pero no lo es. Mi experiencia personal y, me atrevo a pensarlo, la de todos los poetas, confirma el doble sentimiento que me ata, desde mi adolescencia, al idioma que hablo. Mis anos de peregrinación y vagabundeo por las selvas y las ciudades de la palabra son inseparables de mis travesías por los desiertos, océanos y arenales del silencio. Las semillas de las palabras caen en la tierra del silencio y la cubren con una vegetación a veces delirante y otras geométrica. Mi amor por la palabra comenzó cuando oí hablar a mi abuelo y cantar a mi madre, pero también cuando los oí callar y quise descifrar o, mas exactamente, deletrear su silencio. Las dos experiencias forman el nudo de que esta hecha la convivencia humana: el decir y el escuchar.
Por esto el amor a nuestra lengua, que es palabra y silencio, se confunde con el amor a nuestra ente, a nuestros muertos los silenciosos y a nuestros hijos que aprenden a hablar. Todas las sociedades humanas comienzan y terminan con el intercambio verbal, con el decir y el escuchar. La vida de cada hombre es un largo y doble aprendizaje: saber decir y saber oír. El uno implica al otro: para saber decir hay que aprender a escuchar. Empezamos escuchando a la gente que nos rodea y así comenzamos a hablar con ellos y con nosotros mismos. Pronto, el circulo se ensancha y abarca no solo a los vivos sino a los muertos. Este aprendizaje insensiblemente nos inserta en una historia: somos los descendientes no sólo de una familia sino de un grupo, una tribu o una nación. A su vez el pasado nos proyecta en el futuro: somos los padres y los abuelos de otras generaciones que, a través de nosotros, aprenderán el arte de la convivencia humana: saber decir y saber escuchar. El lenguaje nos da el sentimiento y la conciencia de pertenecer a una comunidad. El espacio se ensancha y el tiempo se alarga: estamos unidos por la lengua a una tierra y a un tiempo. Somos una historia.
La experiencia que acabo toscamente de evocar es universal: pertenece a todos los hombres y a todos los tiempos. Pero en el caso de las comunidades de lengua castellana aparecen otras características que conviene destacar. Para todos los hombres y mujeres de nuestra lengua la experiencia de pertenecer a una comunidad lingüística esta unida a otra: esa comunidad se extiende mas allá de las fronteras nacionales. Trátese de un argentino o de un español, de un chileno o de un mexicano, todos sabemos desde nuestra niñez que nuestra lengua nacional es también la de otras naciones. Y hay algo mas y no menos decisivo: nuestra lengua nació en otro continente, en España, hace muchos siglos.
El castellano no solo trasciende las fronteras geográficas sino las históricas: se hablaba antes de que nosotros, los hispanoamericanos, tuviésemos existencia histórica definida. En cierto modo, la lengua nos fundo o, al menos, hizo posible nuestro nacimiento como naciones. Sin ella, nuestros pueblos no existirían o serian algo muy distinto a lo que son. El español nació en una región de la península ibérica y su historia, desde la Edad Media hasta el siglo XVI, fue la de una nación europea. Todo cambio con la aparición de América en el horizonte de Espanta.
El español del siglo XX no seria lo que es sin la influencia creadora de los pueblos americanos con sus diversas historias, psicologías y culturas. El castellano fue trasplantado a tierras americanas hace ya cinco siglos y se ha convertido en la lengua de millones de personas. Ha experimentado cambios inmensos y, sin embargo, sustancialmente, sigue siendo el mismo.
El español del siglo XX, el que se habla y se escribe en Hispanoamérica y en Espanta, es muchos españoles, cada uno distinto y único, con su genio propio; no obstante, es el mismo en Sevilla, Santiago o La Habana. No es muchos arboles: es un solo árbol pero inmenso, con un follaje rico y variado, bajo el que verdean y florecen muchas ramas y ramajes. Cada uno de nosotros, los que hablamos español, es una hoja de ese árbol. Pero ¿realmente hablamos nuestra lengua? Mas exacto sería decir que ella habla a través de nosotros. Los que hoy hablamos castellano somos una palpitación en el fluir milenario de nuestra lengua.
Se dice con frecuencia que la misión del escritor es expresar la realidad de su mundo y su gente. Es cierto pero hay que añadir que, mas que expresar, el escritor explora su realidad, la suya propia y la de su tiempo. Su exploración comienza y termina con el lenguaje: que dice realmente la gente? El poeta y el novelista descifran el habla colectiva y descubren la verdad escondida de aquello que decimos y de aquello que callamos. El escritor dice, literalmente, lo indecible, lo no dicho, lo que nadie quiere o puede decir. De ahí que todas las grandes obras literarias sean cables de alta tensión no eléctrica sino moral, estética y critica. Su energía es destructora y creadora pues sus poderes de reconciliación con la terrible realidad humana no son menos poderosos que su potencia subversiva. La gran literatura es generosa, cicatriza todas las heridas, cura todas las llagas y aun en los momentos de humor más negro dice si a la vida. Pero hay más. Explorar la realidad humana,revelarla y reconciliarnos con nuestro destino terrestre, solo es la mitad de la tarea del escritor: el poeta y el novelista son inventores, creadores de realidades. El poema, el cuento, la novela, la tragedia y la comedia son, en el sentido propio de la palabra, fábulas: historias maravillosas en las que lo real y lo irreal se enlazan y se confunden. Los gigantes que derriban a Don Quijote son molinos de viento y, simultáneamente, tienen la realidad terrible de los gigantes. Son invenciones literarias que nublan o disipan las fronteras entre ficción y realidad. La ironía del escritor destila irrealidad en lo real, realidad en lo irreal. La literatura de nuestra lengua, desde su nacimiento hasta nuestros idas, ha sido una incesante invención de fábulas que son reales aun en su misma irrealidad.
Menendez Pidal decía que el realismo era el rasgo que distinguía a la épica medieval española de la del resto de Europa. Verdad parcial y de la que me atrevo a disentir: en el realismo español,aun el mas brutal, hay siempre una veta de fantasía.
La lengua es más vasta que la literatura. Es su origen, su manantial y su condición misma de existencia; sin lengua no habría literatura. El castellano contiene a todas las obras que se han escrito en nuestro idioma, desde las canciones de gesta y los romances a las novelas y poemas contemporáneos; también a las que mañana escribirán unos autores que aun no nacen. Muchas naciones hablan el idioma castellano y lo identifican como su lengua maternal; sin embargo, ninguno de esos pueblos tiene derechos de exclusividad y menos aun de propiedad. La lengua es de todos y de nadie. ¿Y las normas que la rigen? Si, nuestra lengua, como todas, posee un conjunto de reglas pero esas reglas son flexibles y están sujetas a los usos y a las costumbres: el idioma que hablan los argentinos no es menos legitimo que el de los españoles, los peruanos, los venezolanos o los cubanos. Aunque todas esas hablas tienen características propias, sus singularidades y sus modismos se resuelven al fin en unidad. El idioma vive en perpetuo cambio y movimiento; esos cambios aseguran su continuidad y ese movimiento su permanencia. Gracias a sus variaciones, el español sigue siendo una lengua universal, capaz de albergar las singularidades y el genio de muchos pueblos.
Tal vez sea oportuno señalar aquí, de paso, que precisamente la inmensa capacidad de cambio que posee el lenguaje humano le de un lugar único en los sistemas de comunicación del universo, desde los de las células a los de los átomos y los astros. Hasta donde sabemos esos sistemas son circuitos cerrados; entre la transformación de los glóbulos rojos en blancos y viceversa, en la circulación de la sangre, y la de los planetas alrededor del sol, por ejemplo, no hay, en el sentido propio de la palabra, comunicación. Cada sistema, además, obedece a un programa fijo y sin variaciones. Trátese de la información genética o de las numerosas interacciones entre las partículas elementales o en los sistemas solares que contiene el universo, los mensajes y sus modos de transmisión son siempre los mismos. Cierto, todos los sistemas conocen mutaciones –su función, justamente, en la mayoría de los casos, consiste en causarlas o producirlas– pero esos cambios son parte del sistema o se integran a el rápidamente. Cualesquiera que sean su duración y sus mutaciones, los sistemas no tienen historia.
Ocurre lo contrario con el lenguaje humano: su proceso es imprevisible y no esta fijado de antemano; es una diaria invención, el resultado de una continua adaptación a las circunstancias y a los cambios de aquellos que, al usarlo, lo inventan: los hombres. El lenguaje humano esta abierto al universo y es uno de sus productos prodigiosos pero igualmente, por si mismo, es un universo. Si queremos pensar o vislumbrar siquiera al universo, tenemos que hacerlo a través del lenguaje. La palabra es nuestra morada: en ella nacimos y en ella moriremos. Ella nos reúne y nos da conciencia de lo que somos y de nuestra historia. Acorta las distancias que nos separan y atenúa las diferencias que nos oponen. Nos junta pero no nos asila: sus muros son transparentes y a través de esas paredes diáfanas vemos al mundo y conocemos a los hombres que hablan en otras lenguas. A veces logramos entendernos con ellos y así nos enriquecemos espiritualmente. Nos reconocemos incluso en lo que nos separa del resto de los hombres; estas diferencias nos muestran la increíble diversidad de la especie humana y, simultáneamente, su unidad esencial. Descubrimos así una verdad simple o doble: primero, somos una comunidad de pueblos que habla la misma lengua y, segundo, hablarla es una manera entre muchas de ser hombre. La lengua es un signo, el signo mayor, de nuestra condición humana.(Extraído de La Jornada , México, martes 8 de abril de 1997
Octavio Paz: la palabra erguida
Patricio Eufraccio Solano
Facultad de Filosofía y Letras
Universidad Nacional Autónoma de México.
eufracio@servidor.unam.mx
“busco sin encontrar, escribo a solas…”
Octavio Paz. Piedra de Sol.
Descubriendo a la poesía y su vehículo el poema, Octavio Paz escribe una frase que me parece afortunada: “La piedra triunfa en la escultura y se humilla en la escalera” (i). Este triunfo OP lo atribuye al acto poético. La humilde labor de la piedra de soportar los pasos en una escalera no contiene en sí la revelación poética. En cambio, la escultura, piedra igual que el escalón, tiene un valor agregado, el valor poético. El libro El arco y la lira, representa el intento de OP de demostrar que todo en el mundo está tocado de poesía y por ella puede y debe explicarse. La tarea de demostración es inmensa. ¿Lo logra?
El arco y la lira es un libro atractivo de estudiar. Lleno de conceptos, plagado de reiteraciones y puntos y contrapuntos de vista, resulta ser un texto revelador de las obsesiones, anhelos y características discursivas de OP. El libro es demasiado vasto para agotarlo de una vez, por lo que es necesario elegir algunas de sus partes para tratarlo a fondo y no perderse en su contenido. Destacan a mi juicio dos elementos: uno, la poesía es un más allá, una otredad, y dos, la vida —y por ende la poesía— es un equilibrio de los contrarios. Estos dos conceptos, la otredad y los contrarios, me sirven para abordar el texto y realizar su análisis.
Antes de comenzar y como testimonio del universo de su contenido, repasaré brevemente el índice de El arco y la lira ya que éste nos indica el peregrinar que OP realizará por el mundo poético.
El libro se divide en cuatro rubros —y en cada uno de ellos varios capítulos— y un epílogo. Inicia el primer rubro, Introducción, con el análisis preparativo de lo esencial, la materia prima: poema y poesía. Este primer capítulo es de generalidades, pero desde la primera línea se manifiesta lo que se tratará a lo largo de todo el libro: “La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar al mundo… El poema es un caracol en donde resuena la música del mundo y metros y rimas no son sino correspondencias, ecos, de la armonía universal”(p. 13).
En el segundo rubro, El poema, se entra de lleno en materia. Lo primero que tratará es El lenguaje: “La historia del hombre podría reducirse a la de las relaciones entre las palabras y el pensamiento”(p. 29). De ahí pasará a El ritmo: “La célula del poema, su núcleo más simple, es la frase poética. Pero, a diferencia de lo que ocurre con la prosa, la unidad de la frase, lo que la constituye como tal y hace lenguaje, no es el sentido o dirección significativa, sino el ritmo”(p. 51). Después, las diferencias entre Verso y prosa: “Valéry ha comparado la prosa con la marcha y la poesía con la danza” (p.69). Finalmente en este segundo rubro La imagen: “Cada imagen —o cada poema hecho de imágenes— contiene muchos significados contrarios o dispares, a los que abarca o reconcilia sin suprimirlos” (p. 98).El tercer rubro La revelación poética, es a mi gusto es más pleno, ya desde su título que agrupa todos los significados de revelación: algo que se nos confía como una gracia, algo que estando oculto para los demás nos es permitido ver, un destello que en su breve momento nos permite ser una unidad con lo fugaz. Los capítulos del rubro hablarán sobre esto. La otra orilla: “La experiencia de lo sobrenatural es experiencia de lo Otro… Lo Otro es algo que no es como nosotros, un ser que es también el no ser”(p.129). Continúa con La revelación poética: “La palabra poética… es la revelación de sí mismo que el hombre hace de sí mismo” (p. 137). Por último en este rubro La inspiración: “El acto de escribir poemas se ofrece a nuestra mirada como un nudo de fuerzas contrarias, en el que nuestra voz y la otra voz se enlazan y confunden… En esta ambigüedad consiste el misterio de la inspiración”(p. 159).
El cuarto rubro trata Poesía e Historia. Comienza con La consagración del instante: “El poema es un tejido de palabras perfectamente fechables y un acto anterior a todas las fechas: el acto original con el que principia toda historia social o individual; expresión de una sociedad y, simultáneamente, fundamento de esa sociedad, condición de su existencia” (p. 186). Sigue con El mundo heroico: “Desde su nacimiento la figura del héroe ofrece la imagen de un nudo en el que se atan fuerzas contrarias. Su esencia es el conflicto entre dos mundos. Toda la tragedia late ya en la concepción del héroe”(p. 199). Continúa con La ambigüedad de la novela: “El carácter singular de la novela proviene, en primer término de su lenguaje. ¿Es prosa?” (p. 224). Termina el rubro con El verbo desencarnado: “Movido por la necesidad de fundar su actividad en principios que la filosofía le rehusa y la teología sólo le concede en parte, el poeta se desdobla en crítico” (p. 234).
El Epílogo se llena con un sólo capítulo: Los signos en rotación: “Plantado sobre lo informe a la manera de lo signos de la técnica y, como ellos, en busca de un significado sin cesar elusivo, el poema es un espacio vacío pero cargado de inminencia” (p. 264).
La identidad de los contrarios
Octavio Paz se asume ante todo poeta, pero miente; más bien, se engaña; mejor aún, se encubre, se emboza en esta aseveración para confundir y diluir en la máscara del poeta su rostro de ensayista polémico y dogmático, sabroso e irritante, misérable como lo definió en alguna ocasión Margo Glanz. Si es poeta desde siempre, también es ensayista desde siempre. Esto último no lo confiesa con la misma soltura que su ser poeta pero sus escritos compilados en el libro Primeras letras (ii) así lo atestiguan. No obstante prefiere pasar por un poeta que acaso al descuido toma el camino de la prosa como un puente entre poema y poema. Algo así como una complementariedad de los contrarios: poema y ensayo. El uno, palabra erguida en la que su mayor desafío es la forma: la estética, el otro, también palabra erguida pero en la que su mayor desafío es el fondo: la ética. Lo cierto es que estos puentes ensayísticos son más que un tramado de piedras y tablas que unen dos orillas y mucho más que un desenfadado reflexionar para ocupar la mente mientras se pare un poema. Sus ensayos son una compleja estructura, a decir de unos y una monumental farsa, a decir de otros. Un plagiario o un innovador según se sea crítico o cofrade, pues cultiva de ambos. Sin embargo, lo cierto es que Octavio Paz es ensayista al unísono que poeta. Es OP un punto poemático y reflexivo donde se fusionan los contrarios. Tanto los contrarios que tiene en sus sentimientos y obsesiones, como aquellos que provoca entre sus contemporáneos, contrarios de alabanza y vituperio, que él produce con su arte y actitud.
La contrariedad habla de una obsesión; de una obsesión por dilucidar las obsesiones. Obsesiones que OP las aborda como contradicciones que se complementan. OP se aproxima a sus obsesiones una y otra vez. Las toma y retoma en sus poemas y ensayos en forma reiterada. Bien podrían enmarcárseles, aun a riesgo de ser esquemático, en algunos temas: la soledad, la otredad, la identidad, la tradición, la ruptura, la poesía. Los temas son tratados en forma paralela tanto en el verso como en la prosa. Esto es notorio con el concepto de la otredad que es abordado, entre otros sitios, en el poema “Piedra de sol” (iii) y en el ensayo El arco y la lira (iv):
Dice finalizando el poema:
la vida no es de nadie, todos somos
la vida —pan de sol para los otros,
los otros todos que nosotros somos—,
soy otro cuando soy, los actos míos
son más míos si son también de todos,
para que pueda ser he de ser de otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son yo si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia,
no soy, no hay yo, siempre somos nosotros… (v)
A su vez dirá en el ensayo:
El pensamiento oriental no ha padecido (como el occidental) este horror a lo “otro”, a lo que es y no es al mismo tiempo. El mundo occidental es del “esto o aquello”; el oriental, el del “esto y aquello” y aun el de “esto es aquello”. Ya en el más antiguo Upanishad se afirma sin reticencias el principio de la identidad de los contrarios: “Tú eres mujer. Tú eres hombre.. Tú eres el muchacho y también la doncella. Tú, como un viejo, te apoyas en un cayado… Tú eres el pájaro azul oscuro y el verde de ojos rojos… Tú eres las estaciones y los mares”. Y estas afirmaciones las condensa el Upanishad Chandogya en la célebre fórmula: “Tú eres aquello”. (vi)
Como dije las obsesiones de Paz tienen nombre y concepto: la soledad, por ejemplo, insalvable y recurrente en El laberinto de la Soledad (vii)existe desde su niñez según lo confiesa en Itinerario (viii) cuando cuenta que uno de los tres momentos que lo marcaron es aquel que siendo tan sólo un “bulto infantil” se encuentra perdido “en un inmenso sofá circular de gastadas sedas, situado justo en el centro de la pieza” de la casa de su abuelo Irineo, en Mixcoac. La soledad así contada se antoja orgánica, elemental y desgarradora del inválido, indefenso ser que somos cuando niños. Soledad a pesar de estar rodeado de la gente, los gritos y risas de una fiesta familiar donde se es el benjamín. Lo cito para mejor comprender este punto y de paso escuchar su prosa de poeta:
Hay un ir y venir de gente que pasa al lado del bulto sin detenerse. El bulto llora. Desde hace siglos que llora y nadie lo oye. Él es el único que oye su llanto. Se ha extraviado en un mundo que es, a un tiempo, familiar, remoto, íntimo e indiferente. No es mundo hostil: es un mundo extraño, aunque familiar y cotidiano, como las guirnaldas de la pared impasible, como las risas del comedor. Instante interminable: oírse llorar enmedio de la sordera universal… No recuerdo más. Sin duda mi madre me calmó: la mujer es la puerta de reconciliación con el mundo. Pero la sensación no se ha borrado ni se borrará. No es una herida, es un hueco. Cuando pienso en mí, lo toco; al palparme, lo palpo. Ajeno siempre y siempre presente, nunca me deja, presencia sin cuerpo, mudo, invisible, perpetuo testigo de mi vida. No me habla pero yo, a veces, oigo lo que su silencio me dice: esa tarde comenzaste a ser tú mismo; al descubrirme, descubriste tu ausencia, tu hueco: te descubriste. Ya lo sabes: eres carencia y búsqueda. (ix)
En este punto no importa si el hecho fue real, lo importante es que en este fragmento Paz nos descubre algunas de sus obsesiones existenciales: la soledad, el laberinto, la vacuidad, la madre, el silencio, la carencia y la búsqueda. Obsesiones que demandan una identificación; una identidad poética y ensayística que se resolverá casi siempre entre los contrarios que los forman: soledad/compañía (El laberinto de la soledad); vacuidad/plenitud (Conjunciones y disyunciones); silencio/sonido(El arco y la lira). Estos contrarios en su enfrentamiento se complementan y este complementar se constituye en una caracteriza fundamental de la estructura de sus ensayos.
En ocasiones los contrarios no son exactamente una contrariedad sino una complementariedad. Una suma de elementos de un solo concepto. Como ejemplos notables el sexo, erotismo y amor en La llama doble (x); y el tratamiento del poema y la poesía en El arco y la lira y Los hijos del Limo (xi). En estos casos los contrarios son menos que eso y más bien un complemento. Pero un complemento que tiene cierto grado de contrariedad pues no es lo mismo y, mejor aún, no se encuentran en el mismo nivel el sexo, el erotismo y el amor; ni tampoco el poema y la poesía. En este último caso OP mira al poema como una estructura, mientras que a la poesía como una revelación. Por ello dirá, como veremos al detalle más adelante, que la poesía está en toda manifestación artística que comunica un sentimiento de plenitud, entendiendo por manifestación artística lo mismo un cuadro, que una escultura, que una sinfonía y, por supuesto, los versos, mientras que el poema puede ser, tan sólo, producto de una hábil versificación pero carente de revelación.
Los contrarios necesitan identificarse, es decir, proporcionar identidad el uno al otro con la existencia separada y al mismo tiempo paralela de ellos. La luz no puede existir sin la oscuridad, el silencio sin el sonido, la soledad sin la compañía. Esta característica la toma Paz y hace derroche de ella. ¿Qué si por ello es más o menos socrático? ¿Si es o no válida esta forma de estructura reflexiva? ¿Si es demasiado simple? Quizá, en ese caso de sus escritos y poemas sólo nos quedaríamos con el tratamiento del idioma. Y, curiosamente es este punto, el tratamiento del idioma, el trato que de él hace OP, donde coinciden todos sus críticos señalándola como su mejor cualidad. Su idioma encanta —en sus dos acepciones de embrujo y agrado— a tirios y troyanos. No con ello pretendo justificar sus reiteraciones temáticas y sus aparentes o reales simplezas en el tratamiento de algunos temas, pero ¿qué son la literatura, la poesía y la ensayística, además de lo que son: sentimiento y reflexión? Sin duda: idioma bien tratado. Por lo tanto y sin por ello coincidir o aceptar las tesis de Paz, resulta importante conocerlo. En el caso de este texto en algunos pasajes de El arco y la lira.
Poesía de soledad y poesía de comunión
El libro titulado El arco y la lira, OP lo sitúa como una “maduración, desarrollo y en algún punto, rectificación” (xii) del texto publicado con el título Poesía de soledad y poesía de comunión (xiii). Este último texto está fechado en 1942; es decir cuando Paz tenía 28 años. El texto fue leído, según el propio Paz señala en la advertencia de la primera edición de El arco y la lira, durante las conferencias que se efectuaron con motivo del cuarto centenario del nacimiento de Sor Juana Inés de la Cruz. Resulta preciso, por lo tanto, conocer este primer texto antes de entrar a lo dicho en El arco y la lira.
En la introducción de El arco y la lira Paz señala que el libro se halla dividido en tres partes en las que responderá a tres preguntas: “¿hay un decir poético —el poema— irreductible a todo otro decir?; ¿qué dicen los poemas?; ¿cómo se comunica el decir poético?” (xiv) Bien, ¿cuáles de estas preguntas se encuentran ya en Poesía de soledad y poesía de comunión para que OP lo considere el antecedente de El arco y la lira? (xv)
En Poesía de soledad y poesía de comunión OP señala que el hombre ante la realidad recurrió en las sociedades arcaicas igual a la magia que a la religión como instrumentos para aprehender una parte de ella. Yo agregaría que aún hoy se recurre a ellas. Estos recursos —magia y religión— afines y confundidos en algún momento de su existencia echan mano del lenguaje, de los lenguajes para accionar. Por ello, Paz se pregunta: “la operación poética ¿es una actividad mágica o religiosa? Y se responde: ” ni lo no ni lo otro. La poesía es irreductible a cualquier otra experiencia”. (xvi)
Si tomamos ambos fragmentos de los libros concluiríamos que para OP, sí existe un decir poético: el poema, que es irreductible a cualquier otra experiencia. Sin embargo, es indispensable señalar la diferencia existente entre estos dos textos con los que he compuesto una respuesta: en el primero enumerado, el de El arco y la lira, Paz pregunta sobre la irreductibilidad del decir poético, o sea del poema, mientras que en el segundo fragmento de Poesía de soledad y poesía de comunión lo que asevera es que la poesía resulta irreductible a cualquier otra experiencia. Esto no pasaría de ser una nimiedad puesto que poema y poesía llegan a utilizarse sinónimamente sino fuera porque en El arco y la lira Paz hará una clara y tajante diferencia entre ambos, poema y poesía, ya que, como dije antes, al poema lo llega a ubicar, en los casos que no se logra la revelación poética, como una estructura rimada pero carente de poesía. Quizá en su contexto, ambos textos que he utilizado en la respuesta, uno escrito en 1942 y el otro en 1956, podrían pensarse en el sentido que OP se refería a lo mismo; es decir, que el poema en el que se logra la poesía es irreductible a cualquier otra experiencia. Si es así, la inquietud/obsesión de Paz sobre lo irreductible del lenguaje poético se rastrearía hasta “Poesía de soledad y poesía de comunión”, constituyéndose con ello en una de sus obsesiones esenciales.
La segunda pregunta es una extensión, quizá más bien, una sutileza de la primera: si el decir poético es irreductible, qué dice este lenguaje. Qué dice es equiparable a qué comunica, qué provoca, qué produce, y también qué pide del lector, qué le demanda, qué le toma a cambio de su revelación. Si la experiencia de lograr la revelación de la poesía por el poeta es un acto de uno, el de ponerla al servicio del lector, poeta en constante génesis, resulta un acto de todos. Y muy pocas cosas pueden decir lo mismo para todos. De ahí que el decir de la poesía sea un decir único para cada lector. Pero también es un decir que se dialoga, que en su momento es diálogo del poeta o del lector con el poema. Al respecto, OP dirá en Poesía de soledad y poesía de comunión:
El poeta lírico entabla un diálogo con el mundo; en ese diálogo hay dos situaciones extremas; una, de soledad; otra, de comunión. El poeta siempre intenta comulgar, unirse (reunirse, mejor dicho), con su objeto; su propia alma, la amada de Dios, la naturaleza… La poesía mueve al poeta hacia lo desconocido. (xvii)
Sin embargo, este fragmento no aclara completamente si la inquietud del decir del poema se encuentra ya en Poesía de soledad y poesía de comunión. Líneas adelante en este texto dirá: “La poesía es siempre disidente” (xviii). ¿Acaso es que la poesía en su decir quiere comunicarnos/demandarnos una rebeldía? Pensar a la poesía como un vehículo de la disidencia es sin duda una de las “verdades” aceptadas por la humanidad. De ella emanan los poemas y poetas perseguidos o censurados. En Francia Los poetas malditos se apegan a esto como en México el grupo Contemporáneos harían lo propio: ser disidentes en y a través de la poesía. Aceptando esta aseveración replanteo la pregunta de Paz: ¿qué dice la poesía para que el poeta se considere un disidente? Paz formula parte de esta pregunta cuando interroga en Poesía de soledad y poesía de comunión diciendo: “¿Qué clase de testimonio es el de la palabra poética, extraño testimonio de la unidad del hombre y el mundo, de su original y perdida identidad?” (xix) Contestará que la poesía le dice al hombre sobre su identidad original. El hombre es ante todo poesía. Esta aseveración es uno de los conceptos fundamentales de la obra de Octavio Paz y —como veremos— uno de los ejes principales de El arco y la lira. Podríamos ahora concluir preguntando nuevamente : qué le dice la poesía al hombre: que él es poesía.
Finalmente vayamos a la tercera pregunta: si existe una irreductibilidad del decir poético, y éste nos dice algo, ¿cómo se comunica? Por supuesto que la comunicación se da a través del lenguaje, de las palabras y lo que estas contienen: ritmo, imagen y revelación. Sin embargo, esto que es tan claro en El arco y la lira, apenas se entrevé en Poesía de soledad y poesía de comunión. En este último existe un pequeño atisbamiento de cómo comunica el lenguaje. Lo hace cuando el mensaje anida en la conciencia y cae en cuenta de que lo trasmitido tan sólo es una parte de la realidad: “El hombre al enfrentarse con la realidad la sojuzga, la mutila y la somete a un orden que no es el de la naturaleza […] sino el del pensamiento. Y así, no es la realidad lo que realmente conocemos, sino esa parte de la realidad que podemos reducir a lenguaje y conceptos” (xx). De tal suerte que se comunica lo que el lenguaje es posible de dominar y sujetar en su estructura. De aquí podría desprenderse que comunicar sólo es posible si el individuo conoce la estructura, es decir, el idioma. Y ¿es así? ¿Un analfabeta puede encantarse cuando escucha un poema? ¿Puede quedarse solamente con la imagen y el ritmo?
El texto Poesía de soledad y poesía de comunión se constituye como un antecedente del libro El arco y la lira. Un antecedente un tanto enclenque pero en el que se encuentran mencionados, algunos en forma clara y otros a vuela pluma, los elementos que constituirán el núcleo de El arco y la lira: los contrarios, la otredad, las diferencias entre poema y poseía y sus componentes. Sin embargo, el eje del texto Poesía de soledad y poesía de comunión está situado en la oposición entre magia y religión, realidad e irrealidad contenida en el poema. Por su parte ya en El arco y la lira, los ejes son más definidos: la poesía es un más allá, una otredad, que a través de la revelación poética que nos permite el idioma (una especie de estado de gracia fugaz y gozoso), podamos entender el principio del mundo: el hombre es ante todo poesía.
Como dije, en El arco y la lira OP se empeñará en demostrar que este principio del mundo es una verdad inamovible y perenne.
El arco y la lira
Una poética ensayística
En 1956 aparece la primera edición de El arco y la lira . Octavio Paz cuenta con 42 años y un prestigio como poeta y ensayista. La década de los cincuentas marca en México un cambio fundamental, el país intenta una industrialización, el poder político es dejado por los militares a los civiles y la ciudad de México se deslumbra con un incipiente cosmopolitismo del que harán novela, entre otros, Carlos Fuentes. México vive un tiempo feliz que le durara escasamente una veintena de años. Hasta 1968, para ser precisos (xxi).
En este momento, los años 50-70, se produce una literatura que refleja la época y también el influjo de OP en ella. Según afirma Armando Pereira, la literatura producida por la Generación de Medio Siglo (xxii), se nutre de la poética que Paz propone en El arco y la lira:
Compartían (los miembros de la Generación de Medio Siglo) demasiadas cosas para mantenerse ajenos entre sí: no sólo una misma voluntad de escribir, sino también una concepción semejante de la literatura. En 1956 se había publicado un libro de ensayos de Octavio Paz que fue esencial para todos ellos: El arco y la lira. En este libro hay un capítulo en particular —”La revelación poética”— en el que Paz analiza una serie de conceptos ligados a la poesía —lo sagrado, la otra orilla, la parte nocturna del ser, la noción de cambio o de metamorfosis, la otredad, la extrañeza, el vértigo, la revelación, el rito, la reconciliación— que ellos inmediatamente hicieron suyos extendiéndolos al cuento y la novela, al grado de convertirlos en una especie de poética inicial del grupo” (xxiii).
Pereira menciona que la Generación de medio siglo hace una “especie de poética” del libro de OP. Creo que el libro mismo es, por un lado, una propuesta poética y, por el otro, una propuesta ensayística.
En El arco y la lira OP reflexiona sobre la poesía y el poema. De ahí que las conclusiones a que llega le sirvan como una propuesta poética. En ella destacan conceptos como ritmo, revelación poética e inspiración. Los veremos al detalle adelante por ello no me detengo mayormente. El libro también propone una ensayística; es decir, una forma de desarrollar el género: la espiral. Ignoro si es original o no, pero sin duda en la propuesta existe una intención estética precisa: mostrar todos los posibles ángulos del problema sin “pasarlos”, sin dejarlos de lado, conservándolos a la vista con tan sólo mirar hacia arriba o abajo de la reflexión. Como en una escalera espiral o, de caracol, como se le nombra en México, Paz desciende o asciende —según el ángulo del lector—, por una serpentina reflexiva que irremediablemente lo regresa al mismo sitio, si bien en distinto plano. Todo aquel que haya caminado por una de estas escaleras conoce la sensación de vértigo y confusión que se produce en ella, sobre todo si hay un tanto de bruma u oscuridad que no permita precisar cuánto se ha ascendido o descendido. Algo similar sucede con el ensayo de OP El arco y la lira. La bruma está dada por el inmenso universo de su conceptos: la otredad, por ejemplo, en los que las reflexiones del problema parecen repetirse hasta el infinito en todos sus planos posibles y que hacen surgir la duda sobre si “esto” que está diciendo OP ya lo he leído (se lo he leído) en alguna otra parte… ¿de este libro o de otro? La duda se ahonda por la repetición de conceptos que no precisan algo específico, como: la Poesía, y que nos dejan la sensación de que Paz está hablando de cosas inmensas, inconmensurables, infinitas: tales como la poesía cautiva en un cuadro, y al mismo tiempo, si esto es posible, de cosas tangibles como los colores y sombras del mismo cuadro. El libro de Jorge Aguilar Mora La divina pareja (xxiv), en donde el autor se enfrasca en un análisis de los conceptos historia y mito, tradición y ruptura tratadas por OP, son un claro ejemplo de la polémica que despierta este manejo discursivo del ensayo.
Por eso he llamado “ensayística poética” a la proposición, a las proposiciones que contiene El arco y la lira. No solamente lo uno o lo otro, sino ambas: poética y ensayística.
Encuentro que la propuesta poética es reflexiva, se reflexiona en el texto sobre la poesía; en tanto que la propuesta ensayística es discursiva, se da en el discurso del texto.
Señalé al inicio que me centraría en dos conceptos que encuentro en el libro: el uno, la poesía es un más allá, una otredad, y, el otro, el mundo es un equilibrio de los contrarios. Como veremos adelante ambos conceptos son pilares de la propuesta poética ensayística de Paz.
El primero de ellos OP lo menciona abiertamente en variadas composiciones: la poesía dice algo que está mas allá de las palabras: “El decir poético dice lo indecible” (p. 112); lo sobrenatural es un más allá donde se encuentra lo otro: “La experiencia de lo sobrenatural es la experiencia de lo Otro” (p. 129); aquel poema pleno de poesía es un algo más, un además: “El poema es poesía y, además, otra cosa. Y este además no es algo postizo o añadido, sino un constituyente de su ser” (p. 185).
En el último fragmento citado se encuentran partes del otro concepto del que hablaré: los contrarios que se complementan para existir, o sea, el complemento de un ente integral, unido en y por sus contrarios: ser y no ser: “no es (este además)… sino un constituyente de su ser”. Otras formas de aludir a los contrarios son las siguientes: los contrarios se necesitan “La experiencia de lo Otro culmina con la experiencia de la Unidad. Los dos movimientos contrarios se implican… Cesa la dualidad” (p. 133); en la poesía se conjugan racionalidad e irracionalidad, ser y no ser “En la creación poética pasa algo parecido (al amor): ausencia y presencia, silencio y palabra, vacío y plenitud son estados poéticos… Y en todos ellos los elementos racionales se dan al mismo tiempo que los irracionales…” (p. 141); “Todo es y no es” (p. 129).
Propuesta poética esencial
La propuesta poética central es: la poesía es la forma de la vida: “El poema es un caracol en donde resuena la música del mundo y metros y rimas no son sino correspondencias, ecos, de la armonía universal”(p. 13). Forma de la vida que revela a este mundo y por ello al mundo de la otredad: “La poesía revela este mundo; crea otro”(p. 13).
Esta propuesta de Paz presenta varias interpretaciones posibles: 1) la vida existe gracias a la poesía; 2) la poesía es la gran partitura universal; 3) la vida es poesía; 4) la poesía es la interpretación humana de la esencia de la vida; 5) la poesía es el camino hacia el más allá de la vida; 6) la poesía es el más allá de la vida.
En cada una de estas posibles interpretaciones destaca un elemento, un concepto que relaciona vida y poesía; utilizo el mismo orden numérico:
1) la vida es consecuencia de la poesía. La poesía aquí se asume como el ente creador de la vida; una suerte de dios inicial al que todo lo vivo le debe su existencia. Los elementos que formarían a este dios serían, entre otros: la armonía, el ritmo, la imagen.
2) la vida está guiada por un plan poético plasmado en una partitura que ha de cumplirse, con la conducción de un director que sería dios y unos ejecutantes que serían los hombres. Por su calidad de intérpretes y su naturaleza humana, los hombres podrían equivocar la interpretación de la partitura incurriendo en desviaciones o errores. En esta lectura no queda claro el destino.
3) Vida y poesía son una sola cosa y se manifiestan juntas. No hay diferencia entre ambas.
4) La poesía es la clave para entender la vida. Aquí reaparecen los elementos de ritmo y armonía, pero queda pendiente el destino.
5) Existe un más allá de este mundo y la poesía nos permite alcanzarlo. El influjo teológico es evidente en esta lectura.
6) El más allá en realidad está aquí y se manifiesta en la poesía.
En el conjunto que forman las interpretaciones se advierten algunas constantes, de las cuales destaca: se surge o se llega a la vida a través de la poesía. Este planteamiento transforma a la poesía en una teología. Diría en “Poesía de soledad y poesía de comunión”: “Poesía, religión y sociedad forman una unidad viviente y creadora en los tiempos primitivos. El poeta era mago y sacerdote; y su palabra era divina” (xxv). No resulta extraño así que los elementos que Paz atribuye a la poesía sean los mismos que sustentan las teologías: palabra, inspiración, unión, revelación, gozo, más allá. Con ello Paz pretende devolver a la poesía una vigencia, hoy perdida, de elementalidad humana. Sin la poesía —nos dice—, al igual que sin la teología, los humanos seríamos —quizá lo somos ya— menos humanos. Y la persona humana es la base de nuestro desarrollo como especie. Si perdemos la poesía, como si perdemos la teología, terminaremos por dejar de ser humanos. No dejaremos de ser “seres” sino que dejaremos de serlo de manera “humana”. Este planteamiento se halla en otros ensayos, dice en La llama doble:
Los males que aquejan a las sociedades modernas son políticos y económicos pero asimismo son morales y espirituales. Unos y otros amenazan al fundamento de nuestras sociedades: la idea de persona humana. Esa idea ha sido la fuente de las libertades políticas e intelectuales; asimismo, la creadora de una de las invenciones humanas: el amor… El diálogo entre la ciencia, la filosofía y la poesía podría ser el preludio de la reconstrucción de la unidad de la cultura. El preludio también de la resurrección de la persona humana, que ha sido la piedra de fundación y el manantial de nuestra civilización. (P. 340).
Si la poesía es la forma de la vida, ¿cómo se manifiesta? En el poema, por supuesto, pero también en toda actividad humana. Quizá inspirado en ello Vicente Quirarte me dijo un día, palabras más o menos: “En todo hay poesía. Hay poesía cuando lavamos el vaso en que bebimos y con ello le agradecemos el servicio que nos brindó”.
Para Paz la poesía no se circunscribe al poema, de hacerlo no lograría alcanzar su dimensión universal y la pretendida trascendencia humana que lo lleva a imaginarla como “caracol en donde resuena la música del mundo”. ¿Qué más es? En la primera línea de El arco y la lira así lo dice: “La poesía es conocimiento, salvación, poder y abandono” (xxvi). Las tres primeros elementos coinciden nuevamente con la teología: dios es conocimiento, poder y salvación; sin embargo, ¿podemos imaginar al “abandono” como una cualidad divina? Difícilmente. Esta cualidad es exclusivamente humana y más bien es una cualidad que nos abre la posibilidad de alcanzar lo humano. Dios no se abandona, se destruiría, pero sí abandona, nos abandona y con ello nos proporciona la posibilidad de la humanidad. La otra faceta del abandono, la unión, reunión, nos haría de nuevo dioses.
Abandonarse tiene dos caras: una ascendente y otra descendente. El abandono es una posibilidad exclusivamente humana; sólo nosotros podemos abandonarnos; es decir, renunciar, ceder, abdicar a nuestra condición animal humana para alcanzar la dimensión de persona humana o bien, lo contrario, renunciar a nuestra posibilidad de persona y quedarnos tan sólo con lo animal. Este sería un abandono “descendente”.
Existe otra forma de abandono, el “ascendente”, donde abandonarse nos lleva a la posibilidad de unirse con lo original: la deidad. Este es el tipo de abandono al que se refiere Paz en la primera línea de El arco y la lira.
Se completa así la propuesta poética esencial del libro: La poesía es la forma de la vida y se compone de conocimiento, salvación, poder y abandono. La vida como la poesía es un tramado de conocimiento, poder, salvación y abandono.
Paz lo define diciendo: “Para algunos el poema es la experiencia del abandono; para otros el del rigor. Los muchachos leen versos para ayudarse a expresar o conocer sus sentimientos, como si sólo en el poema las borrosas, presentidas facciones del amor, del heroísmo o de la sensualidad pudiesen contemplarse con nitidez. Cada lector busca algo en el poema. Y no es insólito que lo encuentre: ya lo llevaba dentro”. (p. 24).
NOTAS:
El arco y la lira. México, Fondo de Cultura Económica, 1986, p. 22.
Primeras letras (1931-1945). México; Vuelta, 1988.
“Piedra de sol” en Libertad bajo palabra. México; FCE, 1990.
Op., cit.
Op., cit., fragmento, p. 252.
Op., cit., p. 102.
El laberinto de la soledad. México; Cuadernos Americanos, 1950.
Itinerario. México; Fondo de Cultura Económica, 1993.
Ibid, p. 14-15.
La llama doble. México; Círculo de lectores/Fondo de Cultura Económica. OC v. X, p. 211 352.
Los hijos del limo. Colombia; La oveja negra; 1974.
Op., cit., p. 7.
“Poesía de soledad y poesía de comunión” en Las peras del olmo. México; Origen-Seix Barral, 1984. (Obras maestras del siglo XX, 39) p. 83-93.
Op., cit., p. 25.
Esta particularidad de abundar en un tema años después de un artículo nos habla de su retomar sus obsesiones. Algo similar hará con La llama doble libro que define como una continuación, desarrollo y profundización de los conceptos que expone en un artículo previo sobre el tema del erotismo titulado “Un más allá erótico: Sade en OC v. X México; Círculo de lectores/Fondo de Cultura Económica., p. 43-74.
Op., cit., p. 85.
Idem.
Ibid, p. 86.
Idem.
Op., cit. P. 83.
Para abundar véase Pereira, Armando. “La generación de medio siglo: un momento de transición de la cultura mexicana” en Revista mexicana de literatura. Vol. 6 No. 1, 1995, p. 187-212.
Que incluye entre otros a Juan García Ponce, Huberto Batis, Juan Vicente Melo Salvador Elizondo, Sergio Pitol e Inés Arredondo.
Ibid, p. 200-201.
Aguilar Mora, Jorge. La divina pareja. Historia y mito en Octavio Paz. México; Era, 1991. 226 p.
Op., cit., p. 89.
Op., cit., p. 13.
Este texto forma parte de un estudio de mayor envergadura que presento como tesis para obtener el grado de Maestro en Literatura Iberoamericana, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México.
© Patricio Eufraccio Solano 1997
Paz, o verdadeiro guerreiro da luz
José Nêumanne Pinto
A guerra do militante da lucidez é a permanente
denúncia da estupidez das ideologias cegas
Conheci o “guerreiro da luz”, personagem favorito de nosso mais popular e (et pour cause) maldito escritor, o mago Paulo Coelho. Mas não era um peregrino na Via Láctea, a estrada de Santiago, nem um eremita no Sinai. O “guerreiro da luz”, meus amigos, Octavio, tinha nome de imperador romano e um sobrenome que contradizia justamente sua principal característica, a combatividade. Sua vida foi uma guerra permanente contra a tirania da ignorância e a cegueira da fé ideológica. Seu nome era Paz e ele escreveu: “não nascemos livres: a liberdade é uma conquista – e mais: uma invenção”.
Sua morte, anunciada por longa enfermidade, agravada pelo incêndio, que consumiu sua coleção de objetos de arte, colecionados em suas andanças pelo mundo, teve, como não podia deixar de ser, ampla repercussão nos meios intelectuais. Entre seus grandes colegas ouvidos, talvez o que tenha reproduzido de forma mais fiel a importância de sua ação política e de sua obra poética, sem dissociar uma da outra, foi o intelectual espanhol Jorge Semprún. Segundo o autor de A Segunda Morte de Ramón Mercader, o “maestro” conseguia ser, ao mesmo tempo, lúcido e comprometido, qualidades que, de acordo com Semprún, “não costumam ser freqüentes em uma só pessoa”.
De fato, Octavio Paz foi um dos mais ativos militantes políticos do século. Mas ele militou exatamente contra a militância estúpida, produzida pela cegueira política. O que ele tentou demonstrar nos artigos e ensaios de O ogro filantrópico (o título já dá a idéia precisa e completa do que ele pensa de seu tema, o Estado ao mesmo tempo tirânico e paternalista, burocrático e providencial, que reinou, impávido colosso, neste nosso século, em que ele brilhou) é que existe mesmo a boa literatura política.
Só que esta não está a serviço de uma causa. Mas, ao contrário, brota quase sempre dos exames das realidades de uma sociedade: o poder e seus mecanismos de dominação, as classes e seus interesses, os grupos e os chefes, as idéias e as crenças. O que ele não aceitava era a literatura de propaganda. Nem podia. Ele adorava citar, em suas entrevistas, um de seus lemas favoritos cunhado pelo coleguinha britânico William Blake: “os bons poetas estão do lado do diabo”.
Só que os escritores que pretendiam pôr sua arte a serviço de uma mensagem ideológica, costumavam fingir venerar a revolução, mas cultuar o establishment. O livro de nosso século 20, o mesmo que hospedou Octavio Paz no planeta Terra, foi aberto pelos bigodes de Máximo Gorki, que, na companhia de seus amigos bolcheviques, primeiro Vladimir Lênin, depois Josef Stalin, lançou em solo russo as sementes do realismo socialista. A literatura precisava, diziam eles, ter algum tipo de função política. Não pode ser um fim em si mesmo, mas um meio de conscientização e reeducação dos homens, não dos indivíduos, mas das massas. Soterrado por essas idéias, o gênio de Vladimir Maiakóvski, minado pelo desespero, sucumbiu ao suicídio. Isaac Babel e Ossip Mandelstam foram imolados no Arquipélago Gulag e o último desses penitentes renitentes foi o magnífico Josef Brodski.
A palavra divina do chefe era trazida ao cotidiano pelo apóstolo húngaro George Lukácz, sob as bênçãos do georgiano, vencedor da guerra mundial. Octavio Paz se insurgiu contra essa avalanche, mas não o fez de forma a ser absorvido como politicamente correto nem em nome da revolução. Ao contrário, sem temer os desafetos, que há havia feito e só tenderiam a aumentar, como ele sabia, apelou para as armas da tradição. No prólogo de O Ogro Filantrópico, seleção de artigos e ensaios críticos, nos quais faz uma análise assumidamente “não sistemática” do Estado burocrático, que se tornou moda no século XX, seja à esquerda, seja à direita, ele vai avisando, logo de saída, que toda boa literatura é rebelde, intranqüila, insatisfeita e ímpia, em relação à autoridade estabelecida. Recorre para apoiar seu argumento a exemplos sólidos, que vão de Swift a Joyce e de Laclos a Proust.
“A literatura moderna não demonstra nem prega nem arrazoa; seus métodos são outros: descreve, expressa, revela, descobre, expõe, quer dizer, põe à vista as realidades reais e as não menos reais irrealidades de que estão feitos o mundo e os homens. Os escritores modernos, quase sempre sem se o proporem, ao mesmo tempo que edificavam suas obras, realizaram uma imensa tarefa de demolição crítica; ao enfrentar a realidade real – o lucro, a paixão, o desejo, a morte – e as normas e ao descobrir o sentido no sem sentido, fizeram da literatura uma espécie de redução ao absurdo das ideologias com que sucessivamente se justificaram e mascararam os poderes sociais”, escreveu.
Já está visto pelo acima descrito que a primeira característica importante deste protagonista do século 20, para a qual chamo a atenção do leitor, é exatamente sua guerra sem tréguas, e muitas vezes solitária, contra a “patrulha ideológica”. Travou-a por ter, antes de quase todos os demais, a lucidez (lembrada por Semprún, hoje também um dissidente, na sua linha) de perceber a falácia e as meias-verdades da pregação de um dos mitos de nossos tempos, a revolução. Segundo Octavio Paz, “em nosso século, a revolução foi a máscara da tirania”.
Ele enxergou e analisou, com precisão de cirurgião, esse processo de transformação das brigadas mudancistas, que diziam lutar pela liberdade, em patrulhas obscurantistas, que delatavam, isolavam e puniam de todas as formas quem ousasse levar à prática aquele famoso lema de Millôr Fernandes: “livre pensar é só pensar”. Seu pensamento a respeito, límpido e sensível, foi traduzido em palavras num ensaio: “O marxismo tem sido, contraditoriamente, um pensamento crítico e uma ortodoxia. Na Segunda metade do século 20, cessou de ser crítico e se converteu em um dogmatismo pseudorreligioso. Nos ajudou a pensar livremente e hoje é um obstáculo que impede a liberdade do pensamento”.
Segundo Octavio Paz, “Lenin e os bolcheviques arrancaram o martelo das mãos da classe operária e os entregaram a uma suposta vanguarda, o partido comunista”. E ele mesmo concluiu: “Estranho destino. O marxismo, que foi pensado e planejado como uma arma da classe operária dos países industriais do ocidente, hoje é a ideologia das nações atrasadas da periferia, pouco ou insuficientemente industrializadas, dependentes do exterior e com proletariados recentes e pouco numerosos. O marxismo foi um internacionalismo revolucionário, que se propôs apagar fronteiras e acabar com o Estado. Hoje é um nacionalismo e uma estadolatria”.
Na América Latina, que ele conhecia muito bem, o marxismo, segundo sua visão deixou de ser uma ideologia de classe operária e menos ainda dos camponeses, “sendo adotada por uma classe média exasperada e desesperada”. Nacionalismo, populismo e adoração do Estado são, segundo ele, os principais ingredientes do discurso marxista na América Latina.
Hoje, isso tudo parece óbvio, mas é preciso lembrar que, quando tais textos foram escritos, quem ousasse pensar contra a corrente dominante dos partidos comunistas seria facilmente acusado de estar a soldo do imperialismo ianque. O próprio Paz – que se definia como um “esquerdista desiludido”- não seria imune a isso. Fotografias suas foram incineradas na frente da embaixada norte-americana, na Cidade do México, em 1990, quando, merecidamente, recebeu o Prêmio Nobel da Literatura. A ironia é que, 22 anos antes, o poeta havia renunciado à embaixada do México na Índia, em protesto contra o “massacre de Tlatelolco”, em 1968, quando a polícia, reprimindo os estudantes, produziu um banho de sangue no campus da Universidade.
A indignação dos barulhentos rebanhos esquerdistas contra o magnífico poeta era justificada pelas surras de chicote ético que gostava de aplicar no papa deles todos, o filósofo francês Jean-Paul Sartre, com quem chegou a partilhar mesas do café Pont Royal, em Paris. Num artigo – “Memento: Jean-Paul Sartre” -, sobre a morte do filósofo, que ele criticou duramente quando apoiou o terrorismo internacional, considerando-o duplamente culpado, por ser mestre e militante, Paz não foi cáustico, mas também não cedeu ao amolecimento latino, comum quando o adversário ideológico morre. “As idéias e as atitudes de Sartre justificaram o contrário do que ele se propunha: a desenfadada e generalizada irresponsabilidade dos intelectuais de esquerda (sobretudo os latino-americanos) que, durante os últimos 20 anos, em nome do ‘compromisso’ revolucionário, a tática, a dialética e outras lindezas, elogiaram e apoiaram os tiranos e os verdugos”, escreveu, sem explicitar uma condenação, mas também sem passar, em nome do luto, ao largo dos erros monumentais do autor de A Náusea.
A estas alturas do campeonato, antes que o leitor o imagine como um apolítico ou um adversário da política é bom esclarecer que Paz, o peregrino da luz, não pode ser confundido como alguém capaz de enxergar apenas o lado estético da literatura. Não foi um hedonista do texto, apesar de ter possuído um estilo invejável, como lembrou agora, por ocasião de sua morte, outro Prêmio Nobel, o romancista espanhol Camilo José Cela. Segundo este, ele “foi um escritor completo, um grande poeta e um ensaísta de primeira linha”.
Paz não era também um escravo dos maneirismos literários, apesar de haver confessado, certa vez, ter aprendido inglês apenas para ler a poesia inglesa e norte-americana. Seu gosto literário se revelava nos mínimos detalhes, que não desprezava. Quando alguém lhe pedia a definição de sociedade, ele gostava de responder com uma frase usada por Karl Marx no Manifesto Comunista: “Nas águas geladas do cálculo egoísta”. “Isso é a sociedade”, resumia. E explicava por que gostava da frase: o filósofo alemão, autor de textos cuja leitura produzia deleite estético para quem soubesse deles usufruir (como O 18 Brumário de Luís Bonaparte), havia engendrado, em espanhol, língua materna do poeta, “um alexandrino perfeito”.
Paz tinha uma cultura imensa e um estilo invejável. Muito embora escrevesse poesia e prosa ensaística com a mesma intimidade e o mesmo desembaraço, alguns de seus poemas mais importantes terminaram funcionando eles mesmos como manifestos de seu modo de pensar. No longo e belo “Noturno de San Ildefonso”, descreveu sua batalha ideológica com clareza e crueza dificilmente encontradas em seus escritos teóricos. No poema está escrito: “A história é o erro./A verdade é aquilo,/mais além das datas,/mas aquém dos nomes,/que a história desdenha”. E a poesia? “A poesia,/ponte suspensa entre história e verdade,/não é caminho rumo a isso ou aquilo;/é ver/a quietude no movimento,/o trânsito/na quietude”.
Em “Vuelta”, poema que dá nome a livro, homônimo da revista literária, que congrega seus admiradores, pois não é mestre de arrebanhar prosélitos, mas poeta de seduzir leitores, ele abordou alguns de seus temas mais favoritos. O primeiro deles é a luminosidade. O sol, tema central dos astecas, seus ancestrais, comparece logo no início: “Vozes ao dobrar a esquina/vozes/entre os dedos do sol/sombra e luz”. O segundo é o movimento. Logo em seguida aos acima citados, aparecem versos assim: “Caminho no rumo de trás/no rumo do que deixei/ou me deixou”. Em “Pedra de sol”, também título de poema e de livro, esses mesmos temas recorrentes já haviam aparecido juntos: “um caminhar de rio que se curva,/avança, retrocede, dá meia volta e chega sempre”. “Caminho sem avançar”, escreveu ele e cá estamos novamente de volta a “Vuelta”. Renato Pompeu, colega deste caderno, o definiu corretamente como um “alquimista de culturas”. Octavio Paz arrancou suas raízes mexicanas e as depositou numa ampla coleção de frascos de aguardentes poéticas ocidentais e orientais. Era um viajante e de suas peregrinações sempre saía com objetos de arte e versos. Não era um tradicionalista, pois namorou a fértil herança mallarmaica com um poema que ganhou o mundo, Blanco (Branco). Mantinha relações cordiais, por exemplo, com os irmãos Haroldo e Augusto de Campos, poetas concretos paulistas. Esse namoro com a vanguarda, contudo, não o afastou de uma relação amorosa com a palavra. Era ele quem dizia que “a palavra é a amante e o amigo do poeta, seu pai e sua mãe, seu deus e seu diabo, seu martelo e sua almofada. Também é seu inimigo: seu espelho”.
E também ele definia melhor do que qualquer exegeta de sua obra as entradas de memória e curiosidade em seus escritos. Registrou em Paixão Crítica: “No ato da criação intervêm a tradição e a invenção. Para fazer um poema, são necessários certos padrões, como o metro e a rima.
Ademais, as figuras retóricas. Tudo isso vem já dado, a tradição o transmite ao poeta. Mas, ao mesmo tempo, você tem de dizer algo novo, pessoal. Ao escrever um poema, você inventa algo e, algumas vezes, repete coisas já muito antigas. Se você inventa demais, é desastroso: seu texto é incomunicável. Se inventa pouco, também é um desastre: o texto não diz nada que possa interessar aos demais. Incomunicação por obscuridade excessiva ou por não menos excessiva claridade. É necessário achar um equilíbrio”.
Agora, que já não se encontra mais entre nós, embora sua obra permaneça, o aguerrido Paz, guerreiro da luz, tem, enfim, sua obra vasta, imensa e riquíssima concluída. Nada mais há a pensar, a escrever, a revisar, a refazer. Tudo está concluído. O ponto final foi posto. É possível, pois, lembrar o formidável conjunto que ela forma e a sólida coerência dos pilares em que ela se apóia.
Foi ele mesmo quem escreveu a respeito, em O Labirinto da Solidão: “A morte é um espelho que reflete as gesticulações vãs da vida. Toda esta matizada fusão de atos, omissões, arrependimentos e tentativas – obras e sobras – que é cada vida, encontra na morte, senão o sentido ou a explicação, o fim. Diante dela nossa vida se desenha e imobiliza. Antes de desmoronar e fundir-se ao nada, é esculpida e toma forma imutável: já não nos modificaremos, a não ser para desaparecer. Nossa morte ilumina a nossa vida. Se a nossa morte carece de sentido, também a nossa vida não o teve”. Fuente: http://www.revista.agulha.nom.br/jneumanne09c.html)
PALABRAS PRELIMINARES
O.Paz
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