Por: Jhonny Peralta Espinoza
Se dice que el totalitarismo se puede entender como un régimen que subordina todos los actos individuales a un aparato estatal o político y a su ideología, por tanto, el cruceñismo oligárquico es un régimen totalitario, porque mediante la violencia y la dominación pretende imponerse y lograr hegemonía política en territorio cruceño y, si es posible, a nivel nacional, donde cada acto personal se oriente al federalismo o al separatismo o a la caída del gobierno. Esto también va para aquellos que, a nombre, dizque, de una lucha contra la renovación o reconducción del proceso de cambio, quieren callar voces disidentes y diversas que lo único que consiguen es mostrarse tal como son, totalitarios y conservadores.
Camacho, Larach, Valverde, Calvo… ¿El huevo de la serpiente?
Los sectores cruceños dominantes, económicamente hablando, a través de sus lacayos pretenden instalar la narrativa que la Santa Cruz pujante y productiva debe asumir la responsabilidad de las grandes decisiones políticas y económicas del país, a esto lo denominaron “una nueva relación política con el Estado”; pero lo paradójico es que este planteamiento lo representan los Camacho, Larach, Calvo, Cochamanidis, Marinkovic, Castedo, Antelo, Costa, quienes desde hace varias décadas son los exponentes más preclaros del clasismo, machismo, etnocentrismo, autoritarismo, violencia y racismo.
Encarnan el clasismo, porque esta ultraderecha sirve sin fisuras y de la manera más radical a los intereses de los ricos; ejercen el machismo, porque son la punta de lanza de su guerra cultural para combatir los avances que se vienen dando en la igualdad de género (ven el rol que tiene el comité cívico femenino cruceño); son racistas, porque uno de sus afanes más reconocibles consiste en señalar a grupos humanos con una determinada identidad cultural como los responsables de los males socioeconómicos reales o de problemas inventados (los kollas nos han llevado a esta crisis); autoritarios, porque la derecha cruceña no aspira a revoluciones, y su primer llamamiento es contra la diferencia, contra los que piensan distinto; violentos, porque sus propuestas se hacen con pateaduras, instituciones quemadas, humillaciones a mujeres de pollera y, si es necesario, masacres.
Entonces cómo llamar a la derecha cruceña, ¿ultraderecha, posfascismo o fascismo?
Desde el punto de vista conceptual, es evidente que Camacho y compañía no es una mera repetición de fascismos pasados, pero el irracionalismo de la derecha cruceña le lleva a practicar el culto de la acción por la acción; repiten hasta el cansancio que lo mejor es haber nacido en tierras cruceñas, origen de su etnocentrismo; y no dejan de ser elitistas, característica típica de la ideología reaccionaria, ya que todos los elitismos aristocráticos y militaristas, siempre han despreciado a los débiles (recuerdan al militar seudo masista que nos dijo liwi liwis); y, por último, como en la ideología fascista, están educados para convertirse en héroes, un heroísmo vinculado al culto de la muerte.
Pero no queremos complicarnos, sino simplificar las cosas y que este artículo sea útil al activismo político, y a una estrategia de derrota de la derecha cruceña.
El paro de 36 días, la exigencia del comité cívico cruceño de una nueva relación política con el Estado, la amenaza del revocatorio del compañero Lucho en caso de que no haya amnistía política para los masacradores, y todo lo que escribe la prensa lacaya sobre la inviabilidad del Estado plurinacional, acusaciones de narco Estado y corrupción; buscan claramente el derrocamiento del gobierno por cualquier camino y que obedece a un plan, y aunque vayan desarmados a sus cabildos, cuando llega la hora de vengarse de los indios, solo conocen el lenguaje del bazucaso, de los bates y las patadas, siempre esperando que una chispa incendie al país.
El cruceñismo elitista es un fenómeno de masas y no una invención de mentalidades fascistas; hay un hilo inconsciente y afectivo que los atraviesa a todos y los conecta: empresarios, dueños de medios de comunicación, banqueros, militares, policías, diputados y senadores, alcaldes, gobernadores, clase media y también clases populares; por tanto, es falso pensar que sus bases están manipuladas o son incapaces de escuchar al MAS.
¿El cruceñismo oligarca va camino del fascismo?
En octubre del 21, la derecha cruceña se movilizó con otros sectores en contra de la aprobación de la ley de legitimación de ganancias ilícitas, al final el gobierno retiro el proyecto y volvió la calma; en octubre del 22 nuevamente la oligarquía cruceña se enfrentó al gobierno con un paro indefinido por la realización del censo, la crisis se superó con la aprobación del censo en marzo del 24, ahora está preso Camacho, uno de los autores materiales e intelectuales del golpe del 19 y de las masacres en Senkata y Sacaba. ¿Todo esto significa la derrota táctica o estratégica de la derecha boliviana?
Cierto sector del MAS embriagado de verborragia, pedía a gritos que se lo meta preso a Camacho, acusando al gobierno de tener los pies tembleques, ahora que Camacho está preso, esta forma de ver al enemigo puede llevarnos a cometer errores de análisis.
Primero, comprender y medir la fuerza y la capacidad organizativa de la derecha cruceña por sus intereses y objetivos, no es lo aconsejable; porque como fracasaron en sus objetivos: no lograron el censo el 23, no se expandió su hegemonía, no convenció su federalismo, etc., y ahora Camacho y otros están encarcelados o prófugos, la victoria es un hecho. Esta forma de analizar y medir a la derecha por sus intereses pierde de vista la dimensión inconsciente y arbitraria que sustenta a las formaciones colectivas de la derecha, a sus acciones y a sus formas de subjetivación política. La construcción de esa subjetividad se sustenta en el odio al indio social, en el rechazo al masismo, en su etnocentrismo, y su fundamentalismo cristiano, que son elementos para construir relaciones de guerra contra el enemigo: los movimientos sociales; por tanto, la derecha y la extrema derecha crecen, no porque tengan una política comunicativa mejor, sino porque son capaces de producir un tipo de subjetividad (creencia, valores, afectos) con las cuales sintoniza luego su mensaje político.
Segundo, pensar que metiendo a la cárcel a todos los masacradores la victoria es un hecho, y por lo tanto, se resta importancia al carácter insurgente de la derecha, mostrándolos en su faceta patética y caricaturesca, como masa amorfa incapaz de pensar por sí misma y de construir un movimiento sólido de revuelta autoritaria; se acuerdan las declaraciones antes del golpe de estado de noviembre del 2019: “son cuatro gatos pitas”, “se van a cansar”, “hay que resistir y no hacer nada, porque son pocos”. Pensar que esas bases derechistas son manipuladas, manejadas, que actúan en contra de sus intereses, es desconocer que hay empresarios y militares en servicio pasivo que apoyan y financian la logística, un aparato mediático de periodistas, canales de televisión-radio-prensa que difunden el odio y la violencia, que la pequeña burguesía, la policía y los militares siempre apoyaran el orden constitucional, olvidando que sus lealtades son volubles y, a medida que cambien, también lo hará país. Menospreciarla, despreciarla o ignorarla no es sólo un error de análisis, sino es deshonestidad.
“Quien hace la revolución a medias cava su propia tumba” Saint Just
Un primer paso para caminar por la descolonización es reconocer que tenemos una mentalidad colonial; o, por ejemplo, luchar por la despatriarcalización es asumir que nosotros los hombres tenemos privilegios sobre las mujeres, porque para la izquierda es harto difícil y problemático asumirse como opresores de las mujeres ¿también será sobre los y las indias? Entonces, si somos coherentes con nosotros mismos, la revolución democrática y cultural nunca paso de ser una retórica verbal, así como, afirma R. Zibechi, “se puede reducir la pobreza sin tocar las redes del capital financiero”. Y una clave para justificar lo que afirmo es que cuando las izquierdas gobernaron en países de estas tierras, siguieron anclados en el capitalismo puro y duro: veneraron la meritocracia, el consumismo, el hedonismo y el individualismo, sin tocar los privilegios de los más ricos, de las multinacionales, del gran capital.
Desde 1999 con la victoria de Chávez hasta 2012 cuando Lugo fue derrocado por un golpe constitucional, el progresismo de izquierda o la izquierda institucionalizada, produjo una militancia, si es que se puede llamar así, divorciada de la rebeldía, la desobediencia y la transgresión, prácticas políticas que nos heredó, en particular, el Ché. La izquierda caviar ha echado por la borda dos generaciones, las mismas que son incapaces de la indignación social, cuando los indios y las indias siguen siendo los más desfavorecidos, cuando hay deudas sociales como en salud y educación; una izquierda institucional junto a sus generaciones incapaces de imaginar proyectos transformadores, porque carecer de referentes, de imaginarios, de creencias que les señalen un futuro colectivo.
Hoy tenemos la impresión de que el proceso de cambio está llegando a su fin, por una postura defensiva y administrativa del Gobierno y una posición reaccionaria de corrientes internas del MAS, se impone una consigna de facto: defender lo conquistado, en medio de condiciones materiales más difíciles; y los horizontes que plantean son limitados, así lo confirman Arce Catacora “estamos saliendo adelante y estabilidad económica”, Morales Ayma “revolución en la revolución”; Quintana “reforma de la justicia y reestructuración de los militares y policías”. En estas condiciones de estancamiento de propuestas y una crisis mundial que se avecina, lo más conservador es defender lo que hay: la descolonización conviviendo con el racismo histórico y estructural; la despatriarcalización con el exterminio cotidiano de las mujeres; la estabilidad económica abrazada a la fuga de divisas por la expoliación del oro, el contrabando de diésel y una gasolina subvencionada para los agroindustriales chantajistas; una militancia apoltronada mirando de reojo el desmoronamiento del proceso de cambio. En total una distopia en la que el Gobierno y el MAS o se hunden o deciden la reconducción desde la política pura y dura.
El problema con este rumbo es que tiene todos los elementos de una catástrofe autocumplida, y a pesar de que la derecha está en un momento de reflujo y rearticulación de fuerzas, saben que en política hay una ley que se mantiene: mientras más débil es el gobierno, más audaces y más numerosos se vuelven día tras día.
Jhonny Peralta Espinoza exmilitante Fuerzas Armadas de Liberación Zárate Willka
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