El más reciente capítulo de la saga política de Nayib Bukele, en su calidad de presidente de El Salvador, ha sido la materialización física de la megacárcel (en un terreno de 23 hectáreas de extensión) situada en el municipio de Tecoluca, a 70 kilómetros de la capital, San Salvador.

El mensaje

En realidad, Bukele le está diciendo al conjunto de la sociedad que su capacidad (y su voluntad) de imponer el orden se puede ‘leer’ en lo que significa contar con la cárcel más grande del continente americano. Sin embargo, no deja de ser alucinante esta idea si se considera que El Salvador es el más pequeño país del América.

Por la información existente, al inicio de su mandato, en junio de 2019, no parecía que se lanzaría de esta forma a resolver uno de los más acuciantes problemas de seguridad que ha venido arrastrando este país centroamericano desde el fin de la guerra en 1992.

Es cierto que en su discurso de asunción presidencial mencionó que aplicaría lo que llamó ‘una medicina amarga’. Pero de eso a lo que en 2023 ha concretado, sin duda, hay un trecho encriptado que es necesario descifrar.

Los dos gobiernos anteriores (2009-2014), y que estuvieron bajo la égida del ahora raquítico y empequeñecido partido político de la que fue la ex guerrilla salvadoreña, no fueron capaces de desactivar el entramado de violencia que el fenómeno de las pandillas había logrado implantar y extender. El camino que estos dos gobiernos siguieron en este punto informa con claridad acerca de la incomprensión de este asunto de las pandillas y, por lo tanto, de lo errático de las soluciones posibles. Por eso es que pasaron de la interlocución a la confrontación cruda. Y donde las pandillas, como entramado disruptivo criminal, supieron adaptarse con celeridad y efectividad.

Eso es lo que encontró en 2019 este gobierno encabezado por Nayib Bukele. Y por eso volvió a lo de la interlocución, según la evidencia empírica destapada hace algún tiempo. Sin embargo, algo falló o se frustró, y entonces, penduló hacia la confrontación total con las estructuras pandilleriles, complejas, diversas y flexibles.

Y así nace el ‘régimen de excepción’ y después la megacárcel más grande del continente, el Centro de Confinamiento del Terrorismo.

Y estos tres asuntos (la noción de excepción, la megacárcel y la categoría terrorismo) describen sin dificultad de qué va el derrotero de este grupo de poder cuya figura principal, única e indiscutida, es Bukele.

Régimen de excepción

Haber adoptado el ‘régimen de excepción’ no ha sido más que una exageración, una dramatización para realizar acciones que en tiempos normales sería difícil justificar. La frágil vida en democracia de El Salvador ahora debe respirar por los pequeños resquicios que deja la excepción. Y esto es muy peligroso para una sociedad que por más de un siglo ha vivido sometida a la férula autoritaria, y solo desde 1992 tuvo un pequeño alivio en cuanto al ejercicio de las libertades públicas.

Porque debe hablarse con claridad: el ‘régimen de excepción’ es un cheque en blanco para que la Policía y el Ejército procedan sin guardar la compostura. Solo así puede explicarse la estratosférica cifra de capturados en menos de un año: 60 000. Entonces la pregunta que salta de inmediato es que si eran tantos y estaban armados y controlaban territorios urbanos y manejaban el narcomenudeo ¿cómo es que no asaltaron el Estado? Al final de la guerra, cuando la ex guerrilla pasó a la vida civil, se contabilizaron solo 7000 combatientes.

Es obvio entonces que 60 000 personas capturadas no se corresponden con el número de pandilleros que antes se dijo que había. Y según declaraciones recientes del ministro de la Defensa, falta por capturar a 30,000 pandilleros más.

Todo pareciera estar agrandado, con toque publicitario, y con intenciones políticas de control social generalizado. Todo lo que se anuncia que habrá será grande: el estadio más grande de Centroamérica (donado por los chinos), la biblioteca más grande de Centroamérica (en infraestructura, pero no en provisión bibliográfica, también donada por los chinos), el aeropuerto más grande de… (que aún no ha comenzado). Y ahora la cárcel más grande de América.

Problemas estructurales

Todo este empeño político de corte faraónico tiene un correlato de graves (¡grandes!) problemas estructurales: a) la deuda externa impagable, b) los niveles de contaminación de las aguas superficiales y subterráneas que ya se encuentran en líneas rojas, c) la deforestación descontrolada en todo el pequeño país de 20 000 kilómetros cuadrados y el proceso de metropolización urbana que fagocita los pequeños asentamientos rurales aledaños, d) el desplome del sistema educativo nacional porque los problemas axiales se pasan de largo y se cree que entregando computadoras de baja gama a granel y haciendo remiendos en la infraestructura educativa se resuelve algo, e) el debilitamiento al extremo de la institucionalidad estatal con el objetivo de invisibilizar (y asfixiar) todo ejercicio ciudadano tendiente a fortalecer la democracia…

Es decir, lo urgente y lo crucial van por un lado muy distinto a lo que propone y ejecuta este gobierno que llegó con un apoyo electoral mayoritario y que por propia mano está dilapidando.

Porque si se multiplica 60 000 por cinco (que corresponde a un promedio de amigos y de familiares cercanos de cada detenido), pues da la cifra de 300 000 afectados por el ‘régimen de excepción’ que ya no votarán por este proyecto político emergente que se desplaza furioso, nervioso y agresivo.

Pero lo más complicado para este gobierno encabezado por Bukele aún no ha llegado. Y será en la microeconomía donde podría patinar. El ejemplo del precio de los huevos es el termómetro. En este momento se pueden comprar con  un dólar cinco huevos (uno para cada integrante de una familia promedio), pero cuando los huevos se vendan a 3 por un dólar, entonces se habrá instalado la implosión.

*Centro de investigaciones REGION