Por: Iñaki Urdaníbia
Hay algunos ejemplos a lo largo de la historia en que algunos filósofos, y filósofas, se mantuvieron firmes en la defensa de sus ideas frente a las amenazas y peligros que tal tenacidad suponía de hecho. Es aquella parresía que alabasen los griegos, el coraje de decir la verdad asumiendo los riesgos que ello pudiera suponer. Ahí están los casos de Sócrates, Hipatia, Tomás Moro, Giordano Bruno y Jan Patocka como casos célebres.
Con un título que recuerda a la canción de Georges Brassens (Morir por las ideas, de acuerdo pero de muerte lenta) pero que se sitúa en las antípodas de la sorna del bardo de Séte, el filósofo rumano Costica Bradatan entrega su «Morir por las ideas. La peligrosa vida de los filósofos», editado por Anagrama, La obra se despliega de manera francamente bien estructurada, poniendo en estrecha relación el quehacer filosófico y la muerte, con diferentes extensiones por otros temas.
Nadie ha de llevarse a engaño y pensar que el autor del libro en un ataque de ingenua inocencia considere el acto de filosofar, como una actividad de riesgo; Bradatan aclara la postura coherente de algunos casos, ya nombrados, distinguiendo tal postura que considera la filosofía no solamente como una actividad unida al conocimiento sino también a una forma de vida, lo que exige una coherencia y fidelidad entre lo que se dice y lo que se hace, distinguiendo, digo, de aquellos filósofos que limitan su filosofía al despacho y al aula, de Sócrates funcionarios hablaba Pierre Thuillier. Es obvio que a estos últimos no se les puede aplicar el baremo de unidad entre pensar y actuar, de modo y manera que no se comportan al modo de los funambulistas que he nombrado líneas más arriba, que supone la asunción del riesgo de mantenerse fieles a lo que predican, lo hacen con la entrega de su propio ser, su cuerpo a la tarea. Precisamente en los casos nombrados y en algunos más, la manera en que murieron pasó a ser, casi, la característica fundamental que les define: el personaje unido a su muerte; puede verse así que los dos casos enumerados en primer lugar no dejaron obra escrita, al menos que se conozca, sino que fueron otros quienes dieron a conocer sus supuestos pensamientos, lo que no quita para que sean celebrados como primer mártir de la filosofía el primero y como primera mujer filósofa la segunda…Además de la presentación de las figuras nombradas y su manera de afrontar la muerte, ya sea vía suicidio o a resultas de la condena de un tribunal y la aceptación de dicha condena como prueba de la injusticia de la sentencia, o a causa del maltrato en comisaría, como fue el caso del fenomenólogo, seguidor de Edmund Husserl, Jan Patocka, uno de los promotores de la Carta 77 muerto en una comisaría checa…de cara a subrayar la unión de la manera de morir con la celebridad de algunos personajes, trae a colación los casos de algunos jóvenes que se prendieron fuego como protesta de la insufrible situación que se vivía en sus países: el primero , Jan Palach como protesta ante la entrada de los tanques soviéticos en Praga, o el monje budista Théch Quáng Dûc, o todavía el más reciente caso del tunecino Mohamed Bouazzi, cuyo sacrificio fue, poco menos, que la señal de salida de la primavera tunecina y el final del gobierno de Ben Alí. Todos los casos son claro reflejo, hasta el deslumbre, del acto de morir por las ideas…a los que se añaden en las páginas del libro lo singulares casos del mahatma Gandhi, con sus célebres huelgas de hambre hasta la cercanía de la muerte, o la anorexia solidaria – por nombrar de algún modo a Simone Weil- de la coherente hasta las entretelas que le llevó a convertirse de profesora, además de al cristianismo, en obrera de fábrica, en miliciana anarquista en la guerra del 36 o en resistente contra el nazismo y en una verdadera artista a la hora de pasar hambre que sostiene Costica Bradatan. Destaca la actitud de los pensadores que aceptan su muerte en la soledad de los tribunales, comisarías o cuarteles…sin obviar el acto individual en las calles.
Costica Bradatan va avanzando, y podría decirse que desmenuzando diferentes aspectos relacionados con la caracterización de esa cosa llamada filosofía, recurriendo a diferentes momentos que van desde el subrayado de la dignidad humana del renacentista Pico della Mirandola a las posturas que han considerado la filosofía como el arte de vivir y como una construcción, a modo de un escultor que se dedica a construir y desarrollar su yo, como unión entre ideas y cuerpo. Se detiene igualmente el ensayista en las consideraciones de algunos pensadores que juzgaban la muerte como final ineludible de la vida (los seres, dasein, para la muerte) y su aprendizaje como actividad filosófica par excellence (aprender a morir que decía Montaigne), entregando unas luminosas páginas sobre la importancia del cuerpo que es el que muere, y el que es entregado por los filósofos-mártires.
Repaso ofrece el libro de las cuestiones relacionadas con el martirio, mostrando el carácter generalmente religioso como forma de mantenerse fieles a unas creencias en seres superiores, fenómeno presente tanto en el cristianismo como en el Islam, considerando, Bradatan, a los filósofos-mártires como seres que entregan su vida por ideas superiores a ellos mismos, si bien distingue entre el culto que posteriormente se rinde a los mártires religiosos y la falta de tal a los filósofos. Deriva en este terreno por la actualidad de quienes hacen estallar sus bombas poniendo fin a sus vidas como sacrificio en aras de una comunidad de creyentes, reflejo de la perseguida armonía social coincidente con los mandatos de Alá, y sus prescripciones. En este terreno destaca Bradatan el carácter espectacular que revisten tales actos, que hace que puedan servir como ejemplos de coherencia, etc., al tiempo que subraya la diferencia entre matarse a sí mismo y morir para matar a otros.
Como ya ha quedado subrayado desde el inicio el libro es un ejemplo de estructura y de encadenamiento entre la filosofía y la muerte, para lo que recurre Bradatan además de a los casos nombrados a algunas referencias de las visiones de Tolstói, La muerte de Iván Ilich, de Cervantes, el Quijote, al hilo de las valoraciones de un pensador prácticamente desconocido, Paul-Louis Landsberg, quien en su Ensayo sobre la experiencia de la muerte se enfrentaba a la visión del autor de Ser y Tiempo, poniendo el acento no en la muerte propia sino en la experiencia de la muerte de otros. Sin obviar las numerosas y pertinentes alusiones a Cicerón, Séneca, y a otras muchas luminarias del santoral filosófico y literario, y también religioso.
Una brillante celebración de la vida…y la risa y la ironía como armas que suponen una deconstrucción, en acto, en el umbral del último acto, frente al teatro en el que sin haberlo querido les ha sido impuesto participar, y…una invitación final: «riámonos de nosotros mismos, de toda la puesta en escena cósmica y del deus ludens que nos ha dado un papel en la farsa de la existencia»…aunque en estos último se me ocurre que el nosotros, que puede antojarse como incluyendo a todo cristo, lo que resulta pelín exigente y exagerado, aunque no se priva el emisor de este cúmulo de lecciones filosóficas, que despliegan, deslizándose , por todos los rincones del archipiélago-filosofía, de indicar que estas cuestiones relacionadas con la dignidad en la comedia, las deja para contarlas en otra parte. A la espera quedamos.
Por Iñaki Urdanibia para Kaosenlared
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