Por: Cristian González Farfán
Detrás del arrollador triunfo del Partido Republicano del 7 de mayo, dice Delgado a Brecha, sigue vigente la enorme crisis de representación que parió la revuelta de 2019. El analista cree que aún hay mucho en juego y que la potencia destituyente desatada desde hace tres años amenaza con carcomer cualquier proyecto político que no le dé respuesta.
Quienes se manifestaron en contra de una nueva Constitución tendrán la facultad de escribirla. El ultraderechista Partido Republicano, que declinó firmar el Acuerdo por Chile para habilitar un nuevo proceso constituyente en Chile, arrasó en las elecciones del pasado domingo y tendrá mayoría en el Consejo Constitucional encargado de revisar y aprobar el anteproyecto constitucional que emanará de la Comisión Experta.
El partido ultraconservador liderado por José Antonio Kast obtuvo 35,4 por ciento de los votos y se quedó con 23 de los 51 escaños del Consejo Constitucional. A esa cifra se suman 11 integrantes electos del pacto Chile Seguro (que aglutinó a la coalición de derecha Chile Vamos, con el 21 por ciento de los votos), con lo cual la derecha en general alcanzó 34 cupos y supera el cuórum requerido (tres quintos) para aprobar las normas de la nueva propuesta. Esto deja sin poder de veto a las fuerzas transformadoras dentro del órgano: Unidad para Chile, el pacto de la coalición de gobierno (Frente Amplio, Partido Comunista, Partido Socialista y otros), obtuvo 28,59 por ciento de los votos y logró 11 cupos. El Partido de la Gente, que asomaba como una nueva fuerza electoral, se quedó sin representación. Llamó la atención la dimensión histórica que alcanzaron los votos anulados en la votación del domingo, un 16,98 por ciento del total.
Así, la escena política chilena cambió radicalmente desde la revuelta social de 2019, que derivó en la apertura de un inédito proceso constituyente con participación de pueblos originarios y movimientos sociales, hasta un 2023 en que la extrema derecha tendrá la manija en el interior del Consejo Constitucional.
Para analizar el ciclo político en Chile, Brecha conversó con el investigador Arnaldo Delgado, del Centro de Investigación Transdisciplinar en Estéticas del Sur, quien asegura que la «potencia destituyente» –es decir, la impugnación al poder en el contexto de una crisis aguda de representación política– continúa vigente de 2019 a 2023, e incluso se ha incrementado. Delgado es magíster en Filosofía en la Universidad de Chile, autor de los libros Comunalización, Prolegómenos sobre el esteticidio y Abecedario para octubre, y columnista del programa en línea La Cosa Nostra, donde destacan sus análisis de las estructuras de poder político.
—¿Cómo explicar el vuelco en este ciclo político en Chile?
Hay un malestar y un descontento social que se ha ido agudizando con los años. Detrás de ese malestar hay una crisis de representación tremenda. No tiene solo que ver con desconfiar de los representantes de turno, sino de la forma de habitar el mundo colectivamente. Buscamos articular una forma de representación política que nos permita salir de esta sensación de malestar. Pero hay un verbo central para explicar este ciclo: impugnar. Yo creo que lo que es transversal en estos cuatro años es ese carácter impugnatorio, que la izquierda intentó capitalizar a través del proceso constituyente anterior, pero no lo logró porque las vías para salir de ese malestar eran promesas muy a largo plazo.
Además, cuando Gabriel Boric llega al gobierno, los partidos de izquierda se vacían. Todos los cuadros se van a trabajar al Estado y con ello se deja de lado la impugnación, y quienes encabezaban la impugnación en 2019 se empiezan a asimilar al poder. Boric pasó de impugnador a impugnado. Queda vacante el cetro de impugnador, y ese cetro lo toman el Partido de la Gente y el Partido Republicano.
En suma, hay un círculo vicioso de impugnación y se enlaza con lo que yo llamo potencia destituyente. Hoy esa potencia destituyente está radicalizada porque ningún sector es capaz de tener una propuesta instituyente creativa, capaz de generar un orden nuevo, ni siquiera los republicanos.
—¿Dirías que esa potencia destituyente está siendo capitalizada por la ultraderecha ahora?
Primero, habría que decir que la anterior Convención Constitucional fue carcomida de inmediato por la potencia destituyente. Los constituyentes pasaron a ser parte de la elite. El neoliberalismo chileno es un proyecto muy preciado para las derechas; les costó mucha imaginación y trabajo académico llegar al «paraíso neoliberal» que se instaló en Chile. A la derecha no le interesa inventar algo nuevo, le interesa recuperar. Por eso su eslogan es «restituir», «restaurar», «recuperar», todo lo que empieza con re. Pero también re implica «repetir», «revertir». La única forma que tiene la ultraderecha para viabilizar algún tipo de esperanza –ilusoria– es la reversión y la repetición de un modelo que está en la génesis del malestar social. En términos constituyentes, no hay ninguna capacidad de proyectar el país de aquí a 30 o 40 años.
—También has propuesto que el «yo pueblo» presente durante el estallido ahora es un «yo nación». ¿Cómo se expresa eso en los resultados del domingo?
Lo que manda es la incertidumbre. En 2019 se intentó abordar a través de solidaridades compartidas y de articulación barrial. Pero, cuando se intensifica la crisis económica por la pandemia, la incertidumbre se individualiza. Ahí el discurso del «yo pueblo» ya no calza tanto en la forma en que se aborda la incertidumbre, y ahí viene la derecha que, a través del discurso de la seguridad pública, vuelve a instalar el «yo nación» como elemento articulador de la colectividad chilena. Además, la izquierda no tiene lenguaje para abordar el tema de la seguridad pública, suena impostado.
—¿Cómo avizoras la discusión en el Consejo Constitucional con la mayoría abrumadora de los republicanos? ¿Qué papel va a jugar la derecha más moderada?
Hay dos almas dentro de la derecha que se están disputando qué tipo de restitución tendrá Chile en los próximos años. Antes del 7 de mayo, un alma estaba encabezada por Chile Vamos y sectores de la ex-Concertación, y la otra por el Partido Republicano y el Partido de la Gente. En el primer caso, la restauración es una democracia tutelada con un neoliberalismo «democrático» y, en el segundo, una restauración ochentera, con ortodoxia neoliberal y seguridad autoritaria. A partir del domingo se empieza a perfilar el carácter de la restauración con el triunfo de los republicanos.
Lo que se jugaba en esta elección no era tanto el asunto constitucional, que ya estaba medio cerrado; lo que realmente se jugaba era si el Consejo Constitucional iba a ser un espacio coyuntural para ensayar el programa de gobierno del Partido Republicano. Con esta victoria arrolladora, el Consejo Constitucional será un laboratorio, un espacio de ensayo y error para la ideología republicana respecto de las próximas candidaturas a las elecciones municipales, parlamentarias y presidenciales.
—¿Y qué margen de maniobra tiene el gobierno ante ese contexto?
Creo que ya no tiene margen. No le queda más que resistir. Con la aprobación de la ley Naín-Retamal [una norma conservadora que apoyó el oficialismo y garantiza una legítima defensa privilegiada para Carabineros ante un delito grave], se sepultó cualquier probabilidad de juego. Pero, más aún, el pecado capital del gobierno es haber dejado la impugnación porque, basado en una buena fe democrática, está evitando el antagonismo político.
—A pesar del triunfo, has dicho que el proyecto republicano chocará con la intacta potencia destituyente. ¿Qué pasará ahí?
En algún momento, el Partido Republicano tendrá que mostrar sus credenciales, de dónde viene. Una de las deficiencias del gobierno de Boric es no poder cumplir con su programa ni mejorar las condiciones de la vida cotidiana de las personas. Es decir, los derechos sociales siguen estando ahí. Y esa demanda de seguridad social le va a tocar la puerta a quien esté en la próxima elección presidencial. Y, así como la izquierda no tiene idioma para hablar de seguridad pública, la derecha no lo tiene para hablar de seguridad social.
A la derecha le va a pegar el malestar en algún momento; la potencia restauradora va a ser carcomida por la potencia destituyente. Por eso, no me echo a morir por los resultados del 7 de mayo, porque esta es una carrera larga. En términos objetivos, cuatro años en la historia de un país no es tanto tiempo. Hay todavía mucho en juego. Sin embargo, en poco tiempo la ultraderecha puede provocar retrocesos enormes.
—¿Mantienes la idea de que la sociedad chilena no se derechizó en 2023 ni se izquierdizó en 2019?
Sí. Hay algo superior que es un cambio civilizatorio. Es la incertidumbre lo que está en juego. Lo que queremos como sociedad es un espacio relativamente seguro. No podría decir que la sociedad chilena se derechizó; eso habría que verlo en los próximos diez o 15 años. Lo que pasa es que los requerimientos sociales de hoy coinciden con las banderas históricas de la derecha. Pero ni las victorias ni las derrotas políticas se juegan hoy en hitos específicos. La derrota electoral del 4 de setiembre de 2022 [el rechazo a la propuesta constitucional anterior] no necesariamente fue una derrota política, sino que abrió un campo para que la derecha empezara a ganar. La derecha aprovechó muy bien ese espacio y en los últimos meses ha ido ganando. Incluso si se llegara a aprobar esta nueva propuesta constitucional y si llegara José Antonio Kast a la presidencia, sería cauto en decir que la sociedad chilena se derechizó.
—De persistir este tenor poco dialogante del Partido Republicano dentro del Consejo, ¿crees que el texto se podría rechazar y eso ser aprovechado por las fuerzas transformadoras?
Hoy no hay potencia instituyente para impulsar un proceso constitucional. Pero tampoco hay fuerzas transformadoras articuladas. Hoy la impugnación quedó capturada por los republicanos, y el Partido Comunista y el Frente Amplio fueron perdiendo esa capacidad. Si no la recuperan ellos y los movimientos sociales, no sé si estarán en condiciones de aprovechar la coyuntura que se abrirá cuando la potencia destituyente se coma a la potencia restauradora de los republicanos. Estamos en un período oscuro no porque los republicanos hayan ganado, es porque la izquierda no es capaz de articular fuerza impugnadora: los partidos están vaciados de poder, no hay sindicatos, no hay federaciones estudiantiles. Sería bueno pensar en un repliegue estratégico pensando en los próximos diez o 15 años.
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