José Carlos Mariátegui fue uno de los pensadores marxistas más creativos y originales de su época. Aunque murió en 1930 con sólo treinta y cinco años, reinterpretó el marxismo para América Latina, ayudó a construir las primeras organizaciones obreras de Perú y desafió tanto al reformismo como al sectarismo de la Internacional Comunista.

Sorprendentemente, la contribución de Mariátegui no fue tan reconocida en el movimiento socialista ni más allá de su Perú natal durante casi una generación. Sin embargo, la creciente resistencia popular al neoliberalismo en América Latina con la «marea rosa» de principios del siglo XXI y los levantamientos populares de los últimos cinco años ha impulsado un redescubrimiento de sus ideas políticas.

La relevancia de Mariátegui, tanto durante su corta vida y como referente para los nuevos movimientos sociales de nuestra época, se debe en parte a su insistencia en el papel central de las comunidades indígenas latinoamericanas en la lucha de clases. Fue una figura clave en la construcción del movimiento obrero peruano y un pensador y escritor marxista cuya influencia se extendió más allá de su Perú natal. Sobre todo gracias al impacto de la extraordinaria revista Amauta, que fundó y dirigió entre 1926 y 1930.

El título de la revista era significativo.

El amauta era la autoridad intelectual en el mundo inca, y el contenido escrito y visual de la revista reflejaba la centralidad del mundo inca en su visión. Sin embargo, el mundo que se representaba no era el de los indígenas como víctimas del colonialismo histórico, sino el de comunidades con una historia de resistencia.

Mariátegui y Perú

Mariátegui nació en Moquegua, al sur de Perú, en 1894. Su madre era una costurera de origen humilde, mientras que su padre, casi ausente, procedía de la aristocracia española. A los ocho años, un incidente en el patio de la escuela le dejó gravemente discapacitado y le privó de los cuatro primeros años de escolaridad. La enfermedad le persiguió durante toda su vida y fue la causa de su temprana muerte.

Confinado en cama durante cuatro años, aprovechó el tiempo para leer. A los quince años ya trabajaba en la imprenta del principal diario de Lima, La Prensa, donde se encargaba de leer las noticias internacionales que llegaban por cable e informar sobre ellas. Al cabo de un año, ya escribía para el diario como columnista y cronista parlamentario.

También era aspirante a poeta y se unió a los círculos literarios de vanguardia que se reunían en los cafés del principal bulevar de la ciudad, el Jirón de la Unión. Todo ello a pesar de la brecha existente entre la procedencia generalmente burguesa de los escritores de este medio y sus propios orígenes empobrecidos.

La economía peruana había experimentado un auge a principios del siglo XIX, basada en recursos como el guano y los nitratos que eran explotados por empresas extranjeras y, especialmente, británicas. Sin embargo, la guerra del Pacífico con Chile de 1879-83 puso fin a la breve época de prosperidad de Perú. El capital extranjero financió una posterior recuperación económica y se hizo con el control de las exportaciones minerales y agrícolas del país.

Durante la Primera Guerra Mundial, la demanda de estos productos aumentó y la floreciente industria textil de la capital creó una nueva clase obrera y los primeros sindicatos. Los productos de los sectores agrícola e industrial de Perú se exportaron durante los años de guerra, mientras que el precio de las importaciones, incluidos los alimentos, aumentó.

En 1919, un movimiento de protesta por la reducción de los precios de los productos básicos y la jornada laboral de ocho horas inició una huelga nacional el 1 de mayo de ese año. Consiguieron sus reivindicaciones con el apoyo de un periódico recién fundado por Mariátegui, La Razón. Los trabajadores llevaron en hombros a Mariátegui por las calles en el desfile de la victoria.

En ese momento, el movimiento obrero peruano estaba dominado por las ideas anarquistas. Sin embargo, Mariátegui ya se había declarado socialista.

Viaje a Europa

El nuevo presidente de Perú, Augusto B. Leguía, prometió un programa de modernización que incluía el reconocimiento de los sindicatos, pero no cumplió sus promesas. En 1920, Leguía envió a Mariátegui y a su compañero editor de periódico a Europa. Aparentemente se trataba de una misión de «investigación», pero podemos verlo de forma más realista como un intento del presidente de librarse de un agitador problemático.

Mariátegui llegó a una Europa inmersa en el fervor de la revolución y desgarrada por las secuelas de la Primera Guerra Mundial. Sus envíos regulares a la prensa peruana relataban las vacilaciones de los partidos socialdemócratas y los acontecimientos revolucionarios en Rusia. Sus artículos, recogidos en Cartas desde Italia, describen tanto el impacto de la Revolución de Octubre en el movimiento socialista como la debilidad del reformismo burgués.

En Italia, los consejos de las fábricas de automóviles de Turín expresaban las posibilidades de un nuevo poder obrero, afín a los soviets surgidos de la Revolución de Octubre. Al mismo tiempo, Mariátegui vio un Partido Socialista italiano que retrocedía ante la posibilidad de la revolución. También describió con gran clarividencia los peligros de un movimiento fascista que entonces tomaba forma bajo el liderazgo de Benito Mussolini.

Estuvo presente cuando el socialismo italiano se escindió en su Congreso de 1921 en Livorno, con una minoría de delegados de izquierdas que formaron un Partido Comunista cuya dirección incluía a Antonio Gramsci. Mariátegui subrayaría más tarde, pensando en Perú, el riesgo de separar a los revolucionarios más avanzados del movimiento obrero en general.

Como explicó a su regreso a Perú en 1923, Mariátegui había encontrado en Europa «una esposa y algunas ideas» y se había convertido en un «marxista convencido y comprometido» en el proceso. ¿Qué conclusiones sacó de su experiencia europea?

Adaptación del marxismo

Como marxista, Mariátegui identificaba claramente a la clase obrera como protagonista —el sujeto— de la revolución socialista. Pero él procedía de una sociedad en la que la clase obrera era una fuerza social naciente y aún profundamente arraigada en otras tradiciones.

Los trabajadores de las minas de propiedad extranjera del Valle Central eran en su mayoría campesinos indígenas aún vinculados a su comunidad agrícola de las tierras altas. Las empresas extranjeras eran propietarias de las plantaciones costeras que producían arroz y café con una mano de obra prácticamente esclava tomada de las comunidades indígenas por contratistas de mano de obra. La industria se limitaba en gran medida a Lima y al vecino puerto del Callao.

El 40% de la población peruana pertenecía a las comunidades indígenas de la sierra andina. Sus condiciones de trabajo y de vida, como las describió Mariátegui, eran prácticamente feudales en una sociedad dominada por terratenientes (gamonales) cuyo régimen violento escapaba al control del Estado peruano. Sin embargo, ellos también estaban integrados en un sistema capitalista global que consumía los productos de su trabajo.

La experiencia de Mariátegui en la Europa de posguerra puso de manifiesto la debilidad y ambivalencia del reformismo burgués. Vio esas tendencias reflejadas en la clase dirigente de su propio país, que carecía de cualquier proyecto independiente y aceptaba sin chistar una subordinación servil al capital internacional.

Esta dependencia era tanto cultural como económica. Para Mariátegui, la desilusión expresada por sus amigos en los círculos artísticos de Lima era una crítica negativa que evadía la realidad.

Mariátegui tuvo claro desde el principio que la clase dirigente peruana no quería ni podía crear un Estado-nación inclusivo. La tarea de hacerlo recaería en un amplio movimiento socialista. Estas fueron las conclusiones que presentó a su público, mayoritariamente obrero, en la Universidad Popular de Lima, donde se le pidió que diera una serie de conferencias sobre la crisis mundial en 1923-24. Su perspectiva era internacionalista.

Su perspectiva era internacionalista. Esto contrastaba con otras corrientes en Perú, especialmente el partido nacionalista APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana), que se hacía eco del nacionalismo populista de movimientos como el Kuomintang chino.

En palabras de Mariátegui:

El internacionalismo existe como ideal porque es la nueva realidad emergente ( . . .) Las masas se sienten movidas e inspiradas por esa teoría que ofrece un objetivo inminente, un fin creíble (…), una nueva realidad en proceso de devenir.

El Frente Único

Sin embargo, Mariátegui consideraba fundamental que su marxismo, aunque inspirado en la Revolución Rusa de 1917, no fuera «ni calco ni copia» del modelo europeo. Los movimientos revolucionarios surgieron en circunstancias históricas y sociales particulares. Como señaló Lenin, la verdad es siempre concreta.

El marxismo era para Mariátegui una «filosofía de la praxis», según el término utilizado por Gramsci. En sus Cuadernos de la cárcel, Gramsci señalaba que un marxismo de este tipo estaría «necesariamente conectado con la exploración crítica de las formas de actividad, organización e ideas que surgen y son impugnadas dentro de la política de la vida cotidiana».

Mariátegui había conocido a Gramsci durante su estancia en Italia y quedó impresionado por él, aunque no vivió lo suficiente para leer la obra más influyente del pensador italiano, que fue compuesta en una de las cárceles de Mussolini.

En su manifiesto de 1924, «El Primero de Mayo y el Frente Único» (1924), Mariátegui sostenía que el instrumento clave de esa praxis sería el frente único. Dicho frente reuniría a los explotados y a los oprimidos en una organización unida. Reconocería que las divisiones en el seno de la clase obrera derivan en última instancia de la propia economía capitalista y de la estructura social desigual que ésta producía.

Desarrolló estas ideas en sus Siete ensayos interpretativos sobre la realidad peruana (1928). Se trata de un brillante y original análisis marxista de la economía peruana, su evolución histórica y el papel de los pueblos indígenas en ella. El papel central que Mariátegui otorga a la cultura en sus ensayos le sitúa firmemente dentro de la corriente del marxismo creativo de Gramsci, György Lukács y Walter Benjamín, aunque no podía estar familiarizado con sus escritos.

La tradición indigenista

La literatura indigenista de finales del siglo XIX había empezado a representar a la comunidad indígena de Perú, pero en forma de protesta moral contra su opresión. Para Mariátegui, en cambio, la historia indígena conectaba directamente con la tradición socialista. Era una historia de resistencia y lucha contra la explotación enraizada en un concepto de lo colectivo que, en su opinión, tenía claras afinidades con el pensamiento socialista.

La sociedad inca se basaba en una idea de comunidad y colaboración expresada en su unidad básica de organización, el ayllu. Era, por supuesto, una sociedad autocrática. Pero la destrucción colonial de la jerarquía inca dejó el ayllu como estructura básica de la vida social.

Algunos de los contemporáneos de Mariátegui abogaban por un retorno directo al pasado inca. Mariátegui, en cambio, situaba a estas comunidades dentro de las modernas relaciones de explotación capitalista que habían despojado a los indígenas de sus tierras y los habían sometido a formas modernas de esclavitud.

La tradición incaica y el socialismo contemporáneo compartían, en su opinión, una visión común de la responsabilidad colectiva incrustada en la tradición popular, basada en los mitos y las representaciones simbólicas que expresaban una visión emancipadora del futuro. Esa visión —lo que él denominaba el mito— anticipaba una sociedad liberada que englobaría a trabajadores, campesinos y pueblos indígenas en un frente único de lucha.

Para Mariátegui, era crucial que las divisiones de la sociedad latinoamericana producidas por el colonialismo, el racismo y la opresión se superaran primero en la construcción de un movimiento socialista. A esta tarea dedicó los años que le quedaban de vida. Repitió las ideas expuestas en su manifiesto de 1924, en la convocatoria de un Congreso Obrero en 1926 y en el programa fundacional del Partido Socialista Peruano.

Las ideas de Mariátegui se enfrentaron a dos interlocutores hostiles. Por un lado, la aparición del APRA, una alternativa nacionalista burguesa a su proyecto socialista, que proponía un tipo de Estado burgués renovado aunque reivindicaba el lenguaje del marxismo. Mariátegui se enfrentó al líder del APRA, Víctor Haya de la Torre, y argumentó que la burguesía peruana era incapaz de llevar a cabo un proyecto de desarrollo nacional.

Esa tarea, insistió, quizás haciéndose eco del concepto de revolución permanente de León Trotsky, debe ser obra del movimiento socialista:

Hay teóricos superficiales que se oponen al socialismo porque el capitalismo no ha cumplido su misión en el Perú. Cuán sorprendidos deben estar cuando se dan cuenta de que la función del gobierno socialista será en gran medida llevar adelante el capitalismo, al menos aquellas posibilidades históricamente necesarias que aún ( . . .)  requiere el progreso social.

Por otra parte, los funcionarios de la Internacional Comunista (Comintern) dirigida por los soviéticos desconfiaban cada vez más de Mariátegui y de su estrategia de frente único. Esto contradecía la línea predominante de la Comintern de finales de los años 20 y principios de los 30, que se oponía a la cooperación con otras fuerzas de izquierdas en nombre de la táctica de «clase contra clase». También veían el énfasis de Mariátegui en el papel activo de las comunidades indígenas en el movimiento socialista como una forma de socavar el papel central de la clase obrera.

Mariátegui respondió a las críticas en tres ponencias enviadas al único Congreso Latinoamericano de la Comintern, celebrado en Buenos Aires en 1929. Mariátegui estaba demasiado enfermo para asistir en persona a la reunión.

Sus respuestas —en particular «La perspectiva antiimperialista»— expusieron una vez más las falsas promesas del nacionalismo reformista en Perú y América Latina. Pero las posiciones de Mariátegui fueron finalmente denunciadas y marginadas en el seno de la Comintern, que abogó por el desarrollo por separado de los movimientos indígenas.

Creación heroica

En 1927, Mariátegui publicó Defensa del marxismo. Era una respuesta al revisionismo del político socialista belga Henri de Man, que más tarde se convertiría en colaborador nazi durante la Segunda Guerra Mundial.

Situaba el marxismo en las realidades específicas de América Latina:

La revolución latinoamericana será nada más y nada menos que una fase de la revolución mundial (. . .)  No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica.

Tras la prematura muerte de Mariátegui, sus Siete Ensayos siguieron imprimiéndose permanentemente, y algunos académicos y escritores continuaron reconociendo la importancia de su contribución. Sin embargo, el colapso del estalinismo y el surgimiento de nuevos movimientos sociales en América Latina crearon un nuevo entorno favorable para la valoración de Mariátegui.

Su definición amplia y diversa de un movimiento socialista y la forma creativa en que debía comprometerse con la historia de la resistencia en América Latina conectaron con la realidad de los nuevos movimientos. Una nueva generación volvió a encontrar inspiración en las ideas y el ejemplo de Mariátegui, en las luchas indígenas y en su promesa emancipadora. También redescubrieron la historia más amplia de la resistencia popular obrera en la práctica del frente único de lucha.