Por: Xavier Villar
Macron, que calificó los disturbios en Irán de “revolución”, no se imaginaba que el boomerang imperial pondría al Estado francés frente a sus propias vergüenzas.
Cuando el presidente francés, Emmanuel Macron, calificó las protestas en Irán de “revolución”, no se imaginaba que el boomerang imperial —que podemos definir como el retorno de las prácticas coloniales a la metrópolis y sus innumerables mecanismos de poder—, pondría al estado francés frente a sus propias vergüenzas.
Cuando los periodistas le preguntaron a Macron por su valoración de la situación que se estaba viviendo en Irán en aquel entonces, en noviembre del año pasado, el presidente francés contestó: “Algo sin precedentes está sucediendo. Los nietos de la revolución están llevando a cabo una revolución propia y devorando a la anterior”.
Evidentemente, estas palabras del mandatario francés están más relacionadas con el deseo político de ver un cambio de régimen en la República Islámica que con la situación real. Cabe destacar que Francia desempeñó un papel activo en la Unión Europea al respaldar la implementación de sanciones adicionales contra Irán. Por lo tanto, no sorprende que Irán esté siguiendo de cerca las protestas que surgieron como consecuencia del trágico asesinato del joven Nahel, de 17 años, a manos de la policía.
Por otro lado, ninguna persona medianamente informada puede calificar lo ocurrido en Irán hace un año como una “revolución”. A pesar de los intentos de los medios de comunicación, gobiernos occidentales y varios think tanks, las protestas no fueron masivas y no implicaron una movilización completa de todas las capas de la sociedad iraní. Varios expertos, muchos de ellos sin ninguna simpatía política hacia la República Islámica, describieron las protestas como una movilización de la clase media. Por lo tanto, es evidente que el uso de la palabra “revolución” por parte de Macron tenía un efecto prescriptivo más que descriptivo. Es decir, buscaba crear, al menos discursivamente, las condiciones para lo que estaba nombrando.
Volviendo al tema del boomerang imperial, Francia es uno de los lugares donde se puede observar mejor la importación de prácticas coloniales contra las poblaciones musulmanas y el intento de atrapar al Islam dentro de la narrativa nacional. En este sentido, Francia se ha convertido en un lugar destacado para desplegar la idea de lo secular contra los musulmanes y su presencia público-política. El discurso de lo secular, como explica el profesor de teología Gil Anijdar, estructura una determinada circulación de poder y al mismo tiempo da origen a ciertas instituciones que normalizan el discurso de odio contra los musulmanes, tanto dentro como fuera de Francia.
En octubre de 2019, el presidente francés Emmanuel Macron y su entonces Ministro del Interior, Christophe Castaner, relacionaron el terrorismo en Francia con las manifestaciones de “musulmanidad”, incluyendo llevar barba, rezar cinco veces al día, consumir alimentos halal, etc. Esta criminalización, conectada con el discurso de lo secular, no deja de estar igualmente relacionada con la presencia política de la República Islámica como representante de los musulmanes a nivel político. De la misma manera, no se pueden comprender los ataques a la República Islámica —esto no significa, evidentemente, que no se pueda criticar a Irán—, desde las más altas instituciones del estado francés, sin poner el foco en el discurso dominante de chauvinismo y odio que no difiere mucho del que siempre ha dominado la cultura francesa.
El proyecto francés de incorporar el Islam dentro de su narrativa nacional, es decir, despojarlo de su capacidad de discurso global, también desempeña un papel en las críticas de Macron hacia la República Islámica. El papel de Irán como un hogar político para los musulmanes representa un obstáculo para ese proyecto de nacionalizar el Islam promovido por Macron y su gobierno. El uso del lenguaje de la “revolución” para referirse a las protestas en Irán es parte de ese intento por debilitar la presencia pública de lo que se podría considerar como un “gran poder islámico” representado por la República Islámica.
A pesar de los intentos por desviar la atención hacia el exterior, la situación actual confronta a Francia con una realidad incómoda. Es innegable que el país está atravesando una crisis, pero sería más preciso describir esta crisis como algo más profundo y duradero, especialmente en términos de tensiones raciales. No se trata simplemente de una crisis temporal, sino de una crisis estructural que cuestiona los fundamentos mismos del estado francés. Los recientes acontecimientos en Francia, con miles de personas, en su mayoría pertenecientes a minorías raciales, protestando contra las políticas de muerte del estado, no son incidentes aislados. Aunque la calma eventualmente regresará a las calles de Francia, persistirá una crisis profunda y arraigada. Desde una perspectiva racial, se podría considerar a Francia como un estado sustentando en el supremacismo blanco.
El estado francés parece tener solo una respuesta a lo que se conoce como la cuestión musulmana, es decir, la pregunta sobre cómo es posible vivir como musulmanes en el mundo actual, y esa respuesta se basa en la violencia en sus múltiples y diversas formas. Esta violencia abarca desde acciones letales hasta la vigilancia constante de las comunidades musulmanas, así como diferentes estrategias de control y disciplina hacia ellas.
La revancha política contra Francia de Macron se manifiesta como un retorno de las consecuencias negativas del pasado imperial. Esta revuelta anti-colonial cuestiona los fundamentos en los que se basa Francia. Es evidente que esta república aún no ha experimentado, y quizás nunca experimentará debido a sus bases epistémicas, un momento de solidaridad como el “Je suis Charlie”. Esto se debe a que Nahel, como muchos otros, fue construido como una figura ajena a la civilización y a la identidad blanca, y por lo tanto, como alguien ajeno al propio estado francés.
Esta situación de crisis racial no es exclusiva de Francia. De manera más general, podemos afirmar que la raza es fundamental para la formación conceptual, filosófica y material del estado moderno, así como para su continua gestión.
En conclusión, la revuelta anti-colonial que estamos viendo en Francia lo que cuestiona es el propio estado-nación moderno como límite de lo político.
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