Cuando el Padre de Todos malvivía sus últimos años, antes de estirar la pata, muchos adolescentes le ignorábamos (aunque nuestros padres le venerasen) ya que en aquella época arrasaba la rebelión contra todo tipo de autoridad, y la mayoría buscaba, por encima de todo, tres cosas: el amor, la amistad y la sabiduría.
¿Podría haber algo más sublime, más hermoso y transformador, desde lo Profundo, que el amor, la amistad y la sabiduría?
Creíamos, ingenuamente, que «esas tres verdades» —que chocaban frontalmente contra el capitalismo, ya sea de izquierdas o derechas, la alineación, los adoctrinamientos, las religiones — eran la base para construir un mundo más habitable en el que los abrazos, besos y el sexo, desintegrarían las bombas atómicas, las fronteras, la competitividad vejatoria, etc., y dejarían KO al materialismo que incrusta de por vida a gran parte de la humanidad «Bajo las ruedas».
Durante años mis compañeros de viaje buscaron más allá de nuestras fronteras nuevas formas de vida, pues los cambios propuestos por los Hunos y los Otros, lo que incluía, al principio, «la creación de una República Socialista» o un sistema capitalista bajo el ala del águila USA, olían, tras quitar el polvo, al eterno retorno del adagio, tan usado por Hannah Arendt, de «la noria, el burro, el palo y la zanahoria».
Otra parte de «mi generación», cuyos padres eran franquistas o falangistas, en casa maldecía «al enano ensangrentado», pero a la hora de ir a estudiar a la universidad no le hacían asco a «las remesas» enviadas por sus progenitores fascistas, ya que su dinero era bueno para celebrar fiestas con los camaradas, comprar libros prohibidos, o pasarse los veranos al sol leyendo a Karl Marx y a su amigo Engels, entre otros.
En las largas vacaciones veraniegas, los jóvenes rojos, tras tostarse al sol en la playa o la piscina, regresaban hambrientos al hogar donde les esperaba una sabrosa paella de mariscos, maridada con un buen tinto, así como los postres caseros que la adoradora del caudillo había hecho con todo el amor del mundo. En aquellos comedores lo mismo había una cruz en la pared que un retrato o foto del generalísimo. Tras el «lunch» era obligada una siesta hasta la noche y, al salir la luna, más charlas con «el demonio bermellón».
Muy pocos de aquel colectivo se negaron a recibir dinero del facha de la «domus» y, tras dar el portazo, buscarse la vida. Es decir, alternar «el trabajo con el estudio» a fin de terminar la carrera (…) con esfuerzo y sudor propios, esos que elevan la dignidad y consolidan la credibilidad de las convicciones ideológicas.
Solo los comunistas de vieja solera mantuvieron una firme oposición al régimen castrense, por lo que pagaron un alto coste. Los otros, los reconvertidos de la paella de mariscos, acabaron levantando la rosa o cantando el «no nos moverán» en campus universitarios donde ya apenas aparecía la policía.
En la otra orilla, los que creían en el poder de la transformación del amor, la amistad y la sabiduría, viajaban a Oriente o leían libros sobre sabios que apostaban por el crecimiento personal y la liberación física y espiritual. El «establishment» (diestro y zurdo) los empezó a llamar despectivamente hippies (por estar contra todo lo que significase adoctrinamiento) y se hizo lo imposible por enterrarlos vivos.
Muchas escuelas indias te invitaban al viaje interior y a alejarte de «la sociedad podrida que se construía en todo el mundo» a base de explotación, corrupción, esclavización con trabajos vejatorios, y la subsiguiente destrucción planetaria. Sólo una minoría de los humanos, «los más listos», habían acaparado los mejores trabajos (y los lujos que ello conlleva). Los gobiernos prometían, como algo bueno, «el pleno empleo en las galeras».
Siddhartha huía de ese modelo de sociedad, que muchos critican al tiempo que alimentan, e invitaba a todos los seres humanos a pensar por sí mismos, a escuchar a su dios interior, a romper las cadenas de los adoctrinamientos, a volar en libertad, lejos de las sanguijuelas que te chupan la sangre en las canteras de un sistema inhumano, donde han puesto cara de santo al capataz.
Volvamos al principio. A la ventresca del bonito.
En un pasaje de la obra de H.H. Siddharta le dice a Buda:
Has logrado la liberación a través de las búsquedas que llevaste a cabo en tu propio camino. Sin seguir ninguna doctrina. No dudo que es posible la Iluminación siguiendo los dictados (del Ser Profundo).
Mientras tanto ya han llegado al parlamento los Siete Magníficos de JxCat a recoger sus actas de diputados. Sólo queda, haciendo cábalas, el octavo, Yul Brynner, quien, despojándose la peluca por la canícula, aún duda qué urraca enviará a Myerit. La Historia está en el aire. Ojalá no se haga papilla, y volvamos a la caverna, con una nueva y larga ola de calor que nos deje a todos quemados, a la espera que lluevan cubitos de hielo.
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