Por: Mark Steven
Desde que la guerra de clases apareció por primera vez en el pensamiento radical las últimas décadas del siglo XVIII, no ha parado de evolucionar a través del intercambio de ideas entre la actividad política y la narrativa literaria, reformulando la acción revolucionaria a través del lenguaje militar. Mi último libro, Class War: A Literary History, explora esta fusión de política y literatura desde la revolución haitiana hasta los Panteras Negras. Pero, ¿qué se puede decir de la lucha de clases y su influencia en la literatura sobre la revolución en el presente actual?
La nuestra es una época en la que la historia de la guerra de clases se transmite a través de la literatura, emergiendo del pasado revolucionario en un momento definido por la muerte del progreso liberal y la proliferación de nuevas crisis y nuevos antagonismos. Este sentido de herencia revolucionaria pertenece a muchas obras contemporáneas, pero se ejemplifica con una agudeza poderosa, aunque caricaturesca, en la inmensa epopeya transhistórica de Thomas Pynchon, Against the Day [Contraluz, en su versión española, Tusquets ed.], que utiliza viajeros que se desplazan desde el futuro (nuestro presente, el de la publicación del libro en 2006) para comparar las luchas actuales con las de principios de siglo en Estados Unidos, que culminaron en la Guerra del Carbón de Colorado, cuando trabajadores fronterizos armados con dinamita se enfrentaron a los Barones del Robo y sus matones de [la Agencia Nacional de Detectives] Pinkerton.
Pero hay algo especialmente distintivo en la literatura contemporánea sobre la guerra de clases y en cómo aborda viejos conflictos en toda su singularidad nacional, regional y cultural. Más que en épocas anteriores, en las que el aumento de la militancia fue acompañado de una eflorescencia literaria –desde Inglaterra a principios del siglo XIX, pasando por Francia durante la Comuna de París, hasta Rusia en la década de 1920 o China en la de 1930–, las novelas actuales sobre la guerra de clases interpretan sus conflictos específicos como parte de una lucha que tiene una base territorial, pero que también se expande internacionalmente.
Los héroes de la novela de Pynchon son conscientes de la expansión del conflicto, la lucha y la organización no sólo más allá de determinado estrato de la sociedad, sino también más allá del Estado-nación. Y así, abandonan un lugar de lucha urbana en dirigible, sabiendo que su lucha no es sólo suya: «Estos viajeros en globo eligieron seguir volando –leemos– libres ahora de las ilusiones políticas que reinaban más que nunca en tierra, solemnemente comprometidos unos con otros, procediendo como si estuvieran bajo un estado de sitio mundial e interminable».
Con una perspectiva igualmente amplia, las siguientes novelas reivindican una solidaridad mundial que trasciende todas las divisiones geopolíticas, y que también entiende la clase como una poderosa fuerza latente junto a las variables de edad, género, geografía, raza y religión. Al mismo tiempo, estas novelas mantienen, en su esencia, la visión de un combate liberador contra los explotadores y los expropiadores.
China Miéville: El consejo de hierro
Este es el último libro de la trilogía Bas-Lag de China Miéville, tres extensas novelas de fantasía oscura ambientadas en lo que el autor describe como «un mundo capitalista de principios de la industria, bastante mugriento y policial». Cuando llegué al tercer libro ya me había enganchado con la ciudad impía que constituye el núcleo de la trilogía, con su geografía arcana y sus monstruosidades de pesadilla, porque el lenguaje de Miéville hace mucho por convertir todo el conjunto en una existencia febril, con un vocabulario que parece tan desmesurado y mutante como la ciudad que describe. Pero este final también es especialmente cautivador en su dramatización de la militancia tal y como la representan y experimentan los personajes individuales y los colectivos en los que se convierten. A través de una geografía fantástica, un variado abanico de antihéroes reforzados por la magia se alzan juntos contra la expansión industrial, el derramamiento de sangre imperial y un sentido de la nación cada vez más fascista. No se me ocurre una narración mejor, más gloriosa y más imaginativa sobre el significado de las obligaciones de la solidaridad de clase en tiempos de conflicto. El lector se sentirá entusiasmado durante el gran motín ferroviario, que recrea la huelga de ferrocarriles de 1877, y tal vez sienta verdadera angustia cuando ese mundo de revuelta se congele repentinamente en el tiempo.
Rachel Kushner: Los lanzallamas
Rachel Kushner sitúa en contexto la beligerancia de los trabajadores italianos durante los infames Años de Plomo. Con una narrativa intergeneracional que se mueve a la velocidad de una motocicleta turboalimentada atravesando salinas, Los lanzallamas abarca desde los primeros años del fascismo europeo, pasando por la extracción de recursos en las selvas de Brasil, hasta el mundo del arte del Nueva York de los setenta y, por último, las calles de Roma en tiempos de revuelta. Su protagonista –una joven de Nevada– se convierte en un prisma a
través del cual se refracta el sistema-mundo moderno en un momento de convulsión transformadora, así como en una perspectiva de género desde la que se vuelve a poner de relieve la opresión de la mujer trabajadora tanto en la fábrica como en el hogar. Y en ese momento electrizante en que la protesta estalla en disturbios, en que el movimiento se convierte en insurrección, la novela de Kushner destaca las acciones de las mujeres oprimidas, convertidas en agentes de la revolución: «Ahora eran las mujeres las que lanzaban las bombas incendiarias. Tiendas de ropa. Unos grandes almacenes. Una tienda de lencería. Subieron por el Corso».
C.A. Davids: Howtobe a Revolucionary
Cómo ser un revolucionario de C. A. Davids toma el título de su libro de una lista de habilidades útiles que su protagonista, Beth, desea aprender de su amiga radical, Kay, una carismática organizadora que podría enseñarle «cómo besar a un chico» tan fácilmente como a “aplicar las lecciones aprendidas de la China comunista a Sudáfrica». Centrada en estas dinámicas interpersonales, ésta es una novela elegíaca sobre los retos de sostener el compromiso político contra las mareas del desencanto: «Después de su partida, nada podía considerarse normal, si es que alguna vez lo había sido. La tristeza no me daba tregua: esperaba bajo mis párpados, vigilaba cuando iba a la escuela, cuando hablaba, respiraba en mi nombre». Esta novela, que transcurre en Shanghái durante el Gran Salto Adelante, en Ciudad del Cabo en la época del Apartheid y en el Harlem de [el escritor] Langston Hughes, explora las conexiones internacionales e intergeneracionales entre viejos revolucionarios de tres continentes, que anhelan un mundo mejor que éste, pero a quienes persigue la derrota. Impregnada de melancolía izquierdista, es una narración que encuentra su camino a través del compromiso inquebrantable con un internacionalismo que exige actos de solidaridad práctica con camaradas conocidos y desconocidos, con los que nos han precedido y con los que vendrán después.
R.F. Kuang, Babel
Enseño literatura en una universidad del suroeste de Inglaterra. El continuo choque cultural que supone hacer esto siendo una inmigrante de clase trabajadora ha alimentado en mí una fascinación crítica por la subcultura estudiantil conocida como dark academia (academia oscura), que parece girar en torno a la lectura de libros viejos, el uso de chaquetas de punto y la inclinación hacia la melancolía otoñal (y que, según la aguda evaluación característica de Amelia Horgan, «es una respuesta a la mercantilización, en particular a las tensiones temporales de la universidad neoliberal»). La tremenda historia alternativa de R. F. Kuang, Babel, se comercializa como una obra de la academia oscura, o al menos esa es la impresión que dan el diseño de su portada y su publicidad, pero es mucho más que eso. Es una crítica enérgica y decolonial de las instituciones de educación superior, de los logros literarios y de todas sus complicidades en la reproducción de la jerarquía de clases y el poder imperial. Al mismo tiempo, combina esa crítica con las acciones históricas de quienes lucharon contra ese sistema, desde los luditas y los cartistas hasta los desposeídos y esclavizados de las periferias del imperio, en China y el Caribe. A medida que la novela progresa hacia su todopoderosa e insurreccional conclusión, el subtítulo del libro se vuelve crucial para saber de qué va todo realmente: «O la necesidad de la violencia: Una historia arcana de la revolución de los traductores de Oxford».
Kim Stanley Robinson, El ministerio del futuro
Si la crisis medioambiental supone una flagrante violencia perpetrada contra los pobres del mundo, un holocausto neoliberal de los desposeídos, la ficción literaria acierta al interpretar el cambio climático como una guerra de clases. En El Ministerio del Futuro, el legendario escritor de ciencia ficción Kim Stanley Robinson utiliza un sentido casi melvilliano de la capacidad para explorar nuestro potencial colectivo de acabar con la acumulación capitalista para salvar la biosfera. La narrativa se refiere a la diversidad de tácticas, desde la reforma legislativa hasta el sabotaje y el asesinato, como «La guerra por la Tierra», y esa guerra se presenta como rotunda y necesariamente internacional, tejiendo orgánicamente cientos de acciones locales en un tapiz global sobre el que el capitalismo dejaría de ser viable. También es una guerra librada por y en nombre de la clase marginada mundial. El primer capítulo, a la vez devastador y catalizador, es una espantosa descripción de una ola de calor masiva que azota la India y mata a millones de personas. Lo que sigue es una proliferación de acciones tanto independientes como interrelacionadas, con objetivos locales pero también de amplio alcance y a menudo simbólicas, cada una orientada hacia la demolición de las relaciones sociales capitalistas con el fin de garantizar un futuro habitable para todos. Cuando se le preguntó si esta novela es «literatura de combate», término con el que Frantz Fanon designa la escritura compuesta bajo la fuerza de la insurgencia decolonial, Robinson sugirió por qué dicha literatura puede ser necesaria, pero también por qué no basta por sí sola. «Va a ser caótico y confuso», afirmó, «y va a durar mientras haya alguien vivo. Tenemos que acostumbrarnos a ello y luchar con eficacia. La literatura de combate puede contribuir a darnos ideas o advertirnos de las repercusiones, pero son las acciones en el mundo real las que cobrarán importancia: leyes, normas, comportamientos.»
Mark Steven es profesor titular de literatura de los siglos XX y XXI en la Universidad de Exeter (Reino Unido). Es autor de Red Modernism: American Poetry and the Spirit of Communism (2017) y Splatter Capital (2017). Su libro más reciente es: ClassWar: a LiteraryHistory.
Libros reseñados:
El consejo de hierro, China Miéville, Ediciones B, 2018
Los lanzallamas, Rachel Kushner, Galaxia Gutemberg, 2014.
Howtobe a Revolucionary, C.A. Davids, Verso, 2022 (no existe edición en castellano)
Babel, R.F. Kuang, Hidra, 2022.
El ministerio del futuro, Km Stanley Robinson, Minotauro, 2021.
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
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