Por: Jesús Aller
No hay contraste más extraño en este mundo nuestro que el que existe entre la semejanza de las anatomías y fisiologías de los seres humanos y sus diferencias de patrimonio.
Cualquiera puede sospechar que las desigualdades abismales que se observan en este último aspecto no son ni razonables ni beneficiosas para el conjunto de la sociedad, pero lo sorprendente del caso es que han logrado convencernos de que la propiedad privada no sólo es natural, sino incluso sagrada.
¿Es realmente así? La cuestión es ardua, pero un primer punto importante para ir aclarando el panorama es analizar con una perspectiva temporal que incluya la prehistoria, si las formas de propiedad que son dominantes hoy lo fueron también en el pasado. Desde la aportación pionera de Piotr Kropotkin en El apoyo mutuo (1902), muchos se han preocupado de este problema y la bibliografía al respecto es amplia, pero entre los textos dedicados a él hay que destacar uno, recién editado por Bauplan, Prehistoria de la propiedad privada. Implicaciones para la teoría política contemporánea, que pone al día la investigación antropológica e histórica sobre el tema y discute además con rigor diversos aspectos teóricos implicados.
Los autores del volumen son los profesores norteamericanos Karl Widerquist, politólogo y economista, y Grant S. McCall, antropólogo, un equipo muy apropiado para abordar esta cuestión. Su trabajo conjunto dio lugar ya a otro libro anterior: Prehistoric Myths in Modern Political Philosophy (2017), en el que se argumenta hábilmente contra la asunción liberal de que las sociedades de los estados capitalistas son más beneficiosas para las personas que las sociedades pequeñas no estatales.
En su nuevo libro, que ha sido puesto en castellano por Sara Ortega, Widerquist y McCall dedican una primera sección a evaluar la pretensión tan extendida de que la desigualdad es natural e inevitable si no deseamos renunciar a la libertad. La segunda sección estudia si el capitalismo es más respetuoso con la libertad que cualquier otro sistema económico, y la tercera y más extensa, analiza el problema crucial de la propiedad privada por medio de un recorrido a través de la historia humana.
Una aproximación histórica a la desigualdad
El establecimiento de jerarquías y la irrupción de desigualdad en las sociedades puede constatarse desde la prehistoria, y se asienta siempre en una ideología que considera la segregación natural e inevitable, al tiempo que la atribuye a razones variadas, como la superioridad intelectual, moral o genética de la clase alta e incluso el carácter divino de los líderes. Se expresa también en la división una voluntad de recompensar servicios a la sociedad o la idea de que sólo las jerarquías son capaces de mantener la paz.
En las ciencias sociales y la filosofía política contemporáneas, sobrevive la creencia en la desigualdad natural, y muchas veces se la defiende como inevitable y se justifican reglas coercitivas que la mantienen, aunque las explicaciones que se dan sobre el fundamento de las diferencias sociales no resisten un análisis crítico. La dificultad de un estudio teórico de esta cuestión aconseja un repaso del pasado humano en busca de pautas dominantes y esto es lo que hacen Widerquist y McCall.
En este sentido, la evidencia reunida en el libro refuta completamente el carácter inevitable de la desigualdad, al mostrar niveles muy altos de igualdad social, política y económica, tanto en la tenencia de la tierra como en los sistemas de propiedad, en una amplia variedad de sociedades estudiadas por prehistoriadores, historiadores y antropólogos. Se trata de colectividades activas durante períodos de tiempo extremadamente largos y capaces de proteger la libertad de sus individuos al menos tan bien, si no mejor, que las sociedades basadas en derechos de propiedad. Es falaz pues defender la desigualdad en nombre de la libertad.
La libertad de la sociedad capitalista a examen
Domina el pensamiento contemporáneo la idea de que el capitalismo ofrece a los individuos una libertad frente a las imposiciones del resto de la sociedad (libertad negativa) mayor que la que otorga cualquier otro sistema. Sin embargo, hasta el momento esta afirmación no se ha fundado teóricamente de forma consistente, pues se ignoran los múltiples y variados recortes de libertades que impone el régimen basado en la propiedad privada. La dificultad de un análisis teórico que se constata de nuevo en este caso, aconseja otra vez abordar el problema empíricamente.
La construcción del argumentario preciso se plantea en el libro a través de un examen de las economías de diversas sociedades de cazadores-recolectores, con el cual se demuestra que éstas son más consistentes con la libertad negativa que la economía de mercado. Aunque la libertad sin duda es difícil de medir, ésta es mayor en las personas de los pueblos estudiados que en las menos libres de las sociedades capitalistas. De hecho, no existe ninguna forma de coerción o agresión a la que estén sujetos los cazadores-recolectores y de la cual se hayan liberado las clases baja y media de la sociedad capitalista.
El análisis permite concluir por tanto que la economía de mercado, tal como se concibe habitualmente, no ofrece la máxima libertad igualitaria. La supuesta superioridad de las sociedades capitalistas no puede asentarse sobre la afirmación de que promueven la libertad negativa.
La propiedad privada: rara avis en la larga historia de la humanidad
Los autores denominan “hipótesis de la apropiación individual” al conjunto de justificaciones, basadas en supuestos derechos, que tratan de fundamentar los sistemas en los que existe desigualdad. Estas justificaciones reposan sobre el principio de que la propiedad privada es natural y los sistemas de propiedad colectiva tienden a establecerse sólo en casos muy particulares. Se analiza el surgimiento de esta hipótesis en el siglo XVII y cómo su influjo se prolonga hasta convertirse en un supuesto de fondo de la teoría política contemporánea.
Tras evaluar los intentos de asentar los derechos de propiedad privada sobre una base a priori y demostrar su falta de solidez, los autores presentan una serie de evidencias que pueden resolver el problema a través de un recorrido por las diversas etapas de la prehistoria y la historia humanas. En primer lugar, se constata que las sociedades nómadas de cazadores-recolectores se apropiaron de la mayor parte del planeta, pero en contradicción con la hipótesis de la apropiación individual, optaron por no establecer una propiedad privada ni sobre la tierra, que era y es para ellos común, ni sobre alimentos o herramientas, compartidos en muchos casos.
Con el advenimiento del neolítico, se suele considerar que los primeros agricultores instauraron sistemas privados de propiedad sobre la tierra y se utiliza esta suposición para respaldar que la propiedad privada es un desarrollo natural. Sin embargo, la evidencia que se presenta en el libro muestra que no es así, sino que la propiedad privada se originó mucho después que la agricultura. El hecho es que la apropiación individual no juega ningún papel en las comunidades agrícolas más primitivas, que operan a pequeña escala. Lo que se observa en ellas es un sistema comunitario, tanto en el trabajo como en la distribución de la cosecha y nada parecido al sistema de apropiación individual, supuestamente natural.
Al formarse los estados, surgen sistemas de tenencia de la tierra en los que las élites políticas, de reyes o faraones, eran considerados propietarios de toda la extensión de sus reinos y los súbditos tenían diversos derechos de usufructo para la agricultura u otras prácticas. Los comienzos de la propiedad privada individual ocurrieron gradualmente, mucho después de la formación de los estados, y no a través de apropiaciones individuales, sino por la actividad de élites que usaban su poder político para nombrarse a sí mismas o a sus subordinados como propietarios. No obstante, hay que decir que incluso entonces, la propiedad privada de la tierra no se convirtió en el sistema de derechos de propiedad dominante, y esto es cierto tanto para la Edad Antigua como para el Medievo, épocas en las que la agricultura comunal de las aldeas siguió siendo el sistema más frecuente en las sociedades estatales de todo el mundo.
La propiedad privada: regalo envenenado de la Modernidad
Una vez mostrado que la propiedad privada es una rareza a lo largo de la historia humana hasta hace muy poco, la cuestión que se plantea es cómo se extendió por el mundo este sistema que se ha convertido en dominante. Widerquist y McCall analizan los dos procesos que a su juicio son responsables del gran cambio y que operan a partir del siglo XVI: los cercamientos (enclosures), que comenzando en Inglaterra se extienden por Europa occidental e imponen la propiedad individual en el medio rural, y las oleadas de colonos procedentes de este continente que establecieron por todo el orbe derechos de propiedad de la tierra ajenos a las tradiciones locales. Los cercamientos y los movimientos coloniales fueron procesos coercitivos y violentos, pero es importante resaltar que no se limitaron a robar propiedades por todo el mundo, sino que más allá de esto impusieron un nuevo sistema de propiedad privada a personas que hasta entonces habían conocido formas de vida comunales.
La evolución que se ha descrito puede sintetizarse diciendo que los seres humanos que comenzaron a asentarse y practicar la agricultura instauraron sistemas de tenencia de la tierra complejos, pero con un carácter colectivo en muchos casos, y con importantes elementos comunes. De esta forma, la “hipótesis de la apropiación individual” que se ponía a prueba, no sólo no se demuestra, sino que queda refutada. La historia discutida anteriormente indica que el establecimiento de sistemas de propiedad privada implica necesariamente coerción y violencia, con lo que la tesis de que la defensa de la propiedad privada desigual es de alguna manera la defensa de la “libertad natural” carece de base.
Argumentos para salir del laberinto
Prehistoria de la propiedad privada rebate con rigor tres creencias sólidamente asentadas en nuestro mundo sobre el sistema de propiedad privada dominante en él y que sirve de fundamento al sistema capitalista. Se demuestra en primer lugar que la desigualdad no es natural e inevitable y que la igualdad es compatible con la libertad. En segundo lugar, se pone de manifiesto que el capitalismo no es más consistente con la libertad negativa que cualquier otro sistema económico concebible. Por último, se deja claro que el predominio del sistema de propiedad privada es un recién llegado a nuestra historia.
Los que defendemos la vieja consigna de que “Otro mundo es posible” nos sentimos abrumados muchas veces por cómo todo lo que nos rodea parece una demostración palpable de la solidaridad y el apoyo mutuo son entelequias sin conexión con la realidad actual del ser humano. El gran mérito de Karl Widerquist y Grant S. McCall con este libro es dejar claros, para cualquiera sensible a datos y argumentos, dos hechos cruciales sobre la propiedad privada. En primer lugar, que en los doscientos mil años que lleva el Homo sapiens en el planeta ésta no fue hasta hace muy poco la norma dominante que vemos hoy. Y en segundo lugar, que de ninguna manera la apropiación individual constituye una garantía para la libertad, sino más bien todo lo contrario.
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