Por: Hernán Darío Correa
Mario Arrubla y Estanislao Zuleta fueron dos intelectuales de la nueva izquierda colombiana de los años 60. Rescatar sus reflexiones y su legado nos permite abrir nuevos horizontes críticos con los que comprender la historia y el presente de Colombia.
El artículo que sigue es una reseña del libro de Sandra Jaramillo Hombres de ideas. Entre la revolución y la democracia. Los itinerarios cruzados de Mario Arrubla y Estanislao Zuleta: los años 60 y la izquierda en Colombia (Bogotá, Ariel, 2023).
Pues bien, oí que había por Náucratis, en Egipto, uno de los antiguos dioses del lugar. Era Theuth, (…) quien, primero, descubrió el número y el cálculo, y, también, la geometría y la astronomía, y, además, el juego de damas y el de dados, y, sobre todo, las letras. Por aquel entonces, era rey de todo Egipto Thamus (…). A él vino Theuth, y le mostraba sus artes, diciéndole que debían ser entregadas al resto de los egipcios. Pero él le preguntó cuál era la utilidad que cada una tenía, y, conforme se las iba minuciosamente exponiendo, lo aprobaba o desaprobaba, según le pareciese bien o mal lo que decía. (…) cuando llegaron a lo de las letras, dijo Theuth: «Este conocimiento, oh rey, hará más sabios a los egipcios y más memoriosos, pues se ha inventado como un fármaco de la memoria y de la sabiduría.» Pero él le dijo: «¡Oh artificiosísimo Theuth! A unos les es dado crear arte, a otros juzgar qué de daño o provecho aporta para los que pretenden hacer uso de él. Y ahora tú, precisamente, padre que eres de las letras, por apego a ellas, les atribuyes poderes contrarios a los que tienen. Porque es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos. No es, pues, un fármaco de la memoria lo que has hallado, sino un simple recordatorio. Apariencia de sabiduría es lo que proporcionas a tus alumnos, que no verdad. Porque habiendo oído muchas cosas sin aprenderlas, parecerá que tienen muchos conocimientos, siendo, al contrario, en la mayoría de los casos, totalmente ignorantes, y difíciles, además, de tratar porque han acabado por convertirse en sabios aparentes en lugar de sabios de verdad.» (Sócrates, en Platón, Fedro o de la belleza)
Estas palabras de Sócrates en su diálogo con Fedro, inmortalizadas por Platón, condensan una paradoja singular: la de la tensión entre la escritura y el lenguaje oral en la tarea pública. Se trata de un conflicto que siglos más tarde, entre los años 1950 y 1960, atravesó las vidas de dos de las principales figuras intelectuales y políticas del surgimiento de la nueva izquierda colombiana: Mario Arrubla y Estanislao Zuleta. Sus experiencias y sus aportes teóricos reflejan la trayectoria de una generación que sembró en el país las bases de la nueva izquierda y del pensamiento crítico en campos tan amplios como la política, la historia, la economía, la crítica del arte, al literatura y la acción política y cultural.
En Hombres de ideas, entre la revolución y la democracia, y en un momento político en Colombia que invita particularmente a recuperar aquel legado, Sandra Jaramillo nos ofrece una mirada retrospectiva sobre las ideas de estos dos grandes referentes de la cultura colombiana y de toda su generación. A partir de un juicioso trabajo de archivo, varias entrevistas con sus contemporáneos y discípulos, la consulta de numerosas revistas y publicaciones de la época y recogiendo aportes tanto de la historia como de la sociología, la economía y la crítica cultural, esta joven autora logra reconstruir un universo político y cultural que sirve de referencia para el presente.
Publicado bajo el sello Ariel dentro de la última cosecha de títulos editados por Juan David Correa, este libro se constituye en un relevante hito de la renovación de los catálogos nacionales del ensayo y de la literatura que este escritor y editor —ahora Ministro de Culturas, Arte y Saberes del gobierno de Gustavo Petro— puso al alcance de la mano durante su tarea como director literario del Grupo Planeta. Hombres de ideas resulta un título indispensable para quienes busquen reconocer de dónde venimos y hacia dónde debemos ir, en tanto explora las ideas de dos referencias fundamentales para la apertura de horizontes críticos con los que comprender la historia y el presente de Colombia.
La paradoja que atraviesa la vida de Estanislao Zuleta, quizá la más evidente, se puede resumir en su lucha permanente a lo largo de casi cuarenta años de lectura, compromiso colectivo y crítica del poder y de la hegemonía política y cultural del país. Zuleta hizo de las palabras su principal arma: sus alocuciones ante los más variados auditorios, que le valieron decenas de seguidores en distintas conferencias y conversaciones, invitaban siempre a sus interlocutores a asumir la conciencia crítica de su propio modo de pensar, a ponerse en el lugar del otro y a ser consecuentes. Tanto fue así que la mayor parte de su obra —realmente gigantesca tanto por los temas abordados como por la hondura de sus reflexiones— ha debido ser recuperada a partir de las grabaciones de aquellas conferencias.
Mario Arrubla, en cambio, apostó por la escritura. Ya sea en forma de ensayo, de cuento o de novela, así como por medio de su tarea como editor en las numerosas iniciativas que impulsó o coordinó (algunas de inmensa incidencia en la vida intelectual del país, como Estrategia, Cuadernos colombianos o Al margen entre las primeras, y Tercer Mundo editores, la editorial de la Universidad Nacional o La Carreta ediciones entre las segundas), fue una constante en la vida cultural del país. Luego de haber publicado su famoso libro Estudios sobre el subdesarrollo colombiano (1969), asumió un temprano retiro de la vida pública. Su obra, sin embargo, una de las más reeditadas de la historia del ensayo en el país —en los años 1980 había llegado a los sesenta mil ejemplares—, se convirtió en una referencia obligada para los estudios posteriores de sociología, historia o economía (como los de Orlando Fals Borda, Nicolás Buenaventura, Germán Colmenares, Jesús Antonio Bejarano o Salomón Kalmanovitz), convirtiendo a Arrubla en maestro de más de tres generaciones de lectores.
Contrastes y encuentros
Sandra Jaramillo pone de relieve la hondura de la amistad entre Estanislao Zuleta y Mario Arrubla a pesar de sus contrastes: «Varias podrían ser las categorías para definir, en la lógica de contrastes, a estos dos intelectuales: el Arrubla economista, el Zuleta psicoanalista; el escritor versus el orador; el editor y traductor en contraste con el maestro y afamado conferencista; el especialista y el universalista» e, incluso, el estructuralista y el humanista. En otro sentido, sigue la autora, se podría hablar de «el Arrubla aislado y en autoexilio versus el Zuleta que insiste en armar grupos y que se sostiene enraizado en el territorio nacional»; del «intelectual empresario» versus la «anti-institucionalidad radical»; del «nihilismo» o la «contra-escuela»; del «pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad» contra el «principio esperanza». De una «figura esquiva al ojo público» opuesta a un «intelectual apasionado por los auditorios».
Sin embargo, Hombres de ideas no busca homogeneizar las trayectorias ambos pensadores ni dotarlas de una forzada coherencia o presionar por su unificación. Más bien, lo que interesa es «mostrar las variaciones, los zigzagueos y las contramarchas»:
Ciertamente, pueden reconocerse gravitaciones particulares que permiten tipificar más específicamente a Estanislao Zuleta como un intelectual comprometido, carismático humanista, como un maestro no carente de paternalismo. Mientras se podría reivindicar a Mario Arrubla como un intelectual investigador, definido por la mediación intelectual en tanto editor, traductor, emprendedor de proyectos de revistas, pero también mediando entre la especialización científica y el humanismo que se despliega en la escritura.
La autora resalta la condición discreta de Arrubla, quien, dice, eligió hablar «a través de sus silencios y poco a poco fue optando por un posicionamiento extraño para una figura definida por lo intelectual: escapar a la mirada social». Una decisión que es equiparada en el libro a la de J. D. Salinger en la literatura norteamericana, de la cual, por lo demás, Arrubla fue afecto hasta el punto de orientar hacia allí gran parte de su magisterio al final de sus días en compañía de José Zuleta, el tercer hijo de Estanislao, quien ha dedicado su vida a la escritura literaria (y fue reconocido a fines de 2022 con el Premio Nacional de Novela por su obra titulada, precisamente, Lo que no fue dicho).
Sitiado por la política revolucionaria que embalaba la biblioteca y tomaba las armas, demasiado escéptico del establecimiento como para derivar en nuevos partidos (los que se tentarían con las sucesivas escisiones comunistas, por ejemplo), tocado por la vara de «El Elegido» que se sabe un intelectual y requiere del oxígeno de la libertad que la estructura tiende a taponar, finalmente ese tipo de intelectual quedó en jaque. Rápido vino a su reemplazo el intelectual especialista que llevó a lo residual aquel libro fundacional. Un epílogo tendría aún Arrubla antes de que su pesimismo de la razón y su inclinación algo fóbica a escapar del ojo público lo recluyera en los márgenes y lo llevara al autoexilio: la perspectiva estructural con la que había teorizado, pero esta vez jugando en la cancha de la Historia.
Pero no sobra recordar que estas tendencias en cada uno fueron precisamente eso, tendencias, porque no fueron pocos los momentos en que se alternaron e incluso colaboraron en la escritura como tal. «En aras de esa vinculación entre la teoría y la práctica», sigue Jaramillo, la revista Estrategia, aparecida en Bogotá entre 1962-1964 e impulsada de conjunto, fue un «invernadero para estudiar lo “concreto” de la sociedad colombiana». Mario Arrubla «encarnaba el flanco de la estructura económica nacional» y Estanislao Zuleta redactaba el análisis de coyuntura.
Durante todo aquel período de intensa colaboración se ocuparon siempre de aclarar que los textos de la revista eran escritos «a dos manos», como señala la propia revista en una nota al pie de su número 3: «se trata de un estudio hecho en colaboración por Mario Arrubla y Estanislao Zuleta. El trabajo de redacción será alternado y cada parte publicada aparecerá bajo la firma de aquel a cuyo cargo haya corrido la redacción». En cualquier caso, sus biografías personales se entrelazaron con las de toda una generación intelectual, combinando lo que Jaramillo precisa como «afinidades electivas»:
Nociones como «estructuras de sentimientos» y «afinidades electivas» son algunas de las herramientas que facilitan ver que la aproximación o repelencia entre figuras intelectuales de diferentes geografías puede llegar a los límites de la identificación o la contradicción y derivar en la apropiación de sistemas de creencias y valores, en la configuración de afectos o incluso en marcas de estilo visibles en formas discursivas. El primero de aquellos gestos contestatarios que en Zuleta tomaron la forma de rechazo a la institución fue la renuncia a la escuela por parte suya en compañía de Mario Arrubla. Pero una diferencia importante entre ellos es que Zuleta tomó esto como un posicionamiento más general que afectó los destinos de otros. (…) La disciplina académica, por su parte, fue entendida por Zuleta como una amenaza propia de la especialización y la división del trabajo en una sociedad capitalista productora de alienación. Aquel favorecimiento que Arrubla hiciera del intelectual especialista que surgía con la nueva historia, sin que ello implicara una opción para él mismo, no se observa en Zuleta.
La cultura política de ambos «conjugaba en presente la estructura de sentimientos que caracterizó la época nombrada posteriormente como los sesenta o, de forma más precisa, los sesenta globales. Y es que por «época» se quiso dar cuenta de las condiciones históricas de posibilidad (de lo que se buscaba): un tipo de sensibilidad, un sistema (por más poroso que sea) de creencias, circulación de ideas, concepciones, discursos, debates o intervenciones (políticas, intelectuales, artísticas)».
En la afirmación de aquella cultura política como algo novedoso, Estrategia cumplió un rol fundamental al tejer puentes entre los jóvenes y la figura del intelectual. Más que experto en un saber, apunta Jaramillo, «el intelectual es una figura que se inmiscuye en el campo político, habita la escena pública y responde al asunto de la praxis». Y como el grupo nucleado alrededor de la experiencia de Estrategia no era una excepción a la regla, «construyó su propia respuesta a su coyuntura histórica con la propuesta de una “nueva” cultura política que vinculara más decididamente la teoría y la práctica, a la que juzgaban escindidas. Para ello transitó su propia experiencia de partido, y sus líderes atravesaron la tentativa de “profesionalizarse” como dirigentes».
Un recorrido tal impide cualquier intento de homogeneización del camino andado. Pero, lejos de constituir esto un problema, para Jaramillo es donde reside la riqueza del análisis: «Si miramos con un anacrónico visor de coherencia en el sentido de lo que justamente denunció Pierre Bourdieu como una “ilusión biográfica”», apunta, las variaciones «resultan difícilmente comprensibles». Es por ello que la autora opta atinadamente por hablar de «itinerarios» en lugar de «trayectorias» para describir los vaivenes de la vida académica y militante de ambas figuras. Mientras la idea de «trayectoria» «visibiliza dimensiones más específicas como la académica o militante, y al tiempo se define como una serie de posiciones sucesivas y más unilaterales que responden a las leyes de un campo estructurado», la noción de «itinerario», explica Sandra Jaramillo, es más «empática con la contingencia y la libertad del individuo. Entre un juego de posibilidades históricas y coyunturales, el individuo toma decisiones según una diversidad de variables presentes en diversos niveles de su vida».
Una nueva izquierda para una nueva generación
Las vidas de Mario Arrubla y Estanislao Zuleta discurrieron en la forma de una aguda y profunda producción conceptual entre los márgenes delimitados por los espacios urbanos más disímiles —cafés, bares, librerías, universidades, grupos de estudio y sus propias casas— y los contornos de la propia lucha social. Apelando a múltiples mediaciones comunicacionales (como conferencias y charlas, periódicos y revistas, libros impresos y volantes) contribuyeron a gestar una nueva izquierda en Colombia, así definida por su oposición a la hegemonía estalinista que dominaba en aquel entonces el panorama de la izquierda internacional.
La nueva izquierda es una categoría histórico-política relativa a procesos internacionales en general periodizados entre mediados de los años cincuenta y fines de los años setenta, momento en el que se fue gestando el fin de los comunismos reales símbolo de lo cual fue la caída del Muro de Berlín. Aunque alude a un fenómeno de contornos algo difusos por la pluralidad de experiencias que reúne, la nueva izquierda tiene un valor analítico porque permite entender procesos que tuvieron lugar en confrontación con las «viejas» izquierdas acusadas de burocratización, estatización y centralismo. En general, las experiencias europeas y norteamericanas se asocian a renovaciones de tipo cultural, intelectual, teórico, mientras que las latinoamericanas se vinculan a procesos político organizativos en los que primaron opciones armadas en diversas variantes.
Pero si hay algo que resalta de la vertiente latinoamericana de aquella nueva izquierda global es su particular inclinación a la labor editorial. Durante aquellos años, comenta Jaramillo, emergieron publicaciones político-intelectuales de las más diversas tendencias políticas. Este tipo de iniciativas, que abarcó desde revistas hasta emprendimientos editoriales, fue toda una «marca distintiva de la intelectualidad de la época».
A través del examen retrospectivo de aquellas publicaciones podemos hoy reflexionar sobre los modos en que evolucionaron los debates teóricos y políticos de las décadas del sesenta y el setenta, examinándolas en tanto «espacios de sociabilidad, invernaderos para cultivar ideas y lecturas de la realidad o plataformas de formaciones intelectuales que ponen en juego las afinidades electivas en las intersecciones de los campos político y cultural», todo lo cual nos conduce a apreciar aquellas experiencias como «construcciones colectivas, contingentes y conflictivas», plagadas de «caminos truncos, variaciones y contramarchas». En definitiva, reflejan la experiencia de una intelectualidad en movimiento.
La escena cultural de los años sesenta en Colombia contó con la participación de muchas otras figuras además de Arrubla y Zuleta, cuyas iniciativas editoriales y aventuras políticas contribuyeron a delinear los contornos de aquella nueva generación. Entre otros, cabe nombrar aquí a Alberto Aguirre, Raúl Alameda, Gonzalo y Mario Arango, Socorro Castro, Eduardo Gómez, Yolanda González, Jorge Gaitán Durán, Camilo Torres, Gerardo y Humberto Molina, Ramiro Montoya, María del Rosario Ortiz, Francisco Posada y Marta Traba. Pero si hubo un proyecto que sintetizó las aspiraciones de aquel grupo variopinto de jóvenes intelectuales fue el de Estrategia, que en tan solo dos años (entre 1962 y 1964) supo erigirse en «una sociabilidad, un emprendimiento cultural, una tentativa editorial, un periódico agitacional y una revista».
Estrategia también quiso ser un partido político: el Partido de la Revolución Socialista, que derivó finalmente en la «Organización Marxista Colombiana», proyecto que, opina Jaramillo, «tipifica para el caso colombiano la intelectualidad del compromiso, teorizada por la estelar figura de Jean-Paul Sartre y que tuvo modulaciones diversas en América Latina». Aquella intelectualidad latinoamericana, representante local de los Global Sixties,
recreó su compromiso bregando con la revolución y se posicionó como agente necesario para la construcción del nuevo mundo; sin embargo, entre la modernización y la politización halló limitantes y extravíos. En no pocos casos hubo fragmentación, debate bizantino, incumplimiento de promesas, fracaso de proyectos e incluso interpelaciones anti-intelectuales que pusieron en duda su propia razón de ser. Ahora bien, señalar alcances o declarar saldos en rojo lejos justifica desatender la reconstrucción de la vida intelectual de la época o, lo que es lo mismo, renovar como anti-intelectualismo investigativo la consideración de la cultura como residual de las dinámicas políticas. Al contrario, estudiar la vida intelectual con herramientas pertinentes propicia avances para captar la densidad ideológica del periodo. Es allí donde pueden buscarse claves para explicar las elecciones de unos actores que desafiaban lo dado.
Sin embargo, hacia 1968, Mario Arrubla y Estanislao Zuleta emprenderán caminos distintos. Más allá de los factores personales, esta separación revela los nudos generacionales más apretados por las lógicas dominantes en el país, las cuales aun se ciernen sobre los destinos de quienes se la juegan por la transformación profunda de la organización social y la política nacional. Los encarnizados debates derivados de la falsa oposición entre lucha armada y derechos humanos —como una fatal contradicción en nuestra historia en el trágico contexto de la prolongación y degradación de la guerra—, junto al pecado vanguardista e iluminista de los partidos y las guerrillas y a las concepciones estrechas e instrumentales del pensamiento crítico que, en nombre del marxismo, pretendieron imponerse sobre otras miradas, hicieron mella también en el itinerario de estas dos figuras.
Hijos de su época
Aquella nueva izquierda vivió momentos políticos revueltos. Y una de las virtudes de Hombres de ideas es no buscar dar coherencia a cada paso del recorrido de sus dos protagonistas sino, por el contrario, pintarlos como lo que eran: dos jóvenes e inquietos intelectuales tratando de comprender, dar sentido y transformar la realidad que los rodeaba. En ese sentido, los vacíos de atención en su primera juventud, en el origen de su pensamiento radical, sobre el alzamiento guerrillero de los Llanos y la profundidad de las luchas sociales durante la década olvidada de los años 20, renovados en las luchas de los braceros del río Magdalena a comienzos de los años 40, son evidencia de las dificultades que tuvieron inicialmente a la hora de pensar la dinámica histórica y, con ella, la potencialidad y radicalidad que aquellas luchas populares encarnaban.
Quizás así se expliquen también las complejas apuestas políticas en momentos del auge de la lucha armada a comienzos de los años sesenta. En efecto, sus miradas y sensibilidades al parecer estuvieron centradas en los efectos del estallido del 9 de abril de 1948 y de la Violencia subsiguiente, en los que veían como precarias condiciones subjetivas populares:
Junto con Lenin, Zuleta también se preguntaba: «¿podemos nosotros en el momento actual llamar a semejante asalto (el “decisivo en lo militar”)?». La opción que veían era la de una organización partidaria «capaz de promover, dirigir y coordinar las luchas reivindicativas y conducirlas sistemáticamente más allá de los planteamientos reformistas hacia una lucha revolucionaria»: una ruta para «racionalizar» el «odio» que se había instalado en las masas con el baño de sangre de la Violencia de los años cuarenta, sobre la cual había avanzado el capitalismo colombiano.
Arrubla, por su parte, observaba:
La tragedia que vivió nuestro pueblo en estos años de ascenso de la burguesía nacional revistió dimensiones tales que nada en adelante podrá curar por completo sus heridas. Los crímenes más viles pusieron fin a la existencia humillada de centenares de miles de colombianos. Eso no podrá ser borrado ni siquiera en el caso de que nuestro pueblo aprenda a asimilar su dolor, a cambiarlo por un odio mortal y a elevar su pasión, sin dejarle perder un solo gramo, al plano racional de la lucha de clases (…) Entiéndase; racional, es decir de una lucha de clases conducida eficazmente bajo la guía del marxismo. En política, la protesta irracional y los brotes aventureros representan en fin de cuentas una interiorización masoquista del cuchillo del burgués, sobre todo cuando provienen de sectores pequeño-burgueses. En este tipo de acción el odio carece de existencia objetiva puesto que no se pone realmente en peligro el régimen que se combate y solo se hace el papel de cordero de la represión. Para realizar el odio es preciso aguantarse y no aspirar a una satisfacción inmediata. La ira torpe es la perdición de los toros.
Unos años después, hacia el final de su vida, Zuleta emprendió una profunda revisión a fondo de sus consideraciones en torno a los derechos humanos y la democracia, de los enfoques estructuralista y humanista y de la acción en los marcos del pensamiento crítico: «“Las tradiciones de la izquierda han estado determinadas por el marxismo, tanto entre nosotros como a escala mundial, y el marxismo no es un pensamiento democrático”. Así irrumpía Estanislao Zuleta para dar comienzo a una charla dirigida a los guerrilleros del M-19, en mayo de 1989, en el poblado de Santo Domingo, departamento de Cauca, al occidente colombiano. (…) Para el momento de la conferencia de Zuleta se avanzaba la negociación que finalmente llevó a que ese grupo guerrillero dejara las armas y el oficialismo se abriera a una constituyente que sembraría las bases de un nuevo pacto nacional. Con una palabra fuerte, Zuleta, el intelectual, se decantaba por la opción de paz y democracia elegida por los guerrilleros».
La de mayo de 1989 era una de las intervenciones que concretaba desde su lugar de asesor de las Naciones Unidas para la Consejería de Derechos Humanos de la Presidencia de la República. Originadas en exposiciones orales, informes y entrevistas, esas intervenciones tomarían la forma de un libro de ensayos, que favoreció el desplazamiento de las ideas hasta posicionar ese intelectual como «maestro de la democracia». Menos de un año después de aquella charla, el 17 de febrero de 1990, Estanislao Zuleta fallecía repentinamente en Cali y con el fin de su vida comenzaban las resignificaciones póstumas de su figura. Así, el ejercicio activo de hacer memoria llevó a que el nombre Estanislao Zuleta se anclara a sentidos como «democracia», «paz», «derechos humanos», «diálogo», «pensamiento»; sentidos tan propios del racionalismo humanista como generales, o sea, poco históricos.
Pero como afirma Gustavo González, uno de sus compañeros de ruta y colega de su última aventura colectiva ya avanzados los años setenta, el Grupo Ruptura, Zuleta nunca dejó de ser un intelectual de acción: «El término intelectual era insuficiente para [definirlo] a Estanislao. En eso se me asemeja mucho a Sócrates y a Aristóteles. Él quería mucho a Platón, pero es que Platón señala hacia las ideas, en cambio Aristóteles señala hacia abajo, hacia el mundo. Es acercarse a las cosas como son y eso es difícil, y Estanislao logró encontrar la manera de hacer que lo más intrincado fuera accesible, porque a él le interesaba, le preocupaba el que tenía al frente. Por eso para mí no era un intelectual, él era un compañero de lucha que decía que nosotros necesitábamos lo mejor de la cultura humana para poder luchar contra el capitalismo y hacer descubrimiento de la política (…) Su obra no tuvo ningún patrocinio de fuentes de investigación. La hizo desde una buena voluntad kantiana. Un aplauso. Sin recursos, se jugaron la familia, los hijos. Tanto Ignacio Torres Giraldo como Zuleta. Parecen hombres muy griegos. Parecían más a los sofistas del pórtico que andaban por la ciudad discutiendo. Es la actitud, no ceder, la independencia».
Ser fiel a uno mismo
La prematura muerte de Zuleta, a medio camino en sus empeños, no deja de recordar las palabras que él mismo escribió en el número 1 de Estrategia, en julio de 1962, a propósito del fallecimiento del poeta Jorge Gaitán Durán: «Nada tan doloroso como la muerte de un hombre que busca, que no está definitivamente instalado, sino que es alcanzado en plena marcha».
Arrubla, en contraste, falleció casi treinta años después, en Boston, reafirmando tanto su autoexilio como su compromiso, escribiendo y orientando a otros y trabajando en su magisterio y en la revista Al Margen casi hasta el final de sus días. Sobre él, Jaramillo apunta: «No renunció al humanismo en su posicionamiento intelectual, pero tampoco se negó a ver los cambios políticos y epistemológicos que se operaban. No intentó una síntesis, sino que armó una coexistencia, es decir, resolvió su propia tensión intelectual a través de registros narrativos paralelos. Por un carril iría el Arrubla de Las Palabras de Sartre con sus giros reflexivos y sus apuestas literarias; por otro carril sería mediador para la nueva ola de profesionalización de las ciencias sociales».
Pero, tal como concluye la autora de Hombres de ideas, lo importante a rescatar es que ambos fueron fieles a sí mismos hasta el final: «Esas variaciones no son óbice para reconocer (…) una gravitación en la que palpita el estilo. Jorge Luis Borges en su biografía de Tadeo Isidoro Cruz concluye: “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en el que el hombre sabe para siempre quién es”».
Por todo ello, por la consistencia de su compromiso y por su incidencia, siempre actualizados frente a los problemas contemporáneos, es que celebramos este libro con el cual por fin se empieza a recuperar críticamente su memoria. Como expresó el mismo Sócrates,
mucho más excelente es ocuparse con seriedad de esas cosas cuando alguien, haciendo uso de la dialéctica y buscando un alma adecuada, planta y siembra palabras con fundamento, capaces de ayudarse a sí mismas y a quienes las plantan, y que no son estériles, sino portadoras de simientes de las que surgen otras palabras que con otros caracteres son canales por donde se transmite, en todo tiempo, esa semilla inmortal que da felicidad al que la posee en el grado más alto posible para el hombre. Pero el que sabe que en el discurso escrito sobre cualquier tema hay, necesariamente, un mucho de juego, y que nunca discurso alguno, medido o sin medir, merecería demasiado el empeño de haberse escrito, ni de ser pronunciado tal como hacen los rapsodos sin criterio ni explicación alguna, y únicamente para persuadir, y que, de hecho, los mejores de ellos han llegado a convertirse en recordatorio del que ya lo sabe, y en cambio cree, efectivamente, que en aquellos que sirven de enseñanza, y que se pronuncian para aprender —escritos, realmente, en el alma— y que, además, tratan de cosas justas, bellas y buenas; quien cree, digo, que en estos solos hay realidad, perfección y algo digno de esfuerzo y que a tales discursos se les debe dar nombre como si fueran legítimos hijos en primer lugar porque lo lleva dentro de él y está como originado por él, dejando que los demás discursos se vayan enhorabuena. Un hombre así, Fedro, es tal cual, probablemente, lo que tú y yo desearíamos llegar a ser.
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