Por: Gercyane Oliveira
En octubre de 1975, el periodista comunista Vladimir Herzog fue cobardemente asesinado por la dictadura brasileña. Este trágico suceso desencadenó una movilización social sin precedentes contra el régimen militar que fue clave para impulsar la redemocratización política del país.
Nacido como «Vlado» el 27 de junio de 1937 en la ciudad de Osijek de la antigua Yugoslavia y actual Croacia, Herzog llegó a Brasil con su familia y adoptó el nombre de «Vladimir», que sonaba mejor. Vlado creció en el seno de una familia judía tradicional, hijo de Doña Zora y Seu Zigmund. A muy temprana edad ya conoció una de las peores caras del horror capitalista, el nazismo, cuando su familia tuvo que entregar por la fuerza su casa de Banja Luka a los soldados alemanes que se apoderaban del territorio europeo durante la Segunda Guerra Mundial. Esto les obligó a huir a Italia y más tarde a instalarse en Mooca, un barrio obrero de São Paulo, en 1946.
Durante su carrera, Vlado exploró diversos campos, como el periodismo, la fotografía y las aspiraciones cinematográficas. Estudió filosofía en la Universidad de São Paulo y también teatro en el Instituto Cultural Italo-Brasileño. Aunque existen pocos registros documentales de su carrera como actor, hay testimonios que indican su participación en este campo, como el relato de Luiz Weis sobre una comedia que se dice que escribió Vlado, llamada O rei Berra.
Su participación en el periodismo comenzó como becario en el diario Folha de São Paulo, pero se hizo aún más destacada en el Estadão. Vlado participó en retransmisiones de la BBC a Brasil, estudió cine en Inglaterra y colaboró en películas como Marimbás (1963), Subterrâneos do Futebol (1965) y Doramundo (terminada después de su muerte). También trabajó en la revista Visão, lugar de encuentro de periodistas con afinidades políticas, y fue director de periodismo de TV Cultura. Su cercanía al Partido Comunista de Brasil (PCB) creció a través de su participación en movimientos culturales influidos por el partido, como el teatro popular de Augusto Boal y el nuevo cine de Nelson Pereira dos Santos.
Sin embargo, el 25 de octubre de 1975, en la capital de São Paulo, en la Rua Tomás Carvalhal del barrio de Paraíso, la voz de Herzog fue silenciada por la Operación Radar del Destacamento de Operaciones de Información (DOI), perteneciente al Centro de Operaciones de Defensa Interna (CODI), órgano subordinado al ejército de inteligencia y represión de la dictadura, siguiendo las normas del régimen militar de la época. El nombre de Vladimir Herzog apareció en las listas del DOPS de periodistas considerados enemigos del régimen por haber firmado en 1965 un manifiesto de intelectuales contra la persecución política.
Vlado llegó al DOI-CODI hacia las 8 de la mañana acompañado por el periodista Paulo Nunes, que fue despedido en la recepción. Él fue enviado al interrogatorio. Encapuchado, atado a una silla y asfixiado con amoníaco, fue sometido a palizas y descargas eléctricas, según indicaba el manual de tortura y siguiendo la rutina a la que fueron sometidos otros centenares de presos políticos en los centros de tortura creados por la dictadura (y financiados, en gran medida, por empresarios que apoyaron acciones represivas y violaciones de los derechos humanos, como la Operación Bandeirante).
«En aquella celda solitaria, con la oreja pegada a la ventanita, oía los gritos: “¿Quiénes son los periodistas? ¿Quiénes son los periodistas?” Por el tipo de gritos, por el tipo de golpes, supe que exactamente lo que yo había vivido le estaba ocurriendo a otra persona», recordó el periodista Sérgio Gomes, preso en el mismo DOI-CODI en el que estaba Vlado por aquel tiempo. Rodolfo Konder y George Duque Estrada, militantes comunistas, fueron los décimo y undécimo periodistas detenidos desde el 5 de ese mes. Horas después, también fueron testigos del asesinato de Herzog.
Pero la cobardía no se detuvo ahí. La brutalidad de la muerte a golpes se ocultó después con una falsa alegación de suicidio, presentando su cadáver colgado con los dos pies en el suelo, un intento de los militares de eludir su responsabilidad penal. Así comenzó la lucha de la familia, amigos y camaradas del periodista en busca de la verdad. La muerte de Vladimir Herzog marcó el fin de las instancias mediáticas sofocadas desde el golpe de 1964, consolidándose en la memoria colectiva como símbolo de los horrores de la dictadura y proyectándose por todo Brasil, recordando a las víctimas de ese estado represor.
El asesinato de Vlado fue seguido de un acto interreligioso y de una gran movilización de masas. La misa en la Catedral de la Sé reunió a decenas de personalidades religiosas cristianas y judías, como el rabino Henry Sobel, fallecido en 2019, que denunció el asesinato de Vladimir Herzog incluso a pesar de que en aquel momento le podría haber valido la cárcel o la muerte. Destacados intelectuales, como Michel Foucault, también se unieron al movimiento. Vlado fue enterrado en el cementerio israelí, que no aceptaba a judíos que se hubieran suicidado.
La ceremonia fue interrumpida por el secretario de Seguridad del Estado, el coronel Erasmo Dias. Caballos, perros y policías atacaron a los manifestantes con gases lacrimógenos, porras, cascos y mordiscos. Canciones inspiradoras como «O Bêbado e a Equilibrista», de Aldir Blanc y João Bosco, himno de la Amnistía y clásico de la Música Popular Brasileña, eternizaron la resistencia durante el periodo de excepción en Brasil. En los versos «lloran Marias y Clarisses», por ejemplo, Aldir Blanc menciona a las viudas Maria, esposa del obrero Manuel Fiel, y Clarice Herzog, esposa de Herzog. La muerte de Vlado Herzog desencadenó una oleada de protestas contra la dictadura que, encabezadas por el Sindicato de Periodistas, contribuyendo al inicio de un largo proceso de desgaste del régimen.
Vladimir hizo mucho en vida. Fue un importante periodista, comunista y militante acérrimo en la batalla por la emancipación de los trabajadores y de la humanidad. El crimen de su asesinato prescribió en 2005, y ya ninguno de los culpables podrá ser castigado. Pero el recuerdo de su lucha no prescribe, y aun tantos años después de su asesinato su ejemplo nos sigue inspirando.
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