Por: José Solano
¿Qué ocurriría si gana un partido de “izquierda”? Antes de responder a esta pregunta, es necesario contextualizar eso que llaman izquierda en la realidad histórica y política electoral costarricense, a modo de comprender y desmitificar el discurso que encierra ese concepto, para así develar y desmitificar los discursos que se ciernen sobre ciertos partidos políticos ubicados en esa parte del espectro y, por qué no, sobre el movimiento social incluido. Sobre este último es igualmente importante denotar que los mitos calan más profundamente en este aunque se esperaría el fenómeno contrario.
Antecedentes de la izquierda costarricense
Muy someramente, la realidad histórico-política de Costa Rica permite entrever que los movimientos de izquierda parten, en un primer momento, con la lucha obrera de las décadas de 1910 y 1920, donde el anarquismo tenía una presencia bien organizada gracias al auge tan importante que significó el Centro de Estudios Germinal y las manifestaciones de panaderos y zapateros en un principio, hasta culminar en la exitosa conquista de la jornada laboral de ocho horas diarias.
Hubo después un breve lapsus de apaciguamiento en la lucha debido al programa del Partido Reformista, cuyo mayor logro fue el impulso del Banco de Seguros (actual INS) durante la administración liberal de Ricardo Jiménez Oreamuno. En esta misma década de los años veinte, la crisis económica que asoló al planeta a partir de 1929, desató un nuevo furor en el movimiento social, al cual se sumó la fundación del Partido Comunista en 1931 y la posterior Huelga Bananera de 1934. El crecimiento del partido después de esa fecha fue acelerado y, bajo el famoso lema del “comunismo a la tica” de Manuel Mora, logró captar importantes puestos en el congreso de aquel entonces.
La Reforma Social de la década de los cuarenta, a la que luego se sumara el Partido Comunista, significó la “legalización”, institucionalización y concreción de la lucha de los años anteriores. Sin embargo, la Guerra Civil de 1948 traería nuevas reformas políticas, entre las que destaca la constitución misma y la proscripción, en ella, del Partido Comunista.
Con la llegada de la socialdemocracia reformista, la lucha de la izquierda –alejada de la democracia electoral burguesa- encontrará su nicho en el movimiento obrero de la naciente industria y en el campesinado rural. Posteriormente, con la eliminación de la proscripción electoral, los partidos de izquierda lograrán colocar algunos diputados en diferentes momentos, pero sin la trascendencia de las décadas de 1930 y 1940. El último golpe sería el fin del mundo bipolar y el advenimiento de la globalización económica, las cuales acarrearán una dispersión de la lucha y de la consciencia de clase dentro de los trabajadores.
En los últimos treinta años, la dinámica a lo interno de las estructuras del modo de producción capitalista variaron relativamente poco, lo único que se consolidó fue la promoción de las exportaciones no tradicionales, las cuales tuvieron su caldo de cultivo en la época del Estado de Bienestar gracias a los incentivos industriales y de diversificación agrícola. Este panorama puede notarse en los procesos de aceleración y consolidación del modelo neoliberal o en la ligereza del movimiento social, salvo dos excepciones: las luchas contra el Combo del ICE y contra el TLC con los Estados Unidos.
En resumen, lo que se tiene es un panorama de comprensión sencillo: una izquierda débil y constantemente desmovilizada por procesos reformistas y electorales de tipo liberal. El peor mal está en que esos mismos partidos o movimientos se suman al juego de la democracia burguesa con el fin de proyectar un medianismo político, pero sin un proyecto claramente alternativo del sistema actual.
La izquierda en Costa Rica
A todas estas, ¿qué es la izquierda en Costa Rica? Tras lo analizado, se pone de manifiesto que, a diferencia de otras latitudes, en Costa Rica la izquierda nunca ha tenido un objetivo revolucionario cuanto sí reformista. Hubo algunos movimientos de menor envergadura que sí se planteaban objetivos de carácter transgresor del statu quo, pero sin mayor incidencia en la vida política del país.
Lo anterior quiere decir que la lucha de la izquierda se canalizó por las vías institucionalizadas de los liberales burgueses, en este caso el sufragio. Por lo tanto, y sin temor a equivocaciones, la izquierda costarricense se ubicaría dentro de un socialismo moderado, una socialdemocracia reformista que no se plantea la transformación de las estructuras, sino que se acopla a las ya existentes, capitalistas y liberales, sólo para asfaltar los baches de las “inconsistencias” del sistema.
Elecciones 2014: los miedos infundados
Para este momento queda de manifiesto el papel que juega la llamada “izquierda”, referida a la institucionalidad sometida a las reglas del juego democrático liberal. Bajo este precepto, los intentos de la prensa neoliberal de enmarcar a los “partidos de izquierda” con etiquetas como extremistas o comunistas, carece de total racionalidad, y esto por una sencilla razón: desde los postulados marxistas, la toma del poder solo puede hacerse bajo la vía armada revolucionaria, no por la electoral. Para Marx, “el rasgo distintivo del comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición de la propiedad burguesa.” [1]
Quizás, lo anterior no guste a muchos, especialmente en este país afamado por su pasivismo disfrazado de una etiqueta pacifista, pero tiene su obviedad: ante un enemigo violento, el método debe ir encaminado por la misma vía. Así lo refiere la teoría marxista y guevarista de la toma del poder por parte del pueblo. Ahora bien, los tiempos cambian, el contexto actual es otro.
Alguna vez se dijo que el único caso relativamente exitoso de un comunismo “electoral” fue el chileno y que, sin embargo, había decantado en un trágico desenlace. ¿Qué ocurrió en Chile? El gobierno de Salvador Allende no previó, o quizás subestimó, la abrupta irrupción del poder popular que exigía las transformaciones radicales revolucionarias. Ese pueblo que lo apoyaba y acompañaba, que lo redimió en cuanto intento de golpe y boicot la derecha perpetró, se adelantó al pensamiento y a la acción del presidente, así como a la lógica de funcionamiento de la democracia liberal burguesa. El avance incontenible del pueblo fue frenado el 11 de setiembre de 1973. Allende no se atrevió a dar el siguiente paso, ese fue el error.
El problema radicó en que el presidente pretendía generar los cambios por la vía legal e institucional democrática liberal burguesa que estaba copada por la extrema derecha, especialmente los grandes empresarios y el ejército. Evidentemente, al no radicalizarse, jamás iba a funcionar. Los reaccionarios jamás iban a quedarse de brazos cruzados mientras coartaban todos sus privilegios.
Entonces nace la pregunta, ¿son partidos como el Frente Amplio o el de los Trabajadores comunistas? No en el sentido estricto de la palabra. Son organizaciones que, ubicadas en diferentes partes del espectro de la izquierda, no plantean realmente un programa revolucionario per se. A parte de eso, se han sumado al juego fraudulento de la democracia liberal, pretendiendo establecer un conjunto de reformas que no eliminarán la razón de ser de las desigualdades, que por cierto, no solo son estructurales, sino que buscarán refundar el Estado Social de Derecho que no es otro más que el liberal socialdemócrata. Nuevamente, se les puede ubicar dentro de un socialismo más o menos moderado, pero no en uno revolucionario, transgresor y de transformaciones profundas. El Partido de los Trabajadores que, al menos en sus ejes programáticos pareciera plantear cambios un tanto más profundos, tampoco se despega de la dinámica electoral de la clase dominante.
Sin embargo, debe tenerse claro que, aunque formalmente la izquierda costarricense es más moderada, también debe tenerse en cuenta la realidad histórico-política que ha conformado unas características particulares en la sociedad.
El papel de la burguesía costarricense en la desmovilización de la izquierda
La gran particularidad que permite explicar la forma y contenido de los partidos de izquierda y del movimiento social en general, se centra en el discurso y el accionar hegemónico bastante exitoso que ha sabido conducir la clase económica gobernante del país desde la época de la independencia. En muy pocas ocasiones, el contrato social se ha resquebrajado sin mayores repercusiones socioeconómicas: tres guerras civiles de corta duración, algunos golpes de estado y alguno que otro gobernante medio autoritario que no ha movido las aguas para que desemboque en un mar insurgente.
Es por ello que los procesos reformistas, desde muy temprano, han sabido calmar las tensiones sociales. Además, los mismos políticos han buscado consensuar entre su misma clase y con las otras: Ley de la Ambulancia, “protecciones” a la “libertad de prensa”, universalidad de la educación primaria, reforma social de los cuarenta, reformas de la “Segunda República”, son ejemplos de fenómenos conciliativos dentro del esquema hegemónico. Esto, como se dijo, son parches que remiendan problemas (súper) estructurales como: desigualdad, injusticia, servidumbre, pobreza, riqueza, enajenación, violencia, alienación, represión. Pero sólo remiendan, aunque muchos, en definitiva, fueron muy importantes, especialmente aquellos que fueron guiados o luchados por los trabajadores.
Sin embargo, el reformismo sólo ha provocado un apaciguamiento de la sociedad, la ha hecho conformista. En el fondo, el costarricense no busca una transformación absoluta, radical, del sistema capitalista, sino que pretende mantenerlo, sin afectar las instituciones liberales que velan por el libre desenvolvimiento de la burguesía como clase social opresora. Lo que pretende, en última instancia, es no ver minimizado su nivel de confort y alienación, aunque implique su denigración como ser humano, su explotación para el beneficio de pocos porque, al fin de cuentas, el costarricense considera normal su condición humillante de opresión y represión.
La realidad costarricense de cara a las elecciones
Lo que se viene para Costa Rica en este proceso electoral no difiere de otros movimientos de izquierda reformista a nivel latinoamericano. La derecha y su extremo, en defensa de sus privilegios de clase, ven fantasmas y apariciones rechinados. No existe el comunismo en Costa Rica, pero, para ello, es necesario inventar –o reciclar– ciertos miedos para mantener pasiva a la población. Eso es algo que la prensa vendida –y sus mecenas– entiende, pero teme verse perjudicada económicamente; sin embargo, así como en épocas anteriores de la historia del país, las reformas no la han tocado profundamente. Todo lo contrario, nuevos actores sociales hegemónicos han aparecido al amparo (y paralelamente) de los procesos reformistas.
A pesar de todo lo escrito, la sinceridad remite, irremediablemente, a entender la realidad histórico-política costarricense. Por lo tanto, lo que podría ocurrir el dos de febrero puede parecerse al proceso chileno. El pueblo deberá tomar esas reformas sociales y desencadenarlas en proyectos verdaderamente revolucionarios. Pero se sabe que la derecha no va a permitir un gobierno, ni siquiera reformista, para ellos todo es comunista, izquierdoso, chancletudo, extremista, terrorista o cualquier otra etiqueta que se les ocurra. El golpe de estado podría estar a la vuelta de la esquina.
Mas cuando este proceso esté ocurriendo, la tarea de la sociedad será buscar nuevas formas de expresión, de toma de decisión, de creación. La revisión constante del proceso que se geste, en caso de ser de izquierda, deberá pasar irremisiblemente por el colador social. Si no hay transformaciones a lo interno del Estado, de la ley burguesa y su institucionalidad, jamás, pero jamás, las relaciones de opresión lograrán ser superadas.
Notas
[1] Marx, C. y Engels, F. 2009. El Manifiesto Comunista. Fundación Federico Engels, p. 42.
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