Quienes son los pueblos originarios
Los llamados pueblos originarios son los descendientes de civilizaciones que existían en América Latina antes de la llegada de los españoles. Durante la colonia, cuando los conquistadores se preguntaban si los indígenas eran seres humanos, una buena parte de ellos fueron explotados literalmente hasta la muerte en las minas de oro y plata, y otra parte en las explotaciones agrícolas, donde toda la familia tenía la obligación de trabajar para el patrón, gratuitamente, hasta sus últimos días. Este sistema, llamado “encomienda”, importado de la Europa medieval, vino a representar, por un lado, una de las armas principales del genocidio, y por otro lado, la primera usurpación masiva de tierras indígenas.
Pero no todos los indígenas sufrieron la explotación económica y la represión cultural bajo la colonia. Sus principales victimas fueron los que habitaban en regiones de montaña, o en las tierras bajas aptas para la agricultura. Los que habitaban en regiones selváticas, de difícil acceso y sin ningún interés económico preciso, fueron dejados en paz hasta épocas más recientes. La primera agresión que éstos van a sufrir de parte de poblaciones no indígenas, va a ser a fines del Siglo XIX y comienzos del XX, cuando se desató la locura colectiva de la explotación del caucho. Poco tiempo después, a partir de los años 50 del siglo pasado van a comenzar las actividades de prospección y explotación petroleras y con ellas la represión generalizada de todo intento de oposición indígena.
Por lo demás, cuando se habla de poblaciones originarias no se hace referencia a un conjunto humano homogéneo. Por un lado, se trata de una multitud de etnias con lenguas, creencias y costumbres muy diferentes que han conseguido permanecer en sus territorios ancestrales. Por otro lado, de una minoría considerable que ha sido expulsada de esos territorios y que pueblan hoy las “favelas”, las “barriadas”, etc. etc., es decir, los grandes cinturones de miseria de las más importantes ciudades del sub-continente. Todas estas poblaciones de origen indígena fueron y siguen siendo las principales protagonistas del “éxodo rural” y, a pesar de los esfuerzos por conservar su identidad cultural, han sufrido y sufren en el destierro urbano intensos procesos de aculturación.
¿Qué los ha proyectado al escenario politico?
Después de haber vivido excluidos, desde siempre, tanto política como económicamente, los pueblos indígenas han hecho en las ultimas décadas, una súbita irrupción en la vida política de varios países. Esta irrupción es una de las consecuencia del desarrollo del neoliberalismo que ha llevado a muchos gobiernos a privilegiar, para mayor beneficio de las multinacionales, la explotación a ultranza de los recursos naturales, con destino al mercado mundial de materia primas, en particular del petroleo, del gas, y de algunos minerales. También, para asegurarles, con vistas la crisis que nos prepara el cambio climático, el control de otros recursos vitales, como las fuentes potenciales de hidroelectricidad y de las grandes reservas de agua dulce.
Como una buena parte de estas riquezas naturales se encuentran precisamente en los territorios ancestrales de los pueblos originarios, el conflicto de estas poblaciones con el Estado era inevitable. El Estado, en efecto, propietario formal de todas las riquezas del subsuelo, se creyó en capacidad de poder disponer de esos territorios, sin tener en cuenta la presencia de estas poblaciones y sin respetar el Derecho a la consulta que le impone el Convenio 169 de la OIT (Organización internacional del trabajo). Para los gobernantes, sirvientes solícitos de las multinacionales, como para el resto de la población, la resistencia de los pueblos indígenas fue una verdadera sorpresa.
Ocurre que esta agresión capitalista es extremadamente grave, pues no sólo tiene que ver con la usurpación de los territorios ancestrales, sino también con los modos de explotación de esos recursos, altamente nocivos para la naturaleza y para las condiciones de vida de esos pueblos. En algunos casos se trata de la deforestacion, con todo lo que implica en perdidas de biodiversidad, para implantar cultivos intensivos, a veces de productos genéticamente modificados, y que van a ser regularmente fumigados con agrotóxicos, dañinos para la salud humana y animal, y contaminantes de las napas freáticas. En otros casos, de perforaciones petroleras, o de la apertura de minas, algunas a cielo abierto, que tienen la particularidad de consumir enormes cantidades de agua, y de contaminar así los ríos y lagunas y de impedir toda producción agrícola para la alimentación humana o animal.
Conscientes del peligro vital que afrontan, muchos pueblos indígenas se han levantado en masa contra esas implantaciones y, en la coyuntura actual, marcada por la crisis del capitalismo, han logrado suscitar la adhesión activa de grandes sectores populares. Es esta base social multitudinaria, y por supuesto multiétnica, la que ha hecho de las luchas de los pueblos originarios la principal resistencia que haya encontrado hasta ahora el neoliberalismo, y la que ha abierto nuevas perspectivas electorales, como ha ocurrido en Bolivia, a candidatos que forman parte de esas poblaciones, o que defienden sus principales reivindicaciones.
La importancia y la complejidad de sus reivindicaciones
La lucha indígena tiene la particularidad de cuestionar integralmente la arquitectura del sistema que los países latinoamericanos, en el momento de la independencia, han copiado de modelos europeos. En efecto, para satisfacer sus reivindicaciones, lo primero que hay que hacer, inevitablemente, es refundar esos países, es decir, reformular las cartas constitucionales, a fin de reconocer que son multinacionales, multiétnicos y multilingues. Inmediatamente después de este reconocimiento, también inevitablemente, hay que restituir a esos pueblos la propiedad de sus territorios ancestrales y acordarles la capacidad jurídica de administrarlos conforme a sus intereses.
La refundación de un país, para reconocer que no es sólo de algunos sectores, sino de todos los que lo habitan; para reconocer que algunos de esos sectores son propietarios legítimos de los territorios en los cuales han vivido desde el alba de la humanidad, y que en ellos gozan del derecho de administrarlos como mejor les parezca, constituyen -¿qué duda puede caber?- conquistas revolucionarias. Conquistas que solo pueden obtenerse en el contexto de un proceso de cambio, con una relación de fuerzas largamente favorable a los intereses populares.
Sin embargo, no se puede ni se debe ocultar que esas reivindicaciones entrañan riesgos mayores, debido a las contradicciones sociales y políticas que pueden generar, y que abren la posibilidad a la manipulación o instrumentalización de esas contradicciones por aquellos -los mismos de siempre-que no aceptan esa súbita y radical reorganización del país. En este aspecto vale recordar las relaciones sulforosas que tuvieron los indígenas Misquitos con la Revolucion Sandinista, precisamente cuando se estaba implementando la autonomía de los territorios indigenas.
Entre estos riesgos potenciales, tal vez el primero, tenga que ver con la tentación secesionista de algunas regiones ricas a las que les pesa compartir el beneficio de sus negocios con las regiones pobres del país. Un proceso de cambio orientado a satisfacer las reivindicaciones de las poblaciones originarias, implicando la remodelación del sistema, es siempre una excelente ocasión para tratar de obtener la partición del territorio nacional. Esta tentativa de secesión ya se ha visto en Bolivia, felizmente desarticulada por el gobierno central.
Cuando se trata de reconocer y revalorizar las particularidades culturales de las poblaciones, el carácter étnico cada una de ellas puede también revelarse un factor de graves contradicciones internas, como se ha visto en otras regiones del mundo (en el Este europeo, en Africa, etc.) llegando incluso a masacres y enfrentamientos fratricidas. En este aspecto, por sólo citar un ejemplo, no debe subestimarse la utopía de ciertos grupos indígenas de “reconstruir” el Tahuantinsuyo (el Imperio Inca), lo que implicaría por lo menos la tentativa de reformular las fronteras nacionales actuales.
Otro problema potencial tiene que ver con la capacidad de las poblaciones indígenas, una vez que hayan obtenido la autonomía, de asumirse como parte integrante y solidaria de un conjunto nacional. Los países pobres, en el mundo capitalista y globalizado del presente, sin capitales y tecnologías, no tienen la menor posibilidad de privarse de la explotación de los recursos naturales que existen en el subsuelo de los territorios indígenas. ¿Sabrán encontrar estas poblaciones, y el Estado, los modos de explotación de estos recursos de manera que no entrañen perjuicios irreversibles en la naturaleza, que beneficien a todos y que ayuden al desarrollo socio-económico del país? Algunas experiencias recientes, en países como Ecuador, parecen indicar que este tema puede ser también objeto de conflictos.
La cosmovisión indígena, ¿un nuevo paradigma post-capitalista?
La cosmovisión indígena, panteista y animista, que les impone a las poblaciones un respeto sagrado a la naturaleza (a la Pachamama), parece corresponder a la principal exigencia del momento actual frente a los desafíos que se derivan del cambio climático. En efecto, el extraordinario desarrollo de la producción de riquezas, de las últimas décadas, concentrada en un escaso numero de compañías multinacionales, se ha hecho en detrimento de la salud del planeta, al extremo de poner en peligro inminente la vida de ciertas especies, entre ellas, la de los seres humanos.
Combatir las causas del cambio climático y tratar de salvar todo lo que puede aún ser salvado en los ecosistemas impone, a la humanidad entera, un comportamiento frente a la naturaleza semejante al de las poblaciones originarias. Este comportamiento, de asociar indisolublemente su propia vida, a la vida de la Pachamama, es una de las manifestaciones del instinto de conservación que el hombre moderno ha olvidado. A tal punto llega la enajenación que nos ha provocado la sociedad capitalista.
Sin embargo, un cambio súbito de mentalidad a nivel mundial, es imposible, por mucho que millones de personas internalicen muy rápidamente el respeto por la naturaleza. El verdadero cambio en la relación del hombre con la naturaleza sólo podrá ser la consecuencia de una modificación radical de las formas de producción de bienes y servicios, y esa modificación sólo podrá ser la consecuencia, también, de un cambio de sistema social, regido por otros valores que los de la sociedad capitalista.
Desde ese punto de vista, la cosmovisión de las poblaciones originarias, esta lejos de representar una alternativa, o un nuevo paradigma post-capitalista, como lo pretenden algunos intelectuales y dirigentes indígenas, pues toda alternativa pasa necesariamente por la definición de las características principales de la sociedad que se quiere construir, y de los medios para alcanzarla. Eso no impide, evidentemente, que los valores que los pueblos indígenas han sabido preservar -el respeto de la naturaleza, la solidaridad, la cooperación, el sentido de pertenencia a la comunidad, la armonía social, entre otros-, formen parte de los preceptos éticos de la nueva sociedad.
Fuente: http://www.kaosenlared.net/noticia/129936/pueblos-originarios-
luchas-sociales-america-latina
Comentario