Y no lo tuvo, en efecto, hasta que, a partir de octubre de 1968 el proceso antiimperialista de Velasco Alvarado puso en jaque sus tradicionales reductos, y abrió las compuertas a un proceso de transformaciones profundas que, sin embargo, no llegó a cuajar ni a concretarse por debilidades que no es del caso analizar aquí.
Hay que reconocer, sin embargo, que ese miedo no concluyó con la caída de Velasco. Se extiende hasta hoy.
Sólo eso explica el tipo de campaña que la reacción está haciendo cuando ve peligrar su cuota de Poder, puesta a consulta en los comicios próximos del 3 de octubre.
Lo que se disputa, no es mucho. En todo, caso, no es mucho lo que está en juego en Lima, donde se ha concentrado el embrollo electoral que ha trastornado a los grupos más representativos del pensamiento conservador.
Se trata de elegir al gobierno municipal, que en todos los países no pasa de ser sino una administración local de poca resonancia.
Ocurre, sin embargo que, en la circunstancia concreta, en Lima el Alcalde de la ciudad ha pasado a ser, al mismo tiempo, Presidente del Gobierno Regional de Lima Metropolitana. Y eso sí constituye un peldaño de significativa trascendencia.
Por eso es que la Mafia del pasado, los medios de comunicación a su servicio, los partidos de la derecha y hasta altos funcionarios del Estado incluyendo al Presidente de la República y el actual burgomaestre capitalino, han cerrado filas en torno a la candidatura de Lourdes Flores, la lideresa del Partido Popular Cristiano.
No les importa mucho ella, por cierto. Lo que les interesa, es que sea derrotada -a cualquier precio y de cualquier modo- Susana Villarán, la candidata de Fuerza Social, que ha surgido como una suerte de expresión contestataria en un escenario en el que la reacción está acostumbrada a decir todo y a hacer todo, sin resistencia alguna.
Hay quienes han visto en el nivel de aceptación que ha logrado alcanzar la señora Villarán, una suerte de “recuperación de la izquierda”. Pero eso, no necesariamente es así.
Podría ser si consideráramos solamente el hecho que tras esa candidatura ha sido posible alcanzar una confluencia significativa de fuerzas avanzadas. Pero no hay que perder de vista que esta elección no implica una definición ideológica, sino política, y más precisamente, electoral.
Se trata, en efecto, de un acuerdo de fuerzas que tienen diferencias marcadas en distintos aspectos de la vida peruana e internacional, pero que han creído indispensable ponerse de acuerdo en una suerte de pacto de punto fijo_ devolver el sentido de la dignidad al pueblo para que sea dueño de su propia voluntad, y no actúe en función de los intereses de una clase dominante envilecida y en derrota.
Ese es el sentido básico del acuerdo que dio forma a la candidatura de la señora Villarán, y que ha sacado de quicio a la reacción.
En el fondo, la derecha peruana no tolera que el pueblo piense por su cuenta, decida por su voluntad y actué con criterio propio. Le acomoda mucho más la situación anterior en la que los cenáculos de Poder actuaban a la sombra repartiendo privilegios y prebendas.
Para mantener esa situación, es que ha desatado hoy una campaña que, finalmente, no hace sino confirmar un hecho: el pánico les cala los huesos.
Si nos atuviéramos al sentido de la propaganda oficial, podríamos imaginar un escenario distinto. Ver, por ejemplo, a la candidata de Fuerza Social con una sonrisa feroz -a lo Lenin- mirando a sus adversarios colocados ya ante un Paredón imaginario. Y podríamos suponer a las unidades armadas de un supuesto “ejército rojo” tomando por asalto los cuarteles de invierno de los explotadores en las playas mas exclusivas, al sur de Lima.
Pero eso solo existe en la febril -y demencial- imaginación de Aldo Mariátegui, de un neo nazi de polendas, como Fernando Altuve; o de la propia Lourdes Flores, sedienta de poder y de dinero; que mastican el anticomunismo más primitivo sin reparar siquiera en la dimensión de las mentiras que sostienen.
Las señora Villarán, una aguerrida luchadora por la ecología y los derechos humanos, jugó un papel significativo en el combate al régimen fujimorista del pasado. Y se hizo de prestigio y autoridad en base a dos elementos: su trayectoria personal, y su modo un vivir sencillo y sin afeites.
Sus concepciones, democráticas y progresistas, registran sin embargo, notables ambigüedades y contradicciones. La izquierda, ha dejado de lado ellas para valorar lo que considera ahora principal: derrotar a quienes gobiernan en nombre del pueblo protegiendo con descaro los intereses de los poderosos.
Para votar por Susana Villarán, en este contexto, no se necesita ser revolucionario, maximalista, bolchevique o fidelista. Basta sólo tener una cuota de dignidad y de coraje elemental, y darse cuenta que el otro camino -el trillado derrotero de la reacción- es apenas más de la miseria acumulada, la desvergüenza convertida en norma y el desenfreno en el saqueo de la hacienda pública.Del resultado de los comicios del 3 de octubre dependerá en mucho el escenario posterior, y la perspectiva de un cambio en el marco de las elecciones nacionales de abril del 2011.
Por lo pronto, lo importante es constatar que, por primera vez desde la desaparición de Izquierda Unida, el movimiento popular encuentra una ruta de esperanza (fin)
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