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Hoy por la noche tendremos el resultado de la segunda vuelta en las elecciones municipales francesas y las previsiones sobre el resultado; por lo tanto, servirá sobre todo para hacer algunas comprobaciones generales en toda Europa que, en Francia, podrían ser menos evidentes, dadas la composición social y la historia política de este país, que posee una miriada de pequeñas localidades de menos de mil habitantes, las cuales representan casi la mitad de las municipalidades existentes en toda la Unión Europea. Las cifras duras nos dirán también si el impresionismo de la gran prensa ante los resultados del domingo pasado (y su aliento a la derecha y, en particular, al Frente Nacional lepenista de ultraderecha) dio o no en el clavo y logró efectos en esta segunda vuelta.
Con las urnas aún cerradas en esta segunda vuelta, los datos electorales son los siguientes:
La abstención abarcó 36.5 por ciento de los electores, cifra jamás alcanzada en los últimos 60 años; el Frente Nacional, xenófobo y fascista, que intentó aparecer con una cara democrática, triplicó sus votos incluso en ciudades que antes votaban por la izquierda y en los barrios obreros y populares, y está en condiciones de conquistar algunas municipalidades; el Partido de Izquierda del ex socialista Jean Luc Mélanchon y el Frente de Izquierda (entre éste, otros grupos menores y el Partido Comunista) también crecieron, aunque menos, al igual que los Verdes ecologistas, a expensas de una estruendosa derrota del Partido Socialista, que dirige el grupo de François Hollande; los comunistas recogieron votos que antes tenía el PS, pero también perdieron en muchos lugares donde gobernaban, precisamente por someterse a la política de Hollande; la derecha clásica (UMP, republicana, democrática y conservadora), que había apoyado a Sarkozy y todavía hoy se disfraza de gollista, es la principal fuerza de oposición y también recogió parte de la protesta contra el PS, pero mucho menos que el FN, cuyos votos en general necesita para ganar las municipalidades donde tiene chances en el segundo turno; ante el peligro de que el FN –solo o unido a la UMP– conquiste municipios importantes, los conservadores de la UMP dijeron que no llegarían a ningún acuerdo con los lepenistas, pero tampoco con los socialistas, que están aliados a Mélanchon y, por consiguiente, en los hechos no funcionará la ficción del frente republicano de los de centroderecha contra los extremos. En una palabra, millones de votos socialistas se fueron a la abstención o a los partidos de izquierda y los verdes, mientras otros votos ex socialistas o ex izquierdistas se perdían en la abstención o incluso reforzaban a los fascistas, para protestar contra la política neoliberal que comparten los socialistas y la derecha clásica.
La abstención fue muy grande en las zonas y sectores sociales más golpeados por la desocupación, pero no explica por sí misma el crecimiento del FN, que fue importante en ciudades menos sacudidas por la crisis pero donde fracasaron grandes luchas por conservar el empleo (dirigidas por la CGT, el sindicato más izquierdista) o en municipalidades dirigidas por los comunistas, que no resolvieron ningún problema serio.
Como en Ucrania y en el resto de Europa, sectores de desocupados, de jubilados, de jóvenes sin empleo y con menor educación expresan su odio a un sistema que sólo les ofrece crisis y marginalización y su repudio a una izquierda que hace muchos decenios abandonó el anticapitalismo y, en el caso de los socialistas, adoptó un socialiberalismo neoliberal atlantista y colonialista. La protesta tiene un fondo social de izquierda difusa, pero pasivo y sin centro y da margen a la intervención de una ultraderecha, minoritaria pero activa. Ese proceso se expresa particularmente en las elecciones, que excluyen a los trabajadores extranjeros que en los sectores concentrados representan casi un tercio de la mano de obra. Los partidos de izquierda tradicional no canalizan el repudio al racismo antiárabe de los fascistas, pero el mismo es una fuerza por sí misma, sólo aparentemente adormecida.
Como en la década de 1930, se desarrolla en Europa el nacionalismo, el racismo y crecen los grupos fascistas y hasta pronazis. Pero, a diferencia de entonces, no hay una izquierda obrera y socialista que les haga frente. Eso hace que la extrema derecha pese más sobre la derecha, que cree poder utilizarla y controlarla, y no tiene miedo, por la izquierda, a una fuerza anticapitalista. Por eso es muy probable que sean pocos los electores de la UMP que den sus votos al FN para permitirle gobernar su municipalidad y, también, que sean más los que voten por sus adversarios socialistas, tan neoliberales y republicanos como ellos, en vez de jugar a la ruleta rusa política eligiendo fascistas. Es probable igualmente que una buena cantidad de ex votantes socialistas que se abstuvieron en la primera vuelta voten contra el fascismo o la derecha clásica a regañadientes y tapándose la nariz, y que la suma de votos del PS, el PC, el PI de Mélanchon y la extrema izquierda, más los verdes, dé el triunfo en la segunda vuelta a los que abusivamente se autocalifican de izquierda y evite a Francia una situación incontrolable. De todos modos, Hollande tendrá que enfrentar una crisis en su partido y, a nivel francés y europeo, es un pato malherido. Su opción actual está clara: agarrarse de Barack Obama y aceptar el tratado de libre comercio tipo TLC o ALCA que Washington ofrece a la Unión Europea. O sea, la subordinación doble, a Alemania y a Estados Unidos, reduciendo a Francia, el país de De Gaulle y de los cacareos sobre la grandeur, al papel de pequeña potencia títere.
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