Por: Ramón Eduardo Azocar Añez
Doctor en Ciencias de la Educación/Politólogo/ Planificador. Docente Universitario, Conferencista y Asesor en Políticas Públicas y Planificación (Consejo Legislativo del Estado Portuguesa, Alcaldías de Guanare, Ospino y San Genaro de Boconoito).
Cuando todos escriben hoy del colombiano y Nobel de Literatura de 1982, Gabriel García Márquez (1927-2014), pareciera que fuera una competencia en razón de quien lo conoció más o quien lo leyó o comprendió más profundamente. Nadie entiende aún que el gran precipicio en el cual uno vive, en ese buscar sobrevivir en esas ciudades infernales los hombres pasamos una vida sin conocernos y llegamos al final y aún somos ausentes de nosotros mismos.
El Gabo, como se llegó a apodar a Gabriel García Márquez, fue un escritor que siempre entendió su oficio; entendió el hacia dónde le era necesario ir y llegar. Le obsesionaba ser auténtico, honesto con su lector; y aprendió su manera de contar historias a través de la literatura por la vía más compleja: interactuando con las gentes. Su hacer carpintería, que era como miraba el arte de unir palabras, esa visión metafórica de los tornillos y las grapas para ir dándole forma a una estructura de pensamiento que motivara a un lector y le hiciera atraparlo para que leyera hasta la última página, fue su grandeza y también su estilo. El Gabo no creó el realismo mágico, ya estaba entre pequeños retazos de la obra de los latinoamericanos del siglo XX, y de algunos escritores europeos más avanzados, pero si fue su correlator, su bandera, su símbolo; alcanzó transmutarse en él y significar esa relación entre la realidad y la fantasía que desde el mito de El Dorado, ha sido la característica del amerindio que quiso extirpar y desaparecer la Conquista a raíz de 1492.
En una palabra, yo que comencé aludiendo a quienes dicen conocer más el Gabo (quizás para mostrarse más inteligentes), he caído en la banalidad de buscar interpretarlo, definirlo, cuando él nunca lo hizo; siempre se consideró un hombre del mundo y en ese mundo, en su totalidad, lo definiría a él. Gabo necesitaba una flor amarilla en su escritorio para trabajar; pensaba que los caracoles, los pavos reales y las flores de plástico daban mala suerte, un asunto de superstición. Pero en esencia el Gabo era extensión de la vida de los pueblos, de esas historias que siempre han existido en cada espacio familiar pero que por ausencia del talento descriptivo y escritural que tenía García Márquez no podemos dejar en blanco y negro, o en letra sobre papel.
En 1967, sale a la luz Cien Años de Soledad, novela que marcaría un antes y un después en García Márquez. Su novela comienza:”Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo…”, La novela tiene dos claves: por un lado que es una de las precursoras de la literatura contemporánea latinoamericana; y por el otro que viene mostrar un estilo de relato hiperbólico que adopta la apariencia virtualmente lineal; resalta como detalle una moderada retrospección en las primeras cien páginas cuyo eje es el momento en que “años después, el coronel Aureliano Buendía enfrenta el pelotón de fusilamiento”; escena que débilmente despista al lector porque el coronel no muere en esa ocasión. La realidad del tiempo de la novela no es sucesivo o cronológico, sino cerrado; el presente, el pasado y el futuro pueden ser narrados en un tiempo a cualquier tiempo por el narrador, porque el objetivo narrar cada uno. Por eso, el tiempo en Cien años de soledad es circular; una novela que no se desarrolla ni explica de manera lógica, que manipula el tiempo y crea de un sistema total que no permite la medida de tiempo en una concepción lineal. Esa es la grandeza de un creador y de un hombre que entendió que la novela como una historia que te la creas línea por línea, pero lo que descubre uno es que ya en América Latina, la literatura, la ficción, la novela, es más fácil de hacer creer que la realidad”.
Lo que se conoció como realismo mágico, en términos del Gabo, no eran más que los hechos rigurosamente ciertos que, sin embargo, parecían fantásticos”. En el 2009, se publicó la biografía, autorizada, del Gabo titulada Gabriel García Márquez: una vida, del norteamericano Gerald Martin, experto en literatura suramericana quien dice que el autor fue y es el escritor más famoso del mundo, que trasciende todas las fronteras, todas las culturas y nacionalidades. Le recordaba el Gabo Charles Chaplin, pues era una persona muy humana, para la cual las risas y las lágrimas nunca estaban demasiado lejos las unas de las otras.
Cuando el Gabo, en 1982, recibió el Nobel dijo en su Discurso: “Los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía, donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.” Hoy despedimos al hombre materia, en polvo convertido y transmutado en espíritu y alma de esta Latinoamérica erguida, llena de sueños y esperanzas, en un mundo cada vez más etéreo, insensible y líquido, que no entiende de razones lógicas ni de utopías mágicas; un mundo difícil y complejo, al cual estaba comenzando a entender García Márquez cuando le tocó volver a Macondo.
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