En la Asamblea Constituyente no se tocó el régimen de las Fuerzas Armadas y de la Policía, se mantuvo tal cual la anterior Constitución, por orden del Presidente. La demanda de los suboficiales es legítima interpretando la integralidad de la Constitución. No puede avanzarse en la construcción del Estado Plurinacional comunitario y autonómico sino se efectúan transformaciones estructurales e institucionales, fundamentalmente en aquellas instituciones que son los lugares de emergencia, es decir, de defensa, del viejo Estado, que no desaparece, mas bien, se lo restaura. Las Fuerzas Armadas y la Policía siguen siendo las mismas instituciones, fiel derivación de las centralidades y burocracias del Estado-Nación. Ni siquiera se dieron transformaciones que tienen que ver con la defensa del “proceso de cambio”; el mismo cuoteo político, la misma obediencia y subordinación disciplinaria de los ejércitos del siglo XIX y XX. En el continente, particularmente en Bolivia, las mismas discriminaciones institucionalizadas. Lo grave es que nadie se sorprenda de estas conductas continuistas y perseverantes en los códigos coloniales de estas instituciones; desde el presidente hasta los oficiales de alto rango, pasando por el vicepresidente. Todos toman como algo natural la estructura colonial, discriminadora, burocrática, e ineficaz militarmente. Todos ocultan estas graves falencias con seminarios, talleres y foros sobre la descolonización. ¿Cómo se puede entender estas contradicciones evidentes?
Los oficiales de alto rango, los gobernantes, los funcionarios y políticos oficialistas, creen que es suficiente con estas ceremonias, estas reuniones, estos seminarios, sobre descolonización. Es como un culto; repetir de memoria frases y consignas que se pretenden descolonizadoras; incluso las mesas que pueden haber puesto en consideración requeridas transformaciones, por más mínimas que sean, son escamoteadas a la hora de las conclusiones o de las memorias. El discurso descolonizador en el gobierno es un canto a la bandera; en la práctica, perduran habitus discriminadores, raciales, patriarcales, acompañados por violencias conocidas, desatadas por los mandos sobre los soldados, suboficiales y hasta oficiales. Ahora también sobre la mujeres, las que no dejan de sufrir vejámenes de parte de sus camaradas.
Los medios de comunicación al comentar las marchas de los oficiales ponen adjetivos como insólito, increíble, desacostumbrado, para intentar describir y comprender lo que pasa. Para estos medios también es normal que en las instituciones de defensa y del orden se mantenga la disciplina heredada, acompañada por jerarquías y estratificaciones. Si bien no apoyan la demanda de los suboficiales, los medios hablan de violencias orgánicas. De todas maneras, sorprende que no se ponga en mesa la gran diferencia, la gran distancia, de estas arquitecturas armadas y de estos dispositivos de defensa y del orden, con las transformaciones estructurales e institucionales que establece la Constitución. Cuando los suboficiales dicen que no puede haber oficiales de primera y oficiales de segunda, ponen en el tapete no sólo el problema de las jerarquías heredadas, no sólo, algo que es importante, la estructura racial y las relaciones raciales inherentes a estas instituciones, sino también la misma organización de un ejército, una armada, una policía, que mantienen formas burocráticas, que en el mundo contemporáneo no son, de ninguna manera efectivas, ni en la movilización y desempeño militar, ni en el cuidado de las ciudades.
Este gobierno se ha pasado de lado sobre cuestiones estratégicas, de defensa, incluso de orden, orden dinámico, por cierto. Se trata de un gobierno apegado a la demagogia, creyendo que con esta locución se solucionan los problemas. La verdad es que estamos ante un gobierno que no cuenta con una estrategia de defensa del “proceso de cambio”, por lo tanto del país donde debería darse este “proceso”. Estamos ante instituciones armadas y del orden donde los oficiales se contentan con recibir su sueldo cada mes y contar con los beneficios que le otorga la institución. Son otros funcionarios más. La preparación militar queda en generalidades geográficas, en una distribución espacial de cuarteles, que deja vacíos, en las fronteras; más preocupados por controlar las ciudades, los centros del conflicto, incluso a los contrincantes policías. El servicio militar, fuera de seis meses de cierta preparación en armas, terminan el resto del tiempo en “chocolateadas”. La formación de oficiales deja mucho que desear, en cuanto a la actualización de contenidos, tecnologías, información. Están muy lejos de haber estudiado seriamente las guerras, la experiencia en las guerras de los ejércitos, incluso las guerras que están cercanas, las que nos ha tocado sufrir. Si esta es la formación de los oficiales, qué se puede esperar de la formación de suboficiales. En el Colegio Militar se han introducido materias universitarias, como si esto mejorara la formación. La formación de un militar, mucho más si se trata de un militar de un Estado en transición, embarcado supuestamente en un “proceso de cambio”, no puede ser un colaje de materias. Es indispensable tener en cuenta los perfiles apropiados de un ejército que debería contar con la capacidad de la movilización general de un pueblo armado, para la defensa de un “proceso”. Estos temas pasan desapercibidos. No se van a resolver con cambios de símbolos, con nuevos saludos, con nuevos estribillos, con discursos superficiales sobre la descolonización. El servicio militar de la cual se sienten tan orgullosos los militantes de base del MAS no es más que un dispositivo colonial, un dispositivo de articulación estatal, de estatalización, es decir, de institución imaginaria de la nación, aunque el mismo servicio pueda servir para el juego de prestigio en las comunidades.
La descolonización es el desmontaje de los aparatos del Estado-nación, de su arquitectura institucional, de sus códigos coloniales, así como de sus códigos pretendidamente modernos. La descolonización implica la des-constitución de sujetos subalternos y la constitución de sujetos emancipados. La descolonización es liberar potencialidades, capacidades, creatividades, memorias sociales. Estas tareas no son atendibles demagógicamente, requieren subversiones de las praxis, desmontaje de habitus, de jerarquías instituidas; requieren destrabarse de las mallas institucionales que capturan y atrapan cuerpos. Los recorridos de la descolonización comienzan por tomar en serio la condición intercultural, retoman prácticas participativas, profundizan el ejercicio de la democracia en su sentido pluralista. En lo que compete a las transformaciones pluralistas, comunitarias, interculturales, que atañen a las necesarias mutaciones de las instituciones de defensa y del orden en cuestión, es indispensable su territorialización, las gestiones territoriales de defensa y de cuidado de la población.
La asonada de los suboficiales es una buena oportunidad para leer los signos de la crisis, no solamente del “proceso de cambio”, sino también del Estado. Es un buen momento para aprender, analizar sin tapujos, evaluar críticamente el “proceso” que naufraga. Así como es una gran oportunidad para efectuar cambios. Sin embargo, es de más probable que el gobierno actué como siempre, como lo ha hecho en distintas crisis, la de los cooperativistas y mineros, la relativa a las de la demanda de autonomías regionales, como las dadas en Potosí, como las del “gasolinazo” y el conflicto del TIPNIS. Es de esperar que el gobierno recurra a la justificación de lo que hay, volviendo a cubrirse con su ilusoria propaganda, cerrando los ojos y los oídos a lo que ocurre, optando por la represión. El gobierno habría perdido la oportunidad de reconducir, de retomar cursos abandonados, desde la primera gestión, encaminándose a un hundimiento, lento o más rápido, dependiendo de las circunstancias.
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