Immanuel Wallerstein fue un pensador creativo que creía que las ciencias sociales convencionales representaban los intereses de los poderosos. Nacido en la ciudad de Nueva York en 1930, el lugar que más tarde identificaría como la capital de la economía mundial, Wallerstein pasó su vida desafiando las visiones sociocientíficas y culturales dominantes del capitalismo global.

Cuando falleció, en 2019, Wallerstein pensaba que el sistema capitalista estaba en crisis estructural, condenado al colapso. Sin embargo, para él el fin del capitalismo no significaba necesariamente el ascenso del socialismo.

Wallerstein veía la lucha contemporánea como una batalla entre fuerzas regresivas que presionan por otro sistema altamente desigual y fuerzas progresistas que luchan por alguna forma de igualitarismo. Denominó a estas fuerzas contendientes el «espíritu de Davos» y el «espíritu de Porto Alegre», respectivamente. En su opinión, cada fuerza tenía aproximadamente las mismas posibilidades de éxito.

¿Cómo llegó Wallerstein a esta conclusión aparentemente funesta? En realidad, no consideraba que su predicción fuera sombría. «Las probabilidades», como le gustaba decir, «son del cincuenta por ciento. Pero cincuenta-cincuenta no es poco; es mucho».

Crisis y colapso

Adiferencia de muchos intelectuales de izquierda del siglo XX, Wallerstein no cambió su optimismo juvenil por un pesimismo anciano o por la aquiescencia. A medida que el neoliberalismo se afianzaba en la era de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, la perspectiva de Wallerstein se transformó en algo totalmente ajeno a los sentimientos de optimismo y pesimismo. Adoptó una fría racionalidad y una seguridad férrea en su diagnóstico de las crisis cada vez más profundas del sistema-mundo moderno y de su próximo colapso.

En la década de 1990, cuando el neoliberalismo se impuso a los partidos de Estados Unidos y Europa Occidental que en su infancia habían representado los intereses de los trabajadores, Wallerstein permaneció inquebrantable. En medio de los gobiernos de Bill Clinton y Tony Blair, que defendían el potencial aparentemente ilimitado del capitalismo de libre mercado, Wallerstein siguió sosteniendo que el dominio estadounidense estaba menguando y que el capitalismo era profundamente inestable.

El neoliberalismo asociaba la libertad humana y el desarrollo con mercados no regulados. Wallerstein, en cambio, asociaba esos conceptos con la igualdad en la política, la economía, el derecho y la cultura.

Hoy podemos ver que la historia se ha desarrollado más en línea con las predicciones de Wallerstein que con las de los neoliberales que habían prometido prosperidad económica y paz duradera. Las guerras de Estados Unidos en Afganistán e Irak no condujeron a un escenario mundial más pacífico o estable. Los líderes estadounidenses que promovieron mercados sin trabas, en lugar de lograr su objetivo de pacificar mediante la prosperidad, se limitaron a provocar protestas sociales mundiales y renovados esfuerzos de sindicalización.

El análisis de los sistemas mundiales de Wallerstein puede ayudarnos a dar sentido a nuestro caótico mundo. Fenómenos aparentemente inconexos, como las crisis financieras, las protestas populares y las guerras, revelan un sistema en crisis estructural.

Independencia africana y teoría de la modernización

Wallerstein siempre sintió curiosidad por la política y las ideas que informan nuestras acciones, así como por las interconexiones entre la política internacional y la nacional. Fue un joven partidario del movimiento a favor del federalismo mundial. En 1954 escribió una tesis sobre el macartismo que más tarde retomó el historiador Richard Hofstadter.

Wallerstein fue reclutado por el Ejército estadounidense durante la guerra de Corea y enviado a defender el Canal de Panamá. Después, puso sus ojos en los movimientos independentistas de África en el contexto de la cambiante escena mundial. Con la experiencia se dio cuenta de que las ciencias sociales existentes no podían explicar los problemas a los que se enfrentaban los nuevos Estados independientes del continente.

Los gobiernos poscoloniales cayeron casi inmediatamente en problemas de deuda e inestabilidad política. La opinión predominante entre los académicos dedicados al estudio del desarrollo político —término que designa la creciente sofisticación y resistencia de los órganos de gobierno— era que las naciones pobres e inestables lo eran a causa de las decisiones tomadas por sus dirigentes. Se partía del supuesto de que la mayor parte de la política era nacional, con una interacción solo incidental con el mundo exterior.

Esta perspectiva, que aún persiste, se conocía como «teoría de la modernización». Sus defensores recomendaban que los Estados-nación en apuros eliminaran las barreras al comercio y se abrieran a la inversión extranjera.

Wallerstein nunca aceptó que los nuevos gobiernos poscoloniales de África fueran los culpables de sus problemas. Creía que la política de la deuda y las condiciones comerciales injustas eran, como dijo el presidente de Tanzania Julius Nyerere, la «segunda contienda» por África. Consideraba que el impacto del imperialismo occidental había sobrevivido a la descolonización formal.

Movimientos antisistémicos

No obstante, Wallerstein trató inicialmente de enmendar la teoría de la modernización en lugar de sustituirla. Así, hacia fines de la década de 1960 planificó un importante estudio. Quería extraer lecciones para las «nuevas» naciones del mundo basadas en las experiencias de las «viejas» naciones, los Estados europeos que se habían formado en el siglo XVII.

Sin embargo, pronto rechazó la premisa de su proyecto. Era «una mala idea», escribió décadas después: los nuevos Estados-nación independientes creaban gobiernos y ejercían la diplomacia en circunstancias radicalmente distintas a las de las viejas naciones de Europa. Lo importante era la relación entre lo viejo y lo nuevo, razonó.

La nueva perspectiva de Wallerstein llegó poco después de las protestas mundiales de 1968, que él vivió directamente en Nueva York (de hecho, le gustaba recordar a sus amigos franceses que la revuelta de la Universidad de Columbia precedió en varias semanas a las protestas de París). Wallerstein consideraba que las protestas mundiales estaban interconectadas. En su opinión, todas luchaban contra el orden establecido y buscaban crear mejores circunstancias de vida. Más tarde diría que 1968 «cristalizó» muchas de sus opiniones, creencias que antes había mantenido «de forma más confusa».

Más adelante describiría 1968 como un «movimiento antisistémico», parte de una larga serie de movimientos sociales y nacionalistas modernos simbolizados por sus años, como 1789, 1848, 1917, 1968 y 1989. El término describe la forma en que la gente desafía ocasionalmente el orden establecido, altamente desigual, caracterizado por la jerarquía y la explotación. A veces logran sus objetivos (o algunos de ellos lo hacen), como los revolucionarios franceses en 1789. A veces los resultados son más desiguales, como en las revueltas europeas de 1848.

Tras su intento inicial de revisar la teoría de la modernización orientándola en una dirección más internacional e histórica, Wallerstein volvió a la pizarra de trabajo. Formuló entonces una nueva manera de concebir la política mundial, inspirada en las revoluciones de 1968, que daba cuenta de la relación entre colonizador y colonizado, banquero y deudor.

El sistema mundial

Basándose en pensadores como Fernand Braudel, Amílcar Cabral, Frantz Fanon y Karl Polanyi, Wallerstein ideó una forma de especificar la relación entre grandes y pequeñas potencias. Denominó a su enfoque «análisis de los sistemas mundiales», prefiriendo el término «análisis» por sobre el de «teoría», que en su opinión implicaría una sensación prematura de cierre, de tenerlo todo resuelto. Utilizó el guion «sistema-mundo» para indicar que ambas ideas eran inseparables. El guion mostraba que estaba escribiendo sobre un sistema que era un mundo, en lugar de simplemente el sistema del mundo. Por tanto, sostenía que un sistema-mundo podía ocupar un espacio menor que el de la Tierra.

Wallerstein concebía varios tipos principales de sistemas mundiales, entre los que destacaban el imperio mundial y la economía mundial. Un imperio mundial era una civilización a gran escala con una única institución de gobierno y un único sistema económico, como el de la antigua Roma. Conquistaba y ocupaba vastas extensiones de territorio y recibía tributos de las diversas partes que lo componían.

Una economía mundial, por el contrario, era para Wallerstein una criatura inusual, formada por varias instituciones de gobierno distintas dentro de un sistema económico global. En el caso de la economía mundial capitalista, los Estados (es decir, los países o naciones) estaban unidos por un sistema económico capitalista.

Según Wallerstein, el capitalismo se formó en Europa Occidental y América en el transcurso del «largo siglo XVI», que abarca aproximadamente los años comprendidos entre 1450 y 1640. Dada la prevalencia (incluso hoy en día) de la esclavitud, la servidumbre por contrato y otras formas de trabajo forzado, evitó definir el capitalismo como un sistema basado en el trabajo asalariado y la propiedad privada para caracterizarlo, en cambio, como un sistema basado en la acumulación incesante de capital, entendiendo por tal el valor almacenado.

Rápidamente surgió una división del trabajo que reflejaba las divisiones de clase dentro de los Estados. El «núcleo» rico y poderoso (inicialmente limitado a Europa Occidental) explotaba y se beneficiaba de la «periferia» empobrecida (gran parte del resto del sistema mundial). En medio, Wallerstein vio una categoría de cinta transportadora llamada semiperiferia, formada por Estados explotados con un pequeño derecho a las recompensas generadas por la periferia.

Sin embargo, el elemento central del análisis de los sistemas mundiales es la afirmación de que todos los sistemas son transitorios. Un sistema nace, atraviesa un periodo de fragilidad y luego de fortaleza, antes de entrar finalmente en un periodo de crisis terminal. Wallerstein sostenía que el capitalismo tiene una vida finita y que su funcionamiento normal acabará provocando su conclusión. Y, tras conocer al premio Nobel de química Ilya Prigogine, Wallerstein se dio cuenta de que esta lógica también era válida para los sistemas naturales, incluido el universo en su conjunto.

Al hacer hincapié en la relación entre sociedades, Wallerstein encontró una forma de describir el modo de producción capitalista tal y como existía realmente. Anteriormente, los científicos sociales utilizaban el Estado como unidad de análisis. Para Wallerstein, los Estados son un componente de un sistema más amplio.

Ritmos cíclicos

En los años setenta y ochenta, Wallerstein escribió extensamente sobre la historia del capitalismo en una serie de libros titulada El moderno sistema mundial, cuyo último volumen apareció en 2011. Explicó la frágil formación del sistema, sus periodos de expansión y crecimiento y sus contradicciones cada vez más profundas. Política y culturalmente, este periodo se caracterizó por el triunfo del neoliberalismo. Sin embargo, Wallerstein nadó contra la corriente neoliberal describiendo los orígenes y la expansión del capitalismo, su comportamiento episódico y sus tendencias perdurables.

Wallerstein se refirió a los altibajos del capitalismo como «ritmos cíclicos». Uno de esos ritmos era la «onda larga» económica: periodos a largo plazo de crecimiento más rápido y más lento. Algunas olas duraban varias décadas, mientras que otras se prolongaban durante siglos. Le interesaba especialmente cómo respondían los Estados y otros actores a los periodos de expansión y consolidación a largo plazo.

Otro ritmo cíclico que Wallerstein identificó fue el ascenso y la caída del dominio internacional. Ocasionalmente, una nación convierte sus ventajas económicas en una posición de poder sin rival, posición que él denominaba de «hegemonía». Al considerar las lecciones de los ejemplos holandés, británico y estadounidense, Wallerstein descubrió un patrón común: el hegemón en ascenso se defiende de un rival. Al hacerlo, sus ventajas en los campos de la producción agroindustrial, el comercio y las finanzas se convierten en superioridad militar. Tras un gran conflicto, como la Segunda Guerra Mundial, la nueva nación dominante establece las normas de un orden internacional duradero.

A partir de ese momento, declina lentamente al perder sus ventajas económicas en el mismo orden en que las obtuvo, empezando por la producción agroindustrial y concluyendo con las finanzas. Wallerstein creía que Estados Unidos había empezado a declinar en la década de 1970.

Tendencias seculares

Podríamos imaginar los ritmos cíclicos en términos metafóricos como el sistema-mundo moderno tomando aire y volviéndolo a soltar. Normalmente, vuelven a una especie de lugar normal, un equilibrio, pero también provocan nuevos desarrollos en el sistema. Estas «tendencias seculares» aumentan a lo largo de la vida del sistema. Por definición, no pueden deshacerse.

Wallerstein concibió varias tendencias seculares, entre ellas las revueltas políticas, el desarrollo de una fuerza de trabajo proletarizada (en sentido amplio) y la expansión geográfica del sistema-mundo. Esta última resulta útil para reflexionar sobre el capitalismo global actual.

Según Wallerstein, un signo de la crisis estructural del capitalismo es su incapacidad para expandirse geográficamente. Durante cuatro siglos, hasta aproximadamente finales del siglo XIX, el capitalismo pudo aliviar sus presiones internas mediante el expansionismo. En una zona determinada, a medida que los trabajadores exigían mejores salarios y condiciones de trabajo más seguras, mientras que los recursos escaseaban, los propietarios-productores «huían» a nuevas zonas.

En muchos casos, esta huida condujo a la incorporación de zonas externas a la economía mundial. El sistema comenzó en Europa y América, pero en ocasiones se ha extendido rápidamente. Por ejemplo, en la era del imperio, de 1750 a 1850 aproximadamente, las potencias europeas empujaron a gran parte del sur de Asia, África Occidental y el Imperio Otomano hacia la periferia del sistema mundial.

Justo cuando la ideología del capitalismo de mercado sin restricciones se afianzaba en Occidente, el análisis histórico de Wallerstein mostraba un sistema en apuros. Sin espacio para crecer, argumentaba, el sistema dependía más de la creación de nuevas tecnologías, nuevas mercancías y nuevos contratos, como los que protegían los beneficios futuros en los acuerdos comerciales internacionales.

Al hacer hincapié en las crecientes contradicciones del sistema, Wallerstein se hizo inmune a la actitud cultural del capitalismo tardío que tanto había frustrado a sus compañeros radicales: a saber, la idea de que la libertad corporativa ilimitada era de alguna manera la condición natural del mundo y la mejor de todas las opciones posibles. Si pudiéramos resumir la filosofía del neoliberalismo con aquella vieja frase de «no hay alternativa», Wallerstein resumía su propia actitud con una réplica muy utilizada: «¡hay miles de alternativas!».

Clases peligrosas

La salvaje fortuna del capitalismo en lo que va de la década de 2020 tiene muchas causas a corto plazo, como la pandemia y las interrupciones en la cadena de suministro just-in-time, la escasez de petróleo, la naturaleza impredecible de las acciones tradicionales y la volatilidad predecible de las criptodivisas. Sin embargo, las ideas de Wallerstein nos dicen que debemos ver la secuencia de las crisis recientes en un lapso de tiempo más largo. Representan un sistema-mundo incapaz de volver al equilibrio. En su lugar, el sistema continúa oscilando caóticamente en una dirección tras otra.

La crisis del capitalismo también ha envalentonado a la gente corriente para exigir más a sus Estados. Durante mucho tiempo, la promesa del liberalismo de reformas lentas pero constantes consiguió apaciguar a la gente, o al menos a un número suficiente de personas para mantener las estructuras de poder existentes. Las declaraciones de las élites sobre las libertades políticas —y, de hecho, la propia libertad— eran para Wallerstein en realidad justificaciones de la desigualdad. Los Estados centrales trataban de «domesticar a las clases peligrosas», escribió, «incorporándolas a la ciudadanía y ofreciéndoles una parte, aunque pequeña, del pastel económico imperial».

Sin embargo, con el tiempo, a las potencias centrales como Estados Unidos les resultó más difícil justificar sus aventuras imperiales y la perpetuación de la desigualdad económica. A medida que la hegemonía estadounidense disminuía, también se mostraba incapaz de mantener el orden que había creado décadas atrás. Otras naciones ya no se sienten constreñidas por sus directrices.

Según Wallerstein, las potencias hegemónicas pueden declinar elegante o precipitadamente, pero no pueden evitar el declive. En su opinión, la invasión de Irak en 2003 fue un caso en el que Estados Unidos intentó convencer a otras naciones de su grandeza. Como escribió dos meses antes de que comenzara la invasión:

Con el colapso de la Unión Soviética, Estados Unidos perdió el principal argumento político que tenía para persuadir a Europa Occidental y Japón de que siguieran sus iniciativas políticas. Lo único que le queda es un ejército extremadamente fuerte.

El comienzo del siglo XXI se caracteriza por la desestabilización cíclica del orden hegemónico estadounidense. Pero también aparece marcado por la desestabilización secular del propio sistema-mundo. Para Wallerstein, el sistema no puede volver a la normalidad.

Curiosamente, muchos de los escenarios que inspiraron el concepto de análisis de los sistemas-mundo de Wallerstein también podrían beneficiarse de sus ideas. Las naciones poscoloniales siguen en crisis, luchando contra la deuda y la inestabilidad política. Sin embargo, sus antiguos colonizadores también tienen problemas, con ciudadanos inquietos que exigen un mejor trato de sus jefes y gobiernos.

Wallerstein estaba convencido de que la lucha por la igualdad tenía más posibilidades de éxito si se armaba con las ideas adecuadas. Definitivamente, sus reflexiones han colaborado a ello.