Por: Milena Radovich, Diego Astiz
Para construir una realidad más justa con el conjunto de la vida y el planeta es fundamental decrecer en la escala material y energética y combatir la injusta acumulación de riqueza
Veranos con temperaturas históricas, sequías y tormentas torrenciales; escaladas de conflictos armados en distintos lugares del planeta; el Mar Menor se muere, cientos de personas llegan en cayuco a Canarias mientras otras fallecen en el trayecto; la Sexta Extinción Masiva… Cómo podemos atajar, o siquiera alcanzar a comprender la crisis ecosocial en la que nos encontramos, no es una tarea política nada sencilla.
El bombardeo de información es ingente. Los teléfonos móviles se llenan de titulares llamativos en busca del clickbait, que nos envuelven en una sensación de alarma constante. Vivimos momentos de excepcionalidad, pero cuando la excepcionalidad se vuelve norma pierde su potencial político. Es imposible reaccionar y contraponerse a cada suceso que hoy nos atraviesa con la misma intensidad e indignación y poder construir alternativas deseables.
El movimiento ecologista lleva tiempo explicando las causas científicas de los procesos de declive y alarma ecológica en la que hoy nos encontramos, pero también proponiendo iniciativas y alternativas que permitan pensar que hay salida. Sin embargo, la multiplicidad de procesos y de síntomas con los que hoy nos encontramos pueden generar una sensación de agobio y abatimiento. Por ello, es vital comprender, pero también sintetizar y ordenar los sucesos que actualmente hacen que nuestras vidas estén atravesadas de distintas formas por la crisis multisistémica en la que nos encontramos. Desmontar y repensar los presupuestos culturales que los sostienen. Poder poner en orden las ideas es, además, una condición necesaria para construir alternativas, salidas y soluciones.
Este poner en orden las ideas debe tener como objetivo un cambio cultural, una nueva manera de mirar al planeta, no como fuente inagotable de recursos, sino como sujeto político del que depende nuestra supervivencia. Necesitamos una Nueva Cultura de la Tierra.
Esta Nueva Cultura de la Tierra se atreve a resumir en siete ideas el giro de paradigma que necesitamos para construir una realidad más justa con el conjunto de la vida y el planeta.
La cultura del crecimiento económico es una cultura suicida
1. Decrecer en la escala material y energética. Es vital entender que la cultura del crecimiento económico es una cultura suicida. Vivimos en un planeta de recursos limitados y nos encontramos en una situación de translimitación; el decrecimiento no es una opción, sino un hecho inevitable. La cuestión es si ese decrecimiento será desordenado, prorrogando el estilo de vida opulento de una minoría planetaria sobre zonas de sacrificio cada vez mayores (especialmente pueblos periféricos, mujeres y ecosistemas), o si decreceremos redistribuyendo con criterios de suficiencia, justicia social y ecosistémica.
2. Construir equidad en común. Nos queremos salvar todas. La desigualdad se sostiene en el acaparamiento de recursos por unas élites que cada año aumentan su porcentaje de beneficios (paralelamente a su porcentaje de emisiones de CO2). Actualmente la responsabilidad social y ecológica es dolorosamente asimétrica. La redistribución de los recursos y la justicia ambiental se hacen condiciones indispensables para asegurar la supervivencia de la vida humana y no humana en condiciones dignas. Dada la imposibilidad de crecer en la esfera material y energética, lo que toca es combatir la injusta acumulación de riqueza, y repartir y compartir dentro de los límites entre el techo ecológico y el suelo social de necesidades mínimas.
Entender nuestra naturaleza ecodependiente pasa por superar la idea del ser humano como cúspide de la evolución
3. Mantener la biodiversidad. La Sexta Gran Extinción de especies es una catástrofe que amenaza el equilibrio que mantiene el conjunto de la biosfera. Esta es imprescindible para la funcionalidad de los sistemas y procesos vitales como la fotosíntesis, la polinización o la fertilización de suelos, que son los encargados de sostener la complejidad de la vida en la Tierra. Entender nuestra naturaleza ecodependiente pasa por superar la idea del ser humano como cúspide de la evolución y comprender que la salida a esta crisis no va a venir de la mano de tecnologías superadoras de cualquier proceso natural, sino de poder imitar y regenerar las miles de relaciones simbióticas entre especies que hoy en día mantienen la vida en el planeta. La idea de dependencia y de diversidad (ecológica y cultural) nos hace fuertes como especie.
4. Vivir del sol actual. La forma de vida del Norte global enriquecido se basa en una cultura profundamente petrodependiente. El consumo de combustibles fósiles no solo está en peligro por su agotamiento, sino que nos está llevando a una situación de caos climático. El aumento de temperatura de la atmósfera es un hecho, la cuestión es hasta qué punto vamos a permitir que se dé ese aumento y que consecuencias climáticas se ocasionarán. La energía nuclear no es una tabla de salvación, ya que, entre otras muchas razones, su producción de residuos profundiza en la situación de translimitación de los sumideros. Necesitamos una conversión del modelo energético basado en renovables, de forma descentralizada y justa.
La basura es una creación exclusivamente humana, por lo que debemos frenar la acumulación de residuos en el aire, la tierra y el agua
5. Cerrar los ciclos materiales. La basura es una creación exclusivamente humana, por lo que debemos frenar la acumulación de residuos en el aire, la tierra y el agua. Tanto persiguiendo su reducción como buscando su biocompatibilidad insertándola en el ciclo circular de la vida. Para ello es imprescindible abandonar la linealidad del proceso productivo actual que acumula residuos dando lugar a enormes vertederos, y sustituirla por un proceso basado en la suficiencia, cercanía, lentitud y reintegración en los ecosistemas. Aun siendo más desconocida, nuestra disrupción sobre los grandes ciclos biogeoquímicos (carbono, nitrógeno, fósforo) es un asunto tan primordial y acuciante como el desequilibrio climático o la pérdida masiva de especies
6. Poner la vida en el centro. Al igual que seres ecodependientes, somos seres interdependientes. Los seres humanos habitamos cuerpos vulnerables que necesitan de cuidados. Estos han sido sostenidos, de manera remunerada o no, principalmente por mujeres. El avance en derechos y libertades de las mujeres del Norte global no puede sostenerse en los cuerpos de mujeres precarizadas del Sur global. Los cuidados son una tarea básica, toca ponerlos en valor y repartirlos. Poner la vida en el centro es impulsar una cultura que promueva vidas dignas de ser vividas dentro de los límites ecológicos, que apueste por la no violencia en la resolución de los conflictos y que acentúe la cooperación sobre la competición.
7. Escribe tú sobre la NCT. El cambio de paradigma no podemos hacerlo sin el resto de las personas, primero porque no conocemos todas las respuestas, sensibilidades, reflexiones, vivencias y luchas que cada persona y colectivo tiene o experimenta, y segundo porque cuanta más gente se sume a este cambio, más cerca estaremos de alcanzarlo. Proponemos participar añadiendo una nueva idea que impulse este giro y enriquezca esta Nueva Cultura de la Tierra.
Quizás pueda pensarse que los manifiestos están pasados de moda, pero necesitamos hacer explícitos los presupuestos esenciales de una nueva cultura. En tiempos de saturación, de estrés y agotamiento, hace falta frenar y organizar ideas, alternativas y estructuras para poder ser estratégicos y sobre todo, ver una salida.
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