En 1998, por primera vez en el siglo XX y lo que va del XXI, los capitales europeos desplazaron a los norteamericanos en Chile, Brasil y Argentina. Si bien, las políticas de ajustes estructurales impuestas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional a la economía global son tuteladas por EE.UU., es Europa quien las ha aprovechado mejor en los últimos 20 años.Y del conjunto de capitales europeos que ordenan la economía chilena, el 50 %, es español. Sobre todo en el sector de servicios públicos, que antiguamente eran asunto del Estado. Es así como el agua potable es controlada por el grupo Barcelona; telecomunicaciones por Telefónica; y la electricidad por Endesa. En la industria bancaria, el Banco Santander y BBVA, suman más de la mitad del mercado financiero que existe en el país. El 90 % de los capitales españoles se explican apenas por 8 empresas. “Ello significa dos cosas”, sentencia el economista y académico Claudio Lara Cortés, “alta concentración de la industria y máximo aprovechamiento de las privatizaciones”.LOS GOBIERNOS: CÓMPLICES DE LA USURALara indica que la manera en que el capital europeo, y el español en particular, invaden Chile es a través de la “acumulación por desposesión”. Las empresas nacionales que fueron vendidas durante los gobiernos de la Concertación y antes por la dictadura, se entregaron a precios bajísimos. Sin contar que previo a la venta, el Estado se encargó de las deudas de las empresas, disciplinó la fuerza laboral, despidió trabajadores y fragmentó los sindicatos. Es decir, pasó las empresas “sanitas” para la explotación europea. Estas prácticas deben considerarse como extra económicas, “de lo contrario es imposible explicarse cómo el capital español acumuló tanto en tan poco tiempo. Los bancos, por ejemplo, han contado con la complicidad de los gobiernos para cobrar por servicios sin fundamento”, dice Claudio Lara.EL REINADO DEL HOLDING
Pero se supone que el arribo de las empresas hispanas generaría en Chile mayor y mejores empleos, fortaleciendo el mercado interno. Asimismo, ingresarían mejores tecnologías (“modernidad”); y en materia de gestión (o “tecnologías blandas”), llegarían las últimas versiones de la administración de la empresa.
“Sin embargo, los efectos fueron negativos”, indica Lara, y pone el ejemplo paradigmático de EMOS como tendencia internacional. Porque, en realidad, los capitales hispanos representan intereses de holding o grupos económicos muy diversificados que, entre otras cosas, cambian proveedores nacionales por miembros de su propio grupo, aunque salga más caro. “Y esto ocurre porque lo que importa es la rentabilidad general del holding.”
Las consecuencias de estas políticas españolas son el aumento de las importaciones. “Chile, paradójicamente se presenta como país exportador, pero por muchos años importó más que exportó. Y las exportaciones de Chile (cobre, celulosa) sólo fueron favorecidas por la coyuntura de la alta demanda internacional de recursos primarios (2003-2008). Aquí sólo funcionó el efecto precio”, cuenta Lara.
En teoría, las empresas europeas debían completar aquello que no existe en la economía chilena, es decir, aportar con ahorro externo al ahorro interno. Pero eso no pasa porque más del 70 % de las transacciones se da en forma de compra o fusión de empresas. Es decir, el capital europeo y español no crea nada nuevo. Dice Claudio Lara que “el aporte a la inversión es casi nulo. Sólo cambia el propietario de lo que ya existe.”
Este movimiento tiene fines estratégicos. Por ejemplo, el aterrizaje de Endesa España a Chile afines de los 90′ tiene objetivos transnacionales. La jugada estaba puesta en quién asume el protagonismo del sector eléctrico a escala latinoamericana. Chile no es el objetivo principal. Sólo opera como plataforma para expandir el dominio del holding Enersis en cinco países.
“Chile, en términos proporcionales -asegura Lara- es el país latinoamericano con mayor presencia de capitales extranjeros. Aquí no hubo ninguna defensa de la industria nacional: se vendió todo.”
LAS CONDICIONES PARA UN NUEVO SINDICALISMO
Abajo, en el mundo del trabajo, en la realidad de las grandes mayorías, el capital español y europeo promueven el subcontratismo y la fragmentación industrial y geográfica. El fenómeno se advierte en el sistema eléctrico, super dividido regionalmente. Y sobre todo en la banca (BBVA). Naturalmente, la fragmentación de la industria (que es inversa a la concentración de su propiedad) se refleja en la propia fragmentación del sindicalismo. De hecho, las huelgas son atacadas con la subcontratación de servicios externos mientras duran, y luego esos servicios terminan por quedarse en la empresa. Y la subcontratación siempre es sinónimo de precarización y temporalidad del empleo.
-¿Y qué tipo de sindicalismo crees que demanda la actual organización del trabajo?
“Hoy el trabajo sufre un alto nivel de rotación al interior de la empresa. Esto dificulta la construcción de sindicalismo. La única solución es reunificando, retejiendo. Hay que retomar la importancia de las federaciones que aglutinen sindicatos aunque sean pequeños; tratar de imponer la negociación por rama. Una dificultad, es que el sindicalismo chileno se constituyó sobre fuerzas de trabajo muy estables. Y ahora lo que crece es el trabajador precario e informal.”
Entonces el nuevo sindicalismo debe ser flexible en sus formas e inflexible en sus principios. Al sindicalismo tradicional nunca le interesó organizar a los desempleados. Pero ahora el desempleo es algo común para parte significativa de la fuerza de trabajo. Sólo el 2009, según cifras de la Dirección del Trabajo, se presentaron un millón 560 mil cartas de despido. Ello corresponde a casi uno de cada cuatro trabajadores en Chile. Por tanto, “se demanda un sindicalismo con otros criterios de unificación. Por rama, por profesiones. Este es un tema clave. Y por otra parte están los trabajadores estables, que precisan tender lazos bajo lógicas mucho más amplias”, termina Claudio Lara.
Andrés Figueroa Cornejo
Abril 23 de 2010
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