El artículo que sigue es una reseña de The Invention of Marxism: How an Idea Changed Everything, de Christina Morina (Oxford University Press, 2023)

Las biografías colectivas no son nada nuevo ( si no, que se lo pregunten a Plutarco) pero están en auge, y la historia del socialismo ofrece un rico filón de posibles temas. El nuevo libro de Christina Morina, The Invention of Marxism, traducido al inglés por Elizabeth Janik, ofrece un «retrato de grupo» de los ocho hombres y una mujer que inventaron el marxismo.

El marxismo, por supuesto, adopta muchas formas diferentes. La variedad supuestamente inventada aquí es la primera forma estable de marxismo después de Marx, la variante del socialismo marxista que se convirtió en una presencia europea dominante en los aproximadamente treinta años que van desde la muerte de Karl Marx en 1883 hasta el comienzo de la Gran Guerra. Morina llama a esto «marxismo», sin adjetivos, pero dada esa diversidad, me refiero a él aquí como «marxismo clásico» («marxismo de la Segunda Internacional» también hubiera sido un sinónimo cercano).

El marxismo clásico, así entendido, está relacionado con los escritos y el activismo del propio Karl Marx, pero es distinto de ellos. Según Morina, es «una escuela, una visión del mundo, un arma, una doctrina para explicar el mundo y un programa para cambiarlo». Y se presenta aquí como la creación de los nueve protagonistas que, juntos, conforman su «generación fundadora». Enumerados por fecha de nacimiento ascendente, son Jules Guesde (1845-1922), Karl Kautsky (1854-1938), Eduard Bernstein (1850-1932), Victor Adler (1852-1918), Georgi Plejánov (1856-1918), Jean Jaurès (1859-1914), Vladimir Lenin (1870-1924), Peter Struve (1870-1944) y Rosa Luxemburgo (1871-1919).

Estos nueve individuos forman un grupo diverso desde el punto de vista político y filosófico, y tienen orígenes cronológicos y geográficos muy variados. No constituyen una cohorte de edad (el mayor tenía veinticinco años cuando nació la más joven) y vivieron y trabajaron en circunstancias muy diferentes, principalmente en Francia, Austria, Alemania y Rusia. No obstante, la afirmación de que forman un grupo no es inverosímil. Las características compartidas que se destacan aquí incluyen estar entre los primeros estudiantes serios de la obra de Marx, autoidentificarse como «intelectuales marxistas» de un tipo distintivamente comprometido, ayudar a desarrollar esta nueva Weltanschauung y establecer una «red transnacional» (constituida por sus interacciones personales y políticas) que sostuvo y difundió esa visión del mundo.

En el título de la edición original alemana —el libro de Morina se publicó por primera vez como Die Erfindung des Marxismus. Wie eine Idee die Welt eroberte (Siedler Verlag, 2017)— el marxismo clásico fue la idea que «conquistó el mundo». En la edición inglesa, es la idea que «lo cambió todo». El título se excede en ambos idiomas, aunque quizá sea injusto culpar a los autores de las hipérboles de sus editores. Esta monografía es la segunda de Morina fruto de su estancia en la Friedrich-Schiller-Universität Jena. Su primer libro, Legacies of Stalingrad (2011), explora memorias contrapuestas del Frente Oriental en la Alemania de posguerra.

Dado tanto el énfasis del título en las ideas como el alcance teórico y la ambición de esos nueve protagonistas, quizá resulte sorprendente que las teorías y argumentos de estos últimos no sean el centro de atención de este nuevo libro. Sus conflictivos compromisos teóricos no se tratan mucho, y ese escaso abordaje no siempre resulta satisfactorio. De hecho, Morina transmite a veces cierta impaciencia de historiador ante los esfuerzos filosóficos de precisión o profundidad. Declina —al menos así lo afirma explícitamente— involucrarse en un compromiso evaluativo con las teorías de sus protagonistas («una serie interminable de disputas teóricas y programáticas»), y dice estar «tentada» de caracterizar su propia contribución a la historización del marxismo clásico como «no ideológica». Aunque la cautela retórica es evidente por el uso de comillas, su autodescripción no deja de ser llamativa.

Morina tampoco se compromete de forma evidente con el contexto histórico más amplio; por ejemplo, en el libro se habla comparativamente poco de las circunstancias sociales, políticas o intelectuales que propiciaron el desarrollo del marxismo clásico. Por supuesto, no se niega la importancia de ese contexto —hay referencias de pasada a la industrialización y a la creciente autoridad de la ciencia (Verwissenschaftlichung)—, pero sus verdaderos intereses y atención están en otra parte.

En particular, a Morina le preocupa la «experiencia vivida» por este grupo de escritores y activistas marxistas durante su «mayoría de edad». Le interesan especialmente las similitudes, más que las diferencias, que operan en las vidas tempranas de cada uno de sus protagonistas. Este interés por sus motivaciones y experiencias comunes durante sus años de formación se desarrolla a lo largo de las tres secciones centrales del libro: «Socialization», «Politization» y «Engagement».

Trabajo de campo y espíritu aventurero

La primera parte, «Socialization», se ocupa de lo que se sabe acerca del impacto de la familia, la escolarización y la lectura temprana. Este es el ámbito de su formación «prosocialista» y, en este contexto, a Morina le interesa sobre todo la importancia de la educación, especialmente de la alfabetización temprana —más que, por ejemplo, los antecedentes de clase o los acontecimientos políticos— para la formación de sus protagonistas. Si bien se señalan sus circunstancias materiales, los aspectos comunes de su formación —desde la infancia, pasando por la juventud, hasta los primeros años de la edad adulta— giran en torno a su educación dentro y fuera de sus familias. Por ejemplo, Morina habla de las primeras aficiones literarias de sus nueve protagonistas, aficiones que a menudo combinan autores iconoclastas y clásicos de sus respectivas tradiciones nacionales. Se señalan, además, sus competencias lingüísticas: todos ellos hablaban cuatro idiomas o más. Y también hay un comentario —que a este lector le ha parecido un poco superficial— sobre la herencia judía de Adler, Bernstein y Luxemburg.

«Politization» se centra en el impacto emocional e intelectual de sus descubrimientos personales y sus primeros compromisos con los escritos de Marx. El análisis de sus «caminos individuales hacia Marx» se divide en dos periodos, diferenciados cronológica y geográficamente. Los lectores aprenden sobre Guesde, Jaurès, Bernstein, Kautsky y Adler, que vivían y aprendían en Londres, París, Zurich y Viena, entre 1878 y 1888. Y luego sobre Plejánov, Struve, Lenin y Luxemburgo, que se encontraban en Ginebra, Varsovia y San Petersburgo entre 1885 y 1903. Morina parece dispuesta a resistirse a dos versiones alternativas de la apropiación de Marx por parte de sus protagonistas, a saber, que esta recepción debe considerarse el resultado de un ejercicio puramente racional o de una conversión casi religiosa. La obra de Marx «prometió iluminación, no salvación» a la generación fundadora del marxismo clásico.

«Engagement trata de sus primeras exploraciones del mundo social, y el debate se organiza de nuevo en dos partes. En primer lugar, se describen los primeros contactos de los protagonistas con las condiciones de vida y de trabajo de los asalariados de la época. Sus diversos retratos de una clase trabajadora «en parte real, en parte imaginada» ayudaron a consolidar las ambiciones científico-sociales del marxismo clásico. Sin embargo, su contacto con la vida obrera variaba considerablemente: desde la amplia experiencia de primera mano de Adler (como médico y, más tarde, inspector de fábrica) hasta el contacto limitado e improductivo de Struve con los trabajadores ordinarios. Morina también esboza sus compromisos específicamente políticos y sus más directas tentativas partidarias de cambiar el mundo en torno a la Revolución Rusa de 1905-1906. Este último compromiso provenía de diferentes direcciones: tres de sus protagonistas actuaron sobre el terreno (Lenin, Luxemburgo y Struve); cinco lo hicieron como «críticos y comentaristas distantes» (Kautsky, Bernstein, Adler, Guesde y Jaurès); y uno fue sui generis (Plejánov, con su emblemático retiro a su estudio). En términos más generales, se dice que sus respectivas teorías de la revolución se ajustan a la triple distinción de Iring Fetscher entre «parlamentarismo pseudorrevolucionario» (Kautsky, Bernstein, Adler y Jaurès), «revolucionarismo democrático» (Luxemburg, Plejánov y Guesde) y «revolucionarismo de élite» (Lenin).

La coherencia intelectual e institucional del marxismo clásico no fue duradera; ya sometida a la presión de los debates sobre el «revisionismo» y la huelga de masas, se fracturó con el comienzo de la guerra en 1914. El debate de fondo de Morina termina incluso antes, con esas disputas y relatos contrapuestos de la Revolución rusa de 1905-1906 (el único acontecimiento revolucionario que todos sus protagonistas vivieron y con el que se comprometieron).

El libro concluye con algunas reflexiones sumarias y una tipología. Basándose en la naturaleza de sus interacciones con la realidad social y en las fuentes de conocimiento que implica, Morina identifica tres perfiles característicos entre sus escritores y activistas. En primer lugar, hay «trabajadores de campo» que se relacionan con el mundo principalmente a través de la experiencia de primera mano, y cuya comprensión a menudo se forma empáticamente (como Adler, Bernstein y Jaurès). En segundo lugar, hay «aventureros» que se relacionan con el mundo principalmente a través de la experiencia de otros, y cuya comprensión a menudo implica indignación más que empatía (Luxemburg, Guesde y el joven Plejánov). Y, en tercer lugar, hay «ratones de biblioteca» que se relacionan con el mundo principalmente a través de los textos y cuya comprensión suele ser teórica y analítica (Lenin, Kautsky y Struve). Por supuesto, estos son tipos ideales, y en el mundo real son más habituales las combinaciones. Por ejemplo, Morina retrata a los «revolucionarios profesionales» —es decir, Luxemburg, Lenin, Guesde y Plejánov— como distintas combinaciones de ratón de biblioteca y aventurero. Ninguno de ellos, al parecer, es un trabajador de campo.

Resultados discretos

The Invention of Marxism refleja un trabajo considerable y contiene numerosos detalles históricos. Mi reacción crítica no es inmediata; hay elementos que me han gustado, pero el proyecto en su conjunto no me ha convencido del todo. Ofrezco aquí cuatro observaciones (dos críticas y dos más positivas).

La primera es una preocupación crítica sobre el alcance. Empecé el libro con la mente abierta sobre el potencial iluminador de las biografías colectivas, pero me encontré cada vez más dubitativo sobre el alcance de este ejemplo concreto, en el que los protagonistas forman un grupo tan heterogéneo con puntos de vista y circunstancias tan diversos. Morina se centra en los elementos comunes de la experiencia vivida por nueve individuos que desempeñaron un papel formativo en el surgimiento del marxismo clásico. Las coincidencias entre ellos se desvelan a su debido tiempo, pero a menudo me parecieron de carácter un tanto decepcionante.

Tomemos el ejemplo de su formación temprana, analizada en la sección «Socialization», que cubre los patrones compartidos en «su transición a la edad adulta, sus experiencias como lectores y su compromiso con la realidad». Por ejemplo, todos se criaron en hogares familiares «en su mayoría cálidos», con afinidad por el aprendizaje y la literatura, interés por los temas de actualidad y un desarrollado sentido de la curiosidad. También compartían la confianza en sí mismos y en su propia contribución a la comprensión y la transformación del mundo. Y el impacto de sus lecturas de Marx no fue en absoluto trivial, aunque las pruebas de su primer contacto con sus escritos son a menudo esquivas e incompletas. Estos puntos en común —el entusiasmo familiar por aprender, la confianza sí mismos y el impacto formativo de Marx— no sorprendieron ni alteraron ninguna de mis opiniones previas sobre este grupo de intelectuales socialistas. Lo preocupante, expresado con crudeza, es que la búsqueda de elementos comunes vividos tiene aquí éxito solo a nivel general, y sus resultados son más bien discretos.

En segundo lugar, junto a esa preocupación casi metodológica sobre el proyecto como tal, tuve una persistente y sustantiva duda sobre la posición —extrañamente central y marginal a la vez— de Friedrich Engels. En la literatura más habitual, Engels es el principal candidato para cualquier vacante en el papel de «inventor» del marxismo clásico (especialmente entre los hostiles al marxismo clásico, a menudo se culpa a Engels en solitario de su visión del mundo supuestamente simplificada y reductora). Al principio pensé que Morina podría cuestionar aquí la reivindicación de la responsabilidad, insistiendo en el caso de sus propios nueve protagonistas. Por ejemplo, en un momento dado llama a Engels el «supuesto» inventor del marxismo clásico, y aunque admite que ofreció un «apoyo dinámico» a esta generación fundadora, insiste en que lo hizo desde fuera, perteneciendo como pertenecía a un contexto anterior. Sin embargo, ese apoyo también se considera esencial, y se nos dice que sus protagonistas no podrían haberlo «inventado» sin la ayuda de Engels. En resumen, sin los esfuerzos de Engels, «no habría marxismo [clásico]».

La preocupación aquí es doble. En primer lugar, se pierde la oportunidad de cuestionar el alcance de la responsabilidad de Engels en el surgimiento del marxismo clásico. En este contexto, a lo sumo puede decirse que Morina desvía parte de la atención de Engels. Además, parece haber cierta tensión entre su insistencia en que el marxismo clásico fue el «proyecto generacional» de sus nueve protagonistas y la idea de que Engels fue corresponsable de su invención (que no existiría sin él). Así que, como mínimo, me gustaría que se desentrañaran con mayor precisión los contornos de esa responsabilidad compartida.

Divulgar el marxismo

Desde un punto de vista más positivo, también ofrezco dos observaciones. En primer lugar, no cabe duda de la importancia histórica del tema de Morina. Es fácil olvidar la magnitud del movimiento socialista europeo en la época de la Segunda Internacional, y es importante darse cuenta de que millones de sus partidarios aprendieron el socialismo no de Marx —gran parte de cuyo corpus (a excepción del Manifiesto comunista y El capital) era inédito o no estaba disponible—, sino de los escritos de divulgación y polémica de esta generación fundadora del marxismo clásico.

Si bien no todos son muy leídos hoy en día, no cabe duda de que estos trabajos de divulgación influyeron en el surgimiento de una visión distintiva de las ideas de Marx que aún sigue vigente. Morina identifica aquí algunos de los textos clave, como La doctrina económica de Carlos Marx, de Kautsky (una visión general publicada por primera vez en 1887), Propiedad social y privada, de Bernstein (que apareció en 1885), El socialismo y la lucha política, de Plejánov (una de las primeras obras políticas publicadas en Ginebra en 1883), Los dos métodos, de Jaurès y Guesde (que compila las actas de su debate de 1900 en Lille sobre la colaboración de los socialistas con los parlamentos burgueses), ¿Qué hacer? (el famoso panfleto sobre el partido y la clase publicado por Lenin en 1902) e Introducción a la economía política, de Luxemburg (sobre todo la parte de sus conferencias partidarias sobre economía publicada por primera vez en 1909-1910). La descripción de las ideas de Marx que surge de esta literatura no siempre es del todo precisa o lo suficientemente compleja, pero ejerció una enorme influencia, no solo en su momento, sino también en la formación de impresiones posteriores sobre su pensamiento.

En segundo y último lugar, aunque el proyecto en su conjunto no me haya convencido, los elementos que lo componen son a menudo atractivos e interesantes. Aunque sobre gustos no hay nada escrito, el libro contiene muchos detalles históricos sorprendentes y que invitan a la reflexión. Se presenta al lector a un regordete Jaurès de nueve años al que le gustaba aprender tanto como comer, digiriendo con avidez la gramática latina junto con el ganso asado. El libro también reproduce algunas páginas sorprendentes de los primeros cuadernos de dibujo de Kautsky (c. 1872-73), llenos de figuras románticas dibujadas con entusiasmo. Y hay interesantes descripciones de varios espacios de trabajo: el estudio de Guesde (en 1878) parece estar decorado con retratos de Henri de Saint-Simon y Robert Owen junto a (más previsiblemente) Ferdinand Lassalle, mientras que los gustos de Plejánov a este respecto parecen haber sido más clásicos, con Voltaire, Goethe, Belinsky y Chernyshevsky acompañando a Engels en las paredes de su despacho en Ginebra.

Este enfoque, junto con el uso de ilustraciones, proporciona un oportuno recordatorio acerca de la dimensión cultural de los movimientos socialistas. Aquellas descripciones de los entornos de trabajo, por ejemplo, dan una idea material de las tradiciones intelectuales en las que se situaban algunos de los protagonistas de Morina. En general, sin embargo, fue este tipo de detalles particulares, más que las conclusiones, lo que más me cautivó. La sugerencia de que el libro quizá sea menos que la suma de sus partes no pretende ser despectiva. Más bien me hizo pensar en un cuadro grande y ambicioso cuya composición no termina de funcionar, pero cuyos detalles no dejan de cautivar y suscitar interés.