Desde octubre, Israel ha matado a más de 25.000 palestinos, aproximadamente el 70% de ellos mujeres y niños, en lo que un destacado estudioso de los bombardeos aéreos ha denominado «una de las campañas de castigo a civiles más intensas de la historia». Israel ha matado a más de cinco veces más gazatíes al día que los nazis en la Blitzkrieg de Londres. Solo en los dos primeros meses de la guerra ha matado aproximadamente quince veces más niños que Rusia en Ucrania en los dieciocho primeros meses de la invasión.

Associated Press, citando a analistas especializados en cartografiar los daños de los bombardeos de guerra, informó que «la ofensiva ha causado más destrucción que el arrasamiento de la ciudad siria de Alepo entre 2012 y 2016, la ucraniana Mariupol o, proporcionalmente, el bombardeo aliado de Alemania en la Segunda Guerra Mundial». La campaña de Israel ha destruido los hogares de un tercio de los residentes de Gaza, ha dañado casi dos tercios de todas las viviendas y ha desplazado al 85% de su población, es decir, a 1,9 millones de personas, mediante evacuaciones forzosas. Se calcula que, en promedio, más de diez niños gazatíes al día han perdido una o ambas piernas.

La carnicería es totalmente deliberada. En palabras de un análisis filtrado del agregado de defensa holandés en Tel Aviv, Israel «pretende causar deliberadamente una enorme destrucción de las infraestructuras y los centros civiles»; esto es lo que explica el «elevado número de muertos» entre la población civil. La afirmación de Israel de que la baja de civiles es consecuencia involuntaria de ataques dirigidos contra combatientes de Hamás no es más que «una hoja de parra para perjudicar a la población civil», según una investigación detallada de los protocolos de ataque de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) publicada conjuntamente por los sitios de noticias israelíes +972 y Local Call.

Citando «conversaciones con siete miembros actuales y antiguos de la comunidad de inteligencia israelí», el periodista Yuval Abraham informó de que el procedimiento establecido por las FDI consiste en identificar el tipo de emplazamiento civil que desea destruir —como un rascacielos residencial— y después buscar en una base de datos algún vínculo con un grupo militante.

Dentro de las FDI, los ataques de esta naturaleza se denominan «objetivos de poder». «Si quieres encontrar la forma de convertir un rascacielos en un objetivo, podrás hacerlo», explicó un exfuncionario de inteligencia citado en el informe. Las afirmaciones oficiales de que esos objetivos están vinculados a Hamás son «una excusa que permite al ejército causar mucha destrucción en Gaza», dijo una fuente que participó en la creación de objetivos en anteriores rondas de combates en Gaza. «Eso nos dijeron».

No puede ser peor

En el conflicto actual, Israel ha dedicado esfuerzos particularmente a la destrucción de los hospitales, y admite abiertamente que los tiene como objetivo. De los treinta y seis hospitales de Gaza, solo dieciséis siguen funcionando parcialmente, con tasas de ocupación que «alcanzan el 206% en los departamentos de hospitalización y el 250% en las unidades de cuidados intensivos», informa la ONU. «Lo que hemos estado presenciando es una campaña planificada. Era un plan para cerrar todos los hospitales del norte», declaró Léo Cans, jefe de misión para Palestina de Médicos Sin Fronteras.

En la primera quincena de enero, los grupos de ayuda planearon veintinueve misiones críticas para llevar suministros médicos de urgencia al norte de la Franja de Gaza; Israel rechazó veintidós de ellas. Como consecuencia de su ataque al sistema sanitario de Gaza, «los médicos operan a los niños a los gritos, sin anestesia, utilizando teléfonos móviles como única fuente de iluminación», declaró en Ginebra el máximo responsable de derechos humanos de la ONU.

Además de los ataques directos, «el gobierno israelí está utilizando la inanición de los civiles como método de guerra», informa Human Rights Watch. «Las fuerzas israelíes bloquean deliberadamente el suministro de agua, alimentos y combustible, al tiempo que impiden sistemáticamente la ayuda humanitaria, arrasan zonas agrícolas y privan a la población civil de objetos indispensables para su supervivencia». Los inspectores israelíes rechazan los camiones de ayuda sin dar ninguna razón, y «si se rechaza un solo artículo», informó el New York Times, «el camión debe ser devuelto con su carga y embalado de nuevo para reiniciar el proceso de inspección». La coartada de la seguridad, por supuesto, es falsa: como señala el grupo israelí de derechos humanos B’Tselem, Israel prohíbe a las organizaciones humanitarias comprar alimentos al propio Israel, medida que obviaría la necesidad de inspecciones de seguridad.

Alex DeWaal, destacado experto en respuesta a crisis humanitarias de la Universidad de Tufts, escribió que la hambruna de Gaza por parte de Israel «supera cualquier otro caso de hambruna provocada por el hombre en los últimos 75 años» en términos de «rigor, escala y velocidad» de su bloqueo de los suministros necesarios y destrucción de la infraestructura humanitaria. Según la unidad de prevención de hambrunas de la ONU, la proporción de hogares de Gaza que experimentan una falta de acceso a alimentos que pone en peligro su vida es actualmente «la mayor jamás registrada» por la organización, y si continúan las condiciones actuales, en mayo es probable que un mínimo de veinte mil gazatíes al mes mueran de hambruna. «Nunca he visto algo a la escala de lo que está ocurriendo en Gaza. Y a esta velocidad», declaró Arif Husain, economista jefe del Programa Mundial de Alimentos de la ONU. «No puede ser peor».

No es el único que piensa así. «Funcionarios de organizaciones humanitarias y sanitarias con larga experiencia en grandes zonas de conflicto dijeron que la guerra de Israel en Gaza era la más devastadora que habían visto», informó el Washington Post en diciembre. «Para mí, personalmente, ésta es sin duda la peor que he visto», declaró Tom Potokar, cirujano jefe de la Cruz Roja que ha trabajado en conflictos en Sudán del Sur, Yemen, Siria, Somalia y Ucrania.

«Lo que está ocurriendo ahora mismo en Gaza supera cualquier desastre que yo haya presenciado al menos en los últimos 15 años más o menos», afirmó Zaher Sahloul, médico que dirige una ONG de medicina humanitaria y trabajó en Alepo durante la batalla por la ciudad. Martin Griffiths, subsecretario general de la ONU para Asuntos Humanitarios, la calificó de «la peor de la historia», y añadió: «No lo digo a la ligera. Empecé a los veinte años ocupándome de los Jemeres Rojos [de Camboya] (…). No creo haber visto nada igual, es una carnicería total y absoluta».

Sin retorno

La razón de que la carnicería sea tan grande es que Israel intenta matar o expulsar a la mayor parte posible de la población palestina de Gaza. Sus ataques directos contra la población civil forman parte de un plan más amplio: crear «condiciones en las que la vida en Gaza se vuelva insostenible», como dijo el General de División Giora Eiland, asesor del ministro de Defensa israelí Yoav Gallant. «Israel necesita crear una crisis humanitaria en Gaza que obligue a decenas o incluso cientos de miles de personas a buscar refugio en Egipto o en el Golfo», escribió el asesor en octubre.

En la jerga política del gobierno israelí a esto se lo denomina «emigración voluntaria». Se presenta como una elección: en palabras de Eiland, «Hay que decir a la gente que tiene dos opciones: quedarse y morir de hambre o marcharse». El plan de «emigración voluntaria» no es solo un escenario hipotético. Es política gubernamental, aunque, como informó en diciembre el periódico oficialista Israel Hayom, «No se discute en estos foros [reuniones oficiales del Gabinete de Seguridad] debido a su evidente explosividad». El plan se analizó en un documento del 17 de octubre de un influyente grupo de expertos próximo al gobierno de Netanyahu, que hablaba de «una oportunidad única y poco frecuente de evacuar toda la Franja de Gaza».

Las mismas conclusiones se avanzaron en un documento interno del Ministerio de Inteligencia, según el cual el «traslado de los residentes de Gaza al Sinaí» podría «proporcionar resultados estratégicos positivos y duraderos». Según Israel Hayom, el primer ministro ha encargado a su hombre de confianza, Ron Dermer, ministro de Asuntos Estratégicos, que «examine formas de reducir al mínimo la población de Gaza». En una reunión del grupo de diputados de la Knesset celebrada a finales de diciembre, Netanyahu prometió personalmente que estaba trabajando para «garantizar que quienes quieran salir de Gaza a un tercer país puedan hacerlo», según informó el sitio de noticias Israel Hayom, y añadió que la cuestión «debe resolverse» porque tenía «importancia estratégica para el día después de la guerra».

Estos objetivos son ampliamente comprendidos dentro del gobierno y el ejército israelíes. «Quien vuelva aquí, si vuelve, encontrará tierra quemada. Sin casas, sin agricultura, sin nada. No tienen futuro», declaró el jefe adjunto de la Administración Civil, el coronel Yogev Bar-Shesht, el 4 de noviembre. «Se ordena a toda la población civil de Gaza que se marche inmediatamente», declaró el ministro de Energía e Infraestructuras, Yisrael Katz, el 13 de octubre. «No recibirán ni una gota de agua ni una sola batería hasta que abandonen el mundo». «Ahora estamos realmente poniendo en marcha la Nakba de Gaza», declaró Avi Dichter, exjefe de la Agencia de Seguridad Interna de Israel, en las noticias del Canal 12 de Israel, en referencia a la expulsión masiva de palestinos de 1948.

Por ley, la autoridad suprema de Israel en asuntos de seguridad nacional es la agrupación ministerial interna conocida como Gabinete de Seguridad; sus decisiones son políticas vinculantes. Dichter y Katz son actualmente miembros, al igual que Netanyahu y Dermer. Si añadimos a los dos ministros extremistas Bezalel Smotrich e Itamar Ben-Gvir, al menos seis de los catorce miembros del Gabinete de Seguridad están registrados como partidarios de la «emigración voluntaria»; solo tres se oponen a ella: Gadi Eisenkot, Benny Gantz y Yoav Gallant.

Genocidio de manual

Existe consenso entre los estudiosos del genocidio en que la limpieza étnica no implica automáticamente genocidio, pero que ambos suelen ir juntos. Según Omer Bartov, profesor israelí-estadounidense de estudios sobre el Holocausto y el genocidio en la Universidad Brown, «Funcional y retóricamente podemos estar asistiendo a una operación de limpieza étnica que podría derivar rápidamente en genocidio, como ha ocurrido más de una vez en el pasado». De esto concluye que «la posibilidad de un genocidio está a la vuelta de la esquina».

Pero son numerosos los indicios de que esto ya está ocurriendo. Los informes de ejecuciones de civiles a quemarropa sobre el terreno por parte de las tropas israelíes se multiplican día tras día, como muestra el caso de un incidente ocurrido el 13 de diciembre en el que, según testigos presenciales que hablaron con Al Yazira, «mujeres, niños y bebés fueron asesinados al estilo ejecución por las fuerzas israelíes» mientras se refugiaban en Shadia Abu Ghazala, en el norte de Gaza. O un incidente ocurrido el 19 de diciembre, confirmado por la ONU, en el que soldados «mataron sumariamente al menos a 11 hombres palestinos desarmados delante de sus familiares en el barrio de Al Remal, en la ciudad de Gaza»:

Al parecer, las FDI separaron a los hombres de las mujeres y los niños y, a continuación, dispararon y mataron al menos a 11 de los hombres, en su mayoría de entre 20 y 30 años, delante de sus familiares. A continuación, las FDI presuntamente ordenaron a las mujeres y los niños que se metieran en una habitación, y o bien les dispararon o bien arrojaron una granada dentro de la habitación, hiriendo gravemente a algunos de ellos, incluidos un bebé y un niño.

Estos informes no pueden sorprender: las autoridades de mando israelíes han comunicado claramente a sus tropas que el objetivo de la guerra es librar a Gaza de los palestinos. El ministro de Defensa ha anunciado: «He liberado todas las restricciones». Moshe Saada, miembro del partido de Netanyahu que forma parte del Comité de Seguridad Nacional de la Knesset, se alegró recientemente de que incluso los israelíes de izquierdas estén ahora de acuerdo en la necesidad de una política de exterminio: «Antiguos colegas que antes se peleaban conmigo por cuestiones políticas», dijo, ahora «me dicen: “Moshe, está claro que hay que destruir a todos los gazatíes”».

Por eso, otros expertos en genocidio, como el historiador israelí Raz Segal, profesor especializado en el estudio del genocidio moderno en la Universidad de Stockton, son más contundentes que Bartov. «Lo que estamos viendo ante nuestros ojos es un caso de genocidio de libro de texto», dijo Segal. Los mismos términos utilizó Craig Mokhiber, director en Nueva York de la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, un veterano funcionario con treinta años de experiencia, que calificó Gaza de «caso de genocidio de manual» en su carta de dimisión del 28 de octubre. Quince relatores especiales de la ONU —expertos independientes de alto nivel que no están empleados por la ONU ni han sido nombrados por ningún gobierno— publicaron en noviembre una declaración en la que calificaban la situación de «genocidio en ciernes».

La complicidad de Estados Unidos

En un reciente artículo de opinión para el New York Times, Daniel Levy, veterano negociador israelí que ha servido a varios primeros ministros, instó al gobierno de Biden a ejercer «la influencia diplomática y militar real de que dispone» para presionar a Israel a aceptar un alto el fuego. «Esa exigencia no puede ser solo retórica. La administración debe condicionar la transferencia de más suministros militares a que Israel ponga fin a la guerra». El exembajador israelí en Francia, Élie Barnavi, hizo una observación similar en una entrevista el mes pasado: «No podemos hacer la guerra sin municiones o piezas de repuesto para nuestros aviones», señaló. «O se impone una solución o no la habrá. Los estadounidenses, de quienes dependemos en gran medida, pueden obligar a nuestro gobierno».

Joe Biden, sin embargo, ha tomado su decisión, aunque a regañadientes: apoya la operación de Israel. El 29 de diciembre, su administración aprobó una venta de armas de emergencia a Israel utilizando un vacío legal que le permitía eludir al Congreso. «A pesar del desafío de Netanyahu, Biden se ha comprometido a persuadirle mediante llamamientos privados», informó la semana pasada el Washington Post. «No hay ningún debate serio dentro de la Casa Blanca sobre cambiar la estrategia de forma significativa, según varios altos funcionarios de la administración y asesores externos».

La elección que ha hecho Biden le ha valido el sobrenombre de «Genocide Joe» en algunos círculos, un epíteto que muchos consideran injusto. Tienen razón. No hay que apresurarse a juzgar. Al igual que Antony Blinken, Brett McGurk y el propio Estado de Israel, Biden tiene bien merecido su llamado ante la justicia.