Por: Facundo Fora-Alcalde
Algunos impactos socioeconómicos de la Inteligencia Artificial y una postura socialista ante ellos.
La inteligencia artificial (IA), tal y como la conocemos hoy en día, surge de la capacidad de las máquinas para discernir patrones en los datos a través de un proceso conocido como aprendizaje automático [machine learning]. En este proceso, los ordenadores se programan para generar modelos, relacionando aleatoriamente variables con resultados especificados por los investigadores, y evaluar la precisión de cada modelo. Mediante un proceso iterativo de ensayo y error con vastos conjuntos de datos, el programa identifica de forma autónoma las variables y formas funcionales más relevantes, lo que le permite extraer conclusiones a partir de datos específicos con distintos grados de precisión.
Hasta ahora, la IA ha alcanzado resultados notables en el diagnóstico de enfermedades, la conducción autónoma de vehículos o las finanzas. Por ejemplo, ha sido capaz de detectar cánceres de piel y de mama mediante el análisis de imágenes con la misma precisión que los médicos profesionales; se sabe que la media de accidentes de coche por kilómetro recorrido es menor en los vehículos autónomos, y el fraude en las finanzas se identifica ahora con mayor facilidad y precisión gracias a las tecnologías de IA. En los próximos años la IA seguirá mejorando y probablemente superará el rendimiento humano en los muchos campos en los que las decisiones adecuadas se toman mejor considerando patrones derivados de grandes cantidades de datos difícilmente manejables por las personas.
Se trata, por supuesto, de una tecnología revolucionaria con capacidad para cambiar el alcance de los procesos de producción, la forma en que tienen lugar y, también, las pautas de consumo y comportamiento de las personas. Como tal, la IA tiene el potencial de afectar al bienestar humano en diferentes campos, lo que la convierte en una cuestión clave en las luchas políticas de los próximos años. Por esta razón se vuelve fundamental prever las posibles consecuencias de esta tecnología en las sociedades capitalistas en un futuro próximo e ir pensando qué políticas específicas podrían prevenir algunos de sus impactos negativos.
Las reflexiones sobre los impactos positivos de la IA en la construcción y el funcionamiento de una sociedad socialista habrían sido una contribución interesante a la cuestión que aquí analizamos, pero debido a limitaciones de tiempo y espacio no se ofrecen en este documento. Espero que esto pueda excusarse recordando la máxima marxiana según la cual la esencia del socialismo es la existencia de una democracia real. Por lo tanto, serán sus ciudadanos quienes decidan cómo vivir sus vidas.
Efectos potenciales de la IA
Antes de describir los efectos concretos que la IA podría tener en las sociedades capitalistas europeas conviene subrayar que, como medio para reducir las necesidades de trabajo para la producción de bienes y servicios, la IA puede tener el mismo impacto negativo en los salarios y las tasas de empleo que podría tener cualquier otra innovación que ahorre mano de obra. No se trata, en efecto, de un resultado necesario de la utilización de estas tecnologías, que, muy al contrario, pueden aumentar la riqueza de la sociedad que las utiliza.
Sin embargo, bajo las relaciones capitalistas de propiedad social, cada empresa está incentivada a sustituir a sus trabajadores (potencialmente rebeldes) por maquinaria (sumisa) cuando esta última es capaz de realizar las tareas que originalmente hacían los primeros. La aparición de nuevas y mejores tecnologías, por lo tanto, es probable que implique el despido de (más o menos) trabajadores en ciertas industrias y esto tenderá a debilitar la posición negociadora de los trabajadores individuales con respecto a las luchas salariales.
Podría darse el caso de que estos trabajadores despedidos encontraran un empleo en industrias de reciente expansión, experimentando el estrés y la incomodidad —generalmente pasados por alto por los pensadores burgueses— de estar temporalmente desempleados y de adquirir las habilidades requeridas en cualquier posible nuevo empleo. Sin embargo, en el mercado laboral capitalista no hay garantía de que esta recuperación de los puestos de trabajo perdidos llegue a producirse. Para que eso ocurra, diversas variables, como los ingresos dependientes de la elasticidad de la demanda de nuevos productos y la propensión marginal media al consumo, deberían alcanzar magnitudes muy precisas que solo por azar pueden lograrse en la actual organización de la economía europea.
Además, no hay que olvidar que la iniciativa privada suele ser más perjudicial que útil para desarrollar y difundir el uso de las nuevas tecnologías. Esto es así porque el conocimiento es un bien no-rival y no-excluible del que muchas personas pueden beneficiarse sin pagar su coste total, lo que hace que no sea interesante desarrollarlo desde el punto de vista de una empresa privada. Además, incluso en el caso de tecnologías ya desarrolladas a las que se puede aplicar un precio, en ausencia de planificación pública es probable que aparezcan paradojas QWERTY y/o monopolios naturales que reduzcan el alcance de cualquier mejora técnica.
Volviendo ahora a las especificidades de la IA, es interesante destacar su dependencia de los datos generados por el ser humano para su progreso. Dado que estos datos deben obtenerse a partir del análisis del comportamiento de las personas, las acciones y conductas de cada persona se convierten en activos valiosos para cualquier empresa. Para obtenerlos, el procedimiento más habitual que emplean las empresas es monitorizar el uso que hacen sus clientes de sus productos. De este modo, pueden entrenar a sus máquinas y ofrecer productos más automatizados y «respetuosos con el consumidor».
Estos procedimientos suscitan varias inquietudes. En primer lugar, es probable que la conocida contradicción humana entre voluntad y deseo, que está en la base del bienestar humano, se vea sesgada por estas prácticas. Más concretamente, como ya está ocurriendo, la publicidad (o la manipulación) puede alcanzar tal grado de éxito que es probable que muchas personas se encuentren persiguiendo bienes y costumbres que satisfagan sus deseos a corto plazo en contra de su voluntad y, por tanto, reduzcan su bienestar a medio y largo plazo (afectando además a su capacidad de raciocinio y autocontrol).
No sería de extrañar que la mayor capacidad de las empresas para retener a sus clientes mediante estas mejoras fuera utilizada para disminuir su esfuerzo innovador y el perfeccionamiento real y objetivo de sus productos, impactando aún más negativamente en el bienestar de las personas.
Sin embargo, existe otra forma de obtener estos valiosos datos más allá del seguimiento de los clientes: comprarlos. Esto suscita aún más inquietudes. Por un lado, el intercambio de datos de personas entre empresas extenderá las cuestiones anteriores a más bienes y los problemas planteados en los párrafos anteriores, por tanto, ampliarían su alcance. Por otra parte, el uso de estos datos en algunos sectores podría utilizarse para discriminar más adecuadamente a los clientes y cobrar precios diferentes que maximizaran la rentabilidad de las empresas, pero no necesariamente el bienestar de las personas. Esta discriminación podría tener en cuenta variables como el poder adquisitivo de cada persona, sus preferencias y sus necesidades (biológicas).
Discriminar según el poder adquisitivo puede sonar interesante desde una perspectiva igualitaria; sin embargo, no hay que olvidar que probablemente estimularía pautas de consumo muy diferentes entre las distintas clases, agravando aún más la erosión de las comunidades que ya conlleva la competencia capitalista. Discriminar en función de las preferencias y, sobre todo, de las necesidades biológicas, por otra parte, repercutiría en las condiciones de vida de las personas en función de algo que escapa a su control, lo que atenta contra cualquier noción razonable de sociedad justa y, en consecuencia, confortable.
Además de todo esto, si los datos se convirtieran en una mercancía, la mayoría de las acciones y decisiones de las personas estarían sujetas a la monetización, lo que probablemente repercutiría negativamente en su bienestar y en el de toda la sociedad por más motivos aún. Esto es así, en primer lugar, porque es probable que las clases bajas encuentren en la provisión de datos otro trabajo que alargará su tiempo total de trabajo informal y no regulado de forma similar a como lo ha hecho AirBnB, especialmente entre los trabajadores.
Por otro lado, es más probable que las clases altas encuentren formas de beneficiarse de la provisión de datos por parte de otros mediante, por ejemplo, la creación de aplicaciones que faciliten la supervisión de las acciones de las personas. Desde una perspectiva dinámica, estas desigualdades se traducirían probablemente en diferencias de impacto de la publicidad y la manipulación entre las distintas clases. De este modo, el trabajo informal y las desigualdades también podrían ampliarse como resultado del uso de la IA en las sociedades capitalistas.
Propuestas políticas
Para resolver o al menos paliar los problemas que la IA puede crear en nuestras sociedades se pueden poner en marcha algunas políticas. Por un lado, deberían reforzarse las políticas redistributivas para evitar el impacto negativo que la IA podría tener en el mercado laboral. En este sentido, sería deseable establecer límites específicos a las desigualdades de renta y vías concretas para su reducción dentro de cada país. También en este sentido, las organizaciones sindicales y sociales deberían formarse adecuadamente con recursos públicos en temas relacionados con la programación y, más ampliamente, con la IA, para empoderarlas en las posibles luchas que en torno a estos temas pueda suscitar la implantación de la IA.
Por otro lado, establecer el liderazgo del Estado en el desarrollo de las tecnologías relacionadas con la IA podría ayudar a garantizar su rápido desarrollo y que su uso se extienda ampliamente entre los productores, mejorando las perspectivas de crecimiento económico. Esto podría hacerse aumentando el gasto público y estableciendo códigos de apertura exigibles a algunas empresas cuando se considere oportuno. Además, la vigilancia pública de este proceso de desarrollo podría impedir la utilización de estos avances técnicos para manipular el comportamiento de las personas en beneficio de los beneficios de una minoría.
Por último, tras más de cien años sin reducciones de la jornada laboral máxima diaria legal, la aparición de la IA ofrece el marco perfecto para reivindicar, una vez más, el acortamiento de la carga laboral que las clases más bajas se ven obligadas a soportar en las sociedades capitalistas en beneficio de una minoría. En este sentido, la propuesta de una semana laboral de 30 horas sin reducción de salarios satisfaría este objetivo y, al mismo tiempo, mejoraría la redistribución de la renta en nuestras sociedades. Luchemos por ello y evitemos que, una vez más, la compulsión capitalista arruine avances técnicos que podrían liberar a la especie humana.
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