Por: Roberto Laxe
Que a estas alturas de la crisis del capitalismo haya que salir a defender sus logros ante amplios sectores sociales autodefinidos como progresistas ya tiene narices, cuando lo que deberíamos estar discutiendo es cómo acabar con él para avanzar; no para volver al pasado.
“Liquidada la conciencia de clase, se fraterniza ahora sobre la base del barrio, de la región o de los sentimientos” (La Era del Vacío, Gilles Lipovetsky, 1986), con lo que los antagonismos sociales se vuelven “flotantes”, o en el mejor de los casos, como diría Bauman, “líquidos”. Al desaparecer las raíces sociales de los antagonismos, equiparados a cualquier tipo de choque entre personas, se impone el individualismo narcisista, que surge de la “deserción generalizada de los valores y finalidades sociales” (op citada).
Para rematar la faena de la liquidación de la conciencia de clase, desde el posmodernismo y el posmarxismo se cargó contra la Ilustración bajo el argumento del fin de los grandes metarrelatos de la historia; olvidando conscientemente que la Ilustración no establecía ningún “metarrelato” de nada, sino que conseguía algo muy sencillo (no simple), separar la razón de la superstición religiosa y todas sus derivaciones. No es un metarrelato decir que “dudo, pienso, luego existo”, sino establecer una diferenciación evidente entre el ser humano y los animales. Que el principio cartesiano es erróneo por idealista, totalmente cierto; pero lo que también lo es que todo lo que el ser humano hace pasa por su cerebro donde anidan los pensamientos; no actúa solo de manera instintiva como los animales, sino sobre la base del pensamiento complejo.
Al abolir la diferenciación que la Ilustración llevó a cabo entre razón y superstición, se abrieron las compuertas a una vuelta al pasado donde las “supersticiones “ individuales o colectivas están al mismo nivel que cualquier avance científico y con ellas, las ciencias sociales que fueron las más afectadas. De ahí al solipsismo y al negacionismo de la realidad objetiva no hay más que un paso.
Toda esta construcción se basaba en dos hechos reales que le daban fuerza, uno, el descubrimiento con la caída del Muro de Berlin de que tras él no había socialismo, dos, la crisis y decadencia absoluta del capitalismo que está abriendo las puertas a la barbarie. Con el Muro de Berlín murió el futuro, que todavía estaba por escribir; y parafraseando a la Reina Amidala en la Guerra de las Galaxias, “entre aplausos, así muere el futuro de la humanidad”, solo queda el presente del capitalismo.
Sin embargo, el vacío no existe ni en la naturaleza ni en la vida social, por lo que la desaparición de la “conciencia de clase” abrió la puerta por la que han entrado todas estas “identidades” que desde los medios de propaganda de la clase dominante se han utilizado para profundizar en su disolución. Con ella se perdieron otros conceptos claves que ayudaban a tener una perspectiva de movimiento en la humanidad y que habían sido un acicate para el cambio social, la lucha por el progreso y la civilización.
Estas “identidades” construidas sobre unos antagonismos que flotan sobre algo tan subjetivo como el “amor a la tierra” o los “sentimientos y emociones” personales, tienden de manera inexorable a constituirse como “esencialistas”. “Su amor” a la tierra despreciado, sus “sentimientos” pisoteados por sociedades hipócritas, se convierten en el alfa y la omega de su actuación, rechazando al que no siente ese mismo “amor a la tierra” o que no tiene ese mismo sentimiento de ser diferente. Como de “sentimientos y emociones” no se puede discutir, es algo muy personal y subjetivo, desaparece cualquier posibilidad de que la razón, con sus argumentos y análisis de los hechos, entre en la ecuación. Solo queda una actitud moral ante ellos.
Al triunfar el “relativismo subjetivo” en todas las áreas del conocimiento, la sociedad ni avanzaba ni progresaba, solo eran “modelos” alternativos que cada una “escogía”, como si el desarrollo histórico estuviera sujeto a una especie de libre albedrío social. Relativismo y negacionismo de la realidad objetiva son dos caras de la misma moneda. Surge, así, una pregunta a la que ahora se responde mirando para el pasado; si las civilizaciones anteriores fueron tan civilizadas como la actual, ¿para qué luchar por un cambio social; con conservar o volver al pasado idealizado llega?
La disolución del concepto de progreso y civilización
La esencia de las críticas del posmodernismo, el pos marxismo y todas las corrientes construidas alrededor de las “identidades verticales” es el “eurocentrismo” del marxismo como heredero de la Ilustración, que mide el grado de civilización y progreso de otras sociedades por el rasero de la Europa capitalista.
Como la realidad demuestra que el capitalismo supone el más alto grado de organización social (civilización) dentro de las sociedades divididas en clases sociales, los defensores de esta teoría deben minusvalorar, adornar y blanquear el carácter de las no capitalistas. Así, la sociedad inca, mexica/azteca o maya se convierten en ejemplo de organización social, cuando los hechos dicen que eran tan opresoras y colonialistas como los conquistadores españoles y europeos con los que chocaron.
El choque entre estos imperios y el naciente imperio español no fue entre dos naciones, una civilizada, la americana, y la otra cruel, la europea; sino entre dos sociedades con un grado de desarrollo social diferente producto de las condiciones históricas concretas. Las sociedades americanas combinaban varios estadios de desarrollo social como los europeos mil o mil quinientos años antes; desde sociedades que no habían salido de la edad de piedra, la sociedad de cazadores-recolectores, y como veremos, hasta imperios muy semejantes al asirio, babilonio o egipcio, como los mencionados incas, azteca y maya.
El concepto de civilización y progreso no es abstracto; es bien concreto. Para Margaret Mead el primer signo de civilización en una cultura antigua es un fémur que alguien se fracturó y luego apareció sanado. En una conferencia, Mead explicó que en el reino animal, si te rompes una pierna, mueres. Al no poder procurarse comida o agua ni huir del peligro, eres presa fácil de las bestias que rondan por ahí. Y ningún animal con una extremidad inferior rota sobrevive el tiempo suficiente para que el hueso se suelde por sí solo. De modo que un fémur quebrado y que se curó evidencia que alguien se quedó con quien se lo rompió, y que le vendó e inmovilizó la fractura. Es decir, “que lo cuidó”.
Pero eso solo es el comienzo de la civilización; desde ese fémur curado hasta hoy han pasado cientos de miles de años y estamos en el más alto grado de la civilización humana dentro de la división en clases sociales, porque este criterio del “cuidado” sigue siendo válido: la longevidad de los seres humanos en poco más de 100 años ha pasado de los 40/50 años de media mundial a comienzos del siglo XX, a los más de 70 actuales.
Cierto es que “dejada por completo a sí misma, una contradicción histórica non tiene porque sentirse forzada al progreso” (Ernest Bloch, Sujeto-Objeto, El Pensamiento de Hegel, pág. 140). La humanidad ha dado un salto de cualidad en el control de la naturaleza tan grande incluido su ser como parte de ella, que, “gracias” a la sociedad capitalista, la está poniendo al borde de la catástrofe; sin embargo, este carácter destructivo que pueden adoptar las contradicciones sociales bajo el capitalismo, no niegan sus avances, sino que solo muestran sus límites históricos.
La lógica de equiparar sociedades que son distintas en un sentido inverso a las del paso del tiempo, mirando para el pasado, solo puede tener una consecuencia, el negacionismo, es decir, negar el progreso social y negar la posibilidad de un cambio hacia adelante de la sociedad. El socialismo no se construirá sobre las desaparecidas estructuras del monte comunal, de la aldea peruana o de la aldea africana, ni sobre la vuelta a la pequeña propiedad artesanal o agrícola, sino sobre la base de la destrucción del capitalismo por la única clase que lo puede hacer hasta sus raíces, la clase obrera mundial; y su superación por nuevas formas de organización social.
El marxismo no es euro centrista, es una teoría que surge en las sociedades más avanzadas de su época con la clase obrera, extendiéndose por todo el mundo tras la expansión del capitalismo, que es inconcebible sin clase obrera. Dentro del marxismo, una de sus patas centrales, es el materialismo histórico y la compresión de que todo fenómeno tiene un principio y un fin; en palabras de Hegel, “todo lo que nace, merece perecer”, y las civilizaciones no escapan a esta dinámica implacable.
El materialismo histórico y la construcción de la identidad personal
De acuerdo con la tesis central de que las relaciones entre las personas son una construcción social que determinan las identidades individuales y colectivas a partir de sus interrelaciones con sus orígenes biológicos u objetivos; son relaciones temporales e históricas que se expresan en las jerarquías sociales dominantes en cada periodo histórico. Desde este punto de vista, en unas sociedades cuyas relaciones sean las opuestas por el vértice a las actuales, esas identidades individuales y colectivas cambiarán de manera significativa, puesto que no dejarían de ser derivadas de esa nueva construcción social.
Los seres humanos construidos bajo las leyes del capitalismo tras milenios de división de la sociedad en clases sociales, no tendrán nada que ver con aquellos que crecerán y se educarán en sociedades sin clases excluyendo por definición las relaciones de poder y dominación; estas relaciones no serán las que determinen las identidades individuales y colectivas, sino la colaboración en la gestión de los bienes comunes.
Desde la Comuna de París de 1871, y sobre todo tras la expropiación de la burguesía en 1/3 de la humanidad después de la revolución de Octubre, nos permite atisbar cómo puede ser la transición a ese tipo de sociedad: la desaparición de la explotación y opresión marcará el inicio del desarrollo de todas las capacidades que el ser humano tiene como individuo. Incluso ahora, en plena decadencia del capitalismo, se puede entrever el nivel que la humanidad, y los individuos que la componen, podría alcanzar. Las identidades individuales y sus capacidades creativas, hoy sofocadas por la mercantilización de las relaciones sociales, crecerán exponencialmente en ese marco de libertad real.
Fueron Marx y Engels los que definieron el comunismo como la sociedad basada en el reparto equitativo de la riqueza social, bajo el principio de “de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”, puesto que partían de un hecho: los seres humanos como personas somos cada una diferente de los demás, es una propiedad del individuo, por lo que la igualdad propugnada por la burguesía es, en realidad, una igualdad formal; no se puede igualar lo que es distinto. Rosa Luxemburgo sintetizó perfectamente este futuro, “Por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.
Las condiciones biológicas, sociales y culturales son determinantes para la construcción de las diferentes identidades individuales de las que se derivan los derechos básicos de las personas a desarrollarse como tales. La burguesía respondió con su reconocimiento formal como parte del “programa” de lucha contra la estratificación jerárquica de los sistemas de producción no capitalista, basados en los derechos de sangre, divinos o directamente en la fuerza física; pero lo hizo de una manera “interesada”, la economía capitalista precisaba de “personas libres” para trabajar en sus fábricas y minas.
El esclavo o el siervo fueron liberados de sus cadenas físicas que, parafraseando a Rosa Luxemburgo, “se sienten aunque uno no se mueva”, para caer en las redes de la explotación capitalista, que “no se sienten si uno no se mueve”. El esclavo, el siervo tienen la bota del explotador en el cuello, son su propiedad. La persona asalariada no siente esa bota, se percibe como una persona con libertad para elegir y construir su futuro, para construir su identidad individual como si la sociedad en la que se desarrolla tuviera poco que ver.
Percibe que su identidad no viene determinada por las leyes objetivas de la economía capitalista basadas en la acumulación privada (el individuo capitalista) de la riqueza generada por la sociedad, y las consecuencias de alienación y cosificación de las relaciones humanas; sino por las que a través de su voluntad puede establecer de la misma forma que el consumo aparece como resultado de la libre elección del individuo. A través, del individualismo más exacerbado, el capitalismo es un sistema que se basa en lo “no evidencia” de la explotación y la opresión. Los derechos de los individuos, dicen constantemente, son sagrados.
Sin embargo, el capitalismo tiende a unificar/homogeneizar de una manera automática las relaciones humanas bajo la losa de las leyes del mercado, y de las formas ideológicas / culturales que de ellas se derivan. Al entrar en uno de los templos al Capital, los Centros Comerciales que existen en todas las ciudades del mundo, desaparecen todas las diferencias entre los estados; salvo por el idioma al que se dirigen a los consumidores, aunque cada vez menos por la hegemonía del inglés, uno no sabe si está en Tokio, Roma, Londres, Buenos Aires o Santiago de Compostela. La uniformidad impuesta por la dictadura del mercado es total, con la propaganda consumista comiéndose las mentes de todos comenzando por los más pequeños a los que les funden las neuronas a golpe de anuncio en todos los medios.
Bajo la apariencia de diversidad se oculta la más sutil dictadura del consumo como expresión de la identidad individual convertida en un nicho de mercado con el que hacer negocio: el caso de los medios de comunicación es paradigmático, una misma empresa, Atresmedia es dueña de dos cadenas de TV, Antena 3 y la Sexta, que se reparten los “nichos de mercado”, la primera dirigida al público que podríamos decir de derechas, y la segunda al público progresista. En la misma franja horaria, prime time, tienen dos programas diametralmente opuestos, el casposo del Hormiguero, con el reaccionario de Pablo Motos; y al tiempo, El Intermedio del guru del progresismo español, el Gran Wyoming. No obstante, ambos programas respetan los límites que el mercado establece para el ejercicio de las libertades democráticas en el Estado español, porque cuando alguien quiere traspasarlos como fue en Catalunya en el 2017, tienen el mismo discurso de rechazo al derecho a la autodeterminación de un pueblo.
Esta apariencia de “libre albedrío” en la construcción de las identidades personales entra en contradicción con los elementos objetivos que la determinan.
Por un lado, su reproducción como especie depende, hasta la fecha, de la estructura genética del ser humano y sus derivaciones fisiológicas; un cromosoma marca la diferencia entre las personas que tienen la capacidad reproductiva en todo el proceso, desde la concepción hasta el parto, y las que solo tienen una participación en una fase del proceso, la concepción. Sin ellas, la especie humana nunca habría llegado a existir.
Por otro, lo que diferencia al ser humano del resto de los seres vivos es su cerebro. Las limitaciones en sus condiciones físicas para la supervivencia como individuos (no posee armas ofensivas o defensivas como los depredadores o sus víctimas, como colmillos, garras o cuernos) se superaban con el carácter social de los primates separándose del resto de los animales, y dando origen a una nueva especie con un órgano llamado a cumplir ese papel diferenciador, el cerebro y la capacidad pensar. Esto le permitió establecer unas relaciones sociales complejas, donde la transmisión del conocimiento y la experiencia son claves para su subsistencia y desarrollo.
Sin embargo, esta “ventaja” sobre el resto de los seres vivos es una condena histórica; quizás por ello, muchas personas hoy ven en los animales un ejemplo de funcionamiento social, puesto que la ventaja de poder pensar está llevando a la humanidad al borde del precipicio y eso produce vértigo. Es en el cerebro donde anidan las ideas, y su “reverso tenebroso”, las ideologías (laicas o religiosas). Unas ideas que no caen del cielo; sino que se han construido a lo largo del tiempo a partir de las relaciones sociales que los seres humanos han ido tejiendo para reproducirse como especie. El gran drama de la humanidad es que en el momento en que esa capacidad ha llegado a su más alta expresión, el mundo se pone al borde del colapso como consecuencia directa del carácter injusto de esas relaciones sociales.
Esta es otra de las grandes contradicciones de la sociedad capitalista, ha conseguido que la especie humana colonice todos los rincones del planeta pasando de los escasos 2000 mil millones de seres humanos a comienzos del siglo XX, a los 8 mil millones actuales. En poco más de cien años la humanidad ha crecido más que en todos los periodos históricos previos por la gran capacidad del capitalismo para mejorar las condiciones de vida de las personas.
Ningún otro modo de producción tuvo el mismo éxito que el capitalismo. Pero como decía Marx, los “límites del capital son el capital mismo”, o lo que es lo mismo, la capacidad que tuvo el capitalismo para incrementar la riqueza social sobre la base de la explotación del ser humano y el saqueo de la naturaleza, se está volviendo contra él mismo. Dicho en pocas palabras, el capitalismo está muriendo de éxito y amenaza con arrastrar en su caída al conjunto de la sociedad.
La capacidad que el capitalismo ha tenido para desarrollar las fuerzas productivas se traslada a la construcción de las identidades individuales. Con este desarrollo, características del ser humano que o bien estaban ocultas o bien no existían, tienen vías de resolución, si no fuera por la existencia del mismo capitalismo que lo impide. Por ejemplo, la clonación de la oveja Dolly, es decir, la reproducción de un mamífero abrió una puerta por la que todavía no se ha pasado, pero que la convierte en una potencialidad con visos de realidad, la separación del ser humano de su ser biológico en su fase más importante, la reproductiva. Pero eso es, todavía, una potencialidad.
Sin embargo, al ser una potencialidad que ya se ha experimentado en un ser vivo complejo como un mamífero, ha permitido la construcción de toda una ideología sobre la posibilidad de esa liberación de los condicionamientos biológicos. Pero al ser, todavía, una potencialidad les hace chocar con los impedimentos en forma de relaciones sociales burguesas basadas en la reproducción biológica y la opresión de la mujer como instrumento de esa reproducción. La desaparición de esas relaciones burguesas permitirán dar el salto por el que el ser humano se liberará y podrá desarrollar todas sus potencialidades como individuo.
La construcción de la identidad nacional: el relativismo histórico
El relativismo es una posición filosófica que niega la existencia de verdades absolutas, de tal forma que no hay verdad objetiva y siempre la validez de un juicio depende de las condiciones en que este se enuncia. Según el relativismo histórico, cada época y momento de la historia de la humanidad desarrolla su propia visión del mundo, ya que no existe una concepción «universal» que trascienda las condiciones históricas del conocimiento y la cosmovisión del individuo.
Este relativismo que en lo teórico prima la subjetividad de las personas -opiniones, sentimientos, emociones- frente a los hechos de la realidad, ya había sido refutado con la reducción al absurdo por Aristóteles hace dos mil trescientos años.
“La mayor parte de las personas piensan diferentemente los unos de los otros; y los que no participan de nuestras opiniones los consideramos que están en el error. La misma cosa es, por lo tanto, y no es. Y si así sucede, es necesario que todo lo que aparece sea la verdad; porque los que están en el error y los que dicen verdad tienen opiniones contrarias. Si las cosas son como acaba de decirse, todos igualmente dirían la verdad.” (Aristóteles, Metafísica, Libro Cuarto, V)
El problema de fondo está en descubrir el criterio objetivo de “la verdad” en la historia y cómo se llega a ella, permitiendo comprender la situación actual. Para Hegel, citado por Ernest Bloch en “Sujeto-Objeto, El Pensamiento de Hegel”, son “representaciones no verdaderas”, aquellas en las que el concepto “no se halla en consonancia con la realidad y la realidad que no coincide con el concepto”, que, poniéndolo en dinámica, hay que afirmar que una y otra interaccionan, entrelazándose y modificándose mutuamente.
Pues bien, desde el punto de vista identitario, relativista, se cuestionan de manera absolutamente infantil las conquistas sociales, objetivas, de la humanidad. Para justificarse dicen que como toda opinión, subjetiva, está determinada por la ideología hegemónica en la sociedad, el llamado “eurocentrismo” en este caso; al final, lo que importan son las “opiniones” aparentemente desideologizadas de los pueblos no capitalistas, no los hechos históricos; así las culturas no capitalistas estarían en pie de igualdad con el propio capitalismo en lo que hace a progreso y civilización. Volvemos al comienzo, la realidad está en función del elemento subjetivo.
Como el capitalismo se encuentra en una fase de decadencia y putrefacción, la fácil asociación entre “capitalismo” y “Europa” lleva al simplismo intelectual de criticar el “eurocentrismo” como fuente de todos los males, El “eurocentrismo” existe, es una ideología favorecida por los medios de comunicación occidentales al utilizar como universales las categorías históricas elaboradas bajo los criterios cronológicos europeos. Así, tenemos que la “edad media” que iría desde la caída del Imperio Romano hasta el invento de la imprenta por Gutenberg en 1453 (en el Estado español se atrasa unos años, a 1492, fecha del comienzo de la colonización de América), se asocia al feudalismo como modo de producción universal. Pero, si el feudalismo fue un fenómeno esencialmente europeo y, si además, el año 1453 europeo no se correspondía con ese mismo año en otras culturas, ¿cómo se puede hacer esa generalización?
Sin embargo, frente a las críticas al “eurocentrismo” del marxismo, es este el que en realidad, en el siglo XIX, rompe con este esquema formal, cronológico y euro centrista, de analizar la historia, introduciendo el elemento central de la lucha de clases como su motor. Son los acontecimientos derivados de esa lucha y los cambios en las formas de relacionarse los seres humanos (las relaciones sociales de producción) los que determinan los periodos en los que se divide la historia, no la cronología determinada por la religión europea por excelencia, el cristianismo. Aunque Marx lo concibe de una manera contradictoria y desigual, no acaba de romper totalmente con el mecanicismo al establecer que las sociedades civilizadas son el “espejo” en los que se miran las atrasadas.
Esta concepción dio pie a que el “marxismo vulgar” desarrollado en la URSS, que sí era “euro centrista”, estableciera como una norma atemporal que toda sociedad tenía que pasar necesariamente por los tres modos de producción que reconocían como únicos existentes, el esclavismo, el feudalismo y el capitalismo. Por motivos estrictamente políticos – la justificación teórica de la política de colaboración de clases – no reconocía al asiático/oriental/tributario como un modo específico y diferenciado.
Por el contrario, el marxismo revolucionario tiene otra perspectiva, que se basa en la ley del desarrollo desigual y combinado desarrollado por Trotski. No toda sociedad pasa necesariamente por las mismas fases, sino que por los azares de la historia, la geografía, la climatología, etc., hubo pueblos que saltaron del esclavismo o del asiático al capitalismo sin pasar la fase feudal e, incluso, al periodo de transición al socialismo.
Este fue el caso de muchas de las repúblicas que se incorporaron a la URSS tras la revolución del 1917 y la propia Rusia zarista, que de un estado feudal saltó a la dictadura del proletariado en escasos 9 meses, o el de China, donde se culminó la revolución burguesa casi al mismo tiempo que se expropiaba a la burguesía, bajo dirección del Partido Comunista. En América el capitalismo entro de la mano de los conquistadores europeos, quemando etapas; los territorios ocupados por los imperios Incas o Aztecas/Mexicas saltaron del modo de producción tributario al capitalismo, sin fase esclavista ni feudal.
A diferencia del pensamiento burgués el camino de la historia ni es una línea recta ni es un desarrollo sin fin de las capacidades productivas del ser humano hasta “su fin” teleológico, como si de una “escalera al cielo” de la democracia capitalista se tratara. Al revés, la historia está determinada por la actuación de la ley del desarrollo desigual y combinado, según la cual no todos los pueblos siguen la misma senda en su construcción como tales, produciéndose a saltos: la caída del Imperio Romano supuso un salto atrás en la historia europea que no se recuperaría, para superarlo, hasta 1000 años después, o en la actualidad, la caída del Muro de Berlín, junto con la restauración del capitalismo en los estados del llamado “socialismo realmente existente” fueron ejemplos de esta dialéctica de la historia. En palabras de Trotski en La Revolución Traicionada, “La caída de la dictadura burocrática actual (en la URSS), sin que fuera reemplazada por un nuevo poder socialista, anunciaría, también, el regreso al sistema capitalista con una baja catastrófica de la economía y de la cultura”.
Una de las consecuencias de este colapso de los “estados del socialismo realmente existente” en los años 90 es la desaparición de una perspectiva global alternativa a la crisis del capitalismo, y su sustitución por una suerte de “relativismo histórico” como base teórica de la división vertical de la sociedad alrededor del agrupamiento a partir de las “identidades” de nación, género o raza. Los “nacionalismos” hoy en boga no son más que la farsa del drama del siglo XVIII y XIX, cuando la burguesía construye los estados nacionales.
Sobre la base de una afirmación cierta, “todo es relativo”, se ha construido una ideología que cuestiona justo lo que quiere afirmar, la relatividad de los acontecimientos históricos que, fuera del contexto espacial y temporal, son abstracciones. No se puede igualar lo que por definición es diferente; y esto no es una categoría moral, sino epistemológica. Sin diferenciar lo distinto, sin ponerlo en contexto temporal y espacial, solo se llegan a conclusiones teñidas de un esencialismo religioso; “es mi opinión” y con esa afirmación se cierra todo debate.
El desconocimiento de una ley fundamental del devenir histórico, la ley del desarrollo desigual y combinado, conduce a estas peregrinas teorías equiparando realidades sociales que tienen un grado desigual de desarrollo. La conclusión son elaboraciones teóricas, metafísicas, alejadas de toda capacidad para entender el movimiento en el tiempo de las relaciones sociales en la resolución de las necesidades humanas como especie y como individuos.
Definición de modo de producción
Para combatir el “relativismo histórico” que reduce la percepción de la realidad a “opiniones” o “emociones” subjetivas imposibles de rebatir sin entrar en disquisiciones morales, debemos retomar el hilo del marxismo revolucionario, quién sin negar que no existen verdades absolutas, y menos que menos, una línea histórica continua, descubrió unas categorías esenciales en el desarrollo de la sociedad humana.
De ellos, la clave es la clásica definición de modo de producción de Marx en el Prólogo a la Contribución de la Crítica de la Economía Política;
“(…) en la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social”.
Este conjunto de “relaciones necesarias e independientes de su voluntad” constituyen un modo producción determinado.
Para Marx existen cuatro modos de producción, los mencionados esclavista, feudal y capitalista bien estudiados, sin embargo, por motivos políticos, el “marxismo vulgar” de la URSS obvió el modo de producción tributario (Marx lo conocía como “oriental” o “asiático”, pues eran Egipto y China los ejemplos más estudiados, y que luego se fueron extendiendo a América). El estalinismo en sus más diversas variantes, la soviética o la china, buscaba un pacto con las diferentes fracciones de la burguesía para hacer la “revolución burguesa”; era el conocido como “bloque de las cuatro clases” maoísta frente a la aristocracia feudal que, decían, era el modo de producción dominante en China (y no solo, en todo Extremo Oriente). Esto suponía hacer desaparecer de cualquier construcción teórica la existencia de otro modo de producción que no fuera el feudal; la política de alianzas de clase del partido comunista perdería todo su sentido. La teoría al servicio de la justificación de la política. Si no existe feudalismo, ¿qué carácter tendría la revolución en esos países?, burguesa, no, porque el esquema se rompería.
El marxismo revolucionario defendía que, por la ley del desarrollo desigual y combinado, en una misma formación social podrían combinarse diferentes modos de producción, como en los nacientes EE. UU. se mezclaron el capitalismo más desarrollado del norte, con el esclavismo del sur y los “cazadores recolectores” de las tribus indígenas. Una combinación que en el marco del dominio del imperialismo capitalista a nivel planetario en el siglo XX y XXI, determina el carácter de esa revolución como anticapitalista y socialista. Y así fue, del viejo imperio chino, anclado en el pasado del modo de producción asiático, pero ya dominado por las leyes del capitalismo, solo se podría salir con la revolución socialista, como sucedió de manera desvirtuada en 1949.
El modo de producción tributario (asiático u oriental) se define por la práctica inexistencia de la propiedad privada individual; todo el territorio es propiedad del estado en la persona del rey/faraón/inca/emperador, que acumula riqueza sobre la base de los impuestos / tributos que extrae de los campesinos que cultivan la tierra. Junto al poder del rey, normalmente divinizado, se encuentra el de los sacerdotes/chamanes, o el nombre que bajo las diferentes formas adquiera el poder ideológico.
El alto desarrollo tecnológico de estas sociedades en ciertos sectores (ingeniería, astronomía, …) surge de la necesidad de construir grandes obras de infraestructura para dominar la naturaleza al servicio de que estos campesinos puedan generar riqueza. El Nilo en el caso egipcio, la cordillera de los Andes, el Yan Tsé, las lagunas del centro de México por los mexicas, etc. Campesinos que no son propietarios de la tierra que trabajan, concedida por el estado, pero son libres; de hecho, en muchas ocasiones trabajaban como personas libres por un salario en la construcción de esas grandes infraestructuras.
En sus márgenes sociales hay un espacio para el artesanado y el mercado, pues la forma central de acumulación de riqueza por las castas dominantes -es difícil hablar de clases en este periodo, pues estado y las personas que lo forman no se pueden diferenciar en instituciones independientes- se produce por la exacción de tributos que absorbe todas las fuerzas productivas sociales, ya sea a través de la fuerza o la persuasión religiosa.
El feudalismo, que es un fenómeno histórico fundamentalmente europeo, surge tras la destrucción del Imperio Romano y su fusión con las costumbres germánicas de los pueblos que ocupan el territorio imperial. Desaparecida la unidad política garantizada por Roma, la propiedad se divide entre los diferentes señores de la guerra; el rey es uno de ellos, el “primus inter pares”. La acumulación de riqueza se basa en el robo y el saqueo de tierras a través de la guerra, junto al trabajo gratuito de los campesinos libres, sometidos a la exacción de impuestos y de los siervos de la gleba atados a la tierra de por vida por un contrato de servidumbre feudal.
Como herencia del imperio romano es la existencia de ciudades (burgos) donde se van concentrando los artesanos libres y comerciantes que viven de los mercados locales que surgen por doquier: toda ciudad que se precie tenía uno donde iban los campesinos libres a vender la mercancía que han conseguido esquivar a los recaudadores de impuestos. El crecimiento de estas ciudades libres, con el mercado como eje de la vida económica, dará origen a la aparición de una clase social, la burguesía que no acumula riqueza por la guerra, sino por el comercio e incorpora a esa acumulación los diferentes modos de producción.
Aunque se puedan estudiar los modos de producción como entidades separadas cada uno con sus características propias, lo cierto es que de siempre se ha dado una combinación en cada formación social; las primeras huelgas obreras de las que se tienen constancia se produjeron bajo el imperio de los faraones egipcios, hace más de 3000 años. Para determinar el carácter de cada una, es clave analizar el papel del mercado en la acumulación de riqueza. Mientras en los no capitalistas su papel es, en mayor o menor medida, marginal, bajo el capitalismo es la misma esencia de esa acumulación: el mercado, primero local, después nacional y por último, mundial, siendo la columna vertebral del sistema capitalista. Sea físico o virtual, en el mercado la clase burguesa se reconoce como clase “para sí”, pues es donde el excedente del tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de mercancías (reales o virtuales) se convierte en dinero, forma en la que el capitalista acumula la riqueza.
Por su fuerza expansiva y corrosiva el capitalismo como modo de producción ha terminado por imponerse sobre todos los demás, ya sea por la vía revolucionaria (Francia, Gran Bretaña, la independencia de los EE. UU. o América Latina), sea por la vía de la colonización en las naciones y pueblos oprimidos; y tras la desaparición de los estados del “socialismo realmente existente”, convertidos también en capitalistas, es el único modo de producción “realmente” existente.
Identidades de “izquierda” y de “derecha”
La derecha es “identitaria” por definición, puesto que la burguesía alcanzó la hegemonía social a partir de la construcción de identidades nacionales, apoyándose en una suerte de esencialismo que ocultara su codicia innata. Toda nación tiene sus mitos fundacionales con elementos más o menos ligados a la realidad, sea el Cid y la “reconquista”, sea el Imperio Romano, sea Orlando y Juana de Arco, los dioses y las leyendas nórdicas, Breogan, el rey Arturo, etc. En todos los casos se encuentran esos mitos que definen a la nación como “el ombligo” del mundo, pues de lo que se trataba era darle un “barniz” heroico a lo que no era más que el prosaico dominio de las leyes de mercado capitalista.
Por su parte la izquierda se hace identitaria a raíz de la comprobación en los hechos de que tras el muro de Berlín no existía socialismo. Todas las corrientes que en el siglo XIX rompen con la pequeña burguesía revolucionaria anterior, ya en su forma filosófica o política (republicanos, jacobinos, etc.), como el comunismo o el anarquismo, asumen un principio básico, el internacionalismo. Lo reafirman al poner en el centro al ser humano como especie frente al esencialismo identitario nacionalista de la burguesía.
El nacionalismo es una ideología de la burguesía que a través de ese esencialismo identitario, divide a la especie humana verticalmente. No son las personas, hayan nacido donde hayan nacido, hablen el idioma que hablen y provengan de la cultura que provengan, los ejes de sus políticas; lo que los define son “sus” personas unidas por la pertenencia a un accidente geográfico, el territorio, fruto de una cultura que enraíza con el pasado y no con el futuro. El resto de las personas son “diferentes”, “extranjeros”, que es lo que significa el término griego de “bárbaros”.
Volvemos a Lipovestsy y la Era del Vacío, “Liquidada la conciencia de clase, se fraterniza ahora sobre la base del barrio, de la región o de los sentimientos”. Este autor vislumbraba lo que sucedería tras el corto siglo XX que comenzara en 1914 y muriera en 1991; la conciencia de pertenencia a una clase es sustituida por el reagrupamiento social alrededor de identidades individuales unidas por sentimientos; la defensa de las emociones sustituye al análisis racional de la realidad convirtiendolo en un proceso sicológico, de ahí el aumento de las teorías conspiranoicas, y conversión de la actividad política en una cuestión moral. Como lo que predomina es el sentimiento y la emoción alrededor del “yo nacional” y su construcción, el orteguiano “yo soy yo y mi circunstancia”, todo debate gira alrededor de sus causas y la solución solo puede ser moral, el voluntarismo derivado del imperativo categórico del deber ser se convierte en el gran mantra de las soluciones políticas.
Esto se pudo comprobar en la práctica cuando, tras el 15M español, surgieron multitud de organizaciones políticas alrededor del fenómeno Podemos, que tenían como gran eje de discusión, no su programa político, sino los “códigos éticos”. La ética, la moral individual, sustituye al debate político, convirtiendo la actividad práctica en una verdadera madeja de emociones y sentimientos individuales. El drama de esta perspectiva es que si uno no entra en las discusiones políticas que están en el fondo de la moral social, y las anula sobre la base de los “códigos éticos”, las diferencias políticas terminan manifestándose de la peor manera posible: “psicologizando la política”; el problema son las personas, sus sentimientos, no sus opiniones políticas objetivamente comprobables o refutables. En este marasmo de “sentimientos” y “emociones” se ahoga el verdadero debate: como enfrentar las raíces del sistema en las que se desarrollan.
La conciencia de clase, es decir, la conciencia que la clase obrera tiene de sí misma sufrió un duro golpe en 1943 cuando por los intereses nacionales de la burocracia que había usurpado el poder en la URSS, se disolvió la III Internacional dejando a los partidos comunistas en manos de las estructuras de los estados nacionales. La ideología dominante de la burguesía tiene como columna vertebral el nacionalismo, y esta ideología atraviesa a todas las clases sociales. La clase obrera no escapa de ese nacionalismo que solo se puede combatir desde la existencia de una organización internacional en la que cristalice, por encima de las diferencias nacionales. De lo contrario, y a través de mil hilos sutiles como la ligazón al aparato del estado tras éxitos electorales, las cúpulas sindicales ligadas a la negociación dentro de los marcos de la división del trabajo nacional, etc., esa ideología nacionalista se hará fuerte en las organizaciones de la clase obrera, destruyéndolas como organizaciones revolucionarias. Le paso a la II Internacional en 1914, y le paso a los Partidos Comunistas tras la disolución de la Internacional.
Las sucesivas internacionales, desde la AIT hasta la IV ª, son la expresión organizativa de una clase que supone una división horizontal de la sociedad atravesando todos los grupos de identidad colectiva (naciones, mujeres, género, edad, etc.). En todos estos sectores sociales existen propietarios y propietarias de medios de producción, distribución y financieros, y personas que tienen que vender su fuerza de trabajo por un salario (asalariados y asalariadas). La clase obrera no se define por una comunidad de sentimientos y emociones, de hecho si por eso fuera, podría ser considerada tan reaccionaria como cualquier otro sector social; sino por su ubicación en la sociedad y en la división del trabajo. Es la que produce los bienes y servicios que generan los beneficios empresariales, y justo por ese motivo, cuando mueven un solo dedo (una huelga, por ejemplo), trastocan todo el edificio al poner en evidencia quién es socialmente necesario y quién es un parásito. Una empresa puede seguir funcionando sin el empresario, pero no sin los trabajadores que la mueven (así sea uno solo).
La conciencia de clase nace justo cuando, en una acción de este tipo, los y las trabajadores que participan en la acción toman conciencia de su poder por ese papel imprescindible que cumplen. De ahí a luchar por el poder obrero hay todo un mundo, pero como se dice habitualmente, todo viaje comienza con un primer paso. Su construcción es un proceso muy complejo que no se puede ceñir al mecanicismo economicista del marxismo vulgar, la economía como sobredeterminación de la conciencia, ni su polo opuesto, el subjetivismo del marxismo representado por EP Thompson; sino que es una combinación dialéctica en la línea de lo escrito por Lenin en el ¿Qué hacer?.
“Muchos de nuestros críticos revisionistas consideran que Marx ha afirmado que el desarrollo económico y la lucha de clases, además de crear las condiciones necesarias para la producción socialista, engendran directamente la conciencia de su necesidad. […] En este orden de ideas, la conciencia socialista aparece como el resultado necesario e inmediato de la lucha de clase del proletariado. Eso es falso a todas luces. Por supuesto, el socialismo, como doctrina, tiene sus raíces en las relaciones económicas actuales, exactamente igual que la lucha de clase del proletariado […] Pero el socialismo y la lucha de clases surgen juntos, aunque de premisas diferentes; no se derivan el uno de la otra. La conciencia socialista moderna únicamente puede surgir de profundos conocimientos científicos […] la intelectualidad burguesa: es del cerebro de algunos miembros de este sector de donde ha surgido el socialismo moderno, y han sido ellos quienes lo han transmitido a los proletarios destacados por su desarrollo intelectual, los cuales lo introducen luego en la lucha de clase del proletariado, allí donde las condiciones lo permiten. De modo que la conciencia socialista es algo introducido desde fuera (von auBen Hineingetragenes) en la lucha de clase del proletariado, y no algo que ha surgido espontáneamente (urwüchsig) dentro de ella. De acuerdo con esto, ya el viejo programa de Heinfeld decía, con toda razón, que es tarea de la socialdemocracia introducir en el proletariado la conciencia (literalmente: llenar al proletariado de ella) de su situación y de su misión. No habría necesidad de hacerlo si esta conciencia derivara automáticamente de la lucha de clases”.
Cuando Lenin hablaba, y en esto estriba la gran dificultad de la tarea actual, la conciencia de clase no había cristalizado todavía en ninguna estructura estatal; era, por así decirlo, la juventud del movimiento obrero que no había madurado lo suficiente como para construir un estado. A nosotros nos toca enfrentar una clase obrera que ya ha pasado por las primeras experiencias de tener que dirigir estados que han desaparecido, y cómo se reconstruye esa conciencia de clase en un marco en el que los medios teóricos y de propaganda de la burguesía tienen elementos de la realidad para machacarla.
Toda gran mentira tiene un elemento de verdad, si no sería increíble, y las “conciencias” identitarias alimentadas por los medios de la burguesía, parten de dos elementos reales: uno, todo ser humano es diferente, y estas diferencias implican el reconocimiento de los derechos a su existencia; dos, las burocracias que usurparon el poder en los “estados del socialismo realmente existente”, negaron esas diferencias en nombre de la “unidad de la clase” y el “internacionalismo proletario”.
Las consecuencias teóricas de esta interrelación han sido devastadoras; en nombre de la defensa de lo “diferente” han laminado la conciencia de clase alimentando todas las “teorías” revisionistas, negacionistas o conspiranoicas, donde el análisis racional de los hechos de la realidad ha sido sustituido por las opiniones individuales con base en sentimientos y emociones. Por su parte, las implicaciones políticas son peores, puesto que esta sustitución se ha traducido en la práctica desaparición de las organizaciones obreras, y la lucha de clases ha dejado paso a una guerra de “todos contra todos”, donde el que no “siente” lo que yo “siento” es mi enemigo u opresor en potencia.
El socialismo como superadora de las contradicciones identitarias
Cuando Marx y Engels señalaron el socialismo como primera fase del comunismo, sociedad en la que las clases sociales y todo lo que de ellas se derivan, desaparecerían, especialmente el estado, el derecho y la ideología como herramientas de opresión no tenían ninguna posibilidad de comprobar en la práctica cómo sería la transición donde se podrían atisbar cuáles serían los procesos concretos más allá de las generalidades. Lo más parecido a este periodo fue la efímera Comuna de París de 1871, que les permitió “corregir” la estrategia en la toma del poder, cuando afirmaron que “La Comuna ha demostrado, sobre todo que la clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus propios fines” (citado en el Prólogo a la Edición Alemana del Manifiesto Comunista, 1872), acabando con cualquier veleidad reformista y electoralista.
En 1917 los bolcheviques encabezaron la primera revolución obrera de la historia con solución de continuidad, experiencia que terminó en 1990 con la disolución de la URSS. A lo largo del siglo XX muchos pueblos y naciones siguieron el ejemplo ruso, y expropiaron a la burguesía, comenzando su transición al socialismo y al comunismo que, por motivos históricos, siguieron unos derroteros no previstos por Marx y Engels. De hecho, si somos rigurosos, tenemos que aceptar que el camino hacia el fin del capitalismo y la explotación en realidad comenzó al revés de como habían previsto. No fueron los estados más desarrollados los que dieron el primer paso, sino que se dio en aquellos donde las relaciones de producción precapitalistas basadas en el subconsumo y el escaso desarrollo de las fuerzas productivas era la norma.
Solo tras la II Guerra Mundial se incorporaron algunos estados con un desarrollo industrial importante como la RDA, Checoslovaquia, Hungría aunque lo hicieran de una manera ya deformada. Fueron resultado de la combinación entre los procesos de crisis social abiertos tras la destrucción del nazismo y el fascismo y la hegemonía de la URSS estalinista en el movimiento obrero; lo que les confirió un carácter burocrático procedente de su carácter de “revoluciones por arriba” desde su origen. Solo Yugoslavia y después Cuba escaparon inicialmente de esta hegemonía.
Todos los demás (China y Corea, como después Vietnam o Camboya) fueron la máxima expresión de la ley del desarrollo desigual y combinado, pues naciones y estados que tenían escasos elementos de capitalismo dieron un salto en la historia, pasando de sociedades precapitalistas a sociedades donde se alumbraba un futuro sin clases sociales. Está claro que este salto no se podía dar sin consecuencias políticas, sin pagar un peaje con la historia, y esta fue la usurpación por parte de una casta burocrática del poder en esos estados, puesto que el socialismo no es el reparto de la pobreza; cuando hay colas para cubrir las necesidades básicas se hace necesario el policía que ponga orden. Aun así, los ritmos y las formas de esa usurpación variaron según del estado donde se dieran, desde la genocida barbarie de los jemers rojos en Camboya hasta formas más respetuosas con los individuos como Cuba o los estados del este Europeo, donde el capitalismo ya se había asentado creando un caldo de cultivo de libertades formales que no se da en ningún otro sistema social.
Esto es así, porque nos guste o no, las conquistas sociales de la burguesía, tanto económicas como sociales o teóricas (la Ilustración) son infinitamente superiores para el desarrollo de los individuos y sus derechos que cualquier otra forma de organización social dividida en clases. Las fantasías sobre la humanidad de los pueblos colonizados son eso, fantasías de un mundo que ha perdido el referente de lucha hacia el futuro e idealiza el pasado. Los españoles no habrían podido destruir los imperios inca o mexica, si no hubiera contado con la ayuda de pueblos oprimidos por estos, a los que imponían la entrega de tributos y los presos por la guerra era víctimas de rituales sagrados.
La esclavitud fue abolida por el capitalismo para sustituirla por el trabajo “libre”: un esclavo es, como lo definían los romanos, un “mueble” con capacidad de habla. Por su parte, una persona asalariada no es propiedad de nadie, solo (“solo”) vende su fuerza de trabajo por un tiempo determinado a cambio de un salario. Son obvias las diferencias cualitativas como base para el desarrollo del ser humano. Un esclavo, un siervo, está socialmente incapacitado para su desarrollo como persona, puesto que no se le considera tal; la persona asalariada es un individuo libre para vender su fuerza de trabajo. No solo son relaciones económicas opuestas por el vértice, sino que establecen relaciones interpersonales radicalmente distintas, pues se realizan entre individuos independientes unos de otros, mientras que el esclavo o el siervo es propiedad del explotador.
Que las leyes económicas del mercado supongan una red que atrapa a los que no poseen los medios de producción y distribución, obligándolos a vender en peores condiciones su fuerza de trabajo no les iguala a los esclavos; una vez que la jornada laboral acaba, así sea de 14 horas, esa persona se va a su casa y allí es “el rey” y con su salario hace lo que le da la gana aunque el capitalismo reconvierta este “le da la gana” a través de la propaganda y el consumo en una servidumbre sin cadenas físicas. Fue un ministro de Franco, tras la guerra civil, el que dijo “hagamos un país de propietarios, no de proletarios”. El esclavo o el siervo no tienen esa opción.
A partir del reconocimiento del valor histórico y social de estas conquistas políticas e individuales, es que hay que construir el socialismo, superándolas dialécticamente, es decir, negándolas para establecer otros parámetros de libertad, esta vez real.
Dictadura burocrática vs. dictadura burguesa
Las conquistas sociales de la expropiación de la burguesía acercan más al futuro socialista que la vuelta a la democracia burguesa, que no deja de ser, por si alguien lo ha olvidado, una dictadura del capital envuelta en la formalidad democrática. ¡Que a estas alturas de la historia haya que recordar esto, tiene que ver con el profundo carácter reaccionario del “relativismo” histórico, el “individualismo narcisista” al que se refería Gilles Lipovetsky e introducido por todas las corrientes identitarias!
Un relativismo que se apoya en unos elementos de la realidad: las sociedades mal llamadas “socialistas” eran unas dictaduras burocráticas que anulaban al ser humano como individuo en nombre de la sociedad, ocultando con ello la usurpación del poder por la casta burocrática. La defensa de lo “colectivo”, del “internacionalismo proletario”, etc., no eran más que fórmulas vacías que como las libertades en las sociedades capitalistas, tapan su verdadero carácter. “El papel progresista de la burocracia soviética coincide con el periodo dedicado a introducir en la Unión Soviética los elementos más importantes de la técnica capitalista” (LT, La Revolución Traicionada) que le permitieron el salto de ser el estado más atrasado de Europa en 1917 a ser la segunda potencia mundial; y acaba ahí. Una vez que la URSS da el salto a un estado industrializado, la misma conducción burocrática se convierte en un freno al desarrollo del socialismo sentando las bases de la crisis del sistema así construido.
Si bien es cierto que eran dictaduras políticas, no lo es tanto en lo de que anulaban al individuo como ser humano. Salvo que consideremos la libertad burguesa como el máximo al que se puede aspirar, el marco de desarrollo del ser humano como tal en esas dictaduras era muy superior al que se tiene bajo el capitalismo y las leyes del mercado. La dictadura burocrática es, desde un punto de vista de las necesidades sociales, mil veces más “democrática” que la más “democrática” de las sociedades capitalistas. Unas sociedades en las que, como en la democracia ateniense, las libertades de una minoría se sostiene sobre la esclavitud de la mayoría.
Veamos un solo ejemplo: la astronauta soviética, Valentina Tereshkova fue la primera mujer que viajó fuera de nuestro planeta en 1963. Por su parte, a principios de los años 60, en el ejemplo más “elevado” de democracia capitalista, los EE. UU., la NASA tumbó su propia iniciativa de formar a un grupo de mujeres para que realizaran vuelos de este tipo. “La excusa que dieron es que tenían que ser militares, pero ellas no tenían acceso al Ejército. Una incongruencia”, dice María Santos, astrofísica de la Agencia Espacial Europea.
El ejemplo anterior, ¿es una casualidad de la historia, es propaganda soviética?, … O algo más sencillo, la respuesta de dos sistemas opuestos por el vértice en lo que hace a su relación con el ser humano. Incluso después de la contrarrevolución que supuso la constitución soviética de 1936, esta seguía siendo más igualitaria que el estado capitalista más democrático. Las bases sobre las que se construyeron esos estados fueron una superación de las relaciones sociales de producción capitalistas, solo que partiendo de un atraso brutal. Aunque apuntaban a la abolición de la explotación y el socialismo, su débil desarrollo social, junto con el aislamiento y las guerras que las grandes potencias les impusieron, encumbró al poder a una casta que lo usurpó. Como genialmente anticipara Marx: con una base técnica débil «solo se socializa la necesidad, y la penuria provocará necesariamente competencias por los artículos necesarios que harán que se regrese al antiguo caos». Para defender esta usurpación elaboraron la reaccionaria teoría del “socialismo en un solo país” con las nefastas consecuencias conocidas, el “aislamiento indefinido provocaría infaliblemente no el establecimiento de un comunismo nacional, sino la restauración del capitalismo” (León Trotski, La Revolución Traicionada).
¿Si un estado desarrollado como Alemania, Francia o, incluso, los EEUU tendrían muy difícil construir el socialismo en un marco mundial capitalista, bajo presión internacional, que no habría de suceder con naciones que cuando iniciaron el camino de la transición al socialismo eran de los más pobres del mundo?
Los estados obreros burocráticos incluían en su definición los dos elementos, por un lado, suponían una superación de las relaciones sociales de producción y consumo capitalistas, y por otro, consecuencia del desarrollo nacional del socialismo, el poder de la clase obrera era ejercido por una casta que, surgiendo de ella, lo usurpaba. Este carácter dictatorial de estos estados es lo que la burguesía ha visibilizado especialmente tras la caída del Muro, por lo que no es preciso profundizar en él, es público y notorio. Pero lo que los medios ocultan son los avances sociales que la expropiación de la burguesía permitió.
Trotski en La Revolución Traicionada expone una idea clave para entender este argumento: mientras el mundo se debatía en una crisis económica y social profundísima en los años 30, la que siguió al crack del 29, la URSS crecía económica y socialmente escapando a las consecuencias más funestas de esa crisis: paro y pobreza masiva. Y esto se debía al carácter no capitalista de la URSS, con el control del comercio exterior y la planificación de la economía como pilares. Que lo hacía bajo la dictadura burocrática, cierto; por eso Trotski defendía la realización de una revolución política que, manteniendo las estructuras del estado obrero, expulsara del poder político a la casta burocrática. De no hacerse así, en la misma obra se hace un pronóstico que se ha cumplido casi literalmente: “La caída de la dictadura burocrática actual, sin que fuera reemplazada por un nuevo poder socialista, anunciaría, también, el regreso al sistema capitalista con una baja catastrófica de la economía y de la cultura”
Las corrientes identitarias, narcisistas en su apología de lo particular y del individuo frente a lo colectivo, por la sublimación de sus sentimientos y emociones, son una consecuencia directa de este “regreso” que habría que señalar como “retroceso” al capitalismo; no en su fase de ascenso revolucionario, sino en su decadencia más podrida.
La defensa de los derechos del individuo y de los valores de “igualdad, libertad y fraternidad” fueron revolucionarios respecto a las sociedades precapitalistas; pero este contenido murió cuando la burguesía se subrogó como clase dominante y ahora, en su decrepitud, reducen la “libertad” a la del consumo, y convierten la fraternidad en la vieja caridad cristiana a través de las ONGs o de esas grandes ONGs que son los estados actuales. Si en su ascenso ya eran unos valores formales, ahora son directamente falsas. Son el sostén ideológico de una sociedad dividida en clases, donde una minoría hegemoniza y domina todos los recursos del poder sobre la base de la explotación de la mayoría. La lucha por el poder entre los mismos dueños del capital, expresado en la máxima “el pez grande se come al chico” y contra los explotados y oprimidos, manifestada en la lucha de clases, es la seña de identidad del sistema. Esta violencia sistémica origina unas relaciones entre las personas enfermizas que se definen por la imposición y no por la colaboración.
El socialismo y su fase superior, el comunismo son superadoras de estas fórmulas porque las relaciones personales no estarán regidas por criterios de lucha por el poder político, sino por la gestión colaborativa de los seres humanos al servicio de la resolución de las necesidades sociales. El desarrollo de sus capacidades individuales (“la gestión de las cosas” que diría Marx) sustituirá al “gobierno de las personas” (lucha por el poder) en el que se basa toda división de la sociedad en clases: la política es la herramienta de estas clases para mantenerse en el poder, y la política desaparecerá con ellas siendo sustituida por la cultura humana basada en la colaboración para la gestión de las cosas con el objetivo del desarrollo integral del individuo como ser humano. Con ello el estado se irá disolviendo en la sociedad, dando paso a la sociedad comunista; «el gobierno de las personas» será sustituida por «la gestión de las cosas».
Reconstruir el concepto de totalidad para la lucha por el socialismo
Dice Ernst Bloch en su obra “Sujeto-objeto, el pensamiento de Hegel”, que no pocas veces “los grandes momentos de la historia encuentran ante sí a generaciones pequeñas”. No porque lo sean “por sí”, sino porque pierden de vista “la totalidad de lo que se ventila”. De esta manera elevan a la categoría de “absoluto” las miras «pequeñas o parciales”.
Qué premonitorias suenan estas palabras escritas en plena II guerra mundial y que bien define a lo que hoy a nivel mundial se llama “izquierda” identitaria (en los EE. UU., “woke”), cuando no es más que la versión progresista del capitalismo. Por qué, ¿“cuál es la totalidad que hoy se ventila” que empequeñece todas las perspectivas identitarias?
Si en algo se parece la época en la que Bloch escribía a la situación actual, es el profundo cambio que está sufriendo el capitalismo en la forma de explotación de la clase obrera. La tercera gran revolución tecnológica consecuencia del desarrollo de las fuerzas productivas (que adquieren cada vez un carácter más destructivo de la naturaleza y del ser humano) está provocando una convulsión social mundial. Lo que está en juego no son las identidades “pequeñas y parciales” sino la vieja disyuntiva de “socialismo o barbarie”.
El capitalismo, cuando entra en una crisis de estas características en las que lo que se dilucida es quién capitanea, y, por lo tanto, absorbe, los beneficios generados del aumento de la explotación de la clase obrera, solo conoce una manera de resolverlo, la guerra. Aquí mueren las palabras y las ilusiones de los individuos; como graficamente lo describía el final del Casablanca, cuando Rick (el personaje de Humphrey Bogart) a Elsa (el de Ingrid Bergman), le dice, «que son las vidas de tres personas en este loco mundo» (el de la II Guerra Mundial).
La I revolución industrial que tenía como fuerza motriz el carbón y la máquina de vapor frente a la tracción humana y animal anterior, cambió la forma de explotación y provocó la primera gran guerra europea que se desarrollo desde los Urales hasta Gibraltar; las “guerras napoleónicas” que en realidad habría que llamar “guerra franco británico”, puesto que lo que se dilucidaba era que nación burguesa iba a “capitanear” esa revolución industrial, si la que la había generado, Inglaterra, o la “recién llegada”, la Francia burguesa de 1789. En Waterloo se resolvió el problema y el siglo XIX fue el siglo británico bajo el capitalismo en su fase ascendente y de consolidación como modo de producción dominante en el mundo.
La II revolución industrial que introdujo cambios cualitativos en la forma de explotación, el fordismo, Lenin la sintetizó en la obra “El Imperialismo Fase Superior del Capitalismo”, el capitalismo financiero; y se basaba en la fuerza motriz del petróleo y la electricidad. Este cambio de paradigma tecnológico puso de nuevo sobre la mesa quien la capitaneaba, en un largo proceso de guerras y revoluciones que fue desde 1914 hasta 1945.
El resultado fueron las instituciones construidas sobre los pactos de Yalta y Potsdam, y que a partir de los años 70 del siglo XX están en crisis. El primero en caer fue Bretton Woods, después el Pacto de Varsovia y el Muro de Berlín, ahora es la ONU, en muerte cerebral.
La III revolución industrial todavía en embrión, con multitud de opciones tecnológicas como fuerza motriz (las energías verdes, la nuclear, los “soles artificiales” que están desarrollando, la IA, etc.), anuncia un nuevo cambio en el paradigma de la explotación del ser humano (no su abolición, eso solo será posible bajo una sociedad radicalmente opuesta a la capitalista). De la misma que el vencedor de la guerra franco británica tuvo que ceder su papel en las guerras mundiales del siglo XX, ahora este se ve ante la tesitura de tener que ceder la hegemonía a nuevas potencias que piden su parte del mercado mundial.
Pero al mercado mundial le pasa lo que a la Tierra Media de JRR Tolkien, solo un anillo “puede dominarlos a todos”. Y Marx ya expresaba lo que sucede en la realidad de las sociedades divididas en clases como el capitalismo, “entre dos derechos iguales, lo que decide es la fuerza”. El derecho de las potencias hegemónicas a “defenderse” choca con el de potencias emergentes a pedir su parte del mercado, solo la fuerza podrá resolver esta contradicción.
Por todo esto, resultan “miopes” todas las políticas identitarias (nacionales, de género, raciales) construidas alrededor de teorías “pequeñas y parciales” que intentan explicar la aparente complejidad de la realidad actual con maniqueísmos moralistas, donde lo “subjetivo” predomina ante cualquier otra perspectiva social.
La crisis mundial no se resuelve con una suma aritmética de identidades que en ningún caso atentan contra las raíces del problema, la existencia de unas relaciones sociales de producción que se basan en la explotación de la clase obrera por una minoría social, en el saqueo de las riquezas naturales de la humanidad que no son propiedad de ningún colectivo nacional y en la opresión de la mayoría social.
Una sociedad enferma y decadente como la actual capitalista solo puede generar seres humanos enfermos que tienen una disyuntiva, o se hunden en las miserias que genera el propio sistema, asumiéndolas como propias, o las enfrenta de manera revolucionaria y radical (yendo a la raíz del problema). Está comprobado por multitud de estudios que el 60% de las enfermedades son provocadas por el estrés, dicen eufemísticamente; cuando no es otra cosa que el rechazo de nuestra naturaleza como ser biológico y pensante a la explotación capitalista, a la alienación y la cosificación que provoca en las relaciones entre las personas.
En este marco de crisis social global, donde lo que se dilucida es quién capitanea el futuro de la humanidad, la “miopía” de las teorías “pequeñas y parciales” es creer que sin buscar una alternativa global a las relaciones sociales de producción capitalistas (insisto, son sociales, no solo económicas aunque sean determinantes), es posible salirse de esa miseria social. Como dijera Groucho Marx cuando llegaron a Hollywood, “de la pobreza hemos llegado a las más altas cumbres de la miseria”.
La lucha por el socialismo se inserta de lleno en esta concepción del capitalismo como totalidad concreta que se opone por el vértice a la suma aritmética de la lucha contra las opresiones, que es base de todas las concepciones neoreformistas actuales. Sin liberación social no podrá haber liberaciones parciales de los diferentes sectores oprimidos, y es una condición sin qua non para que la sociedad avance realmente.
Comentario